La radical narrativa de no ficción sobre la historia de Estados Unidos escrita por Jill Lepore es una crónica de ese país y una reescritura que permite ver la línea directa entre el pasado y el polarizado presente estadounidense.
En 2009, Jill Lepore informaba sobre el Tea Party (movimiento conservador de derecha) para The New Yorker. En un mitin, se encontró con una mujer que llevaba un letrero que decía “Quiero vivir en 1773”. Lepore se sintió apabullada. “¿Cómo es que alguien puede decir eso? ¿Quiere morir al dar a luz? ¡La vida en la década de 1770 era horrible!”
Ella afirma ahora que esa experiencia le dio “una mayor conciencia del problema del discurso público sin un pasado compartido”, afirma, “¿La idea de que sería posible regresar en el tiempo y acortar la distancia entre el pasado y el presente? Resulta que, ahora mismo, somos vulnerables a la manipulación política alrededor de historias imaginadas”.
¿En dónde, se preguntaba Lepore, estaba la amplia narrativa de Estados Unidos que unía el pasado y el presente de ese país? Decidió escribirla ella misma. El resultado es These Truths: A History of the United States (Estas verdades: Una historia de Estados Unidos, sin traducción al castellano; W. W. Norton & Company, 40 dólares).
Lepore, catedrática de historia estadounidense en Harvard y redactora de The New Yorker, ha escrito varios libros galardonados, entre los que se encuentran The Whites of Their Eyes: The Tea Party Revolution (El blanco de sus ojos: La revolución del Partido del Té, sin traducción al castellano) y Battle Over American History (La batalla por la historia de Estados Unidos, sin traducción al castellano), ambos de 2011; Book of Ages (El libro de las eras, sin traducción al castellano), publicado en 2013, y que trata acerca de Jane, la hermana de Benjamin Franklin; y el éxito de venta de 2014 The Secret History of Wonder Woman (La historia secreta de la Mujer Maravilla, sin traducción al castellano). Sin embargo, These Truths, por lo menos en lo que respecta a sus ambiciones, deja en la lona a sus obras anteriores. El título se refiere a las tres ideas políticas (igualdad, derechos naturales y soberanía popular) descritas por Thomas Jefferson en 1776, y el libro relata la historia de Estados Unidos desde Cristóbal Colón hasta el presidente Donald Trump.
“Algunos libros de historia de Estados Unidos no critican a este país”, escribe Lepore en su introducción. “Otros no hacen otra cosa. Este libro no pertenece a ninguna de esas dos categorías”. En lugar de ello, dice a Newsweek, su objetivo era “escribir un recuento de la historia que pudiera explicar los orígenes de las instituciones democráticas que los estadounidenses dan por sentadas, algunas de las cuales están en caída libre ahora mismo”.
—¿Cuál es el problema con la historia como se enseña actualmente?
—No la estudiamos de una manera significativa y esto no ha hecho más que empeorar debido a esta tontería de STEM [science, technology, engineering and mathematics, ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas].
“En 2014, escribí un ensayo para The New Yorker titulado ‘The Disruption Machine’ (La máquina de la disrupción), en el que afirmo que la idea de la innovación disruptiva de Silicon Valley es una falacia. Por ejemplo, Facebook es ‘actuar rápidamente y romper cosas’. Esto implica renunciar al pasado, porque si una persona piensa sobre el pasado, lo único que producirá será un cambio incremental. Es como decir: ‘¡Oh no, podrías realmente cambiar las cosas poco a poco!’. Y en realidad, es eso lo que se supone que debemos hacer. La innovación disruptiva se convierte en una fantasía de cambio tecnológico, pero también contagia a la política. Se nos vende como una virtud: cuanto menos sepamos, tanto mejor”.
—En tu opinión, ¿qué es lo que hace falta en los libros de texto sobre la historia de Estados Unidos?
—Existen cuatro problemas principales. Uno de ellos es que no se menciona a la religión en los libros de texto sobre la historia de Estados Unidos. Es un punto ciego de nuestros historiadores. Cuando era estudiante de posgrado, había críticas por parte de la derecha cristiana sobre la reglamentación secular de la educación superior. En ese entonces, me reía de ese argumento, pero la religión fue una fuerza en la política estadounidense. La idea de Jefferson de que “todos los hombres son creados iguales” [en la Declaración de Independencia de ese país] no es igual a la que tenemos actualmente, la cual va a cuestas de una idea espiritual de la igualdad cristiana. Los abolicionistas y otros evangélicos creían en la igualdad de todos los hombres y mujeres ante Dios, independientemente del color de su piel. Existe un profundo compromiso doctrinal en esa idea, pero esta surgió décadas después de la Declaración de Independencia.
“Otro problema es que las historias están racialmente segregadas. Es como decir [usa una voz alegre]: ‘¡Jackson fue elegido, y después Van Buren!’. Y en un cuadro de texto colocado en una página separada [dice con voz ominosa]: ‘Se aceleró el tráfico de esclavos en el país’. ¡Como si esas cosas no estuvieran relacionadas! Se trata de una extraña segregación que no tiene sentido. Cuando era niña, recuerdo haber pensado, Así que todas estas cosas ocurrían, ¿pero también la esclavitud? Ocurrieron al mismo tiempo, así que ¿cuál es la relación?
“De igual forma, no hay prácticamente nada en relación con las mujeres, algunas tonterías cursis sobre Abigail Adams, y luego, una aparición especial de Betty Friedan y Gloria Steinem. ¡Ese es el fin de nuestra historia! Es un completo desprecio de las mujeres como factores políticos e históricos.
“Y finalmente, no se habla de la tecnología en los recuentos de nuestro pasado. ¡Extrañamente, no hay STEM! [risas]. Sabemos ahora que existe una relación entre la tecnología, la comunicación y nuestra cultura política. Pero esto ha sido así desde la creación de la imprenta”.
—Comenzaste a escribir en 2015, cuando Barack Obama era presidente. ¿Te había venido a la mente el nombre de Donald Trump?
—Sabía que el libro no estaría terminado antes de la siguiente elección, y escribí estrictamente en orden cronológico, pero me pareció que el discurso de toma de posesión de Obama era un buen final. En 2016, cuando las encuestas indicaban que Hillary Clinton iba a ganar, pensé que lo mencionaría en un epílogo. Y luego, Trump ganó. Pensé que tendría que incluir esta elección porque es políticamente desconcertante. Sabía que todo el mundo tendría preguntas: ¿qué significa esto? ¿Es una nueva dirección? O bien, ¿ya íbamos en esta dirección pero simplemente no nos dimos cuenta? Fue una decisión poco agradable, porque, como historiadora, es difícil ofrecer una respuesta satisfactoria a esas preguntas; aún no tenemos perspectiva.
“Así que tuve que hacer dos cosas: primero, escribir un recuento del pasado estadounidense en el que Trump no es una coda inexplicable para un libro que parece ir en una elección completamente distinta. Y segundo, no escribir un recuento del pasado estadounidense en el que esto parezca el último capítulo inevitable”.
—Los temas de These Truths parecen particularmente relevantes para este gobierno. ¿Reescribiste algún libro después de la victoria de Trump?
—Los temas principales siempre estuvieron ahí. También tenía el título desde el principio; siempre sería acerca de la obligación de los ciudadanos de una democracia de tener un conocimiento compartido con el cual tomar decisiones. Quizás esas cosas parezcan excesivamente determinadas ahora, pero estaban ahí desde mucho tiempo antes de que Trump fuera elegido. Recordemos que en 2005, Stephen Colbert acuñó el término truthiness [la verdad como corazonada]. PolitiFact fue fundado en 2007. El fetichismo por la verificación de hechos ha estado ahí durante mucho más tiempo del que podemos percibir.
—En la sección “Battle Lines” (Líneas de batalla), analizas “una guerra fría civil” entre liberales y conservadores, dando mucho crédito a la activista de la década de 1970 Phyllis Schlafly por su papel en la derrota de la Enmienda de Igualdad de Derechos. ¿Por qué dedicarle tanto tiempo?
—Schlafly no ha obtenido ni la mitad del crédito que merece, ni siquiera de sus colegas conservadores, como una de las principales figuras políticas del siglo XX. Los liberales simplemente la desestiman, calificándola como una chiflada. Pero ella es como un pulpo con tentáculos que abarcan a todo el movimiento conservador. No estoy de acuerdo con Schlafly en relación con [la Enmienda de Igualdad de Derechos], pero ella era una organizadora increíble. También es una línea de unión que va de la Guerra Fría hasta Trump; lo último que hizo antes de morir en 2016 fue apoyarlo. Uno de los argumentos en “Línea de batalla” es cómo el hecho de no haber llegado a un acuerdo político con respecto a la igualdad de derechos para las mujeres sigue acechando a la democracia hasta el día de hoy.
—Desde tu punto de vista, ¿cuáles son los errores que los liberales han cometido en los años recientes para contribuir a que estemos políticamente divididos?
—Para mí, la cultura del llamado [en la que se denuncian públicamente casos percibidos de racismo, sexismo, homofobia u otros tipos de discriminación] es simplemente cruel. No puedo identificar ninguna causa política, social o económica que sea realmente avanzada. No sé si se trata de un gran error táctico que cometieron varias personas reunidas en una sala de juntas de Washington, o un ejemplo de una falla cada vez más grande de compasión.
“También me sentí frustrada con lo que se conoce como los Demócratas Atari, es decir, el punto de vista del Comité Nacional Demócrata de Gary Hart en adelante. Es la actitud de Clinton-Gore de ‘Hagamos que esta gente de los centros tecnológicos nos proporcione todo el dinero que necesitamos, y entonces ya no necesitaremos más a la clase trabajadora de raza blanca’. Esto ocurrió antes de Silicon Valley, y ciertamente, siguió ocurriendo después. No tengo ningún uso para las utopías tecnológicas”.
—¿Ha influido Internet en la forma en que realizas tu trabajo como historiadora?
—El mayor problema es que las personas no archivan, lo que hace que sea más difícil escribir sobre la historia más reciente. Hice un perfil de Brewster Kahle, que inventó el archivo de Internet llamado Wayback Machine. Titulé al artículo “La telaraña” porque eso es la red: puedes golpear y aquello acabara desapareciendo.
“Archivistas de todo el país están trabajando en eso, existen foros sobre cómo archivar en la era digital. ¿Pero las vidas ordinarias de las personas ordinarias? Lo siento, pero dentro de cincuenta años, nadie tendrá tu página de Facebook. Esas cosas desaparecerán. O si se conservan, se volverán inútiles debido a que un motor de búsqueda no es una forma viable de realizar una investigación académica.
“La asimetría del registro histórico se hace más amplia y ello me llena de desesperanza. Pensemos en [la Administración de Avances en el Trabajo] realizando una crónica sobre los habitantes de Oklahoma, o en Ralph Ellison entrevistando a personas en Harlem en la década de 1940, preguntándoles: ‘¿Cómo es la vida?’, Esperamos que las personas documenten en forma narcisista cada segundo de su vida, y sin embargo, las personas en las que yo estaría más interesada, el grupo al que denominamos ‘los no documentados’ (en realidad lo decimos; ¡es como una ficción distópica!) no están en Facebook”.
—Concluyes con la metáfora de Platón del “barco del Estado”. En el caso de Estados Unidos, eso significa reconstruir, y luego aprender “cómo navegar según las estrellas”.
—Parte de ello es mi actitud anti algoritmos: estoy en contra de que una máquina resuelva nuestros problemas, de ahí viene la idea de “navegar según las estrellas” en lugar de utilizar nuestro GPS. Mirar al mundo que nos rodea con nuestros propios poderes concedidos por Dios y con nuestra compasión, y pensar que es lo que produciría el bien público.
“Utilicé la metáfora del barco debido a una historia sobre Henry Wadsworth Longfellow, que escribió un poema [‘The Building of the Ship’ (La construcción del barco), de 1849] sobre el barco del Estado que terminaba con su encallamiento. Charles Sumner [un senador por Massachusetts de la época de la Guerra Civil] acudió a desayunar y dijo “¡Hombre, no puedes arruinar este poema! ¡El país necesita que escribas un mejor maldito final para tu estúpido poema!” Por ello, Longfellow escribió un nuevo final; es muy conmovedor e inspiró a Lincoln a escribir algunos de sus mejores discursos.
“Podría parecer que me estoy comparando con Longfellow y Lincoln, ¡pero no es así! Solo digo, como estudiosa, que es importante decir: ‘El barco se está hundiendo’. Pero como ciudadana, se supone que debo decir: ‘Aún hay tiempo de salvarlo’”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek