En un país con un índice de inflación de un millón por ciento, el dinero en efectivo no es el rey, y las criptomonedas dominan.
Nacido en 2008 como respuesta a la crisis mundial bancaria y crediticia, el bitcoin logró encontrar a su “paciente cero” una década después en Venezuela. Con una terrible hiperinflación, una moneda local sin valor y un peligroso mercado negro de dólares, los venezolanos recurren cada vez más al bitcoin como una herramienta de supervivencia en la economía con el peor desempeño en todo el mundo.
En la mayoría de los países, el bitcoin y otras criptomonedas aún no tienen mucha visibilidad y operan principalmente en círculos limitados en línea de especuladores y entusiastas con conocimientos tecnológicos o de finanzas. Pero en Venezuela, minoristas con tiendas físicas, como restaurantes y zapaterías, invitan a sus clientes a pagar con bitcoins y otras criptomonedas.
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Dado que los venezolanos intentan eludir los controles de capital y un sistema financiero a punto de venirse abajo, no es difícil ver el atractivo que tiene una moneda digital descentralizada que puede funcionar más allá de los bancos y de cualquier otra autoridad central. Por ejemplo, la aplicación de localización llamada CriptoLugares Venezuela señala a los usuarios al menos 180 minoristas que aceptan pagos con criptomonedas. Estas últimas también son un método de pago común en la principal plataforma de comercio electrónico de ese país, Mercado Libre Venezuela. En las redes sociales, trabajadores independientes y empresas suelen cotizar el precio de sus servicios en criptomonedas.
Incluso el gobierno venezolano trató de entrar en el juego, al emitir, con escasa credibilidad, el “petro” como alternativa a la moneda oficial.
A pesar de su amplia adopción, aún existen barreras para la adopción masiva de las criptomonedas. Venezuela podría ser uno de los mercados más activos de transacciones “peer-to-peer” con criptomonedas, de acuerdo con LocalBitcoins, una popular plataforma de comercio con bitcoins con sede en Helsinki. Sin embargo, una deficiente conectividad a internet y los persistentes apagones, además de la escasez de teléfonos inteligentes de precio bajo, pueden frustrar a los participantes potenciales.
Por ahora, el dólar estadounidense sigue siendo la divisa favorita. Muchos venezolanos cambian sus bolívares a través de intermediarios y cuentas extranjeras, aunque esa práctica es oficialmente ilegal y no carece de riesgos. Sin embargo, Coinbase, el más grande mercado de criptomonedas de Estados Unidos, espera cambiar las cosas. Con la intención de donar criptomonedas a 100,000 venezolanos durante el próximo año, ha comenzado a desarrollar soluciones alternativas para los problemas relacionados con la electricidad y los teléfonos inteligentes.
“Quiero ver si podemos poner en marcha una gran cantidad de usos en ese país y, de hecho, tener un país a la cabeza en el mundo. En otras palabras, lograr que 50 por ciento de todas las transacciones de la economía se realicen con criptomonedas”, declaró Brian Armstrong, director ejecutivo de la empresa.
Venezuela, país que cuenta con las más grandes reservas de petróleo del mundo y que alguna vez fue una potencia económica regional, no entró en esa crisis de la noche a la mañana. En la época en la que fui jefe de la oficina de Reuters en Caracas, recuerdo vivamente el día que, en 2007, el presidente Hugo Chávez eliminó tres ceros a la moneda. Un billete de 1,000 bolívares ahora valía un solo bolívar y se convirtió en un triste símbolo de las desafortunadas políticas del gobierno.
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La conversión monetaria tenía la intención de reforzar psicológicamente el valor de la moneda local, a la que Chávez llamó sin ironía “bolívar fuerte”. Pero el resultado fue el opuesto, y los precios al consumidor aumentaron más de 30 por ciento hasta alcanzar su nivel más alto en 11 años, impulsados por las altas tasas de inflación en América Latina. Algunas mercancías, como la leche en polvo, la harina de maíz y el papel higiénico, comenzaron a desaparecer de las estanterías de los supermercados.
Aquellos fueron solo los primeros signos de la colosal distorsión económica que vendría. Las semillas se sembraron alrededor de 2003, cuando Chávez impuso controles monetarios que le dieron el poder de fijar el tipo de cambio del bolívar, limitar el acceso de los venezolanos a las divisas extranjeras y controlar los precios de docenas de productos básicos.
Las que, presuntamente, serían medidas temporales para evitar la fuga de capitales en un momento de confusión, se convirtieron en el sello del autoproclamado socialismo de Chávez. La manipulación de la moneda local frente a las fuerzas del mercado acabó dañando la confianza en el bolívar. Y ese fue el origen de la catástrofe económica y de la emergencia humanitaria que vemos actualmente.
Mientras Venezuela establecía su política económica con base en los ceros de su moneda, un codificador (o equipo de codificadores) publicó un artículo bajo el seudónimo de Satoshi Nakamoto.
En el artículo proponía un revolucionario sistema “peer-to-peer” de moneda electrónica: el bitcoin. En esa época, pocos venezolanos prestaron atención. Después de todo, los precios récord del petróleo y los derrochadores gastos de Chávez crearon un espejismo económico pasajero que impulsó el consumo, sostenido por el precio del dólar, que estaba controlado artificialmente.
Ahora que 90 por ciento de los venezolanos viven en la pobreza, las palabras de Nakamoto resuenan fuertemente: “El problema fundamental con las monedas convencionales es toda la confianza que se requiere para hacer que funcionen… pero la historia de las monedas basadas en la confianza está llena de violaciones a esa confianza”.
Una década después de que Chávez quitara tres ceros a su moneda, el bolívar fue sujeto a otra “conversión monetaria”, promovida nuevamente como una solución a los problemas de devaluación del país. Nicolás Maduro, el heredero de Chávez, eliminó cinco ceros. No funcionó. La tasa de inflación ha superado el millón por ciento.
Por esta razón, cada vez más venezolanos utilizan las criptomonedas. En Venezuela, el bitcoin ya no es una elección. Es una cuerda de salvamento.
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Saul Hudson es socio director de Angle42, una empresa de asesoramiento tecnológico de reciente creación. Fue director general de Reuters América e informó desde Venezuela durante más de cinco años. Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek