Desde 2015, la agrupación de rescate Topos de México tiene un protocolo completo de intervención psicológica. Y no solo es para las víctimas sino para ellos mismos también.
NEPAL, 2015. Una ciudad milenaria queda hecha nada por un terremoto de 7.9 grados Richter. Daniela Vidrio ha viajado más de un día completo y hecho cinco escalas para ayudar a aliviar las heridas de los damnificados al otro lado del planeta. Podría ser la aventura de una vida, pero para ella solo es el comienzo de su carrera como psicóloga. Tiene 19 años.
Daniela Vidrio forma parte del equipo de primeros auxilios psicológicos que acompaña a la agrupación de los Topos, los rescatistas que surgieron en el temblor de 1985 en la Ciudad de México.
A pesar de que recibió capacitación durante casi un año, nada la preparó para llegar un país extraño, con ciudades destruidas y una atmósfera mezclada de polvo y “de ese olor dulzón que dejan los perros muertos.” Ahora que lo recuerda lo define así: “Era, pues, el aroma, la esencia, de la muerte.”
A su familia, Daniela misma la describe como “extraña, llena de medios hermanos y otras ramificaciones”. Cree que por eso estudió psicología, porque desde niña aprendió a reaccionar ante las crisis domésticas.
Pero lo que vivió en Nepal iba más allá de cualquier evento que ella hubiera experimentado. Emprendió el viaje junto con otras seis compañeras de la Universidad Anáhuac del Norte. Los boletos fueron pagados por medio de donativos como casi todo lo que mueve a los Topos.
El equipo de psicólogas que dan primeros auxilios en las catástrofes nació en 2015, por idea la psicóloga Katia Ruiz y el topo Fernando Álvarez. La idea no sólo era dar apoyo a los damnificados sino sobre todo ayudar a los propios rescatistas a lidiar con las furias que los atormentan.
La primera colaboración fue en Nepal. De 15 psicólogas estudiantes que recibieron la capacitación en primeros auxilios psicológicos, solo seis se quedaron. Daniela, dice la doctora Ruiz, fue la pieza clave para reunir el equipo.
“Dani iba de salón en salón invitando a sus compañeros al curso”, dice Ruiz, quien fue maestra de Vidrio en la carrera. La joven apenas iba en primer año, no era una psicóloga de experiencia. Lo único que la movía eran sus ganas de ayudar y su creatividad: con pocos recursos aprendió a cumplir con su trabajo.
¿En algún momento pensó la joven en tirar la toalla? “Había veces que nos preguntábamos qué hacíamos ahí. El panorama era muy difícil, muy pesado”. Lo cierto es que Vidrio misma dice que la mueve una fuerza interna que no sabe definir, pero que llama amor. “Es un amor muy fuerte que te sale desde adentro y te hace seguir adelante.”
Allá en Nepal, junto con los Topos, las llevaron a los Himalayas con la agrupación brasileña “Los ojos de Dios”. A pesar de estar en la cordillera más alta del mundo, hacía calor. En las aldeas la gente no hablaba inglés, mucho menos español, así que la comunicación fue sobre todo no verbal; lo que estas psicoterapeutas llaman el lenguaje del cuerpo: dar sonrisa, abrazos, jugar con los niños. Esas acciones se contagian. En un momento que Vidrio no olvidará, al poco tiempo alrededor de ella vio a niños y adultos, sobrevivientes de la catástrofe, que olvidaban la tragedia y se ponían a jugar con ellas.
Daniela Vidrio tiene ahora 24 años y es una veterana del equipo. A ella y a Katia les tocó coordinar las acciones de alivio después del terremoto del 19 de septiembre de 2017, que causó destrozos y vistió de luto a la Ciudad de México.
NO ES LO MISMO QUE PASE EN TU CASA
Daniela se mueve con la facilidad de sus 24 años, su postura es segura y abierta. Tiene la personalidad ideal para ser psicoterapeuta. Por esa facilidad que tiene para empatizar y comunicarse, es que en la tragedia de la Ciudad de México los Topos se le fueron acercando a ella y a las demás psicólogas pidiendo ayuda. “Llegaban y nos decían: no duermo, me siento muy mal. Y hay que aceptar el dolor. No negarlo, no suprimirlo. No creas, no fue fácil que vinieran con nosotras”. Hubo que romper fronteras: romper al héroe invulnerable para sacar al ser humano que sufría.
Los Topos de por sí tienen una dinámica de solidaridad entre ellos. Al final del día forman un círculo y hablan de sus sentimientos. Pero no tenían una guía ni una ayuda robusta. Era pura intuición.
A pesar de que existe un protocolo que indica que las psicólogas no deben estar en “zona caliente” (el sitio de un derrumbe), Dani dice que, si bien no están en el hoyo sacando víctimas, sí están justo afuera, esperando al rescatista y su rescatado para dar la intervención inmediata que ambos necesitan. Pero levantarse a las cuatro de la mañana y acostarse hasta la medianoche, y al día siguiente lo mismo y lo mismo, termina por socavar los ánimos.
Inevitablemente ese ritmo ha traído deserciones en el equipo de psicólogas que, en realidad es un trabajo voluntario no remunerado. Daniela recuerda que una amiga suya de plano dijo no, ya no. “Lo de Nepal fue muy fuerte. Pero es otra cosa estar entre tu gente y verla sufrir”, dice en referencia a las víctimas de la Ciudad de México; por eso entiende “a las que deciden bajarse del carro”.
Katia Ruiz, la líder del equipo, explica que lo conforman puras mujeres jóvenes, debido a que por lo general los psicólogos varones o mayores en edad prefieren dedicarse a un trabajo de pago. El promedio de edad de las psicólogas de los Topos es de apenas 23 años. En este momento son siete las jóvenes que conforman el equipo.
Después de los rescates, el trabajo de las psicólogas con los Topos no cesa. Se reúnen una vez al mes durante dos o tres horas. Les enseñan tolerancia a la frustración, cómo lidiar con el duelo y la muerte.
Dani está a punto de titularse, pero como psicóloga es ya un soldado con mucho campo de batalla recorrido.
HABLEMOS DE PSICOLOGÍA
Una de las cosas que Daniela notó es que durante los trabajos de rescate tras el terremoto en México la mayor parte de los psicólogos que llegaban a querer ayudar no tenían idea de qué hacer. El hecho es que no basta la intuición o las buenas intenciones a la hora de atender tanto a las víctimas como a los rescatistas. Para esto, la preparación técnica es capital.
“En el albergue de Álvaro Obregón, había 15 psicólogos sentados sin saber actuar. Nosotras tenemos capacitación y llevamos nuestro kit de primeros auxilios psicológicos”. Ella explica que estos kits son sobre todo para los niños, las víctimas más olvidadas durante los desastres, porque los padres están rebasados buscando techo y alimento. El kit es una pequeña mochila con juguetes, cuadernos para dibujar, crayolas. Con el kit y la guía de la psicóloga, el niño que perdió todo tiene la sensación de que al menos eso es suyo.
“Damos terapias breves, se trata sobre todo de evitar el estrés postraumático”, dice la doctora Ruiz. Estas terapias rápidas forman parte de una nueva corriente psicológica llamada mindfulness: el acto de concentrar la atención en lo que sucede aquí y ahora. La escuela del mindfulness nace del budismo, pero ahora los psicólogos lo aplican de manera objetiva y sin referencias religiosas.
El trastorno por estrés postraumático o TEPT se manifiesta como una incapacidad para recuperarse después de un evento atemorizante. Puede venir acompañado de ataques de ansiedad, o de síntomas corporales como dolor de estómago o de cabeza, dificultad para dormir o una serie de pensamientos recurrentes que hacen al paciente tener regresiones al día del desastre.
Otra técnica fundamental es la de los primeros auxilios psicológicos. Explica la doctora: “Son intervenciones en el lugar del evento, tienen que darse en los primeros siete horas después del desastre. Después de ese tiempo ya se desarrolla el estrés postraumático”.
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Vidrio explica su técnica personal: “No llevamos cuestionarios, ni ningún tipo de test, lo que usamos es la observación del lenguaje verbal y el corporal. Hacemos algunas preguntas (que son de manera más intuitiva) como, por ejemplo, cómo te sientes, con quién estabas, dónde estabas”. Los primeros auxilios psicológicos deben ser prontos, pero si se puede hablar con la víctima de 30 minutos a dos horas sería lo ideal, dice la doctora Ruiz.
Cuando no se puede aplicar esta intervención inmediata, se utiliza otra técnica llamada contención emocional. Esta se usa pasadas las primeras 72 después de evento atemorizante. Se usan kits didácticos y otras herramientas.
En el caso de Daniela Vidrio, este kit es un paquete de peluches que representan las cinco emociones básicas: miedo, alegría, enojo, tristeza y amor. El paciente, que tal vez está demasiado afectado para expresar sus emociones, puede tomar el muñeco que representa lo que siente y liberarse.
Este tipo de técnica se aplica no sólo con las víctimas, sino especialmente con los Topos.
Los primeros auxilios psicológicos son la técnica principal con la que trabaja el equipo de psicólogas de los Topos de Tlatelolco. “Se trabaja paso por paso con el paciente”, explica Ruiz, “se trata de escuchar y atender, acompañar. Si no quiere platicar se hacen preguntas dirigidas: qué sucedió, qué pediste, etcétera. Luego se pregunta qué va a hacer ahora. La persona tiene que recuperarse para hacerse cargo de sí misma y de su familia.” Y es muy importante, explican ambas psicólogas, que no hay que hacer promesas ni sembrar falsas esperanzas. Darse cuenta de que la intervención tiene un espacio y un momento determinado.
EN EL HOYO Y CAVANDO
“Ningún rescate se parece a los demás”, dice Fernado Álvarez. Grabado en su memoria está su primer rescate: un niño sepultado bajo lo que fueron los Multifamiliares Juárez en la colonia Roma. Fue un rescate difícil, largo, porque nadie sabía exactamente qué hacer. Y después de horas de polvo, excavaciones y gritos, lograron sacarlo con vida. Eran 10 muchachos inexpertos, los mismos que después fundarían a la agrupación.
El hoyo huele a todo. Aceite, sangre, cemento, solventes, cuerpos en descomposición. Podredumbre y adrenalina. Aguantar la claustrofobia es un arte difícil de dominar. A veces se siente que se te acaba el aire, pero es solo una ilusión a la que no hay que hacerle caso, dice Álvarez.
Katia Ruiz y Fernando Álvarez se conocieron como amigos: en una boda. Juntos pergeñaron el programa de atención psicológica para los Topos y las víctimas de catástrofes naturales.
Fernando Álvarez tiene 55 años y pertenece a aquella primera generación de rescatistas que en 1985 se metieron bajo los escombros sin saber nada. Es un tipo delgado y alto. Pasaría por un hombre promedio, pero con su uniforme de los Topos (chaleco anaranjado, botas, pantalones cargo) se ve imponente. Como un ser invulnerable: alguien a quien le confiarías tu vida.
Aquella vez aciaga, los Topos conocieron a camaradas suizos, franceses, estadounidenses, todos mejor preparados. “Los bomberos franceses nos ofrecieron una capacitación y la aceptamos. Seis meses después, el 31 de marzo de 1986, fundamos legalmente a los Topos”, explica.
Como Topo, Fernando ha aprendido humanidad, sensibilidad y también lo frágil que es la vida. Es tan rápido cómo un cuerpo puede desgarrarse bajo toneladas de escombro. Y es tan sorprendente cuando pueden sacar a alguien con vida en las mismas circunstancias.
¿Qué se siente ser un Topo? El miedo es necesario, explica con pausas. El miedo salva la vida, no solo la del rescatista, también la de la víctima. Un Topo no puede creerse Superman. Es un trabajo heroico que los que tienen complejo de héroes no pueden hacer. ¿Por qué? “Tenemos que acotar el riesgo”, explica Álvarez a su modo tranquilo, sin grandilocuencia. “Cualquier movimiento imprudente puede causar un derrumbe y causar más daños”.
El reclutamiento de los Topos jóvenes es clave. Antes de que un rescatista se meta al hoyo (a la “zona caliente”, como ellos la llaman) debe pasar por un año de entrenamiento. No hay Topos inexpertos en las catástrofes. Jóvenes sí, pero nunca sin preparación.
El temor es materia prima. Los mantiene alerta, despiertos aunque sea de madrugada y ellos lleven 12 horas trabajando en el mismo hueco de un metro de diámetro. El miedo se controla con la práctica constante que define a los Topos. Un Topo en entrenamiento pasa horas confinado en escombros y tiene que aprender a lidiar con su ansiedad. Además, la participación en diversas catástrofes los va endureciendo: Nepal, Haití, Indonesia, 1985, 2017. Nada es igual.
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“Sacar a alguien con vida es muy satisfactorio, y también lo es sacar el cuerpo de alguien a quien sus familiares están esperando para así completar su duelo”.
Los Topos están tan bien preparados que en los 33 años que tienen de existir no han tenido una sola baja. Saben medir el riesgo, eso es clave en su labor. Deben tener una gran tolerancia a la frustración porque, aunque haya víctimas vivas en una zona caliente, a veces simplemente no pueden entrar porque hacerlo significaría poner en riesgo la vida de esas víctimas causando un derrumbe o la vida misma de los brigadistas. No se puede ser un mártir si se quiere ser Topo.
Los binomios caninos que tanto llamaron la atención en el 19S (recordamos con gratitud a Frida y su entrenador) son también parte del equipo de los Topos. Fernando Álvarez tuvo dos perros de trabajo: un labrador chocolate y otro retriever color miel. “Las mejores razas para el rescate son los labradores, los pastores alemanes y los belga malinois. Se ha demostrado internacionalmente que son los que mejor trabajan en el rescate de personas”.
¿Y cómo es la vida en el hoyo y cavando? Dice Fernando que hace calor ahí dentro. Es lógico: están en plena acción, muchas veces con picos, palas y otras herramientas. La actividad física ayuda a lidiar con la ansiedad. Hay veces, dice, que hay agua porque afuera está lloviendo. De todos modos gana la sensación del calor. Imaginen el sudor del rescatista. Imaginen su miedo y también su capacidad para seguir adelante, a pesar de los obstáculos. Esa es la tragicomedia de los Topos: alegría por rescatar, pero también el estrés extremo de estarse jugando la vida bajo toneladas de escombro.
Con sus botas, sus cuerdas, poleas, palas y picos, sus herramientas eléctricas y a gasolina, los Topos mexicanos son uno de los cuerpos de rescate más exitosos del mundo. Son los héroes que no le juegan al valiente, a pesar de que son valientes y mucho. Tan valientes que saben cuándo intervenir y controlar la inminencia de la tragedia gracias a sus acciones oportunas. A un año del 19S, la figura de los Topos se agiganta. Aun con Fridas Sofías inventadas por medios de comunicación sin escrúpulos, los Topos no han perdido ni un ápice de su prestigio. Ellos merecen una epopeya. Ellos son la epopeya.
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La investigación de este reportaje fue financiada con apoyo de CONACYT para el proyecto 295670 “Los Intangibles. Revista online”, de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia AC, como parte de la Convocatoria para Proyectos de Comunicación Pública de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación 2018.