El conjunto de las decisiones económicas, sociales y políticas adoptadas por el Presidente de la República en los pocos meses que lleva en el cargo no dejan lugar a dudas: México se encamina rápidamente hacia una forma autoritaria de gobierno monolítico, unipersonal, demagógico, clientelar, centralista, mesiánico y populista, conformando aquello que en la teoría política se conoce como un modelo de presidencialismo absolutista. Es un tipo de Cesarismo que caracteriza un sistema articulado en la autoridad suprema del jefe y sustentado en la fe ciega de sus seguidores respecto a sus capacidades personales a las que atribuyen, incluso, rasgos heroicos. El Cesarismo —establecido en la antigua Roma por el dictador perpetuo Julio César— surgió en respuesta a la crisis política de ese momento y como una alternativa para “regenerar a la sociedad” y conjurar hipotéticos peligros internos y externos. Su elemento distintivo es el culto a la personalidad del líder.
El tsunami electoral que llevó al poder a AMLO tuvo como efecto secundario la neutralización de sus opositores. Representó la constatación del fracaso del sistema de partidos tradicionales desarrollado al amparo de las sucesivas reformas electorales, pero que se alejó rápidamente de los ideales y valores que lo inspiraron en sus orígenes para involucionar hacia una serie de luchas intestinas por el poder y lo que es peor, alejándose de sus componentes ciudadanos, que alguna vez se sintieron representados por ellos. En este contexto, la democratización mexicana reclama urgentemente la formación de renovadas oposiciones políticas. Es sabido que los regímenes liberales y pluralistas necesitan de oposiciones fuertes, activas y operantes que sean, al mismo tiempo, una alternativa vigilante del actuar de quienes detentan el poder.
Diversos politólogos, como Robert Dahl, Gianfranco Pasquino o Juan Linz, afirman que existen diferentes tipos de oposiciones clasificadas como: semioposiciones y seudo-oposiciones, oposiciones legales e ilegales, así como oposiciones inermes y reales. Sostienen que las oposiciones desleales se caracterizan por un cuestionamiento permanente que deslegitima a las instituciones democráticas, que las oposiciones semileales acompañan al régimen en sus inicios y cuando son excluidas se agregan a otros partidos, y que las oposiciones leales manifiestan su compromiso indeclinable de acceder al poder solamente por medios democráticos expresando su disposición para constituir gobiernos alternativos sobre grandes consensos pluralistas. Los estudiosos advierten que cuando la oposición se diluye, se debilita el esquema democrático de los pesos y contrapesos.
La oposición mexicana no debe olvidar que representó al 47% de los ciudadanos que participaron en el último proceso electoral y que urge una oposición progresista que sea, contemporáneamente, eficaz y propositiva. Una oposición que derive de la crítica y autocrítica del viejo sistema partidocrático, que otorgue centralidad al ciudadano dándole una importancia no sólo enunciativa sino real. Una oposición social, liberal y democrática que promueva una decidida intervención pública para elevar las expectativas de vida de la población, que atienda el principal problema de nuestro tiempo que es la creación de empleos frente a un gobierno que los destruye. No existe nada que afecte más la dignidad de las personas que el desempleo. Una oposición que promueva un proyecto político capaz de interpretar las diversas demandas ciudadanas con una visión unificada —que no monolítica— de la sociedad. Una oposición con una agenda a favor de las víctimas del modelo económico gubernamental y con un proyecto político que ofrezca más y mejor democracia.
@isidrohcisneros
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