AHORA que por fin se va en medio de un caos predecible, los actos finales de Donald Trump han puesto a prueba, pero no roto, las instituciones democráticas de Estados Unidos. En lo que debió haber sido una ceremonia formal, en la que el Congreso aceptaría los votos del Colegio Electoral y la elección de Joe Biden como presidente, los senadores republicanos que hacían maniobras para suceder a Trump dentro de cuatro años y los representantes republicanos desesperados por gozar de su afecto continuo arrastraron al Congreso durante horas a retrasos procedimentales, retórica irrelevante y, al final, un resultado predeciblemente fútil. Así, se unieron a Rudy Giuliani y su “fuerza de choque de élite” de abogados detectives a la victoria de Biden.
La ocupación del Capitolio de Estados Unidos por una turba terrorista y la violencia que le siguió son desgarradoras para todos los estadounidenses, especialmente para quienes han trabajado en y alrededor del Congreso. Este es el corazón de nuestra democracia, donde se discuten y debaten las leyes con participación directa del pueblo estadounidense. En los meses tras la elección, el presidente, algunos medios de comunicación derechistas y unos cuantos políticos ambiciosos repitiendo conspiraciones sin fundamento sobre una elección robada resultaron en una de las peores violencias que el país ha visto desde Vietnam y tal vez la década de 1860. Los historiadores señalaron que la última vez que el Capitolio fue ocupado por fuerzas hostiles fue por los británicos durante la guerra de 1812.
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El 6 de enero de 2021 es un día cargado de infamia. La “matanza” de la que habló Trump en sus primeros comentarios hace cuatro años —“se acaba aquí y ahora”, dijo— más bien se exhibió en su totalidad.
De nuevo, tuvo que ser el presidente electo Biden quien habló para inspirar al país e instar a la calma. Quedará en sus manos reunir a un país despedazado, algo que él ha hecho desde la elección de noviembre. Mitch McConnell, líder de la mayoría en el Senado; Mitt Romney, senador por Utah, y otros senadores republicanos también hablaron fuertemente en defensa de la democracia.
Soportando una presión enorme, el vicepresidente Mike Pence llevó a cabo sus deberes constitucionales de asegurar la certificación de Biden. En contraste, el mensaje grabado de Trump repitió la gran mentira de que le “robaron” la elección, con el resultado de que lo proscribieran de Twitter por un tiempo demasiado breve. Incluso con unos pocos días restantes en su mandato, la 25 Enmienda parecía un remedio apropiado, si podían hallar un miembro del gabinete con conciencia.
EL CAMINO A SEGUIR
Este artículo se trataba inicialmente del Partido Republicano y su posición después de cuatro años de ser controlado por Donald Trump y su familia. El partido ha marchado a la par que él, pero tal vez las cosas estén cambiando finalmente.
Además de ser el primer presidente en funciones en perder la reelección en casi 30 años, los republicanos perdieron la Cámara de Representantes en 2018 y, este año, el Senado. La pérdida del Senado es especialmente mortificante, ya que los republicanos solo tenían que ganar una de las segundas vueltas en Georgia. Aun cuando Trump hizo campaña por los senadores republicanos David Perdue y Kelly Loeffler en el estado, se enfocó mucho más en sus quejas, sobre todo su derrota en el voto popular de Georgia en noviembre, que en apoyar a sus prospectos. Se quejó en repetidas ocasiones de fraude electoral y, en una llamada ampliamente criticada poco antes de la segunda vuelta electoral, presionó al secretario de Estado y republicano para que cambiara los totales de votos en el estado, a pesar de que tres recuentos confirmaron que había perdido. Su difusión de conspiraciones sin fundamentos bien pudo haber disuadido a algunos republicanos de votar, o amargó a algunos votantes con respecto a apoyar a Loeffler y Perdue.
Las maniobras legislativas de Trump a finales de su mandato tampoco ayudaron. La semana pasada, ambas cámaras del Congreso anularon fácilmente el veto de Trump a la Ley Nacional de Autorización de Defensa y le dieron prioridad a los intereses de defensa nacional de Estados Unidos y pagarles un aumento a los militares estadounidenses sobre las objeciones de Trump de cambiarle el nombre a las bases militares por alguien que no sea los generales confederados muertos hace mucho tiempo. El voto puso a los miembros republicanos en la posición incómoda de oponerse al veto de Trump, por lo que Loeffler y Perdue, bajo fuego por cambiar su postura en otros asuntos, predeciblemente se abstuvieron de votar por completo. Pero esta votación palidece en comparación con las dificultades de los republicanos debidas a las acciones tortuosas de Trump en el recién aprobado proyecto de ley para un estímulo por el COVID-19.
El problema más grande de Trump siempre ha sido su falta de convicciones centrales o filosofía de gobierno. Como presidente, Trump se enfocó en avivar el resentimiento, amenazar e insultar en Twitter. Sus logros, como firmar una legislación para reducir impuestos y sus nombramientos judiciales, le debían mucho más al expresidente republicano de la Cámara de representantes, Paul Ryan, quien dejó el Congreso en 2019, y McConnell, de quien se espera que retome su puesto como líder de la mayoría en el Senado después de la victoria de los demócratas en las segundas vueltas de Georgia. Trump nunca estuvo cerca de cumplir sus promesas principales como remplazar el Obamacare, desarrollar mejores relaciones comerciales o hacer que México pagara su muro fronterizo.
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Este caos se vio en su totalidad con el alivio al COVID-19 y el proyecto de presupuesto que el Congreso promulgó poco antes de Navidad. Por meses, Trump no dijo nada sobre la legislación, pero al final la difirió al secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, quien negoció en nombre de su administración. Al momento de la aprobación congresista, Trump súbitamente amenazó con vetar el proyecto de presupuesto, exigiendo pagos directos más grandes (2,000 dólares en vez de 600 dólares) a los individuos. Trump luego hizo causa común con los líderes demócratas que apoyaban los pagos más grandes, de esa manera puso en riesgo a los miembros de su propio partido, incluidos Loeffler y Perdue.
No sorprende que los republicanos en la Cámara de Representantes que etiquetan de “Republicanos Solo de Nombre” a cualquiera que siquiera pronuncie un pensamiento independiente, apoyaron el aumento enorme exigido por Trump, dejando en manos de McConnell y los senadores republicanos acabar con la acción. Mientras tanto, los candidatos republicanos que competían en Georgia se vieron atrapados en el fuego cruzado. De nuevo, dieron un vuelco y apoyaron a los altos mandos, pero este fue un vuelco de más.
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El cambio de opinión de Trump parece que se debió a nada más que la furia por los senadores republicanos que habían reconocido lo obvio: que Trump perdió la elección y que Biden pronto ocuparía la Oficina Oval. Semejante mezquindad y cortedad de pensamiento son señas características del trumpismo, y junto con un cuestionamiento constante de la maquinaria electoral de Georgia, a los republicanos les costó el control del Senado.
JUGADAS DE PODER
Esta estrategia calculada de manera somera se desarrollará una y otra vez en los años por venir si la familia de Trump trata de controlar al Partido Republicano desde Mar-a-Lago. Sin embargo, esta será una tarea formidable. Un expresidente tiene una fracción del poder de uno en funciones, como pronto lo aprenderá Trump. También enfrentará un considerable peligro legal, así como desafíos financieros a su imperio de bienes raíces, y su supuesto deseo de formar una nueva compañía mediática ocupará una porción creciente de su tiempo.
A esto le podemos añadir los designios de hombres y mujeres ambiciosas, incluidos quienes presentaron sus desafíos electorales en el Senado, quienes buscarán su momento de brillar y moverse rápidamente hacia la primera fila. Esa es otra lección que aprendieron del amo. La lealtad tiene un sentido y todos son dispensables.
Bienvenidos al inicio de la votación presidencial primaria de los republicanos en 2024. N
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Frank Donatelli fungió como asistente de asuntos políticos del presidente Ronald Reagan y es expresidente adjunto del Comité Nacional Republicano. Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad el autor.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek