Aun cuando el orbe se prepara para una reapertura veraniega, el coronavirus seguirá por aquí para acosarnos cuando las temperaturas bajen.
MIENTRAS INDIA se hundía en la tragedia del covid-19 que hizo empequeñecer todo lo que el país había sufrido en la pandemia hasta entonces, con hospitales inundados, escasez de provisiones de oxígeno y vacunas supuestamente robadas de los almacenes, los políticos estadounidenses, a 11,260 kilómetros de distancia, clamaban para ponerle fin a las restricciones por la pandemia.
El representante Jim Jordan le reclamaba al Dr. Anthony Fauci, en la tribuna de la Cámara de Representantes: “¿Usted no piensa que las libertades de los estadounidenses fueron amenazadas el año pasado, Dr. Fauci? ¡Fueron atacadas!”
Y Kay Ivey, gobernadora de Alabama, dijo a Fox News: “Hemos estado en esto por más de un año, y simplemente tenemos que seguir adelante. Los mandatos interminables del gobierno no son la respuesta”.
Muchas personas esperan un verano de interacciones humanas casi normales, en las que esté bien invitar a tus amigos a una carne asada, abrirse camino en un bar abarrotado, asistir a un concierto o cenar en un restaurante popular. Texas y Florida ya permitieron que las playas y bares abran a toda su capacidad. El alcalde de la Ciudad de Nueva York, un año después de su brote catastrófico, anunció que se retirarían las restricciones a los negocios el 1 de julio, solo para que se le adelantaran los gobernadores de Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut, quienes quitaron las restricciones el 19 de mayo. Conforme las vacunas reducen la capacidad del virus de propagarse, se espera que los casos nuevos disminuyan exponencialmente. El verano del amor está a la vista.
Pero la pandemia no ha terminado. Estados Unidos y otras naciones todavía están divididas en su voluntad a aceptar las vacunas o seguir las precauciones contra la infección. Los índices de vacunación avanzan poco a poco y la inmunidad de rebaño ahora parece poco probable antes del próximo invierno, lo que garantiza que grupos de personas seguirán siendo vulnerables al coronavirus en el otoño, cuando se aproxime el clima frío. También será el caso de millones de personas alrededor del mundo, quienes todavía son vulnerables a la infección y tienen pocas posibilidades de recibir la dosis en el corto plazo.
Mientras el coronavirus circule ampliamente tendrá muchas oportunidades de mutar en formas nuevas y problemáticas que disminuyan la efectividad de las vacunas. La posibilidad de que variantes nuevas y peligrosas disparen brotes nuevos —con los subsiguientes confinamientos, restricciones de viaje y llamados al distanciamiento social y uso de cubrebocas— es una nube negra sobre las esperanzas de un regreso a la normalidad anterior a la pandemia en 2021 y 2022.
Los mensajes de salud pública en Estados Unidos han sido confusos en ocasiones. Los lineamientos revisados de los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades (CDC) para el uso de cubrebocas y el distanciamiento requieren una tabla con código de colores a seguir. Aun cuando algunos científicos y funcionarios de salud pública celebran el avance que se ha tenido en la batalla contra el covid-19, otros insisten en que todavía no se ha superado el problema de la pandemia. “De ninguna manera estamos en esa fase posterior a la pandemia como algunos sectores desearían que lo estuviéramos”, dice John Moore, virólogo del Colegio Médico de Cornell.
Si la primera fase de la pandemia se caracterizó por el peligro claro y presente de una pandemia viral para más de 7,000 millones de personas cuyos sistemas inmunológicos estaban del todo no preparados para el patógeno nuevo, la segunda fase en la que estamos entrando ahora está llena de ambigüedad, incertidumbre y división.
EL JUEGO DE LAS CIFRAS
Cuando el Dr. Fauci anunció a finales de 2020 que se distribuirían las vacunas en la primavera, él era optimista con respecto a que Estados Unidos lograría la inmunidad de rebaño —un grado de resistencia inmunológica en una población que elimina, o disminuye considerablemente, la capacidad del virus de propagarse— para el otoño. “Si lo hacemos de la manera correcta, podríamos tener entre 70 y 85 por ciento de la población vacunada. Cuando eso ocurra, habrá una protección en todo el país por la cual el nivel del virus será tan bajo que en esencia habremos sido capaces de establecer la inmunidad de rebaño”, dijo Fauci a WebMD en diciembre.
