Los cristianos evangélicos de raza blanca han demostrado ser la base de apoyo más confiable del presidente estadounidense Donald Trump. Sin embargo, no todos sus líderes están de acuerdo con él. Russell D. Moore, pastor y escritor, además de presidir la Comisión de Ética y Libertad Religiosa, que es la rama de política pública de la Convención Bautista del Sur, que cuenta con más de 15 millones de miembros, rehusó apoyar a Trump en 2016.
“El lenguaje virulento, y con frecuencia racista y sexista de Trump acerca de los migrantes, las mujeres, los discapacitados y otros grupos debe preocupar a todo individuo que crea que todas las personas, y no solo los ‘ganadores’ del momento, son creadas a imagen y semejanza de Dios”, escribió aquel año en el diario National Review.
Su oposición manifiesta le hizo acreedor a un tuit de Trump, en el que el entonces futuro presidente lo calificó como “un tipo repugnante y sin corazón”.
Moore, de 47 años, se ha congraciado con otros bautistas del sur que apoyan al presidente, pero sigue siendo una de las pocas voces anti-Trump entre los líderes cristianos evangélicos. Además de ser un prolífico escritor y orador que nació y creció en Biloxi, Misisipi, ha denunciado continuamente al racismo, al que califica como “satanismo”.
En 2017, impulsó una resolución en la Convención Bautista Sureña (SBC, por sus siglas en inglés), en la que condenaba al nacionalismo blanco, y ha dicho que la bandera confederada “no puede coexistir” con la cruz cristiana. Antes de convertirse en ministro religioso, Moore fue asesor de Gene Taylor, representante demócrata de Misisipi.
Hace unos días habló con Newsweek sobre temas que van desde Estados Unidos como una nación cristiana, el racismo y el discurso de odio antes de la más reciente diatriba de Trump contra la ciudad de Baltimore y sus ciudadanos, hasta la comunidad evangélica como una fuerza política. Estos son algunos extractos.
—Usted ha dejado de trabajar en su proyecto de escritura de verano para hablar con nosotros. ¿En qué está trabajando ahora?
—Es un libro sobre la valentía, porque encuentro que una de las principales preguntas que me hacen se relaciona con el miedo. Y con enfrentar el miedo y la ansiedad, tanto en relación con las presiones culturales como con aspectos personales y familiares. Pienso que existe una razón por la que uno de los mandamientos que aparecen más veces en las Escrituras es “no temáis”. Se trata de una palabra relevante para nuestro tiempo.
—¿Qué provoca más temor y ansiedad? ¿En qué se diferencia esta era de, digamos, la Guerra Fría, donde la posibilidad de la guerra nuclear se alzaba frente a nosotros?
—Pienso que el miedo es una condición universal. En ese sentido, no creo que sea nueva. Y usted tiene razón, siempre han existido esos momentos. Recuerdo que, cuando era niño, vi películas como Red Dawn (Amenaza roja) y The Day After (Un día después) sobre el inminente holocausto nuclear. Pienso que, ahora mismo, existe un tipo distinto de miedo que se relaciona con el temor a la desconexión. Pienso que la soledad que vemos a nuestro alrededor aumenta la sensación de sentirnos bajo asedio. Y pienso que esa es una de las razones por las que vemos este impulso hacia la mentalidad de manada en las redes sociales. Las personas encuentran digitalmente una sensación de pertenencia porque no pueden hallarla de manera personal. Y ello suele manifestarse en términos de indignación y no de intimidad.
—Mencionó una sensación de pertenencia. ¿Acaso no se supone que la Iglesia sea un lugar al que las personas sienten que pertenecen?
—Bueno, han ocurrido varias cosas. Yo distinguiría entre la Iglesia cristiana como surgió originalmente en el Imperio Romano del siglo I de nuestra era, y lo que tenderíamos a pensar en la actualidad cuando pensamos en una iglesia. La iglesia temprana no tenía ninguna distinción cultural en el mundo que le rodeaba. Pero formaron una comunidad real que trascendió todo tipo de líneas divisorias. Lo que vemos en la vida estadounidense es una naturaleza cambiante de la Iglesia que no creo que sea totalmente mala. Durante un largo tiempo, en la vida de Estados Unidos uno tenía que pertenecer a una iglesia, al menos nominalmente, para ser visto como una buena persona. Eso ha cambiado.
—Escuchamos a muchos cristianos evangélicos de raza blanca que hablan sobre cómo se sienten bajo asedio. ¿Está usted de acuerdo?
—En ocasiones, los seglares hablan de que los cristianos se sienten bajo asedio como si fuera algo ridículo y no relacionado con la realidad. Y yo digo, por supuesto, los cristianos evangélicos y los católicos romanos tradicionales, así como otras personas religiosas, se sienten así cuando hay tantos aspectos de la cultura seglar que los amenazan, calificándolos como retrógradas y fanáticos peligrosos, simplemente por aferrarse a sus profundas convicciones religiosas. Si pudiéramos volver en el tiempo hasta 1983 y dijéramos que algún día obligaríamos a las monjas a pagar por anticonceptivos, nadie lo habría creído. Habría parecido ridículo, pero ahí es exactamente donde estamos en relación con los tribunales.
https://newsweekespanol.com/2019/08/estadounidenses-enfrentan-trump-migrantes/
—Dr. Moore, usted menciona la palabra “fanáticos”. El SBC ha emprendido largas luchas contra el racismo. Hace unas semanas en Greenville, Carolina del Norte, usted vio aquel espectáculo de personas de raza blanca en un mitin de Trump coreando “Envíenla de vuelta”, refiriéndose a la representante Ilhan Omar. ¿Cómo ve usted su papel y el de la Iglesia evangélica en la lucha contra el racismo y el discurso de odio de las personas de raza blanca?
—Espero que no veamos una campaña presidencial de 2020 que sea racialmente divisoria y desagradable. Me preocupa mucho el resurgimiento del racismo y del antisemitismo en todo el mundo. Eso tampoco es nuevo, pero es nuevo en relación con la velocidad con la que puede viajar en una época de redes sociales. Para mí, el racismo no es un problema social o político. Desde mi punto de vista, el racismo es satanismo porque es la idolatría de la carne, y da una sensación de superioridad y dominio sobre otras personas. Esto se manifiesta en los movimientos neonazis de Alemania, en los memes racistas de Facebook o en las publicaciones y movimientos antisemitas de izquierda en todo el mundo. Para mí, esto es una carga especialmente pesada, ya que soy originario de Misisipi y tuve una crisis espiritual cuando tenía alrededor de 15 años, la cual tuvo mucho que ver con algo del fanatismo y el racismo que vi a mi alrededor en algunos lugares, e incluso entre algunas personas religiosas.
—¿Puede usted contarnos un poco más sobre esa experiencia con el racismo y la disminución de su fe?
—Yo veía cómo ocurrían algunas fallas morales de muy alto perfil, no solo a mi alrededor, sino en todo el mundo. Esto pudo haber sido en la década de 1980, en la época de los escándalos de los televangelistas. Lo anterior, aunado al hecho de escuchar a personas, no en mi iglesia, pero sí en mi comunidad, que afirmaban ser seguidores de Cristo y que, sin embargo, contaban chistes racistas. Yo no tenía una conciencia suficiente de la naturaleza humana como para poder ver que la Biblia nunca presenta una visión idealizada de la humanidad ni de la Iglesia. Me sentía abatido y desilusionado porque la Iglesia, en términos generales, no estaba a la altura de lo que yo creía necesitar. Pero Jesús sí lo hizo. Por ello, pienso que esa fue una lección para mí en aquel momento, sobre los límites de la naturaleza humana, pero también sobre la necesidad de la credibilidad moral en lo que respecta a la Iglesia.
—Hablando de cuando usted tenía 15 años, los millennials y la Generación Z son conocidos por preocuparse menos por estos problemas sociales, por ejemplo, el matrimonio entre personas del mismo sexo, que la comunidad evangélica como un grupo de votantes. En su opinión, ¿cómo está resultando esto?
—Yo no veo una división tan grande como quizás usted lo haría en relación con los millennials que acuden a la Iglesia. Realmente no veo una división tan grande en relación con temas del matrimonio y la familia, por ejemplo. O de la necesidad de proteger la vida humana no nacida. El problema que enfrento no se relaciona tanto con que yo encuentre que los jóvenes desean abandonar una ética cristiana bíblica tradicional con respecto a algunos de estos aspectos. Se trata más de, con frecuencia, trato con jóvenes que desean retirarse completamente de la esfera pública, lo cual no considero acertado.
—¿Cuál es su postura sobre el tema de la acción política y el hecho de que los republicanos utilicen iglesias para reunir a cristianos evangélicos de raza blanca como una fuerza política? ¿Los cristianos deberían organizarse como una fuerza política?
—Bueno, eso depende de lo que se entienda por organizarse como una fuerza política. La Iglesia no es un comité de acción política y nunca debe convertirse en un medio para lograr un fin terrenal. La iglesia tiene una visión mucho más grande que esa. Los cristianos deberían integrarse en el mundo que les rodea, incluidos sus llamados como ciudadanos. La suerte de la Iglesia no sube y baja con quien quiera que gane o pierda en la esfera política. Pero entonces me encuentro, a veces en el mismo día, predicando, por ejemplo, ante un grupo de jóvenes misioneros. E insistiendo en que uno no puede retirarse de la esfera pública y seguir amando a su prójimo. Uno tiene sus responsabilidades como ciudadano.
—Actualmente estamos en una situación en la que los cristianos evangélicos de raza blanca son extremadamente importantes para que la coalición del presidente Trump triunfe en 2020. Actúan verdaderamente como una organización política de la que depende la reelección del presidente.
—Bueno, algunos de ellos lo son, pero no pienso que la mayoría de los evangélicos, ni siquiera los evangélicos de raza blanca, ni siquiera los evangélicos que votaron por Trump, se consideren de verdad y principalmente como un electorado político. Y muchos de ellos piensan en las opciones que tienen y les preocupan algunas amenazas muy reales que enfrentan las instituciones cristianas, por ejemplo, cuando se trata de la libertad religiosa, y este es el cálculo político que han hecho como votantes. Independientemente de si estás de acuerdo o no con ello. Eso es lo que ocurre en su mente. Esto es algo muy diferente a verse a uno mismo principalmente como parte de un electorado político organizado.
—Pero la organización política es explícita. Por ejemplo, la organización Faith and Freedom (Fe y libertad) de Ralph Reed puede reunir a decenas de miles de personas muy, muy rápidamente.
—Seguro, pero pienso que existe una diferencia entre las organizaciones políticas paraeclesiásticas, de las que existen grupos en todos los electorados y con todas las ideologías de la vida estadounidense, y hablar de la Iglesia en su conjunto. Es decir, con frecuencia les digo a los periodistas seculares que, para mí, lo más frustrante es que, con frecuencia, muchas personas que no conocen realmente a muchos evangélicos nos consideran como cigarras que entran en letargo entre cada reunión del comité central del partido.
—Bien, pasemos a otro tema: tenemos el espectáculo de Jeffrey Epstein, muchas acusaciones contra el presidente por parte de mujeres y del movimiento “#Metoo”, las cuales no han sido abordadas. El SBC ha hecho frente a una oleada de acusaciones de abuso sexual. ¿Qué está haciendo usted para hacer frente al problema del abuso sexual en la Iglesia?
—Uno de los problemas más persistentes con los que tenemos que lidiar es la sensación de invulnerabilidad. Muchas iglesias y muchos cristianos han asumido que esto no podía pasar en la Iglesia. Percibo mucho menos de ese sentimiento de invulnerabilidad, y pienso que eso es bueno. Conforme las personas se informan más sobre cómo ocurre el abuso y sobre el hecho de que los perpetradores no parecen ser depredadores atemorizantes y evidentes. Utilizan mecanismos de confianza para aprovecharse de las personas. Así, hemos estado trabajando en una forma de equipar a las iglesias para la prevención y sobre qué hacer cuando el abuso ya ha ocurrido, para proceder con la denuncia y la atención a los sobrevivientes. Este otoño en Dallas invitaremos a personas de iglesias de todo el país durante varios días para capacitarse sobre cada uno de estos aspectos, en relación con las denuncias y también con el establecimiento de políticas en el ámbito de cada iglesia, en la capacitación de voluntarios y en la revisión de antecedentes.
—Dr. Moore, ¿Estados Unidos es una nación cristiana?
—Ello depende bastante de lo que se considere cristiano. Las personas utilizan la palabra “cristianos” en muchas formas diferentes. Si alguien pregunta: “¿La mayoría de las personas estadounidenses son cristianos practicantes?”, entonces la respuesta será afirmativa, desde el punto de vista sociológico. Si la pregunta es: “¿La fundación del país estuvo muy influenciada por el cristianismo en distintas formas?” Sí. Pero lo que la mayoría de las personas quiere decir es [si] Estados Unidos de América tiene una relación especial de alianza con Dios. Y mi respuesta a esta pregunta sería “no”, porque creo en la exclusividad de Jesucristo, lo que significa que las personas no llegan a Dios nación por nación, o familia por familia, o tribu por tribu. Las personas llegan a Dios una a una.
—¿Cómo se relaciona esa respuesta con los temas de inmigración y búsqueda de asilo que enfrentamos?
—Bueno, los cristianos pueden no estar de acuerdo con lo que deberían ser nuestras políticas precisas respecto a cuántos migrantes se les debe permitir la entrada cada año, a cuántos refugiados se les debe permitir la entrada cada año, exactamente cómo afrontamos los problemas de la seguridad fronteriza y qué hacer con las personas que ahora mismo están en el país sin documentos. Sobre lo que no podemos estar en desacuerdo son los migrantes mismos. La Biblia revela muy claramente que lo que enfrentamos aquí no es un problema que se deba resolver, sino personas que han sido creadas a imagen y semejanza de Dios. Y por esa razón, si bien un cristiano puede estar en desacuerdo con otro cristiano sobre cuál debe ser exactamente el proyecto de ley que se debe aprobar para afrontar el problema, un cristiano no puede participar en ataques violentos, satanización o maltratos a personas que sufren en cualquier parte del mundo.
—Hablemos un poco sobre el futuro. Se dice que usted cree en la infalibilidad de la Biblia. La Biblia fue escrita hace varios milenios, cuando aún había esclavitud y las personas morían de enfermedades que actualmente se curan fácilmente. Los humanos son casi, yo no diría como dioses, pero la medicina puede hacer algunas cosas asombrosas. Y, de manera similar, tenemos estas armas, desde las redes sociales hasta las armas nucleares que pueden destruirnos y que nunca fueron ni siquiera imaginadas por los autores de la Biblia. ¿Cómo concilia la idea de la infalibilidad con la modernidad?
—Creo que la Biblia es la palabra de Dios. Por esa razón, no creo que la Biblia sea una colección de cavilaciones humanas sobre la realidad. Creo que el espíritu de Dios trabajaba a través de escritores humanos, por lo que lo que tenemos en la Biblia es la revelación de Dios. Usted tiene razón en cuanto a que los seres humanos se sienten como dioses gracias a las tecnologías modernas. Y pienso que esa aspiración a ser como dioses ha producido una gran cantidad de sufrimiento infernal. Pienso que esto también está detrás de una parte de la profunda ansiedad y desubicación que ocurre a nuestro alrededor. Los seres humanos aspiramos a ser dioses, pero sabemos que no lo somos. Existe esta exuberancia simultánea con respecto a nuestras capacidades técnicas, mientras que, al mismo tiempo, existe este terrible miedo de que estemos perdiendo lo que significa ser humano. Y creo que, en una época de inteligencia artificial y realidad aumentada, quizá nunca haya habido una época más relevante para lo que enseñan las Escrituras sobre lo que significa ser una criatura.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek