Si logramos entender las formas más básicas de la negación científica, tal vez podríamos combatirla en su totalidad. Quienes tenemos interés en la ciencia debemos impugnar la negación científica en todas sus formas. Pero hay que hacerlo de la manera correcta.
TODOS LOS DÍAS, los medios publican titulares científicos antaño impensables. Más de 700 casos de sarampión en 22 estados de la Unión Americana; debidos, en buena medida, a quienes creen que las vacunas son más dañinas que beneficiosas. A pesar de los científicos que afirman que tenemos hasta 2030 para recortar a la mitad las emisiones mundiales de carbono, con miras a reducirlas a cero en 2050, el Senado de Estados Unidos ha frenado la legislación climática porque algunos políticos partidistas siguen confundiendo el clima con las condiciones meteorológicas. Y ahora, uno de los fenómenos más increíbles que he visto en mi vida: el movimiento Flat Earth [Tierra Plana] está cobrando impulso.
Los ataques contra los principios científicos han empeorado tanto que, hace dos años, 600 ciudades de todo el mundo organizaron una “Marcha por la ciencia”. En un mitin de Boston, encontré pancartas que decían: “Conserva la calma y piensa críticamente”, “Científico extremadamente loco”, “Sin ciencia no hay Twitter”, “Es tan grave que los nerds estamos aquí”, y “Podría estar en mi laboratorio en este momento”.
Se necesita mucho para que los científicos abandonen sus laboratorios y salgan a las calles pero, ¿qué más se supone que hagan? Lo que hace especial la ciencia ya no es un asunto meramente académico. Si no la defendemos mejor –explicando qué hace y por qué sus hallazgos gozan del privilegio de credibilidad–, nos volveremos vulnerables a quienes la rechazan.
Científicos (y demás interesados) no han encontrado un medio eficaz para combatir la negación científica. En esta era de la “post-verdad” –donde leemos titulares como “Por qué los hechos no nos hacen cambiar de opinión”–, no hemos encontrado la manera de persuadir al público que rechaza las evidencias; y no solo científicas, sino en infinidad de aspectos que se sustentan en los hechos. Los científicos empíricos suelen contraatacar presentando evidencias, pero luego pierden los estribos y se niegan a responder cuando alguien rechaza sus datos o cuestiona su integridad. Es comprensible, aunque también me parece peligroso, volver la espalda y descartar a los detractores de la ciencia como individuos irracionales (aunque lo sean).
Más grave es que, cuando los hostigan por el presunto “consenso de 100 por ciento” en el calentamiento global, o por la “certeza” de que las vacunas no causan autismo, los científicos esgrimen “pruebas”. Y esto solo confirma o fomenta uno de los mitos más perniciosos sobre la ciencia: una teoría es tan válida como cualquier otra hasta que tenemos pruebas.
No podemos seguir así, ni tampoco podemos defender la ciencia limitándonos a señalar sus logros. Los “escépticos” del cambio climático conocen el milagro de la penicilina… pero, ¿qué tiene que ver eso con que la temperatura global se haya incrementado en 1998? Los filósofos científicos han dedicado el último siglo a buscar, en vano, un “criterio de demarcación” lógico y definitivo que separe la ciencia de la “no ciencia”, y la denuncie claramente como pseudociencia.
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Es mejor que dejemos de hablar de pruebas, certeza y lógica, y cambiemos el argumento a los valores científicos. Lo más distintivo de la ciencia no es la metodología, sino la actitud: la idea de que los científicos tienen tanto interés en las evidencias que están dispuestos a modificar sus opiniones con base en nuevas evidencias. Eso es lo que separa a los verdaderos científicos de sus detractores e imitadores.
Tuve oportunidad de poner a prueba mi teoría cuando asistí a la Conferencia Internacional Flat Earth (FEIC; por sus siglas en inglés), celebrada en noviembre pasado en la ciudad de Denver, Colorado. En el salón principal del Hotel y Centro de Convenciones Royal Plaza, me vi rodeado de 600 entusiastas del movimiento que se revolcaron en una orgía de conferencias y presentaciones multimedia que, supuestamente, mostraban “evidencias” de que los “globalistas” han tratado de engañarnos desde hace milenios.
El problema de los teóricos de conspiraciones es que se consideran escépticos, cuando, en realidad, son bastante crédulos.
En términos de escala de respetabilidad, los proponentes de la Tierra Plana [Flat Earthers] quedarían por debajo de los detractores del cambio climático y los antivacunas, porque son muy pocos los que creen que la Tierra es plana (aunque la cifra está aumentando, sobre todo entre los millennials).
De hecho, he conocido a muchas personas que cuestionan el aumento de la temperatura y la seguridad de las vacunas, pero se niegan a quedar en la misma categoría con quienes opinan que Pitágoras (filósofo y matemático griego que postuló que la Tierra es una esfera) fue parte de una conspiración inmensa que abarca desde pilotos y pasajeros de aviones hasta científicos de la NASA y cualquiera que afirme conocer “la verdad” sobre la forma de nuestro mundo.
Con todo, la mentalidad de todos esos grupos es sorprendentemente parecida, como confirmó mi visita a Denver. Si queremos entender la negación científica y encontrar la manera de contrarrestarla, es conveniente que vayamos a una conferencia Flat Earther.
LA NASA Y OTRAS “MENTIRAS ESPACIALES”
Primero, hay que partir de una premisa fundamental: esta gente habla en serio. Cree que la Tierra es plana no es algo que tomen a la ligera, ya que sus opiniones los han convertido en objetivos de persecución.
Hablé con muchos participantes, y todos confesaron haber creído en la Tierra esférica hasta que “despertaron” y se dieron cuenta de que había una conspiración mundial para engañarlos. Y ahora, sus mantras incluyen “Cree lo que ves”, “Haz experimentos”, “El agua está a ras”, “El espacio es ficticio”, “Un gobierno que miente sobre el 9/11 y el alunizaje mentirá sobre la Tierra plana”.
Casi todos los Flat Earthers describen su conversión como una experiencia casi religiosa, en la que un día tomaron la “píldora roja” (son fanáticos de “Matrix”) y descubrieron algo que los demás no hemos podido ver a causa del adoctrinamiento y de la educación falseada: la Tierra es plana.
Esta afirmación plantea una serie de interrogantes inmediatas: ¿En qué creen, realmente? (en que la Tierra es un disco cubierto con un domo y cuyo perímetro está delimitado por las “montañas del Antártico”). ¿Quién oculta la verdad? (el gobierno, la NASA, los pilotos de aerolíneas y otros más). ¿Quién los orilló a mentir? (“El adversario”, me dijo un hombre. “El demonio los recompensa enormemente por encubrir la verdad de Dios”). ¿Por qué hay otros que no ven esta realidad? (porque los han engañado). ¿Cuál es el beneficio de creer en una Tierra plana? (¡La verdad! Y, para muchos, es la única representación física congruente con la Biblia). ¿Qué opinan de las pruebas científicas sobre la redondez de la Tierra? (son imperfectas… de eso trata la conferencia).
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Pasar dos días asistiendo a seminarios –con títulos como “Globebusters”, “El método científico Flat Earth”, “Activismo Flat Earth”, “NASA y otras mentiras espaciales”, “14+ citas bíblicas que afirman que la Tierra es plana”, y “Cómo hablar de Flat Earth con tus parientes y amigos– es como pasar dos días en otro planeta.
Los argumentos son absurdos, pero tienen cierta complejidad y no es fácil refutarlos; sobre todo si te dejas convencer por la insistencia con que los Flat Earthers presentan sus pruebas “directas”. Por otra parte, los asistentes obtienen un reforzamiento social palpable al sentir, por fin, que están entre los suyos. Los psicólogos siempre han sabido que toda creencia tiene un elemento social; y para mí, la FIEC 2018 fue un ejercicio en presión paritaria.
Mantuve la boca cerrada y me limité a escuchar durante el primer día. Usé la tarjeta de identificación de la conferencia e hice anotaciones. Llegado el segundo día, me revelé como filósofo científico, y después de varias conversaciones, llegué a la conclusión de que Flat Earth es una extraña combinación de fundamentalismo cristiano y teoría de conspiraciones que fomenta desconfianza en los intrusos, y considera que la Tierra plana es una especie de doctrina religiosa (al menos, para algunos).
Si bien no afirmo que la mayoría de los cristianos crea en una Tierra plana, casi todos los Flat Earthers que conocí se declararon cristianos (con notables excepciones). Aunque afirmaron que la religión no refrendaba sus creencias –y se mostraron recelosos de presentarme sus “evidencias científicas”–, casi todos estaban en busca de pruebas empíricas (tanto espirituales como mundanas) que unificaran sus creencias con las de los demás. Claro está, una vez que empezaban la búsqueda, encontraban evidencias en todas partes.
La mayor parte de las presentaciones estuvo dirigida a demostrar las fallas de la evidencia “científica” sobre la Tierra global, y exponía “evidencias sólidas” de la Tierra plana. Por supuesto, casi todas violaban las normas del razonamiento empírico. ¿Pruebas selectivas? Listo. ¿Adecuar las creencias a la ideología? Listo. ¿Sesgo de confirmación? Listo. ¿Cómo pretendes convencer a alguien en semejante ambiente? Es absurdo ofrecer nuevas evidencias para persuadir a quienes han rechazado miles de años de evidencias científicas. No obstante lo que presentara, siempre tenían alguna excusa: la NASA alteró sus fotografías espaciales. Los pilotos de aerolínea son parte de una conspiración. El agua no se adhiere a una esfera giratoria.
Así que hice probé una táctica distinta. En vez de hablar de evidencias, apelé al razonamiento.
El problema de los teóricos de conspiraciones es que se consideran escépticos cuando, en realidad, son bastante crédulos. Las evidencias están sujetas a una doble moral asombrosa: ninguna evidencia basta para convencerlos de algo que no quieren creer, pero basta la más endeble de las evidencias para que acepten cualquier cosa que quieran creer. Comparemos esto con la “actitud científica”, la mentalidad flexible que nos lleva a cuestionar nuestras creencias a la luz de nuevas evidencias.
Esa fue mi ventaja.
En vez de pedirles que mostraran sus evidencias (cosa que harían de muy buena gana) o de mostrarles las mías (que, de cualquier forma, no iban a creer), pregunté: “¿Qué se necesita para convencerte de tu error?”. Esto los sorprendió.
Empecé con uno de los oradores principales justo cuando terminaba su presentación.
Aun cuando confesó que no tenía conocimiento científico alguno, vestía una bata de laboratorio porque, según explicó, le confería la autoridad que necesitaba. Entonces pregunté, ¿qué evidencia podría convencerte de que la Tierra es redonda? Respondió: “Quiero pruebas”. ¿Qué tipo de pruebas?, dije y él citó una de las “evidencias” que acababa de ofrecer en el podio: una fotografía del perfil urbano de Chicago, hecha por un “investigador” Flat Earther que se adentró 97 kilómetros en el lago Michigan. El argumento: si la Tierra fuera curva, los edificios habrían quedado por debajo del horizonte, fuera de vista.
“Un momento”, interrumpí. “Acabas de decirnos que la NASA ha usado Photoshop en cada una de sus imágenes. Y, sin embargo, ¿tú quieres que me crea esta?”.
“Sí”, respondió, “porque conozco al tipo que la hizo. Y yo mismo me adentré en el lago Michigan y reproduje la imagen desde una distancia de apenas 75 kilómetros”.
Debo reconocer algo de los Flat Earthers: saben calcular. Durante su conferencia, hice una cuenta rápida para determinar que bastaban 72 kilómetros para que el edificio más alto de Chicago desapareciera por debajo del perfil urbano. ¿Es posible que tuviera razón?
Pues no, debido a algo llamado “efecto de espejismo superior”, fenómeno físico ampliamente conocido que ocurre durante una inversión térmica: cuando el aire próximo a la superficie es más frío que el aire que está por arriba, la luz del objeto lejano se dobla un poco hacia abajo y crea la ilusión óptica de que el objeto se encuentra más cerca de la atmósfera de lo que está en realidad.
Si no defendemos mejor la ciencia, nos volveremos vulnerables a quienes la rechazan.
En suma, lo que mostraban sus imágenes era un espejismo del perfil urbano de Chicago (todos hemos visto un fenómeno similar conocido como “efecto de espejismo inferior”, el cual ocurre cuando vemos agua en el pavimento durante un día caluroso).
El hombre soltó una carcajada.
“Traté esos temas en mi conferencia”, declaró. “Son invenciones”.
“No los abordaste en tu presentación”, interpuse. “Solo dijiste que no lo creías”.
“Bueno, pues no lo creo”, replicó.
Nos rodeaba una multitud de admiradores, por lo que comenzó a volverse agresivo. Pero me quedaba una última pregunta.
“Entonces, ¿por qué no te adentraste 160 kilómetros?”, dije.
“¿Qué?”.
“Ciento sesenta kilómetros. Si te hubieras alejado a esa distancia, la ciudad no solo habría desaparecido, sino también el espejismo. De haberlo hecho, tendrías la prueba que buscas”.
El hombre negó con la cabeza. “No pude convencer al capitán del barco para que se adentrara tanto”.
Era mi oportunidad para burlarme.
“¿Cómo es posible? Has dedicado tu vida a este trabajo, ¿y no llegaste hasta allá? Tenías el experimento decisivo al alcance de tu mano, ¿y no pudiste adentrarte otros 90 kilómetros?”.
Me volvió la espalda y se puso a conversar con otra persona.
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¿DEBEN PREOCUPARNOS LOS FLAT EARTHERS?
Aquel encuentro puede ser una curiosidad inofensiva, pero algo semejante ocurre todos los días con otros detractores de la ciencia.
Asistí a la FEIC 2018 para probar mi teoría de que todos los detractores de la ciencia usan la misma estrategia de razonamiento: parten de una hipótesis con la que se han comprometido, no obstante su improbabilidad; seleccionan las evidencias favorables; desacreditan y cuestionan el trabajo de quienes están en desacuerdo; citan a los expertos que les da la gana (aunque no tengan experiencia); afirman ser más científicos que los científicos; e introducen alguna teoría de conspiración.
Eso hacen los Flat Earthers. Eso mismo ha hecho Robert F. Kennedy Jr. al afirmar que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades recibieron un soborno para suprimir la información de tiomersal, el conservante de vacunas hecho con mercurio que se ha identificado (falsamente) como causa del autismo. Y eso hace también Ted Cruz cuando afirma que no hemos tenido calentamiento global en dos décadas, y utiliza como referencia los datos de 1998, el año más caluroso jamás registrado. Tal vez los Flat Earthers no sean una amenaza por sí mismos, pero sus tácticas tienen consecuencias de vida y muerte.
Hablar de ciencia con los detractores será un proceso largo y tedioso. Las evidencias no los convencerán porque, para empezar, sus opiniones no se fundamentan en un razonamiento lógico de las evidencias. Es obvio que no pude convencer al orador ni a alguno de los asistentes de FEIC 2018. Con todo, hice algo que tal vez sacudió sus creencias. Estuve allí.
Diversas investigaciones han demostrado que los datos no convencen al público, pero es posible lograrlo mediante conversaciones con individuos de confianza. No digo que el ponente confiara en mí, pero me parece que adquirí cierta credibilidad porque no hice una rápida entrevista directa para luego marcharme. Lo que hice fue quedarme durante toda la convención y propiciar muchas otras conversaciones. Incluso invité a cenar a un orador invitado, con quien charlé dos horas sobre viajes espaciales y sobrevuelos del Antártico. Era un hombre inteligente, de mente ágil, y excelente polemista. Hasta me simpatizó. Pero diferimos en casi todo.
Cuando nos sentimos amenazados tendemos a replegarnos a nuestra fortaleza personal, y lo mismo hace la comunidad Flat Earther. Sus “investigaciones” se fundamentan en una colección de videos Flat Earther publicados en YouTube y (ahora que han alcanzado el quórum necesario) en sus convenciones. Incluso tienen proyectado un crucero Flat Earth que llegará al “muro de hielo” en 2020. De verdad parece que están buscando evidencias (sugerencia: ¿qué tal si hicieran un reality show durante el crucero? Podría llamarse “El filo de la Tierra”).
Ahora bien, el problema con los Flat Earthers –y otros detractores de la ciencia– no es que estén en busca de pruebas, sino que reaccionan de manera irracional. Carecen de actitud científica. ¿Cómo debemos responder a eso?
No es conveniente ignorarlos, porque causaremos más desconfianza y polarización. Por el contrario, considero que científicos y público general debemos propiciar la conversación. Después de todo, los científicos no querrán que los acusen de encerrarse en una fortaleza (durante la conferencia FEIC, corrió el rumor –nunca confirmado– de que estaba celebrándose una conferencia científica en la misma calle. Como puedes imaginar, nadie se tomó la molestia de ir a refutar a los Flat Earthers, quienes se habían preparado para la posibilidad).
¿Cuánto tiempo pasará para que haya Flat Earthers postulándose a una directiva escolar y exigiendo que los maestros “enseñen la controversia”, como hizo el movimiento Intelligent Design hace unos años?
Es peligroso ignorar a los detractores de la ciencia. Aunque creas que los Flat Earthers son inofensivos, te cuento que tuvieron sesiones especiales para reclutar nuevos miembros, incluidos niños. Cuando un padre se quejó de que el profesor estaba impugnando a su hija, el orador recomendó que la niña hablara de las teorías Flat Earth con sus amigos, durante el recreo, cuando el profesor no pudiera escucharlos.
El movimiento Flat Earth crece rápidamente. Hace poco, reclutaron personalidades prominentes como los basquetbolistas Kyrie Irving (quien se ha retractado) y Wilson Chandler. Y hay “grupos de encuentro” que operan en muchas ciudades, como Boston. Justo antes de la convención de Denver, alguien financió una valla publicitaria. ¿Cuánto tiempo pasará para que haya Flat Earthers postulándose a una directiva escolar y exigiendo que los maestros “enseñen la controversia”, como hizo el movimiento Intelligent Design [Diseño inteligente] hace apenas unos años?
Si logramos entender las formas más básicas de la negación científica, tal vez podríamos combatirla en su totalidad. Quienes tenemos interés en la ciencia debemos impugnar la negación científica en todas sus formas. Pero hay que hacerlo de la manera correcta.
LA ACTITUD CIENTÍFICA
No podemos limitarnos a señalar los logros de la ciencia y promover la opinión de que la incertidumbre es una fortaleza más que una debilidad del razonamiento científico. No importa cuán sólidas sean las evidencias, la ciencia no puede “probar” que el cambio climático es real. O que las vacunas son seguras. Ni siquiera que la Tierra es redonda. No es así como opera el razonamiento inductivo.
En cambio, los científicos pueden hablar mucho más sobre la importancia de la posibilidad y la probabilidad, y echar por tierra el mito de la “prueba” científica.
Las creencias científicas no se basan en la “certidumbre” sino en la “justificación” de las evidencias. No hay certidumbre cuando decimos que las evidencias del calentamiento global antropogénico han alcanzado el nivel “sigma cinco” (esto significa que la posibilidad de un falso positivo es de una en un millón). Sin embargo, ¿quién podría negar que ese nivel basta para una creencia racional? Si la certidumbre se convierte en el estándar, los detractores de la ciencia podrían sentirse justificados de resistir hasta contar con pruebas. Así pues, debemos explicarles que no es así como funciona la ciencia; la certidumbre es un estándar irracional para la creencia empírica.
Cuando un científico busca evidencias y estas demuestran que su teoría está equivocada, no puede ignorarlas. Si su problema se complica mucho, tiene que modificar la teoría o incluso desecharla. Y si no lo hace, el científico deja de ser científico.
Aun así, me parece que esto no es cuestión de metodología o lógica (como han argüido Karl Popper y otros filósofos), sino de valores. La ciencia funciona porque, a diferencia de la ideología, no afirma tener todas las respuestas. La ciencia se abre a nuevas ideas que, no obstante, deben someterse a pruebas rigurosas. Y la ciencia cuenta con una comunidad estándar que se encarga de esto, compartiendo los datos, sometiendo los resultados a revisión paritaria, y replicándolos. La actitud científica no reside solo en el corazón de cada científico, sino que conforma un grupo valores que guían la búsqueda empírica de manera racional. ¿Cuántos miembros del público general saben esto?
La mejor manera de defender la ciencia es teniendo más conversaciones con sus detractores. No me refiero a los debates televisados de antaño, como los que presentaron a James Hansen (científico de la NASA y una de las primeras voces del cambio climático) en una pantalla divida, debatiendo con algún teórico de conspiraciones y con el tiempo contado.
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No niego que sea legítima la inquietud de brindar una plataforma a la falsedad. Lo que digo es que debemos llevar más científicos ante los medios, no solo para hablar de sus hallazgos, sino también del riguroso proceso que produjo sus resultados científicos. Y sí. Me parece razonable esperar más interacciones entre científicos y detractores de la ciencia, como la que vemos hoy día debido al brote de sarampión en el estado de Washington, donde los funcionarios de salud organizan talleres para hablar con los antivacunas.
El razonamiento científico siempre contempla la posibilidad de que una teoría esté equivocada. Lo que distingue a los detractores de los verdaderos científicos es el rigor con que buscan esta posibilidad.
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Lee McIntyre es investigador en el Centro de Filosofía e Historia de la Ciencia en la Universidad de Boston. MIT Press ha publicado su libro “The Scientific Attitude: Defending Science from Denial, Fraud and Pseudoscience”.
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Publicado en cooperación con Newsweek/Published in cooperation with Newsweek