MIENTRAS no seamos más que terrícolas, habremos de tener una nacionalidad, una patria, una identidad o como quiera llamársele a ese sitio de donde uno es.
Hace algún tiempo un conterráneo radicado en México me decía que la luna de allí era exactamente la misma que se veía en su ciudad en Cuba. Afirmaba él que pensar lo contrario resultaba dañinamente subjetivo. Mi respuesta: el día que la luna sea la misma para cada región o ciudad del mundo, el hombre se habrá convertido en una cosa capaz solo de mirar, ya no de sentir; únicamente mirando la luna desde Júpiter, por ejemplo, podría considerarse que es la misma.
Estamos de acuerdo con que el chovinismo o el patrioterismo son dañinos en infinitos aspectos, aun —y mucho— en el económico. Pero ser de “ninguna parte” es privilegio de muy pocos hombres, fundamentalmente de esos que tienen lo que suele llamarse un espíritu aventurero —los cuales, sin embargo, en las postrimerías suelen abogar por un lugar de origen, una “tierra”.
Lo que ocurre es que el concepto de patria está trabado por ese mal necesario que podrían ser los himnos, los escudos, las banderas y sus acólitos.
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Veamos que cuando alguien en la distancia añora a la patria, no está pensando en la bandera, sino en el barrio donde se crio, aun en una cuadra específica, en el sillón en que acostumbraba sentarse, en la banca de su parque, o en la arboleda, el camino real por donde antes se desplazaba. Un tunero que viva exiliado jamás recordará en su nostalgia al Valle de Viñales, que forma parte de lo que llamaríamos su patria, Cuba, pero que él nunca visitó. De aquí podría haber surgido esa definición de “patria chica”. Es posible que la “patria chica” sea, ni más ni menos, la patria, la única. Y que cada uno entonces tenga dos, tres, más “patrias chicas”, en dependencia de los sitios en que previamente transcurriera su vida.
De este modo, la concepción de patria —otra cosa, a grandes trazos, creo, sería la identidad, la pertenencia a un todo; a un todo, por cierto, nunca uniforme— está sumamente manipulada, y así seguirá siendo hasta un día. La definición de patria, desde hace tiempo y en muchos casos, ha ido más allá del sentimiento de nación o tierra natal: se ha sobredimensionado como una razón política, para conveniencia de unos y de otros. De modo que, en buena medida, resulta una entelequia. Según la RAE: “patria (del lat. patria). 1. f. Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos. 2. f. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido”.
NO HAY VÍNCULOS AFECTIVOS
La primera acepción no es exacta, sobre todo en lo que se refiere a “vínculos (…) afectivos”. Volveríamos a lo mismo: no hay vínculos afectivos de un juarense con Chiapas. Ni de un neoyorquino con Nueva Orleans; ni tampoco de un porteño con la Pampa, en lo que Argentina se refiere; ni de un madrileño con el País Vasco, en España. Aún más: un patriota de El Vedado, no extraña, lejos de la patria, ni una calle de Pogolotti; ambos, barrios de la misma ciudad, La Habana.
Se sabe de personas que viven en la frontera Guatemala-México. Allí, en algunas áreas, lo que marca la división entre ambos países es un poste plantado en una calle común; así, diríamos que una mitad de la calle es de un país y la otra del otro. ¿Cuál país será la patria de ese hombre que bebe agua en México y micciona en Guatemala? En otro sentido, pero apuntando hacia el mismo núcleo, un ejemplo entre muchos: hasta hace unos años la patria de los checoslovacos era Checoslovaquia, con su bandera, su escudo, su himno y demás. Hoy en aquel territorio hay dos patrias: la de los checos y la de los eslovacos, y no se sabe de ningún ataque masivo de nostalgia a un lado ni al otro.
Un caso aún más singular sería el de Corea del Sur-Corea del Norte. Debemos suponer que son dos “patrias” distintas. Sin embargo, según los especialistas, la etnia coreana es una de las más puras que existe.
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La noción aberrante de patria sirve sobremanera a los caudillos, los mesías, los populistas, los dictadores. Observemos cómo Fidel Castro identificaba la patria consigo mismo, al extremo de convocar a la población a morir por la patria, es decir, por él. El término “patria” es utilizado con suma constancia por el mandatario de Venezuela, Nicolás Maduro, por ejemplo. De acuerdo, se sabe que en el idioma y la civilización hispanos —y en otros—, el vocablo que nos ocupa posee una connotación, digamos, muy distintiva. Pero si atendemos a las alocuciones de los líderes de Estados Unidos, Canadá, Dinamarca, Alemania, cada cual en su lengua, de ningún modo, al menos con perseverancia tal, buscan darle al término correspondiente semejante exaltación “patriótica”.
Mas, como decíamos al inicio, el ser humano promedio siente que pertenece a un sitio determinado, o que ese sitio le pertenece; y en la distancia, lo añora con mayor o menor intensidad; a ese sitio digo. Lo otro, la nación, el país, el pueblo, son, por el momento, coyundas legales imprescindibles, como la patria. N
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Félix Luis Viera (Cuba, 1945), poeta, cuentista y novelista, ciudadano mexicano por naturalización, reside en Miami. Sus obras más recientes son Irene y Teresa y La sangre del tequila. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.