FAMILIAS desesperadas en Perú han optado por enterrar a sus muertos en tumbas secretas y sin permiso conforme los cementerios se quedan sin espacio durante la pandemia. La demanda de espacio de entierro coincide con la peor ola del coronavirus en el país.
Más de 64,300 personas han muerto en Perú después de dar positivo, según reportó el Ministerio de Salud del país, pero los expertos dicen que el número real supera las 174,000.
Para quienes pueden hallar espacio en un cementerio, el costo de enterrar a los muertos a menudo está fuera del alcance de las familias empobrecidas por la pandemia. Enterrar a un ser querido en un cementerio en los límites de Lima cuesta alrededor de 1,200 dólares, cinco veces más que el salario mínimo mensual de 244 dólares, según la Associated Press.
“Muchos cementerios están en condición de colapso”, dijo a la AP Martín Anampa, un funcionario de Carabayllo, el municipio más antiguo de Lima. “Estamos viviendo el resultado de un mal proceso de planeación que ellos han tenido a lo largo de la historia”.
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Después de que Joel Bautista murió de un infarto cardiaco el mes pasado en Perú, su familia trató infructuosamente de hallar una tumba disponible en cuatro cementerios diferentes. Después de cuatro días, recurrieron a cavar un hoyo en su jardín.
La excavación en un vecindario pobre en la ciudad capital de Lima fue transmitida en vivo por televisión, lo que atrajo la atención de las autoridades y propició que se le ofreciera a la familia un espacio en las laderas rocosas de un cementerio.
“Si no hay solución, entonces habrá un espacio aquí”, dijo a la AP Yeni Bautista, quien explicó la decisión de la familia de cavar al pie de un árbol tropical de jamaica después de que el cuerpo de su hermano empezó a descomponerse. Otras familias de todo Perú sufren el mismo apuro.
En fecha tan reciente como abril, una persona infectada moría cada cuatro minutos en su casa o un hospital, y el espacio de hospital ha sido tan escaso que los peruanos han leído en las redes sociales sobre familias que ofrecen riñones, autos o tierras a cambio de una de las 2,785 camas de cuidado intensivo del país.
Víctor Coba, un comerciante jubilado, se encargó por sí mismo del problema construyendo tumbas para sí mismo, su esposa y otros cuatro parientes en un espacio estrecho de un cementerio al pie de una colina sin árboles al norte de Lima.
Coba, de 72 años, cargó ladrillos, arena y cemento al sitio, donde, con ayuda de un amigo, empezó a construir su “hogar eterno”. Él y su esposa decidieron actuar después de ver las noticias y enterarse de que dos docenas de vecinos murieron por el covid-19.
“Te sientes muy preocupado cuando no hay dónde llevarlos, y no hay centavos para enterrarlos”, dijo Coba.
Muchos de los cementerios en expansión de Perú han crecido sin planes de desarrollo o aprobación del gobierno. Carecen de muros o vallas y están adyacentes a asentamientos irregulares, haciendo que en ocasiones sea imposible determinar dónde terminan y dónde comienzan las comunidades empobrecidas. Las tumbas ahora traspasan los asentamientos.
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De los 65 cementerios de Lima, solo 20 tienen una licencia de salud. Uno en una colina oculta ha operado por 24 años y no exige ningún papeleo para los entierros, los cuales cuestan 361 dólares.
Juan Báñez, de 51 años, padre de dos niños, murió por el covid-19 después de esperar una cama de cuidado intensivo. Su primo, Félix Albornoz, y otros amigos recientemente portaron su ataúd a través de un panteón en una colina polvorienta para enterrarlo en un área del cementerio recientemente expandida.
“En las afueras de Lima, en las áreas pobres, la gente viene a enterrarse a sí misma en las colinas”, comentó Albornoz. “No hay apoyo. El gobierno nos ha abandonado”.
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De vuelta en el vecindario Virgen de Fátima, en el extremo poniente de Lima, Joel Bautista murió el 1 de mayo a los 45 años. Él perdió la vista para cuando terminó la secundaria a causa de un problema congénito. Estaba desempleado, pero ayudaba a su hermana y sobrinas con las labores de la casa, la cual compartían.
Era admirador de la banda de rock mexicana Maná. Su canción “Corazón espinado” sonó constantemente durante el velorio, el cual duró más de lo esperado a causa de los problemas para hallar dónde enterrarlo.
“Todo está en un punto crítico a causa de esta pandemia por la que estamos pasando”, comentó Yeni Bautista, de 52 años. “Los cementerios están colapsando a causa de las muertes por el covid-19, pero eso no significa que nos vayan a negar un espacio. No estoy pidiendo un área enorme, sino un espacio diminuto para enterrarlo”. N
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek