Comentario al libro publicado por el Fondo de Cultura Económica, la UNAM y el Programa Universitario de Estudios del Desarrollo (PUED), Las muertes que no deben ser. Natalidad y mortalidad en México, de Mario Luis Fuentes.
Mi primera reacción ante el libro fue desconcierto por el título. No obstante, la inquietud que provoca es el atractivo principal para iniciar su lectura.
Los hechos vitales, en especial los nacimientos y las muertes, vistos desde el campo de la demografía al que yo estoy más habituada, se caracterizan mediante proposiciones descriptivas como “muertes evitables” pero no suelen usarse proposiciones normativas como la que da título a este libro Las muertes que no deben ser. La curiosidad, entonces, fue un acicate para adentrarme en la obra.
Mi comentario en ese sentido, tiene como propósito invitarles a leer el libro y por eso comenzaré por el final, con el último párrafo del epílogo.
Cito textualmente al autor:
Pensar críticamente para ayudar a bien vivir, pero también a bien morir, a las personas que en cada caso somos, puede abrir la puerta a una nueva forma de convivencia civilizada, a un proyecto de vida en fraternidad y solidaridad horizontalmente compartida por todos (p. 257).
Una tesis que sostiene la obra es:
La muerte es en todo caso prematura en una sociedad que tiene recursos suficientes para prevenirla y posponerla con dignidad; la pérdida de cientos de miles de vidas por causas prevenibles o evitables resulta a todas luces antiética. (p. 256)
Pero ¿cómo empieza el libro?, ¿qué camino recorrerá el lector hasta llegar a las aserciones mencionadas?
Como dicen los abogados, “a confesión de parte relevo de pruebas”. Mario Luis Fuentes advierte al lector que él clasifica a su libro como de economía política y no de demografía o de salud pública.
Aduce que busca mostrar que la enfermedad y la muerte están determinadas por las desigualdades estructurales, la pobreza y la marginación, y que es necesario construir una mirada distinta frente a los determinantes sociales de la salud, pero, sobre todo, ante la propia forma de pensar y problematizar estos fenómenos” (p. 17).
Como lectora, llamó poderosamente mi atención la centralidad que da el autor al concepto vulnerabilidad y su manera tan cuidadosa y precisa para acercarse a su amplitud y profundidad. Nos dice que es un concepto que ya estaba presente en el debate social en México desde los años treinta del siglo pasado.
Declara, como hipótesis, que los fenómenos en los cuales se sintetiza la complejidad de lo social, las desigualdades y las injusticias son aquellos que se expresan en los eventos vitales: la natalidad, la morbilidad y la mortalidad (p. 40).
En sus palabras, “en cada uno de los eventos vitales se sintetiza el conjunto de relaciones sociales y estructuras de poder económico y social que rigen a una sociedad” (p. 49).
Esta perspectiva de Mario Luis Fuentes coincide con la propuesta de Popper para ver al mundo como un mundo de propensiones que se generan en una situación que actúa como campo de fuerza. Reiteradamente se afirma en el libro que es necesaria una construcción ética que debe profundizar en lo que ocurre cuando las personas enfrentan la existencia en condiciones persistentemente adversas.
Esta es una propensión que el libro nos convoca a cambiar y para hacerlo habría que cambiar la situación que la genera, lo que a mi parecer el texto expresa claramente con las siguientes palabras:
La complejidad social exige un nuevo marco de categorías de análisis que devele los goznes y las estructuras que permiten la peligrosa reproducción de las condiciones que permiten que la desigualdad, la pobreza y la violencia permanezcan en nuestro espectro social sin que nada ni nadie pueda modificarlas (pp. 46-47).
No voy a comentar los antecedentes y pormenores que ofrece esta obra, sobre la secuencia cronológica que ha seguido la cuestión social en los desarrollos teóricos, y en los análisis y propuestas de programas y acciones provenientes de organismos nacionales e internacionales.
Conmino a quienes lean el libro a que tengan a la mano papel y lápiz para marcar los programas y acciones más relevantes en la cuidadosa revisión que presenta el autor, y la manera como las enlaza en una propuesta que, desde mi punto de vista, hace un llamado a trastocar el orden que impera en la generación de estadísticas.
El argumento mediante el cual se construye la noción de vulnerabilidad es sorprendente.
Todos somos vulnerables a algo, en algún momento y lugar; luego entonces, la vulnerabilidad es consustancial a la naturaleza humana y etimológicamente puede caracterizarse como una herida originaria.
Así, concluye el autor, la vulnerabilidad no se supera al buscar protección mediante capacidades personales y sociales; para aprender a vivir con esa vulnerabilidad, la responsabilidad que tenemos que asumir es la edificación de lazos solidarios para el momento en que la herida de que somos portadores se haga evidente (p. 69).
El autor no nos lleva al desencanto, o a la resignación, sino que ofrece una solución colectiva que nos hace responsables de construir un modelo de bienestar sustentado en el reconocimiento de la vulnerabilidad humana compartida (p.70).
No es casualidad que el primer capítulo, que acabo de comentar, se llame “Por una apología de los vulnerables”.
Mario Luis Fuentes invita a leer los otros capítulos anunciando que mostrará todo aquello que nos permite percibir “la huella de nuestro ser vulnerable” (p. 71).
El segundo capítulo, dedicado al análisis e interpretación de la natalidad en México es abrumador. Examina mediante diversos indicadores expresados en forma gráfica relativos al acto del alumbramiento (término cuyo contenido expresivo se enfatiza) y a la desprotección en que ocurre para las madres pobres, jóvenes, indígenas, con tasas de mortalidad materna e infantil inaceptables en el marco jurídico y de derechos que nos hemos dado como sociedad.
La información por entidades de la República deja ver la desigualdad que, en su extremo más desfavorable, recurrentemente muestra a Chiapas, Guerrero y Oaxaca.
Quiero hacer aquí una mención especial al cuidadoso tratamiento de los datos que hace el autor a lo largo de la obra, y a la reflexión crítica que ofrece sobre su construcción en las diversas instituciones que generan información oficial, bien sea mediante registros administrativos o por la vía de estimaciones.
No obstante, merece atención especial su llamado a tomar conciencia de que las medidas dan una visión estadística, pero ocultan el sufrimiento humano comprendido en los conceptos que miden.
Las enfermedades claramente enlazan la natalidad y la mortalidad. En el tercer capítulo, “Enfermedades de la desigualdad y la pobreza. Enfermedades del poder”, el autor establece la distinción entre enfermedades inevitables que no dependen de condiciones o factores externos al organismo.
Como ejemplo menciona las malformaciones congénitas que son una de las principales causas de muerte en menores de un año, y diversos tipos de cáncer asociados a factores hereditarios (p. 124).
En contraparte, refiere a enfermedades que dependen fundamentalmente de factores socioeconómicos; están asociadas a la ausencia de servicios públicos de salud, a deficiencias en las políticas de prevención, a la pobreza, a la desigualdad, a los hábitos de consumo y vida de las personas, o bien a factores estructurales de carácter antropogénico como el cambio climático (p. 125).
El panorama es desolador: hambre, desnutrición, diabetes y diversas patologías de la pobreza como enfermedades respiratorias y gastrointestinales. Incluye también las enfermedades mentales vinculadas con depresión y adicciones, así como los accidentes y la hipertensión.
Concluye el capítulo afirmando que las familias en México enfrentan hoy en día uno de los contextos sociales más complejos de las últimas décadas pues, ante las limitaciones institucionales, no existen respuestas ni se vislumbra un cambio estructural en el corto o mediano plazos (p. 159).
En el cuarto capítulo, “Exigencia de una muerte en dignidad. Ante la pregunta ¿de qué morimos los mexicanos?”, el libro responde examinando las tendencias de cuatro causas: homicidios, accidentes vehiculares, cirrosis hepática y diabetes.
Empero, con referencia a la dignidad, la descripción de la mortalidad entre las niñas y los niños es desgarradora. Comienza con la muerte de los menores de un año a la que suele darse poca importancia porque se examina en grupos de edad, por ejemplo, los menores de tres años, o los menores de cinco.
Mario Luis Fuentes informa que de las muertes totales que ocurren en el país, una de cada veinte es “muerte infantil”, o sea, de un menor de un año; las causas de muerte que pueden considerarse evitables son: dificultades respiratorias, agresiones (violencia) y accidentes de tránsito. En estos casos la omisión de cuidados y la irresponsabilidad de los adultos terminan provocando el fallecimiento.
En la “primera infancia”, las niñas y niños de entre uno y cuatro años, la cuarta parte de los decesos se deben a violencia y accidentes de transporte. Nuevamente, por imprudencia fallecen cada día cuatro menores.
En la “edad escolar”, de cinco a nueve años, uno de cada tres niños que fallecen se debe a la violencia y los accidentes viales. En este grupo de edad también figuran quemaduras de cocina, asfixia e intoxicación, asociadas a la pobreza.
En los dos últimos capítulos culmina el razonamiento que el autor desarrolla en los capítulos anteriores. Se pregunta:
¿Por qué somos tan descuidados e irresponsables con los niños?, ¿por qué somos reacios a aceptar que la violencia que se ejerce sobre los más pequeños es atroz y sádica? (p. 185).
El capítulo cinco, “Para una nueva crítica de la violencia: una interpretación de la mortalidad accidental y violenta”, inicia con un desarrollo que ofrece las bases filosóficas para entender el fenómeno de la violencia y pone al lector frente a la indiferencia ante la maldad que la provoca. Refiere a la falta de datos para apreciar las dimensiones del abuso infantil y los tratos degradantes hacia los menores. La violencia familiar, violación y abuso sexual muestran tendencias preocupantes, e igualmente perturbador es saber que la mayor parte de los homicidios y suicidios se presentan en hombres de 15 a 29 años quienes, nos dice el autor, “se están matando entre sí”.
En este capítulo el autor subraya que no tenemos una comprensión cabal del fenómeno de la violencia para el cual carecemos de conceptos que nos permitan siquiera describirlo adecuadamente, apelando a la humanidad antes que a las estadísticas para proponer políticas públicas. (pág, 204).
Por último, el título de la obra Las muertes que no deben ser queda plenamente justificado en el sexto capítulo, “El futuro evitable”.
El autor profundiza en las muertes en exceso evitables y muestra que:
Las siete causas principales de las muertes prevenibles, en conjunto, representan el 58% de las muertes totales. El año 2016, cuatrocientas mil muertes pudieron haberse evitado. En especial resalta el número de suicidios que creció en diez años, de 2005 a 2016, un 33.5%
El análisis de los diversos indicadores por entidad federativa revela profundas desigualdades socioeconómicas y muestra que los estados en que predominan las muertes prematuras son, como antes comenté, los estados con mayor pobreza: Chiapas, Guerrero y Oaxaca.
En este capítulo final, el libro propone un modelo de análisis estadístico que reúne los más de treinta indicadores examinados y permite apreciar cuáles son los factores asociados a las muertes que pueden prevenirse y evitarse.
No hay tiempo para describir con detenimiento los resultados, pero termino mi comentario con una conclusión derivada del modelo de análisis, que expresa de modo elocuente cómo evitar un futuro sombrío, llevándonos al terreno que el propio autor delimitó al inicio, el de la economía política:
La mortalidad evitable en México está asociada y determinada por múltiples factores que interactúan de manera simultánea y compleja por lo que la respuesta de política pública debería estar sustentada en la comprensión de dicha complejidad (p. 253).