El taxi le dio confianza, más aún porque el conductor venía acompañado de una mujer, una pasajera –como ella– a la que también llevaría a su casa –o al menos ese era el plan–, por el mismo rumbo: la suerte.
Catia sintió inquietud cuando el chofer no se detuvo frente a su domicilio, apenas ubicado a siete cuadras de la esquina en donde abordó el transporte.
“Voy a llamar a la policía”, advirtió. Pero el taxista la convenció con un argumento que cobró sentido: “solo llevamos a la primera pasajera y te regreso, ella va aquí adelante nada más”.
La mujer que de poco más de 40 kilos y 1.66 de estatura, cabello negro a la cintura, entrelaza sus manos y toma valor para revivir el hecho en palabras, esas que a veces se entrecortan por el llanto.
“Cuando la chica que venía adelante se bajó, entró por la puerta de atrás un hombre, me cubrió la boca y se me echó encima. Forcejeamos. Yo trataba de quitármelo, de soltarme, de escapar, de gritar, pero no podía. Recibí golpes en la cabeza hasta que me desmayé”, cuenta.
Los hechos no ocurrieron en un Uber de una ciudad densamente poblada, sino en un taxi amarillo “de sitio”, presuntamente regular y con papeles en regla, o tal vez todo lo contrario, de la capital oaxaqueña.
Cuando despertó, el hombre que la había atacado la aventaba del taxi en movimiento que la arrastró por unos metros. La piel en su espalda que resultó lastimada ha cicatrizado, no así sus miedos nocturnos y desconfianza.
“Me robaron mis llaves, mi celular y me quitaron los tenis. No sabía si me había violado, si podía quedar embarazada o me habían contagiado de alguna enfermedad “, recuerda.
Catia volvió a su casa y esperó a que amaneciera, se dirigió al Centro de Justicia para las Mujeres (Cejum) ubicado en la calle de Armenta y López, en el centro de la ciudad. Ante servidoras públicas planteó lo que le había ocurrido, pero “como no estaba segura si la habían violado o no”, la canalizaron a la Unidad de Atención Temprana de la Fiscalía General de Justicia del Estado de Oaxaca, para que presentara una “denuncia por robo”.
Una vez ahí, los peritos le indicaron que el hecho correspondía a la Cejum y le pidieron que regresara. “Había pasado horas sin bañarme para que pudiesen tomarme pruebas y saber qué me había ocurrido”, agrega.
El viacrusis burocrático y la revictimización por parte de las autoridades apenas habían comenzado.
“La trabajadora social me entrevistó y me preguntó si no creía que estaba echando a perder mi vida, que era la segunda vez en el año que me pasaba algo así y que por lo tanto yo lo estaba provocando. Que aprendiera de ella que tenía hijos, trabajaba y todavía estudiaba”, narra.
Las preguntas y escenarios posibles paralelos a la realidad regresan constantemente a la charla “¿Y si me hubieran violado y matado?, ¿cómo se habría sentido mi mamá de ir a reconocer mi cuerpo por ahí, en un cerro, mi cuerpo desnudo, mi cuerpo golpeado, como el que apareció el lunes en un descampado de Etla?”, cuestiona.
De regreso a la violencia sufrida en el Centro de Atención a la Mujer, dirigido por Jhazive Valencia de los Santos, Catia resalta que las observaciones morales de la trabajadora social fueron apenas el comienzo.
Meses antes denunció a un hombre por acoso callejero. Un día que caminaba en el centro de Oaxaca, cerca de su casa, un joven le levantó el vestido y la tocó. Corrió tras él para encararlo y una pareja en motocicleta la auxilió para detener al acosador hasta que llegó la patrulla de la Policía Municipal. Fue entonces cuando presentó la primera querella.
Por el hecho antes descrito, la cuestionaba la trabajadora social, y la invitaba a “reflexionar” sobre su comportamiento.
“Hay niñas que las violan en el taxi, mientras van a la escuela, con su uniforme de la secundaria. La violencia contra las mujeres es mucho más grave”, indica.
Mientras tanto, la psicóloga del Cejum no le practicó los test correspondientes bajo el argumento de que “estaba muy alterada”. Y ¿cómo no? Un hombre la había atacado en un taxi, tenía la incertidumbre de si había o no sido violada, sentía temor, había sido cuestionada y culpada por la violencia de la que fue víctima.
“La psicóloga me advirtió que en el Centro había cámaras y micrófonos y que mi declaración podía ser utilizada también en mi contra ¿Por qué no pueden sentir un poco de empatía? ¿Por qué no están capacitadas para atender un caso de violencia contra una mujer si se supone son un organismo especializado?”, cuestiona.
Catia recorre los últimos meses de su vida una y otra vez, es profesionista, habla tres idiomas, es una mujer joven y trabajadora. Sigue sin encontrar respuestas a lo que ocurrió y aunque en las noches despierta con temor, sabe que está viva y que esa noche, la libró.
En Oaxaca, la organización Consorcio para el Diálogo Parlamentario y la Equidad tiene documentadas mil 36 agresiones contra mujeres en lo que va del actual sexenio de Alejandro Murat, que inició en diciembre de 2016.
De esta cifra, 146 corresponden a delitos sexuales, 378 a desaparecidas, 228 feminicidios, 45 suicidios, 209 de violencia familia y 30 de violencia política.