Con 160 horas de estudio equivalentes a seis meses, jóvenes retornados a México buscan salir adelante convirtiéndose en docentes para dar clases de inglés en escuelas públicas y privadas.
Michelle se fue de México para vivir en Estados Unidos cuando tenía cinco años. “Mi mamá me llevó a Oklahoma, California, con una tía que se fue antes y se casó con un ciudadano. El plan de mi madre era ir por unos años, pero nos quedamos mucho tiempo más”.
Cuando cumplió 27 años fue deportada. Por cinco años no pudo ver a su hijo, quien se quedó allá. Las opciones eran pocas para ella o su familia.
Con preparatoria terminada, en Estados Unidos, sabía que era complicado entrar en una universidad pública en México, y pagar por una particular no era una opción.
“Me sentí desesperada, frustrada, y la matrícula tan cara”, dice.
Con el tema de los dreamers (personas que buscan el “sueño americano”) en el ojo publico, Michelle se acercó a organizaciones civiles que los apoyan y ahora es maestra de inglés en México.
“Se me facilita enseñar inglés. Me encanta hacerlo. El año pasado conocí organizaciones que, gracias a ellas, sé de otros dreamers in action. Por medio de ellos supe de este programa [de docencia]”, dice, sonriente.
Michelle Ramírez es una joven dreamer de 32 años, radicada en Ciudad de México, que forma parte de la segunda generación del programa “Docentes en inglés”, que patrocina la Fundación SM.
“MI SUEÑO ES SEGUIR ESTUDIANDO”
Yiovani Díaz tiene 28 años y regresó a México en 2015, después de radicar en Atlanta, Georgia.
Actualmente vive en su rancho, como él lo llama, en San Luis Potosí. En dos ocasiones se fue a Estados Unidos, y ahora vive con su mamá y hermanos.
“Crecí en un rancho. Crecí con zapatos rotos y después me fui a Estados Unidos, donde crucé el Río Grande, llegué a Texas, y de ahí a Georgia por 16 años. Viví con una familia americana en un suburbio muy bonito”.
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En Georgia, Yiovani trabajó en cadenas como Costco y McDonalds, pero también fue activista por la lucha de los derechos de hijos de migrantes en Estados Unidos. Lo arrestaron en tres ocasiones por participar en las protestas y formó parte de la Convención Democrática cuando Barack Obama era presidente de ese país.
Su activismo surgió tras ver en un video el momento en que un mexicano cruza el Río Bravo y es golpeado por autoridades migratorias. “Lloré cuando estaba viendo el video y pensé que eso no estaba bien, yo era indocumentado, mi mamá también era indocumentada, y decidí luchar por algo”, cuenta.
Para Yiovani, de alguna manera sí ganaron con el DACA (Deferred Action for Childhood Arrivals), que en español se lee como la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, y eso fue porque “los jóvenes como nosotros ocupamos las oficinas de Obama. Le pedimos algo y nos lo dio. Nosotros ganamos”.
Yiovani cursó hasta la preparatoria (o High School) en Estados Unidos, pero no pudo cursar la universidad por la falta de papeles.
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En México, actualmente forma parte de la tercera generación de maestros de inglés de la Fundación SM.
“Mi sueño es seguir estudiando, seguir peleando por los derechos humanos. Quiero crecer y hacer algo en mi país para no tener que migrar. Quiero hacer un mundo mejor desde mi propio lugar”, dice.
Ahora, gracias a su nuevo trabajo, ve la oportunidad de retomar su vida, le entusiasma dar clases en una escuela, y piensa abrir una casa para migrantes en San Luis Potosí.
“ME ESTOY REINVENTANDO”
Jesús Miranda Ortiz, de 37 años, es originario de Ciudad de México. Se fue a los 19 años a Estados Unidos para trabajar y mejorar su calidad de vida.
Cuando intentó ingresar en la Universidad Técnica para cursar ingeniería en sistemas no lo aceptaron por no tener seguro social, y si deseaba ingresar debía pagar una colegiatura muy alta para él.
“Una colegiatura es de 6,000 dólares el semestre”, expone.
En 2012 tuvo un problema legal y peleó el caso, pero al final lo deportaron. Le permitieron abandonar el país de forma voluntaria. Volvió solo a México, su familia tuvo que quedarse atrás.
Jesús tiene una hija de 16 años y un hijo de diez. Cuando lo deportaron su esposa estaba embarazada.
A finales de 2018 pudo conocer a su hija Victoria, tras la visita que su familia realizó a México y cuando pasaron cinco semanas juntos.
El proceso de retorno a CDMX por el que atravesó Jesús no fue fácil. Durante las tres primeras semanas en que llegó no salió de su casa. No quería enfrentar la situación y extrañaba a su familia. “Fue un tiempo de reflexión y recuerdos”.
Sus ganas de salir adelante y resolver su situación migratoria le dieron fuerza para continuar su lucha desde México. En ese proceso conoció el programa de docentes de inglés a través de Other Dreamers in Action (ODA). El trabajo de esta asociación es ayudar y acompañar a los migrantes para que no sientan que son los únicos que pasan por este proceso.
“Nunca pensé hacer algo como maestro. Me estoy reinventando porque lo que hacía en Estados Unidos era renovación y mantenimiento de casas antiguas. La enseñanza se me da y ahora esta oportunidad puedo aplicar en una plaza de maestro y mostrar mi certificado”.
LA CERTIFICACIÓN
Desde hace dos años la Fundación SM, en alianza con la Universidad de Dayton, en Estados Unidos, cuenta con el programa de aprendizaje y tácticas en la enseñanza del idioma inglés. El objetivo es que los dreamers retornados a México vean en la docencia una oportunidad para salir adelante y dar clases en escuelas públicas y privadas de México.
La suspensión del proyecto DACA provocó que ambas instituciones trabajasen en conjunto para crear un programa que beneficie a los jóvenes que llegaron a Estados Unidos, porque son niños o adolescentes que crecieron y estudiaron allá, pero repentinamente se encontraron en un escenario de deportaciones masivas. Empero, tienen el manejo del idioma inglés y cuentan con bachillerato.
Apenas en el pasado mes de agosto ingresó la tercera generación de estos maestros para obtener su capacitación.
Ellos (como las dos generaciones anteriores) estudiarán a distancia durante seis meses. El curso termina en febrero de 2020 y cada generación se compone por 15 estudiantes.
De la primera generación solo se graduó 53 por ciento y ocho se certificaron. En la segunda generación, 80 por ciento aprobó el curso, 11 se graduaron y, de estos, nueve se certificaron y dos más lo harán con la tercera generación.
“Este es un programa que tiene este doble beneficio; por un lado, abrir horizontes para estos jóvenes, que puedan insertarse con mejores y mayores herramientas en el mercado laboral y, por otro lado, beneficiar a las escuelas con maestros bien calificados”, afirma Cecilia Espinosa, de la Fundación SM.