Niños, niñas y adolescentes viven en conexión permanente. Si no se les ponen límites existe el riesgo de afectar su salud, integridad y autoestima.
Cuando cursaba cuarto de primaria, hubo un taller de ciberbullying y pidieron a los estudiantes que levantaran la mano si tenían redes sociales. “Solo dos no levantamos la mano”, dice Valentina, quien ahora tiene 13 años y se cambió de escuela por el acoso que sufrió de parte de sus compañeros.
Valentina no tenía redes sociales ni celular y la hacían sentir como una marginada. Tampoco pertenecía al grupo de los populares. Cuando llegó a sexto de primaria prácticamente todos sus compañeros tenían WhatsApp, Instagram o Facebook.
“Hablaban mal de las personas que no estaban en el chat del salón, y si alguien se salía empezaban a hablar mal, mucha gente no quería estar en ese chat, pero les daba miedo salirse porque iba a hablar mal de ellos”, cuenta.
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Ella no se enteraba de lo que pasaba en las redes sociales ni de las críticas en su contra. Hasta que un día sufrió las consecuencias, las cuales afectaron a toda su familia.
El año pasado, cuando estaba en sexto, alguien llevó un cigarro electrónico a la escuela, narra Vale: “Estaban fumando mucho. Lo habían conseguido con acceso a una de las tiendas por internet, hicieron pago por Paypal al Oxxo y entre ellos ya estaban vendiendo los cigarros electrónicos. En la escuela eran como 40 de la generación que fumaban en los baños. Yo falté dos semanas en febrero del año pasado por enfermedad. Regresando me enteré y me echaron la culpa de haber acusado, era ilógico cuando yo ni siquiera estaba en la escuela, supongo que por redes se expandió el chisme”.
Efectivamente, Vale se enteró que por WhatsApp y Facebook corrió el chisme de que ella había sido “la acusona”, como le llamaron después. La mamá de Vale también fue molestada en los chats de las otras mamás. Le decían que habían visto a su hija haciendo una lista de los que estaban fumando y que ella los había acusado. Hasta que la mamá de Vale mejor se salió de los chats.
El chisme llegó hasta la secundaria. Nadie, dice Vale, se preocupó por preguntarle su versión ni por validar lo que supuestamente había sucedido. “Me decían que no me la iba a acabar por haberlos acusado. Me hicieron la vida imposible y eso que eran mis amigos desde kínder”.
La mamá de Vale cuenta que su hija no solo fue aislada, sino criticada, marginada, molestada hasta que se quedó sola, lo que le afectó emocionalmente.
La pediatra Mónica Mendoza explica que los niños y adolescentes de hoy están conectados todo el día y que los problemas que antes eran solo de la escuela ahora se extienden todo el día por el acceso que tienen con los celulares a las redes sociales. La doctora tiene pacientes en la adolescencia con trastornos del sueño, depresión y ansiedad por estar conectados al celular todo el tiempo.
A Vale la salvó el apoyo de su familia, la cual la ayudó a manejar sus emociones y la respaldó dándole confianza y cariño. Su mamá quiso resolver el problema en la escuela y con la escuela, pero llegó un momento en que el sufrimiento de su hija era tal, que prefirió cambiarla, además no se sintió apoyada por la institución. La depresión o ansiedad causada por un chisme, difamación o bullying que se extiende de la escuela a las redes sociales, lo que lo hace interminable y sin pausa, puede poner en riesgo a los adolescentes.
Para este reportaje se entrevistó a varias adolescentes para conocer cómo afecta el uso de las redes sociales en su salud emocional. Todos los nombres fueron modificados por tratarse de menores de edad.
Pilar tiene 14 años y va en segundo de secundaria. Estudia en un colegio privado solo para mujeres. Cuenta que una vez Lucía divulgó un video de una mujer borracha que se parecía a Claudia, una amiga suya. Lucía, al subir el video a las redes sociales, etiquetó a Claudia solo para fastidiarla, lo cual logró. Fueron unos días de pesadilla hasta que puso en sus redes sociales la aclaración. Ahora, asegura Pilar, el asunto quedó olvidado.
Pilar, Nuria, Malena y Laura tienen la misma edad y sus redes sociales de preferencia son Instagram, en primer lugar, de ahí Snapchat, pero en muchos de los casos solo para usar los filtros, YouTube y Pinterest. WhatsApp es su herramienta de comunicación, “lo usamos todo el día”, al igual que el grupo que tienen en Instagram. “Tenemos un group chat en Instagram para intercambiar memes”.
Platican que hay una cuenta de Instagram en donde exhiben a adolescentes y personas jóvenes borrachas. Recuerdan haber visto el video de una conocida, “ella sabía lo que hacía, estuvo mal el video, pero es una consecuencia de sus acciones”, dice Nuria.
La psicóloga especialista en adolescencia y juventud, Vicenta Hernández Haddad, cuenta que desde hace muchos años se suben a internet situaciones íntimas de los chicos y chicas cuando van a fiestas o están teniendo sexo. En la página de La Jaula incluso hay anuncios falsos donde dicen que fulanita quiere tener sexo y suben su número y ella no se entera hasta que la empiezan a llamar.
CUÁL ES LA SALIDA
Existen muchas herramientas para evitar una depresión que puede agravarse o acelerarse por el uso permanente de los celulares. Desde las que ofrecen las propias redes sociales hasta guías, cursos y terapias para los familiares de los niños y adolescentes.
Vicenta Hernández Haddad dice que la educación para el manejo sano de las redes sociales es semejante a la educación que reciben los hijos en casa. Debe haber consecuencias, límites, reglas. En el caso de Valentina, su situación fue dentro de un grupo cerrado del mismo colegio, eso es lo más terrible, afirma, y qué pasó, que no hubo consecuencias. Los chicos que la molestaron siguen ahí y ella se fue, dice.
El hostigamiento fuera del colegio era la extensión de algo que sucedió en horario de clases dentro de las paredes de la escuela y, asegura la especialista, si no hay consecuencias, hay impunidad. Por lo general, en grupos de alrededor de 30 estudiantes hay ocho que se sienten culpables por una situación de injusticia. “Es muy poco. Requerimos enseñar empatía, compasión, se deben reportar las situaciones de maltrato”.
Vicenta Hernández recuerda que por su consultorio pasan jóvenes mujeres y hombres que se quedan callados y no denuncian abusos por temor a sufrir rechazo. Además, se les ha enseñado que no deben meterse en problemas, que es mejor no involucrarse, que guarden distancia, lo que se refuerza con la necesidad que tienen de pertenecer. Por ello —abunda la especialista— es fundamental que se les enseñe a comprometerse con los problemas sociales de su comunidad, con lo que pasa en su entorno y su medioambiente, que se sientan corresponsables.
Dentro de los límites están los horarios, asegura Vicenta Hernández Haddad. Y con ello coincide la pediatra Mónica Mendoza, pues dice que sus pacientes adolescentes duermen con el celular junto a la cama y los dejan chatear hasta la madrugada. No hay tiempo de descanso. Uno de sus pacientes empezó a tomar el ansiolítico que tenían sus papás para poder conciliar el sueño en las noches y eso ante la desesperación de estar permanentemente durmiéndose en la escuela.
“Tengo unos pacientes de 11 y 12 años que tienen trastornos del sueño, hay muchas parasomnias, cambios hormonales, cambios en la liberación de melatonina, relacionados con estar horas conectados al celular. El estímulo luminoso hace que se vuelva circadiano. También hay muchos trastornos de ansiedad”, asegura Mónica Mendoza.
Vicenta Hernández dice que hay situaciones que las juventudes de hoy van interiorizando y normalizando. Por ejemplo, en lugar de darles un teléfono usado les dan uno nuevo, y si lo rompen o descomponen, se los reponen. “Lo único que llega a suceder es que les digan: ‘Apenas lo estoy pagando y ya lo perdiste’. Pero ya le repusieron el celular, cómo va a aprender a vivir duelos, a cuidar. No hacen conciencia porque se lo van a reponer. Esos cuatro o cinco chicos que están haciendo bullying todos lo saben, pero nadie hace nada ni los ocho o diez que sienten culpa. El índice de suicidios en jóvenes es altísimo, ahí lo único que puede salvar a chicos es que su familia los acoja amorosa y respetuosamente. Porque si aparte llegan a casa y los enjuician, terminan autolesionándose, se cortan en las piernas para que no se vea”.
Mónica Mendoza agrega que los papás pueden estar presentes físicamente, pero no ven lo que pasa a sus hijos, falta un vínculo emocional, “siento una falta de presencia”, la cual se inicia desde que son pequeños, “cuando está recostado un niño en la cama de exploración, si empieza a llorar, le pasan el Ipad o el teléfono, por qué no lo consuelan, por qué no le hablan, por qué no lo enseñan a transitar por ese miedo, es un problema, los adultos están perdiendo la conexión emocional y para eso se necesita una conexión física con nuestros hijos también”.
La falta de presencia de los papás se vio sobrepasada por las redes sociales, considera. En lugar de enseñarles que son una herramienta, algo positivo, se les deja navegar sin límites.
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Daniele Kleiner Fontes, quien es safety policy manager para Latinoamérica de Facebook, dice que justo lo que es fundamental para la empresa, también dueña de Instagram, es que sea un espacio de conexión entre familiares y amigos, algo que agregue valor, “que el tiempo que inviertas traiga bienestar”. Para lograr lo anterior, explica, Facebook hizo un cambio en sus algoritmos con el fin de priorizar los contenidos de los familiares y amigos. Esto fue una decisión pensando en el bienestar como prioridad antes que lo comercial.
La vocera de Facebook explica que cuando se presenta una situación de riesgo, tienen protocolos para atenderla. Tienen 30,000 personas dedicadas a la seguridad de la plataforma, lo que incluye a su equipo de ingenieros. Son miles de personas entrenadas para revisar todos los reportes y tienen el adiestramiento para tratar situaciones como la de prevención del suicidio o la automutilación.
Los revisores, abunda, son personas que conocen el contexto social de cada país, el idioma, y están preparados por expertos. Trabajan 24 horas del día los siete días de la semana. Si van a enviar un recurso a un joven lo hacen de la mano de estos expertos.
“Tenemos que ser capaces de enviar el lenguaje correcto con los recursos adecuados. Estamos en la posición de ofrecer ayuda desde ambas plataformas (Facebook e Instagram) si detectamos una situación de represión de sufrimiento emocional o un joven diciendo que no le gustaría vivir más, si se reporta este contenido enviamos un mensaje para hacerle saber nuestra preocupación, le recomendamos que hable con un familiar cercano, que esta situación pueda ser alcanzada por su círculo afectivo, recomendamos una línea de ayuda al suicidio. En México trabajan con el Instituto Hispanoamericano de Suicidología, le dan el número de contacto y también se le hacen recursos elaborados de la mano de expertos y adecuados a los contextos locales de cada país”.
A Pilar y sus amigas les parece importante que sus papás confíen en ellas y les den privacidad en sus mensajes. Si se quieren meter a mi Safari, dice Nuria, me parece bien. “Pero a mis chats, que me respeten. Pueden ver la lista de las personas con las que hablo, pero no meterse a mis contenidos. Creo que debe haber una base de confianza”.
La mamá de Valentina dice que un dicho en redes, aunque no sea verdad, puede cobrar mucha fuerza. Lo que le pasó a mi hija, agrega, no fue difamarla en lo sexual ni nada así, pero fue muy fuerte, sufrió discriminación. Ojalá se enseñara a los niños a pensar antes de publicar. Deberían preguntarse si sirve, si es necesario y si puedes afectar a alguien, concluye.
REDES DE APOYO
Facebook posee un centro de seguridad y una biblioteca digital para padres y educadores. Los contenidos fueron creados por expertos del mundo. Entre ellos, los del Centro de Prevención del Bullying, del Centro de Inteligencia Emocional de la Universidad de Yale.
La página de la Alianza por la Seguridad en Internet (ASI) también tiene herramientas sobre cómo supervisar los celulares de los niños y adolescentes. También se pueden descargar guías y solicitar conferencias.