Columna DE TIEMPO Y CIRCUNSTANCIAS; tercera de cinco partes
DESPUÉS de Guadalupe Victoria el común denominador de la presidencia de México durante tres décadas fue que ningún presidente pudo completar su periodo de gobierno.
En 1827 se suspendió el servicio de la deuda con los ingleses y el crédito internacional se agotó, así, el gobierno tuvo que acudir a préstamos de comerciantes y agiotistas, que con intereses elevados cubrían el riesgo de incumplimiento en los pagos.
En 1829, Andrew Jackson fue electo presidente de Estados Unidos. Y su obsesión era Texas.
De modo que, conocedor de nuestras penurias económicas, instruyó a sus agentes para comprar la provincia.
El presidente era Vicente Guerrero, y el tixtleño ni de relajo estaba dispuesto a vender Texas. Guerrero se retiró del poder por un conflicto armado. Le sucedió el Gral. Anastasio Bustamante, quien atrapó y mató a Guerrero. Matar a uno de los padres de la Independencia no era poca cosa y se levantaron cargos contra Bustamante.
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Esto llevó a Santa Anna, mediante un plan que rayaba en la frontera de lo absurdo, a hacer un pacto con Gómez Pedraza para llegar a la presidencia. Pedraza, instalado en la desvergüenza, aceptó colaborar en el tropical proyecto y Antonio López de Santa Anna llegó por primera vez al poder en 1833.
La fatiga administrativa no era lo suyo, de modo que una vez armado el plan se retiró a su hacienda, en Manga de Clavo, dejando al vicepresidente, Valentín Gómez Farías, como encargado del despacho. Gómez Farías introdujo un programa liberal que escandalizó al clero, a los militares y a los intereses económicos. Como resultado, las fuerzas vivas fueron a quejarse a Manga de Clavo y Santa Anna se vio obligado a regresar a la capital y a sacar del gobierno, con artimañas, a Gómez Farías. Los agentes de Jackson regresaron con cajas destempladas a su país.
Jackson debió pensar que, si bien éramos orgullosos, también éramos obtusos y necios, pues anteponíamos al valor del dinero una dignidad nacional malentendida, maltrecha y en la ruina. Dejó la cuestión al tiempo. Conforme estos acontecimientos se desarrollaban, los estadounidenses colonizaron Texas y desplazaron poco a poco a los mexicanos. ¿Cuántas veces pudo el gobierno sacar una negociación conveniente de este episodio? Muchas, pero una desidia atávica en la toma de decisiones, aunada a la falta de coordinación en los asuntos del gobierno, impidieron que los mexicanos vieran y actuaran con claridad de miras.
A Texas lo había colonizado un nativo de Connecticut: Moses Austin, con 300 familias. La concesión se le otorgó en tiempos de la Colonia. Cuando México se independizó, el hijo de Moses, Esteban, refrendó las concesiones con el Imperio Mexicano. Cuando el Imperio se hizo República, de nuevo Esteban refrendó las concesiones.
LAS TRES ALTERNATIVAS
Una serie de conflictos en la colonia texana llevó a Austin a convocar una convención de delegados para definir las posiciones de los colonos ante el gobierno central y, entre otras cosas, el que Texas se convirtiera en un estado independiente, pero integrado a la República Federal Mexicana.
La convención texana votó por separar a Texas de Coahuila y convertirse en un estado libre y soberano de México. Con esta petición vino Austin a México, pues él era leal a la Federación Mexicana. Su lealtad obedecía, entre otras cosas, a una exención de impuestos que le habían otorgado.
Cuando Austin llegó a México Santa Anna estaba dedicado a su pasatiempo favorito: la guerra civil, y fue su gabinete el que se reunió a deliberar la propuesta de Austin. La respuesta la resumen a tres alternativas: a) se permite la constitución del Estado libre y soberano de Texas; b) se reconviene a los texanos por la fuerza a seguir perteneciendo a Coahuila, o c) se cede Texas a Estados Unidos.
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La última de estas tenía la posibilidad de sacar un tratado que beneficiara al país, que andaba a la quinta pregunta en cuestiones de dinero.
Si el gabinete hubiese visto todas las aristas del problema se hubieran percatado de que con las exenciones de impuestos Texas no producía suficientes ingresos; por otro lado, el gasto promedio era de 14,4 millones de pesos y si mantenían ese gasto los déficits fiscales serían pequeños.
Si se decantaban por la opción “c”, ceder Texas a cambio de una suma importante de dinero, se hubiera descargado la deuda nacional y, con ella, el servicio de esta. Es decir, los intereses a pagar. Esto hubiera permitido encarrilar al país y ordenar la política. Además, si hubiesen prestado la debida atención se hubieran dado cuenta de cómo estaban las cosas, lo de Texas era una causa perdida, pues el gobierno de México había ofrecido concesiones a los habitantes del centro y del norte para poblar Texas. Incluso se pensó en traer españoles para poblar el territorio que solo podría mantenerse si se llenaba de habitantes católicos y de habla hispana, pero los esfuerzos fueron vanos y los únicos que aprovecharon las concesiones fueron los colonos que en un principio trajo Austin y que luego comenzaron a llegar del vecino del norte. Pero el gabinete no reparó en esos detalles y se decantó por el inciso “a”, permitiendo constituir el Estado de Texas en la República Mexicana. Esto se le comunicó a Austin.
Cumplida su encomienda, Austin regresó a Texas, pero Valentín Gómez Farías lo mandó atrapar en Saltillo. Tras un juicio de seis meses, Austin salió de la cárcel. En diciembre de 1835 regresó a Texas, convencido de que lo mejor para su colonia era anexionarse a Estados Unidos.
EGOLATRÍA Y TEMPERAMENTO
La siguiente convención declaró la independencia de Texas como república soberana y Antonio López de Santa Anna, quien descuidó las negociaciones con los estadounidenses y no le dio importancia ni a Austin, ni a sus peticiones, ni a su prisión, puso el grito en el cielo.
El Congreso y Santa Anna ahora se decantaron por la segunda opción, meter a Texas en cintura por la fuerza de las armas; pues la venta, habiéndose declarado independiente Texas, era imposible.
No había un solo peso en las arcas nacionales y Santa Anna partió con su ejército y sin dinero a San Luis. Ahí consiguió un préstamo de 400,000 pesos que le sirvieron para llegar a la orilla de Texas. Después de muchas penurias llegó a San Antonio y con 6,000 hombres masacró en El Álamo a un puñado de 200 texanos. Mandó a sus generales a continuar la campaña y las poblaciones terminaron vacías y sin oponerse, pues sabedores del episodio de El Álamo, los pobladores huyeron e incendiaron los pueblos antes de caer en manos mexicanas.
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Así llegó a San Jacinto, donde las fuerzas de Houston lo esperaban. El Gral. Cos se unió a él con refuerzos, pero los soldados estaban hambrientos y en vigilia. Cos pidió un respiro para la tropa. Santa Anna lo concedió. Era una concesión adecuada en el momento y el lugar más inadecuados. La tropa comió y cayó, agotada por el cansancio, en un sueño profundo con el enemigo tocando a la puerta.
Los texanos cayeron sobre los mexicanos y apresaron a Santa Anna, quien sin perder una sola batalla perdió la guerra.
Santa Anna quedó preso de los estadounidenes y Jackson pidió que lo llevaran a Washington para entrevistarse con él. Antonio de Padua narró en sus memorias que en esa entrevista Jackson le ofreció el pago de 6 millones de pesos por la provincia de Texas, pero que él no los aceptó, y si el yanqui en la derrota ofrecía 6 millones de pesos, es presumible que, al principio, antes de partirle la mandarina a Santa Anna, ofreciera mucho más. Y si por otro lado sumamos a esto el costo de la guerra texana, que fue de 17 millones de pesos, es razonable suponer que el erario mexicano pudo negociar algo conveniente para los dos estados y, además, sanear la tesorería nacional.
El resultado de esto fue que en el decenio 35-45 los gastos se fueron al doble del decenio anterior, promediando 26 millones de pesos. Un estadista juicioso jamás se hubiera embarcado en aventura semejante, pero Antonio López de Santa Anna era un ególatra, temperamental e irreflexivo que embarcó al país en una guerra perdida. Persiguiendo la gloria personal, alcanzó la deshonra.
Su imprudencia nos dejó como al perro de las dos tortas: sin territorio y sin dinero.
VAGÓN DE CABÚS
El premio Princesa de Asturias, de Comunicación y Humanidades, se le otorgó a la FIL Guadalajara y fue Raúl Padilla quien lo recibió. De su discurso de aceptación me permito transcribir el siguiente fragmento:
“Nuestra Feria es una empresa cultural pública, creada y sostenida por la Universidad de Guadalajara. Esta fórmula parece un error para quienes desean que la suerte del libro se deje entera en manos del mercado, pero también a los gobiernos que creen que la cultura es prescindible y que los libros, la ciencia, la educación, deben sacrificarse por otros ideales. Nuestra Feria ha querido mostrar, por el contrario, que la cultura es una inversión, nunca un gasto. Y que el desarrollo es ilusorio si se descuida el capital humano y cultural”.
Vaya desde aquí una enhorabuena a la FIL Guadalajara. N
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Salvador Casanova es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.