UN PRESIDENTE Joe Biden visiblemente frustrado le puso un precio aproximado de 2 billones de dólares a la guerra de Estados Unidos en Afganistán, el pasado martes, durante sus primeros comentarios desde el final de la misión militar que duró dos décadas.
Ahora, dos informes nuevos ilustran un costo aún más alto, tanto para Estados Unidos como para el mundo. Publicado a primera hora del jueves por el Proyecto de Prioridades Nacionales del Instituto de estudios Políticos, ubicado en Washington, el informe, titulado “Estado de inseguridad: el costo de la militarización desde el 11/9” halló que “Estados Unidos ha gastado 21 billones de dólares en militarización extranjera y local” desde los fatídicos ataques de 2001 que propiciaron la intervención en Afganistán y que comenzaron una nueva era de conflictos encabezados por Estados Unidos alrededor del orbe.
Más de tres cuartas partes de los 21 billones de dólares, que son aproximadamente el tamaño de todo el PIB de Estados Unidos, fueron para gasto militar, incluidos el Pentágono, los beneficios de retiro, programas nucleares, la ayuda para defensa extranjera e inteligencia. Juntos, estos gastos sumaron 16 billones de dólares.
Otros gastos claves incluyeron 3 billones de dólares para programas de veteranos, 949,000 millones de dólares para Seguridad Nacional y 732,000 millones de dólares para autoridades federales.
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El informe también abordó asignaciones alternas para estos fondos y enumero problemas mayores que plagaban a la nación, y el costo aproximado de abordarlos. Entre los más destacados: “4.5 billones de dólares para descarbonizar por completo la red eléctrica estadounidense”; “2.3 billones de dólares podrían crear 5 millones de empleos de 15 dólares por hora con beneficios y ajustes al costo de la vida por diez años”; “1.7 billones de dólares podrían eliminar la deuda estudiantil”; “449,000 millones de dólares podrían continuar el Crédito Tributario por Hijos ampliado por otros diez años”; “200,000 millones de dólares podrían garantizar la educación preescolar gratuita para todo niño de tres y cuatro años por diez años, y aumentar el sueldo de los profesores”; “25,000 millones de dólares podrían dar vacunas contra el covid-19 para la población de países de bajos ingresos”.
Lindsay Koshgarian, directora de programas del Proyecto de Prioridades Nacionales, dijo que las prioridades de Estados Unidos han sido inapropiadas.
“Nuestro llamado dinero de seguridad no está donde están las verdaderas amenazas”, le comentó Koshgarian a Newsweek.“Enfrentamos muchas amenazas en verdad urgentes: la pandemia ha cobrado más de 600,000 vidas estadounidenses, la epidemia de los opioides cobra casi 50,000 vidas al año, la gente pierde sus hogares por incendios e inundaciones, y millones de nosotros estamos en riesgo de quedarnos sin hogar cuando termine la moratoria de desalojos por la pandemia. Podemos tener todas las armas y despliegues y acciones enérgicas punitivas contra la inmigración que el dinero pueda comprar, pero nada de eso puede salvarnos de esas cosas”.
Koshgarian argumentó que esto requiere reflexionar sobre los resultados de dos décadas de conflicto. “Necesitamos ver lo que en verdad hace nuestro militarismo, no solo lo que queremos que haga”.
LAS GUERRAS NO NOS MANTIENEN A SALVO
Y agregó: “Hay una porción muy importante de nuestro gasto militar que se puede decir que hace al mundo más peligroso para nosotros y nuestros aliados. Las guerras en Afganistán e Irak no nos mantuvieron a salvo a nosotros o nuestros aliados. Nuestras intervenciones militares a menudo lastiman a los lugareños mucho más de lo que les han ayudado. Casi 50,000 civiles afganos han muerto en nuestra guerra. Aparte de ir en contra de nuestros valores declarados, ello termina fortaleciendo el argumento de quienquiera que combatamos”.
Parte de esto fue abordado en el anuncio de Biden el martes de no solo ponerle fin a la guerra en Afganistán, sino también a lo que el presidente llamó como “una era de operaciones militares mayores para rehacer a otros países”.
Pero hay otra cifra pasmosa, los costos que nunca podrán ser reembolsados. El Proyecto de Costos de la Guerra del Instituto Watson de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad Brown, publicó el miércoles su recuento más reciente de muertes provocadas directamente por los muchos conflictos posteriores al 11/9 que cubren Afganistán, Pakistán, Irak, Siria, Yemen y otras partes afectadas del mundo.
El recuento final de fatalidades, que incluye soldados, rebeldes, civiles, trabajadores de asistencia, periodistas y otros atrapados en el fuego cruzado, redondeado al millar más cercano, sumaba entre 897,000 y 929,000 personas.
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Cabe destacar que la cifra real de quienes han muerto como resultado de estas guerras es mucho más alta. “Muchísimas veces más personas han muerto como una repercusión de las guerras; por ejemplo, a causa de la pérdida de agua, drenajes y otros problemas de infraestructura, y enfermedades relacionadas con la guerra”, declaraba el informe.
Stephanie Savell, codirectora del Proyecto Costos de la Guerra, dijo que era vital no solo contar estas fatalidades, sino procesar el impacto real que han tenido alrededor del mundo.
“A menudo el lenguaje que usamos en Estados Unidos para hablar de las guerras posteriores al 11/9 es abstracto y deshumanizador”, le comentó Savell a Newsweek. “Hablamos de Afganistán como un ‘cementerio de imperios’, cosa que es, pero no somos capaces de reconocer que también es, lo más importante, un cementerio de personas: 176,000 afganos han muerto desde la invasión estadounidense en 2001. Cada una de estas personas tiene un círculo de seres queridos que las lloran”.
Y a menudo, enfatiza, son los más vulnerables quienes sufren: “Veinte años de guerra también han tenido muchísimos otros costos humanos para la gente en las zonas de guerra, quienes son los que en verdad se llevan la peor parte de la guerra”.
Y añade: “Los niños afganos que pierden sus miembros a causa de artillería que no estalló cuando van a juntar leña, mujeres embarazadas que sufren abortos espontáneos y defectos de nacimiento a causa de los contaminantes en el ambiente por la guerra, muchísima gente que ya no tiene acceso a cuidados de salud básicos porque las clínicas han sido diezmadas y los trabajadores de salud han huido, millones de personas que han sido desplazadas de sus hogares y fuentes de sustento y ahora deben luchar para sobrevivir”.
Aun cuando la salida de Estados Unidos de Afganistán concluyó la tarde del lunes (medianoche del martes de la hora local), la presencia militar estadounidense directa conectada con la actual “Guerra contra el Terrorismo” persiste en decenas de países, en particular en Irak y Siria.
La administración de Biden anunció a finales del mes pasado que los militares estadounidenses concluirían su misión “de combate” en Irak en medio de la presión de las milicias locales aliadas con Irán, pero indicó que perduraría la sociedad de seguridad con Bagdad y no estableció un programa para la retirada de tropas.
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En cuanto a Siria, funcionarios estadounidenses le comentaron a Newsweek que no había planes de cambiar la estrategia actual de apoyar a las Fuerzas Democráticas Sirias, encabezadas por los kurdos, a pesar de las protestas de Damasco y sus aliados iraníes y rusos.
Estos tres países también han criticado las acciones de Estados Unidos en Afganistán y más allá. China, principal rival de Estados Unidos, ha citado frecuentemente los costos tanto en sangre como en tesoro de las intervenciones de Washington como evidencia de los defectos de Estados Unidos como una potencia mundial.
En un informe anterior en febrero, el Proyecto Costos de la Guerra hizo el mapa del involucramiento estadounidense en 85 países, casi la mitad de las naciones reconocidas en la tierra, en solo los tres años de 2018 a 2020, como parte de la “Guerra contra el Terrorismo” más amplia.
Muchas de estas acciones fueron propiciadas por la Autorización del Uso de la Fuerza Militar (AUMF) de 2001, adoptada como una secuela inmediata del 11/9, así como otras dos AUMF adoptadas en vísperas de la primera Guerra del Golfo en 1991 y la Guerra de Irak en 2003. Se ha presentado una legislación en el Congreso para repeler las tres, y la administración de Biden ha ofrecido su apoyo tácito a remplazar las leyes amplias con un lenguaje más específico que guíe la maquinaria de guerra estadounidense.
“NECESITAMOS PENSAR MUCHO MÁS ANTES DE ENVIAR AVIONES, BARCOS O TROPAS”
Sin embargo, no está claro cómo la presencia de la llamada rama Khorasan del grupo miliciano Estado Islámico (ISIS-K) en Afganistán, de nuevo bajo el control de los talibanes, podría afectar estas acciones.
Los talibanes han prometido que nunca permitirán que el suelo del país sea usado de nuevo por grupos milicianos para atacar a otros países, como lo hizo Al-Qaeda hace 20 años, y aun cuando los líderes militares estadounidenses han insinuado una cooperación potencial con los talibanes en contra de ISIS-K, la confianza sigue siendo baja entre los dos enemigos históricos.
Pero ante cualquier acción futura, Kashgorian, del Proyecto de Prioridades Nacionales, insta a los legisladores a pensarlo dos veces antes de comprometerse en cualquier medida militar con consecuencias a largo plazo.
“A menudo el simple hecho de nuestra presencia militar genera antagonismo en los rivales en vez de neutralizarlos, que es algo que hemos hecho con China, Rusia y otros países”, le comentó Kashgorian a Newsweek. “Necesitamos pensar mucho más antes de enviar aviones, barcos o tropas, no solo sobre cómo ganar una lucha sino sobre cuáles serán las consecuencias accidentales”.
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“Eso no significa abandonar al mundo”, añadió Kashgorian. “La diplomacia funciona cuando la usamos”.
Y citó los ejemplos de los tratados nucleares con Rusia y el acuerdo nuclear con Irán y los acuerdos entre adversarios que funcionaron, aunque eso fue antes de que este último fuera abandonado por Trump.
“Si lo que queremos es seguridad para nosotros y nuestros aliados, deberíamos comprometernos mucho más con la diplomacia y comprometernos a ser responsables ante la ley internacional para demostrar que creemos en ella”, dijo Kashgorian. Añadió que Washington debería ir más allá de la diplomacia, con acciones que den ayuda tangible a la gente.
“Y deberíamos invertir en la estabilidad en países de todo el mundo, no mediante armarlos, sino mediante invertir en infraestructura, ayuda humanitaria, y otras cosas que prevendrán conflictos y no los harán más mortales”, mencionó Kashgorian. “Todo eso cuesta menos que entablar una guerra, así que todavía podemos reinvertir miles de millones de dólares en casa”. N
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek