Al caminar por el gimnasio de un centro de alcance comunitario local en Choloma, Honduras, Josué Betancourt, de 25 años, se acuerda de días más felices, cuando solía venir a ejercitarse aquí con sus amigos.
“Ya sabes, solía estar más musculoso que él”, sonríe Betancourt, señalando a uno de sus acompañantes cercanos, Cristian Pérez, de 19 años. “Pero como en realidad no estoy comiendo ahora, no puedo levantar pesas realmente”.
Junto a Pérez —un joven alto con una complexión fornida—, las mejillas demacradas de Betancourt y su complexión angular resaltan. No es difícil creerle cuando dice que a veces pasa días sin comer.
“Ambos hemos pasado más de dos días sin comer a veces”, dice Betancourt. “Es duro… pero al mismo tiempo, es una experiencia que te ayuda a ganar fuerza. Así es como lo veo”.
Pero el tipo de fuerza del que habla el joven de 25 años no puede ser pesada o medida por ninguna escala. Se construye a través del tipo de adversidad que les es demasiado familiar a Betancourt y Pérez.
Para ambos, tratar de construirse una vida en la tercera ciudad más grande de Honduras es una lucha constante. Las oportunidades de empleo en Choloma son contadas. Fuera de la municipalidad, es todavía más difícil ser contratado cuando los empleadores descubren de dónde provienes.
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Escenario de violencia
Dicho sencillamente, dice Héctor Espinal, portavoz de UNICEF Honduras, a Newsweek, Choloma ha sido el “escenario de algunas de las masacres más violentas del país”.
Una de dichas masacres sucedió en marzo, calle arriba del centro de alcance. Un grupo de jóvenes, incluidos adolescentes tan jóvenes como 14 años, fue acribillado en la calle.
Los familiares de las víctimas han acusado a la policía militar hondureña de estar detrás del tiroteo masivo, pero, dice Espinal, no tienen cómo demostrarlo. Hasta ahora, se ha hecho poco para investigar lo que en verdad sucedió ese día.
Mientras tanto, algunas de las pandillas más tristemente célebres del mundo controlan la calles de Choloma, con las facciones rivales “Mara Salvatrucha”, o MS-13, y “Barrio 18”, o la pandilla de la 18th Street, luchando por el control en toda la municipalidad, con poco más que un trozo de pavimento separando sus territorios.
Con las pandillas dirigiendo las calles y una amplia corrupción en la policía, los asesinatos brutales abundan con impunidad. Esto a pesar de la amplia cobertura en los medios de comunicación locales, donde las imágenes gráficas abarcan toda la pantalla de televisión casi a diario. Con la reputación oscura que pende sobre la ciudad, el solo decirle a un empleador que eres de Choloma puede costarte el empleo, dice Betancourt.
“Estas compañías nos discriminan por el lugar del que provenimos”, explica él. “Entonces, no podemos trabajar en compañías lejos de este barrio a causa de ello”.
Espinal dice saber que esto es cierto. “Hemos sabido esto por un tiempo”, comenta él. “Si vas a las fábricas clandestinas, a las zonas económicas, y dices que eres de cierta área, como Choloma, no vas a encontrar trabajo”.
“Eso, o si te ven con pantalones o una camisa que pudieran sugerir que eres parte de una pandilla, o si tienes un tatuaje, eso es suficiente para que no te den empleo”, añade Espinal.
“Preferiría simplemente salir corriendo”
Aun cuando los empleadores son menos proclives a reclutar jóvenes de Choloma, las pandillas no tienen tales reservas.
“Antes, solían ser principalmente personas ya grandes los que pertenecían a las pandillas. Ahora es a los jóvenes a los que quieren”, dice Pérez. “A varios de mis amigos les han pedido que se unan y luego ellos también me lo pidieron. En vez de esperar a que la gente me obligue a unirme, preferiría simplemente salir corriendo”.
Y así, en enero, tras batallar por encontrar empleo y luchando para mantener a raya la presión de unirse a una de las pandillas de Choloma, Pérez y Betancourt trataron de hacer precisamente eso, siguiendo los pasos de miles que trataron de hacer la travesía a menudo traicionera hasta la frontera estadounidense con la esperanza de construirse un futuro mejor.
“Al principio, todo iba bien”, dice Betancourt sobre la aventura. “Pasamos a través de Guatemala y no hubo problema”.
Sin embargo, en cuanto entraron a México, “desde el principio, había peligro”.
“Cuatro o cinco veces tuvimos que saltar del tren y correr… y luego a veces veíamos a esta gente, no sé si eran pandillas o qué, pero sabíamos que teníamos que correrles”, dice él.
La travesía duró dos meses, cuenta Pérez. Cuánto dura, añade él, “depende de si tienes dinero o no. No teníamos dinero, así que peleábamos para abrirnos camino. Fue difícil y riesgoso y siempre estábamos hambrientos y no había dónde dormir”.
En cuanto los dos amigos llegaron a la frontera estadounidense, un joven en México les ayudó a cruzar el río Bravo, donde se vieron cara a cara con la Patrulla Fronteriza estadounidense después de casi lograr evadir un puesto de control inmigratorio.
“Lo vimos, así que tratamos de darle vuelta… pero nos atraparon de todas formas”, dice Pérez.
Los jóvenes estuvieron cautivos en las tristemente célebres hieleras de la agencia de Aduanas y Protección Fronteriza, las celdas frías y abarrotadas usadas para custodiar a los migrantes aprehendidos en la frontera, por lo menos 72 horas, continúa él.
“Solo con la cantidad de gente allí presa, no puedes dormir en realidad. Es incómodo”, se une Betancourt.
“Esa no fue una experiencia agradable. No lo disfrutamos”, dice Pérez.
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“No tenemos más opción que irnos de nuevo”
Mientras que el joven de 19 años fue deportado después de pasar por lo menos siete días en custodia federal, Betancourt estuvo cautivo por lo menos dos semanas, aunque no sabe por qué.
Sin embargo, lo que sí sabe es que no pasará mucho tiempo antes de que él y Pérez traten de llegar otra vez a la frontera estadounidense.
“Queremos irnos de nuevo porque no podemos hallar trabajo. No tenemos más opción que irnos de nuevo”, dice él.
Al preguntarle si las medidas enérgicas del presidente Donald Trump en la frontera le preocupan, él dice que no. De hecho, él piensa que “es la cosa más absurda jamás”.
“En cierta forma”, dice Betancourt, “Trump está en lo correcto porque simplemente hay demasiada gente tratando de llegar a Estados Unidos. Pero ¿dónde estaría Estados Unidos sin los latinos?”.
“La política de cerrarles las puertas a los migrantes dejará al país sin manos trabajadoras y una fuerza laboral y, ya sabes, la paga no es mucho dinero, pero para nosotros es muchísimo”, dice él.
Si quedarse en Honduras fuera una opción viable, dice Betancourt, “no habría razón para irse”.
“Es un país hermoso”, dice él. Pero un ciclo constante de pobreza, violencia y corrupción hace que la posibilidad de construir un futuro aquí se sienta imposible.
“He estado por todo el país y hay mucha belleza”, continúa él. “Pero para un estadounidense que quisiera vivir aquí, sería difícil. Vivir aquí simplemente no es una buena idea”.