Por qué el Colegio Electoral es malo para la democracia y qué debería reemplazarlo.
Muchos estadounidenses piensan que su presidente es elegido por decisión de la mayoría, pero en realidad, el Colegio Electoral, que es el mecanismo por el cual el presidente es elegido formalmente, no es, en definitiva, un sistema de votación individual. De hecho, en dos de las últimas cinco elecciones presidenciales, ha ganado el candidato que perdió el voto popular, lo que ha hecho que los votantes estadounidenses se sientan cada vez más alejados de su derecho al voto.
Este sistema, frecuentemente juzgado, es objeto de renovadas críticas por parte de Jesse Wegman, miembro del consejo editorial de The New York Times, en este extracto de su nuevo libro, Let the People Pick the President (Que el pueblo elija a su presidente), en el que propone una alternativa que haría que cada voto ciudadano importara, un tema cada vez más relevante conforme nos acercamos a la elección presidencial de 2020.
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Nuestra nación fue concebida a partir de la audaz idea de la igualdad humana, la cual cambió al mundo. Y aunque nació en medio del prejuicio, la desconfianza y la exclusión, con el paso del tiempo esos principios, de manera lenta pero segura, han hallado su expresión.
Esta evolución nos ha llevado hasta un punto en el que, actualmente, todos los estadounidenses tienen todas las expectativas de las personas que viven en una democracia moderna: somos políticamente iguales, y nuestras elecciones son decididas por la regla de la mayoría.
Sin embargo, el Colegio Electoral viola los principios democráticos más fundamentales de la igualdad política y del gobierno de la mayoría. Si bien no todos podemos ser elegibles para postularnos como presidentes, no todos nuestros votos cuentan de la misma manera, y el candidato que obtiene el mayor número de votos puede ser derrotado.
Por ello, si el arco de la historia estadounidense se inclina hacia una mayor igualdad, mayor participación y mayor democracia, entonces el voto popular nacional es el único punto relevante de ese arco. El Colegio Electoral es el obstáculo final para eliminar las imperfecciones y desigualdades innatas de la fundación de esta nación. Y podemos hacer algo al respecto.
PERO ¿QUÉ EXACTAMENTE?
Desde que se presentó la primera propuesta de enmienda al Colegio Electoral, en 1797, ha habido más de 700 intentos de reformarlo o abolirlo, más que cualquier otra disposición constitucional. Solo uno de esos intentos tuvo éxito: la 12ª Enmienda fue ratificada en 1804 para corregir una falla técnica del diseño del Colegio, pero dejó intacto todo lo demás.
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Un intento de enmienda para reemplazar el Colegio con un voto popular nacional, realizado en la década de 1960, estuvo muy cerca. Fue aprobado por la Cámara y estuvo extraordinariamente cerca en el Senado, antes de sufrir un bloqueo por parte de obstruccionistas, a pesar de tener el apoyo del presidente Richard Nixon y de 80 por ciento de los estadounidenses. Especialmente después de ese fallido esfuerzo, cuando la política estadounidense estaba mucho menos polarizada que en la actualidad, y no había una simple división partidista con respecto al tema, resulta claro que una enmienda constitucional no está en puerta. Sin embargo, podría haber otra manera.
UN PACTO ENTRE ESTADOS
Se denomina Pacto Interestatal por el Voto Popular Nacional, y es un acuerdo entre estados para asignar a todos sus electores al ganador del voto popular nacional, en lugar de asignárselos al ganador del voto a escala estatal. El pacto entrará en vigor cuando se unan estados que representen a la mayoría de los votos electorales, es decir, 270, garantizando así que el candidato que obtenga el mayor número de votos se convierta en presidente.
Lo ingenioso del pacto es que no toca la Constitución. Su objetivo es la regla de que el ganador estatal se queda con todo. Actualmente en uso en 48 estados (con excepción de Maine y Nebraska), esta es la regla que convierte en presidentes a los perdedores del voto popular. Incentiva a las campañas presidenciales a ignorar a más de 100 millones de votantes estadounidenses que viven en estados no competitivos, convirtiendo lo que debería ser una contienda electoral nacional en una serie de enconadas disputas hiperlocales. Esta regla concentra casi todos los gastos y las propuestas políticas de las campañas en unos cuantos estados en disputa, donde incluso un pequeño cambio en la votación puede darle el premio gordo a una u otra facción.