Ahora está claro que no hay posibilidades de que esto suceda. En febrero, el epidemiólogo Ali Mokdad y sus colegas en el Instituto de Medición y Evaluación de Salud (IHME), un grupo de investigación sin fines de lucro en Seattle, revisaban la información que su grupo recopila de todo el mundo y la usa para hacer simulacros matemáticos de cómo cosas como las estaciones, el uso de cubrebocas y las vacunas afectarán el curso de la pandemia. “Revisábamos estas cifras y pensamos: ‘Oh, no. No’”, recuerda.
Esa noche, Mokdad no pudo dormir. Llamó a su madre en Beirut, Líbano, quien tiene mala salud y a quien no ha visto en un año y medio; decidió esa noche comprar un boleto e ir a visitarla, porque piensa que podría ser su última oportunidad de verla en un tiempo. “Habrá confinamientos el próximo invierno”, comenta. “Se restringirán los viajes. Estamos en una mala posición”.
Los cálculos que molestan a Mokdad muestran claramente que la inmunidad de rebaño no estaba a la vista. Para empezar, los niños menores de 12 años no serán elegibles porque las vacunas no recibirán autorizaciones de uso de emergencia a tiempo para administrarlas antes de finales del año. Dicho esto, solo alrededor de 75 por ciento de los ciudadanos y residentes de Estados Unidos siquiera será elegible para la vacuna antes de que llegue el clima frío, expresa.
Por supuesto, no todas las personas elegibles se arremangarán. Los sondeos sugieren que la cantidad de adultos que planean negarse a vacunarse se mantiene tercamente en alrededor de 30 por ciento. El modelo del IHME asume que los menores entre 12 y 15 años serán vacunados a tiempo y que los índices de negación también serán del 30 por ciento, pero eso tal vez sea optimista: los padres podrían tener mayor aversión al riesgo con sus hijos que consigo mismos.
El uso de la vacuna ya ha empezado a disminuir. El promedio de siete días alcanzó su máximo el 11 de abril con 3.3 millones de dosis por día y está decayendo con rapidez, según los CDC. Los sondeos y entrevistas muestran una variedad de razones: la gente está ocupada, falta de un sentido de urgencia con respecto al covid-19, tener preocupaciones de seguridad con respecto a las vacunas, adherirse a teorías de conspiración que exageran los riesgos de las vacunas y minimizan los riesgos del covid-19, para nombrar algunos.
Mokdad y otros científicos están convencidos de que la trayectoria actual de la vacunación no será suficiente para el país. “No vamos a alcanzar la inmunidad de rebaño en el invierno”, dice. “Las cuentas no salen”.
Esto posiblemente no sea un problema este verano, cuando la gente por lo general sale al aire libre, cuando las brisas tienden a alejar el coronavirus aerotransportado sin mucho daño; los casos nuevos posiblemente sigan disminuyendo, y una sociedad de ciudadanos recluidos se familiarizarán de nuevo con la dicha de socializar sin las restricciones de los cubrebocas y el distanciamiento social.
La preocupación es lo que suceda cuando el clima frío meta a todos de vuelta en salas abarrotadas, donde las partículas virales tienden a acumularse como humo de cigarrillo, aumentando la exposición al virus. Llegado el invierno, los grupos de personas renuentes a la vacuna todavía serán vulnerables a cualquier cepa del SARS-CoV-2 (también llamado SARS2), el virus que provoca el covid-19, que surja. Podrían servir como grupo de bienvenida a las variantes, incluidas aquellas que pueden evadir la protección que millones de personas ya adquirieron a través de las vacunas. Como los programas de vacunación apenas empiezan en muchos países, las variantes posiblemente den problemas por muchos meses, tal vez años.
La mejor protección contra las variantes, dicen los expertos en salud pública, es mantener bajos los niveles del virus que circula entre la población, a través de una serie de precauciones e inmunidad de rebaño a través de la vacuna. En el invierno, dadas las concentraciones más altas de gente bajo techo, los niveles de vacunación tienen que ser más altos de lo que serían en el verano; 85 por ciento sería apenas idóneo, comenta Mokdad.
“Lo que mucha gente no entiende es que la inmunidad de rebaño requerida para contener un virus como el del covid-19 es mucho más baja en el verano”, explica. “Requiere de mayor cobertura por inmunización durante el invierno, simplemente porque el virus circula [a niveles] mucho más altos. Ese es el problema más grande que enfrentaremos”.
ADELANTARSE A LA EVOLUCIÓN
Las variantes nuevas de India y otras partes han llenado los titulares recientemente. Pero atribuirle la incertidumbre sobre los siguientes uno o dos años de la pandemia a esta o aquella variante es ignorar la naturaleza compleja y dinámica de nuestra batalla contra el virus. Las variantes son solo una imagen de una historia continua del SARS2 adaptándose a las circunstancias cambiantes.
Cuando la pandemia se inició, hace más de un año, los científicos empezaron a tomar muestras del virus, secuenciando sus códigos genéticos y compartiéndolos unos con otros mediante añadirlos a bases de datos. La más eminente, llamada GISAID, contiene las secuencias genómicas de más de 1.4 millones de virus SARS2 tomados en 172 países. Dado que el virus muta constantemente, en cierto sentido todas estas son variantes. La pregunta importante es: ¿cuáles deberían preocuparnos?
Responder esa pregunta es una obsesión de Bette Korber, una bióloga computacional en el Laboratorio Nacional de Los Álamos en Nuevo México. Antes de la pandemia ella trabajó por décadas con el sida, el padecimiento provocado por el VIH, un virus que muta mucho más fácilmente que el SARS2. El resultado es una vacuna contra el sida que ya está en ensayos clínicos. Cuando empezó la pandemia, Korber puso en espera sus planes de jubilación y ahora trabaja muchas horas analizando el influjo de los genomas del SARS2.
Los funcionarios de salud pública le aseguraron al público en los primeros días de la pandemia que el SARS no mutaba con rapidez, lo cual técnicamente es cierto. El virus tiene un mecanismo genético que “corrige” las copias que hace de sí mismo durante la replicación, lo cual reduce enormemente el ritmo con el que por lo contrario mutaría. Pero el SARS2, como el VIH y la influenza, es un virus de ARN, lo cual significa que no es holgazán en el departamento de cambios. A Korber no le sorprendió que el SARS2 haya compensado su lentitud para mutar con el mero volumen: los más de 100 millones de personas infectadas le dan una gran pasarela evolutiva para evolucionar en formas nuevas.
A partir de marzo de 2020, Korber empezó a construir las herramientas para rastrear la evolución del virus conforme se propaga, permitiéndoles a los científicos el construir un gigantesco árbol familiar de crías virales e identificar aquellas variantes que prosperan. El siguiente paso es descubrir cuáles características poseen que las hacen ganar frente a otras variantes en la batalla diaria por la supervivencia.
La acción dio frutos pronto. En la primavera de 2020, ella y sus colegas usaron estas herramientas para identificar una “variante preocupante” conocida como D614G, apodada como “Doug”, la cual aumentaba su frecuencia relativa en comparación con la forma ancestral original que surgió por primera vez en Wuhan. Tres meses después se convirtió en la cepa dominante a nivel mundial. Los estudios de laboratorio descubrieron mutaciones que la hicieron más infecciosa.
Para noviembre de 2020, el papel de las variantes en la pandemia ha sido apreciado ampliamente por los científicos. “Cuanto más ves, más encuentras, y más te percatas de lo que ello implica”, dice Moore, de Cornell.
Ahora que ha pasado un año desde que se identificó por primera vez la “Doug”, una cantidad creciente de personas, ya sea a través de la vacuna o una infección previa, ahora puede producir respuestas inmunológicas efectivas contra esta variante. Lo mismo sucede con otras variantes, como la B117, la llamada variante británica, la cual recientemente castigó a Michigan y se ha convertido en la cepa dominante en Estados Unidos y otras partes, la cual también tiene un papel importante en el brote de India, y la B1617, la variante india, conocida como Delta, que hoy abarrota los titulares.
Este aumento de resistencia inmunológica en la población es un obstáculo para el coronavirus, pero también es un reto que las nuevas variantes potencialmente podrían superar. Una variante con la capacidad de infectar a personas vacunadas tendrá una gran ventaja evolutiva sobre sus rivales. La variante sudafricana, la B1351, y la variante brasileña, P1, tienen cierta capacidad para evadir la protección inmunológica de las vacunas actuales, y pasan por completo las defensas de la de AstraZeneca. Conforme el coronavirus se tope con poblaciones totalmente vacunadas, buscará una manera de meterse.
Las variantes resistentes a las vacunas ya han ganado tracción en Estados Unidos. Las cepas de los virus halladas en California y Oregón tienen las mismas mutaciones que la P1. Las variantes en el sureste de Estados Unidos tienen mutaciones de la B1351. Conforme más y más personas se vacunen efectivamente contra la B117, estas variantes tendrán una ventaja evolutiva relativa y podrían predominar.
“Los seres humanos tenemos que ser lo bastante inteligentes para adelantarnos a esa adaptación”, dice Korber. “Hasta ahora, tenemos estas vacunas increíbles que son efectivas incluso cuando el virus empieza a explorar algunas mutaciones resistentes a la respuesta inmunológica. Eso se tiene que resolver en el laboratorio. Tiene que entenderse. En los siguientes uno o dos años tendremos que probar vacunas que ataquen las variantes y tal vez dosis de refuerzo, y tenemos que evolucionar nuestra respuesta”.
No es probable que una variante futura del SARS2 le pegue al premio gordo genético y regrese el reloj a un mundo de 7,000 millones de individuos inmunológicamente inocentes como el que existía en enero de 2020; las probabilidades son que las vacunas den alguna protección incluso contra una variante seriamente desafiante. E incluso si sucediera lo improbable, las Bette Korber del mundo estarían vigilando y esperando para poner en marcha la maquinaria de la vacunación.
El escenario más factible es que las variantes mantengan las ascuas de la pandemia ardiendo más tiempo del que a cualquiera le gustaría. El caso reciente de Chile es un duro golpe de realidad. A pesar de una acción fuerte de vacunación que ha alcanzado a más del 40 por ciento de la población, Chile está sufriendo su peor brote a la fecha. La crisis se debe en parte a la complacencia de la gente que solo se vacunó parcialmente, quienes relajan las precauciones como el distanciamiento social y el uso de cubrebocas. Pero la presencia de la variante P1, la cual tiene cierta capacidad para evadir las vacunas, también podría ser una causa importante. La situación en Chile sugiere que una población vacunada parcialmente es menos segura contra variantes potencialmente peligrosas.
EL PEOR CASO
Dadas estas realidades, ¿cómo podría una nación vacunada parcialmente proteger mejor a sus ciudadanos? El primer paso, dicen los epidemiólogos, es mantener la cantidad de virus en circulación tan baja como sea posible. La vacunación es una parte importante de dicha estrategia porque asegura que los brotes no tienen dónde ir en la población más amplia, y los brotes que sucedan se pueden identificar y suprimir rápidamente. Mantiene a las variantes a raya al no darle al virus mucha oportunidad de mutar. No protege de las variantes que ocurren fuera de las fronteras de una nación —a menos, por supuesto, que se cierren las fronteras—, pero exigir pruebas y rastrear los brotes en el extranjero les da a las autoridades de salud pública una oportunidad de contener los brotes.
“Cuanto más podamos limitar la propagación del virus, menos espacio evolutivo tiene”, explica Korber. “Entonces, la vacunación y el buen comportamiento continuo con cubrebocas y distanciamiento social es la manera en que podemos limitar el terreno de juego del virus en términos de su potencial evolutivo”.
Moore lo dice de esta manera: “Si una fracción considerable de Estados Unidos simplemente se niega a vacunarse porque se bebieron el Kool-Aid y obtuvieron su información de QAnon y políticos republicanos locos, entonces eso compromete la capacidad de toda la nación de regresar a la normalidad”.
Finalmente, la seguridad de un país como Estados Unidos depende de la condición de la población mundial. Cuanta más gente infecte el virus, más posibilidades tiene de mutar en formas nuevas y peligrosas. A Estados Unidos y todas las naciones les interesa que el resto del mundo se vacune tan rápida y completamente como sea posible. Las acciones de COVAX, la organización internacional que busca vacunar a 20 por ciento de las naciones más pobres para finales del año, se han retrasado a causa de los retos en la producción y distribución.
Sin embargo, los problemas de COVAX empezaron antes. Cuando las naciones ricas hacían válidos los acuerdos con los productores de vacunas, COVAX pedía dinero prestado. Un mejor financiamiento con anticipación le habría ahorrado tiempo. “Espero que cuando salgamos de esto tengamos en mente que, con el calentamiento global, la desertificación, la urbanización intensa y el crecimiento demográfico, seguramente tendremos más brotes”, comenta el Dr. Seth Berkley, un colíder de COVAX. “Y si sabemos que eso es cierto, entonces preparémonos para ello”.
Otra medida importante sería establecer mecanismos formales para seguir buscando virus nuevos y variantes. Hasta ahora durante la pandemia, una red imprecisa de virólogos ha estado tomando muestras de virus, ha secuenciado sus genomas y los ha cargado a la GISAID y otras bases de datos, donde pueden ser rastreadas. Pero, a pesar de sus acciones a menudo heroicas, la cobertura ha sido irregular. Los 1,700 millones de dólares que la administración de Biden ha destinado para hallar y rastrear variantes en Estados Unidos ayudarán, pero contener al virus va a requerir de una enorme acción internacional.
El brote de India, para tomar solo uno de muchos ejemplos, está a solo 15 horas de vuelo en avión. N
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