¿Y qué hay de ese conocido mapa rojo y azul con el que nos obsesionamos cada cuatro años? No es más que una representación visual de la regla en la que el ganador estatal se queda con todo, en el que cada estado es marcado como demócrata o republicano, sin importar cuántos votantes del partido contrario emitieron su voto en ese lugar.
Esto es malo para la democracia y debería preocupar a todos los estadounidenses sin importar dónde viven o a qué partido político apoyen. En contraste, cuando los candidatos saben que todos los votos son iguales y que necesitan la mayoría de ellos para ganar, se ven obligados a buscar el apoyo de todos los estadounidenses y a crear políticas que resulten atractivas para tantas personas como sea posible.
El pacto por el voto popular fue puesto en marcha en 2006, y al año siguiente, Maryland se incorporó como su primer miembro. Hasta octubre de 2019, se habían unido ya 15 estados y el Distrito de Columbia, que en total representan 196 votos electorales; con 74 más, el pacto entraría en efecto. Hasta ahora, solo se han unido estados de mayoría demócrata, y aunque la elección de 2016 constituyó un importante contratiempo para los esfuerzos de reclutar a estados gobernados por republicanos, los legisladores de ambos partidos en todo el país siguen apoyándolo, y varias cámaras dirigidas por republicanos lo han aprobado en cuatro estados.
Los críticos del pacto lo consideran como un intento de “evadir” la Constitución. Es verdad que los creadores de la Constitución nunca mencionaron nada parecido a un pacto de voto popular. Tampoco mencionaron la regla de que el ganador se queda con todo, pero esto no impidió que la mayoría de los estados la adoptaran rápidamente para beneficiarse a ellos mismos. Ese es el objetivo principal del pacto: los constituyentes dieron a los estados un control casi total sobre cómo distribuir a sus electores.
¿POR QUÉ AHORA?
Actualmente, después de que el perdedor del voto popular obtuvo la presidencia en dos de las últimas cinco elecciones (en los años 2000 y 2016), se trata de un tema de preocupación inmediata para millones de estadounidenses.
Si realmente pensáramos que el Colegio Electoral fuera la mejor manera de elegir a un presidente, no habríamos tratado de reformarlo o abolirlo más de 700 veces. No habríamos expresado un apoyo constante y abrumador por el voto popular, como ha sido desde que se comenzó a preguntar sobre esta cuestión en la década de 1940.
Y Donald Trump no habría tuiteado, como lo hizo en la noche de la elección de 2012, cuando por un momento parecía que su candidato Mitt Romney, podría ganar el voto popular pero perder la presidencia, “El colegio electoral es un desastre para la democracia”. (Continuó ese tuit con otro que posteriormente borró: “Más votos equivalen a una derrota… ¡Revolución!”)
Es simple: desde la época de los fundadores de la patria, los estadounidenses hemos considerado al gobierno de la mayoría como la principal guía de nuestro sistema político. Esa es la forma en que realizamos todas las elecciones del país, excepto la más importante de todas.
Entonces, ¿por qué ha sobrevivido el colegio? Más que nada, porque un partido u otro, y en ocasiones ambos, piensan que les da una ventaja sistemática. Como lo dijo el científico político James MacGregor Burns en 1963, “el Colegio Electoral no es solo un procedimiento electoral técnico. Está imbuido en la política; influye en el equilibrio de partidos, en el poder de los grupos de interés, en la fuerza de las ideologías, en el destino de los políticos. Por esa razón no se le puede considerar independientemente del contexto político en el que funciona. Es parte de todo el sistema solar de nuestro gobierno, y cualquier esfuerzo para modificarlo perturbará a todo el sistema”.
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Sin embargo, también es cierto que el país no puede tolerar por mucho tiempo más los efectos del Colegio según la regla de que el ganador se queda con todo. Los expertos suelen desestimar las elecciones de 2000 y 2016 como anomalías, sin embargo, lo que resulta notable no es que una separación entre el Colegio Electoral y el voto popular haya ocurrido dos veces en las últimas dos décadas, sino que no haya ocurrido con mucha mayor frecuencia. En otras 16 elecciones, un cambio de 75,000 votos o menos en estados clave, tan solo un poco menos que el margen total de victoria de Trump en Pensilvania, Michigan y Wisconsin habría convertido en presidente al perdedor del voto popular. En seis ocasiones, un cambio de menos de 10,000 votos pudo haber hecho lo mismo.
Las posibilidades de un empate no han hecho más que crecer mientras el país se polariza cada vez más, y los márgenes extremadamente estrechos en las votaciones se convierten en la norma. En dos estudios recientes se encontró que, en una elección decidida por un margen de voto popular de 2 por ciento o menos (aproximadamente 2.6 millones de votos), hay una posibilidad en tres de que el triunfador del Colegio Electoral sea el perdedor del voto popular.
Al mismo tiempo, vemos un cambio entre la nueva generación de votantes, los millones de adolescentes que ahora se incorporan al electorado estadounidense, todos ellos, nacidos mucho tiempo después de que la Constitución fuera enmendada para garantizar su derecho al voto al cumplir los 18 años. Ellos creen en la legitimidad del proceso democrático. Pensemos en los estudiantes de la Secundaria Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida, que transformaron el inconmensurable trauma que sufrieron en un movimiento nacional a favor del cambio político. Están totalmente identificados con la idea de la ciudadanía democrática activa y quieren que sus pares también lo estén. ¿Cómo se sentirán esos estudiantes cuando se den cuenta de que su voto en la elección presidencial no importa, simplemente porque se mudaron a California, Texas, Carolina del Sur, Nueva York o a cualquier otro estado no competitivo?
Por esta razón, no es de sorprender que, en 2020, el futuro del Colegio Electoral sea un tema vivo en la contienda presidencial. Alrededor de una docena de los candidatos demócratas originales pidieron abolirlo y reemplazarlo con un voto popular nacional. El mismo presidente Trump ha estado de acuerdo, al menos en teoría. “Preferiría tener una elección popular”, dijo en 2018. “Para mí, es mucho más fácil ganar el voto popular”.
LA MAYORÍA DEBE GOBERNAR
Hace más de medio siglo, cuando Estados Unidos estaba inmerso en un profundo debate sobre el alcance total de su democracia, la Suprema Corte escribió: “No se puede hacer que el peso del voto de un ciudadano dependa del lugar en el que vive”. Y, sin embargo, bajo el dominio del Colegio Electoral, donde el ganador se queda con todo, esto es así. En 2000, 537 votos en Florida tuvieron más peso que 537,000 votos en el resto del país. En 2016, menos de 78,000 votos en tres estados del Oeste Medio contaron más que 3 millones de votos en el resto del país.
¿Acaso no sería emocionante ir a las casillas sabiendo que tu voto contará tanto como el de cualquier otra persona, sin importar dónde vives? ¿Acaso no es emocionante pensar en candidatos que compiten por todas partes para lograr votos, en partidos que calibran sus plataformas para atraer a todos los estadounidenses, en lugar de limitarse únicamente a los intereses de unos cuantos electorados identificados y localizados en unos cuantos estados en disputa? En realidad, Estados Unidos es un gran campo de batalla, y las personas que quieren dirigirlo deberían tratarlo de esa manera.
Todos conocemos las famosas palabras iniciales del preámbulo de la Constitución: “Nosotros, el pueblo de Estados Unidos…”. Lo que la mayoría de la gente no sabe es que esas palabras no se encontraban en el primer borrador. En su forma original, el preámbulo decía: “Nosotros, el pueblo de Nueva Hampshire, Massachusetts, Rhode-Island…”, etcétera, hasta los últimos días de la convención, cuando el gobernador Morris, delegado de Pensilvania, cambió las palabras, utilizando las que conocemos hoy en día. El objetivo era hacer énfasis en que, por encima de todo, los constituyentes estaban creando una nación única e indivisible.
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Extracto de Let the People Pick the President (Que el pueblo elija al presidente). Copyright © 2020 por Jesse Wegman y reproducido con autorización de St. Martin’s Press.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek