El presidente surcoreano Moon Jae-in logró reunir a Trump y a Kim. ¿Preparó el escenario para terminar una guerra… o para iniciar otra?
Cuando el mundo se enteró de que se realizaría la histórica reunión entre el presidente estadounidense Donald Trump y el líder norcoreano Kim Jong Un, la noticia no se divulgó mediante un tuit presidencial ni por un anuncio de algún medio estatal, sino a través de un funcionario surcoreano de lentes, de pie en la oscura entrada a la Casa Blanca, una fría mañana de marzo.
En una aparición espontánea, Chung Eui-yong, asesor nacional de seguridad de Corea del Sur, dijo a los medios que estaban ahí que acababa de salir de una reunión con Trump. Esa semana, Chung había volado a Washington proveniente de Piongang, donde Kim le había pedido que le entregara en mano propia una carta personal a Trump. Kim, declaró a los medios, había invitado al presidente estadounidense a reunirse con él cara a cara para hablar sobre un posible fin del programa nuclear de Corea del Norte. Y Trump había estado de acuerdo.
Los reporteros estaban sorprendidos. En ese momento, muchas personas temían que se desatara una guerra. Trump había amenazado con dejar caer “fuego y furia” sobre Corea del Norte y Kim respondió con sendas amenazas de incinerar Washington con uno de sus misiles nucleares de largo alcance. Ahora, Chung anunciaba la primera reunión de un presidente estadounidense en funciones y un líder norcoreano. “Al igual que el presidente Trump, dijo, nos sentimos optimistas sobre el hecho de continuar con un proceso diplomático para poner a prueba la posibilidad de una resolución pacífica”.
No queda claro por qué Trump le asignó a Chung la tarea de hacer pública la reunión. Sin embargo, resultaba adecuado que un funcionario surcoreano hiciera el anuncio. Más que cualquier otro participante en este drama diplomático, el presidente surcoreano Moon Jae-in era el principal responsable de la histórica reunión. Al actuar como mediadores entre Trump y Kim, él y sus principales asesores dedicaron meses a alentar, engatusar y adular a ambos líderes para que aceptaran las condiciones que hicieran posibles las conversaciones sobre la desnuclearización.
Para Moon, la cumbre de Singapur fue un triunfo diplomático y político. Una declaración conjunta reafirmó el compromiso de Corea del Norte para “trabajar hacia una desnuclearización completa de la península coreana”, y dio a Estados Unidos garantías de seguridad con Corea del Norte. Trump y Kim también se comprometieron a iniciar negociaciones de alto nivel para resolver sus diferencias. Después de la reunión, las encuestas mostraron que Moon disfrutaba de sus más altos índices de aprobación desde su elección en mayo de 2017.
Sin embargo, Trump pronto reveló un par de sorpresas propias, las cuales podrían tener implicaciones devastadoras para el líder surcoreano y su país. Notablemente, suspendió los ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur y reiteró su deseo de disminuir los costos de defensa de Washington retirando de la Península de Corea a los 28,500 soldados estadounidenses. Aunque su intención era mandar señales de buena voluntad hacia Pionyang, las acciones del presidente estadounidense fueron un golpe inesperado para Moon y debilitaron la seguridad de Corea del Sur, afirman algunos analistas. Mientras tanto, funcionarios estadounidenses han mostrado sus dudas sobre la sinceridad de Kim; NBC News informó recientemente que Corea del Norte había incrementado su producción de uranio enriquecido en los últimos meses, aun cuando realizaba acciones diplomáticas. Críticos en Washington y Seúl ahora están nerviosos de que Moon haya preparado el camino para un proceso diplomático que ponga el destino de Corea del Sur en las manos de un presidente estadounidense impredecible que podría dejar al país vulnerable ante Corea del Norte y China al llegar a un acuerdo mediante el cual se retire a los soldados estadounidenses de la península.
“Cuando Moon se convirtió en el catalizador para cambiar toda la discusión de la guerra hacia la paz, él fue el hombre del momento”, dijo a Newsweek Sue Mi Terry, exanalista de la CIA sobre Corea que actualmente trabaja para el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un grupo de analistas de Washington. “Ahora, se entera de que no es él quien dirige este tren”.
Mientras Estados Unidos y Corea del Norte se preparan para llevar a cabo negociaciones continuas de desnuclearización, los riesgos para Moon no podrían ser mayores. El desarme de Corea del Norte afianzaría su legado como un líder influyente que ayudó a terminar con décadas de estancamiento y que inauguró una nueva era de paz para las dos Coreas. Sin embargo, si fracasa, podría costarle su presidencia y reavivar la amenaza de una guerra que casi con toda seguridad devastaría a Seúl y a sus 25 millones de habitantes.
VIVIR EN ‘EL FILO DE LA NAVAJA’
Moon, de 65 años, ha dicho que decidió convertirse en presidente y hacer las paces con Corea del Norte en 2009, cuando era un funcionario de alto rango del progresista Partido Democrático, y se reunió con el expresidente Kim Dae-jung. El deteriorado Kim, quien ganó el Premio Nobel de la Paz como el primer presidente surcoreano en visitar Pionyang, le imploró a su protegido que no abandonara su denominada Política del Sol de participación con Corea del Norte. Pocos días después, Kim murió. “Ese fue el momento”, declaró Moon a los reporteros el año pasado “Dijo esas palabras como si fueran su última voluntad”.
Sin embargo, Moon, quien nació en un campo de refugiados al final de la Guerra de Corea y cuyos padres habían huido de Corea del Norte, formó sus sensibilidades liberales mucho tiempo antes. Cuando era estudiante de derecho, le irritaba la continua sucesión de líderes autoritarios en su país, los cuales asumieron una línea dura contra Corea del Norte. Moon se convirtió en un categórico activista estudiantil y llegó a pasar un tiempo en prisión por encabezar protestas prodemocráticas. Tras su liberación, fue reclutado por el ejército de Corea del Sur.
En agosto de 1976, Moon, que en ese tiempo era un líder de escuadrón de las fuerzas especiales, pudo ver de cerca lo tensas que eran las relaciones entre ambos países, y lo rápido que las circunstancias podían cambiar de la quietud a la crisis. Una mañana, soldados de Corea del Norte asesinaron brutalmente a hachazos a dos militares estadounidenses que supervisaban una operación de podado de árboles en la zona desmilitarizada, una estrecha franja de terreno escabroso que separa a las dos Coreas. El comandante norcoreano afirmó que el árbol, que bloqueaba la vista de un puesto de observación de Naciones Unidas, había sido plantado personalmente por el líder de su nación, Kim Il Sung. El incidente llegó a los titulares internacionales y, de pronto, el armisticio de 23 años entre Estados Unidos y Corea del Norte estuvo a punto de colapsar. El presidente estadounidense Gerald Ford ordenó a un segundo equipo de trabajo que retirara completamente el árbol.
Moon formó parte de un grupo de más de 800 soldados estadounidenses y surcoreanos que acompañaron al equipo de trabajo. Al entrar a la zona desmilitarizada, helicópteros artillados Cobra y bombarderos B-52 con capacidad de disparar armas nucleares volaban por encima de ellos. En la costa, el portaaviones USS Midway se colocaba en posición para realizar posibles ataques aéreos. “Estábamos en el filo de la navaja entre una percepción errónea y un juicio equivocado” que llevarían a la guerra a la Península de Corea, declaró a The Atlantic Van Jackson, experto en Corea de la Universidad Victoria de Wellington, Nueva Zelanda.
Los estadounidenses y sus aliados utilizaron motosierras para reducir el árbol a un simple tocón. Superados en número y en la cantidad de armas, los norcoreanos mantuvieron su distancia. Sin embargo, para Moon, el recuerdo de aquel día jamás se desvaneció. “Fue ahí cuando se formó mi visión de nuestro país y de la seguridad, así como mi patriotismo”, dijo Moon a un periodista el año pasado, justo antes de ganar la presidencia.
Tras realizar el servicio militar, Moon trabajó como abogado de derechos humanos y activista para el Partido Democrático. Se incorporó a la política en 2003, desempeñándose como jefe del Estado mayor de otro mentor político, el presidente Roh Moo-hyun, quien también creía en un enfoque de conciliación con Corea del Norte. En 2007, las pruebas de armas de Pionyang descarrilaron la política de acercamiento de Roh, recordando nuevamente a los surcoreanos el peligro que representaba Corea del Norte. Sin embargo, Moon nunca abandonó su esperanza en la reconciliación.
EL FACILITADOR
Cuando Moon ganó la presidencia en mayo de 2017, tras postularse sin éxito en 2012, las palabras de Kim Dae-jung aún resonaban en sus oídos. Dio marcha atrás al enfoque de línea dura de su predecesor, el conservador Park Geun-hye, y realizó acercamientos con Corea del Norte.
Sin embargo, el enfoque de Moon pronto se estancó mientras Trump y Kim intercambiaban insultos y amenazas de aniquilación nuclear, y el líder norcoreano pasaba por alto las repetidas súplicas de Moon de dialogar. En uno de los tuits de Trump, el presidente estadounidense reprendió a Moon por sus “llamados a apaciguarse” dirigidos a Corea del Norte, afirmando que “¡Ellos solo entienden una cosa!”.
Sin embargo, en enero pasado, estando próximo el inicio de los Juegos Olímpicos de Invierno en Corea del Sur, Kim le respondió de repente a Moon, ofreciendo en un discurso abrir un diálogo con Corea del Sur. Moon aprovechó la oportunidad. Funcionarios de Corea del Norte y Corea del Sur cruzaron la zona desmilitarizada para hablar sobre la participación de Corea del Norte en los Juegos. En la ceremonia de apertura, realizada en febrero pasado, atletas de ambos países entraron al estadio bajo una sola bandera que mostraba una Península de Corea unificada, lo que indicaba un descongelamiento en su enfrentamiento geopolítico. Otra señal promisoria fue la presencia en las tribunas de Kim Yo Jong, la hermana más joven del líder norcoreano. Las dos Coreas incluso formaron un equipo unificado de hockey femenino para competir en los juegos.
Tras la competencia, funcionarios de ambos países siguieron intercambiando visitas en medio de la retórica cada vez más virulenta de Trump y Kim. No está claro a quien se debe la propuesta de una cumbre entre Kim y Trump, pero la idea pronto tomó forma. Ambas partes acordaron que Chung, uno de los asesores más cercanos de Moon, le entregaría la invitación a Trump.
Mientras funcionarios de Estados Unidos y Corea del Norte analizaban dónde se reunirían sus líderes, Moon y Kim realizaron su propia cumbre en la llamada Área de Seguridad Conjunta de la Zona Desmilitarizada, en la que fue apenas la tercera vez en que líderes de Corea del Norte y Corea del Sur se reunían desde que el país se dividió en 1945. Ambos líderes se saludaron de mano cálidamente y plantaron un árbol cerca del sitio donde ocurrió el incidente de los asesinatos con hachas. Y en sus conversaciones cara a cara, de acuerdo con funcionarios surcoreanos, Moon persuadió a Kim de comprometerse con la desnuclearización cuando se reuniera en la cumbre con Trump, afirmando que su país nunca tendría una tregua en las agobiantes sanciones internacionales mientras conservara su arsenal nuclear.
Moon también voló a Washington e instó a Trump a ofrecerle a Kim garantías de seguridad e incentivos económicos en la cumbre para convencerlo de que su régimen estaría seguro sin contar con armas nucleares, afirman funcionarios estadounidenses y surcoreanos, hablando desde el anonimato para poder comentar asuntos diplomáticos delicados. En conversaciones posteriores, señalan estos funcionarios, Moon imploró a Trump que permitiera un proceso gradual de desnuclearización. Y lo persuadió de no hacer caso a los partidarios de la línea dura como el asesor de seguridad John Bolton, que impulsaba la idea de derrocar a Kim a menos de que acordara de antemano entregar todas sus armas nucleares y su infraestructura para la construcción de bombas.
Familiarizado con el desproporcionado ego y con el breve intervalo de atención de Trump, Moon lo halagó para mantenerlo a bordo, diciéndole que una cumbre con Kim le haría acreedor a un bien merecido Premio Nobel de la Paz, sugerencia que le gustó tanto a Trump que se convirtió en un cántico de sus mítines. Y cuando Trump canceló brevemente la cumbre después de que una funcionaria norcoreana de alto nivel calificó al vicepresidente Mike Pence como un “idiota político” por repetir la amenaza de cambio de régimen de Bolton, fue Moon quien volvió de inmediato a Washington y persuadió a Trump de mantenerse en lo dicho.
Kim dio un impulso adicional a la diplomacia de Moon al cumplir la promesa de destruir su único sitio de pruebas nucleares conocido. Varios críticos han cuestionado el valor de este gesto, señalando que sus pruebas nucleares anteriores prácticamente habían destruido el lugar. También señalaron que funcionarios de Corea del Norte retiraron todos los equipos delicados antes de detonar cargas explosivas, lo que sugiere que Pionyang estaba protegiendo su inversión en caso de que las conversaciones sobre la desnuclearización se vinieran abajo. Aunque algunos funcionarios estadounidenses han presentado a Kim como una persona engañosa por producir más combustible nuclear, el líder también podría estar tratando de obtener una posición ventajosa antes de las negociaciones: cuanto más combustible tenga, más fichas podrá intercambiar por ayuda económica.
EL FIN DE LOS ‘EJERCICIOS MILITARES’
Los escépticos de Washington han hecho trizas a Trump por su desempeño en la cumbre de Singapur. “La declaración conjunta es un documento decididamente decepcionante que consiste principalmente en generalidades y lugares comunes que Trump trató rápidamente de exagerar”, afirma Jonathan Pollack, especialista en Asia Oriental de la Institución Brookings de Washington. Algunos analistas afirman que lo peor fue la decisión de Trump de detener los ejercicios militares con Corea del Sur. En relación con Estados Unidos, esta decisión le restó influencia al secretario de Estado Mike Pompeo cuando comiencen las conversaciones de desnuclearización con su homólogo norcoreano. Y para Corea del Sur, ello privó a Seúl de su más sólido recordatorio de poderío militar aliado en contra de Pionyang. Los surcoreanos, afirma Terry, el exanalista de la CIA, “están descubriendo que algunas de las cosas con las que necesitan contar, como la alianza y la presencia militar de Estados Unidos, no son tan sólidas como creían”.
Sin embargo, los asesores de Moon ponen en duda ese punto de vista, y señalan que el hecho de que Trump haya detenido lo que denominó ejercicios militares “provocadores” es completamente congruente con los llamados anteriores hechos por el líder surcoreano a Estados Unidos de reducir tales ejercicios para evitar confrontaciones con Corea del Norte, que siempre los ha considerado como “prácticas militares” amenazadoras. De hecho, en mayo, cuando Trump aún ejercía lo que denominaba “máxima presión” sobre Corea del Norte, su vecino del Sur se retiró de un ejercicio de entrenamiento conjunto en el que participarían bombarderos estadounidenses B-52, diciendo que avivarían las tensiones antes de la cumbre de junio entre Trump y Kim.
A pesar de las críticas de los conservadores, Moon ha apoyado a Trump y su decisión de suspender los ejercicios conjuntos. “Creemos que es necesario considerar distintas formas de promover aún más el diálogo en tanto se mantengan conversaciones serias entre Estados Unidos y Corea del Norte para la desnuclearización de la Península de Corea y el establecimiento de la paz”, dijo a la prensa el vocero presidencial surcoreano Kim Eui-kyeom.
William McKinney, antiguo especialista de alto nivel en Corea del Norte del Comando del Pacífico del ejército estadounidense, afirma que Pionyang tiene buenas razones para sentirse amenazado por algunos de estos ejercicios militares conjuntos. Descritos por el Pentágono como ejercicios de “decapitación”, se han utilizado bombarderos furtivos, submarinos con misiles balísticos y hasta 350,000 soldados estadounidenses y surcoreanos. En ejercicios recientes, Estados Unidos incluso lanzó un par de misiles balísticos intercontinentales sin carga desde la base de la Fuerza Aérea de Vandenberg en California, dejándolos caer en las aguas justo al lado de la costa norcoreana en una punzante muestra de las capacidades estratégicas de Estados Unidos.
En un comentario hecho para 38 North, un sitio web cuyo tema principal es Corea del Norte, McKinney escribió que, dada la naturaleza “altamente provocadora” de los ejercicios, “el sorpresivo compromiso [de Trump] de [suspenderlos] es la medida para aumentar la confianza de mayor importancia estratégica que se pudo haber tomado”.
Ahora, Moon parece haber logrado dos objetivos clave en su política de participación: conversaciones directas entre Estados Unidos y Corea del Norte, y una reducción de las presiones militares entre ambos adversarios. Como resultado, disfruta de una amplia popularidad en su país.
En las elecciones locales recientes, consideradas ampliamente como un referendo sobre las políticas de Moon, el gobernante Partido Democrático arrasó en 11 de 12 contiendas parlamentarias y en 14 de las 17 contiendas por las gubernaturas y alcaldías. En una encuesta realizada después de la cumbre, obtuvo un índice de aprobación de 79 por ciento, el más alto de cualquier presidente surcoreano elegido democráticamente en su primer año de gobierno. “El gobierno surcoreano parece sentirse muy feliz”, afirma Victor Cha, el asesor principal del expresidente estadounidense George W. Bush sobre temas coreanos.
ALIANZAS ESTADOUNIDENSES EN DUDA
Sin embargo, la celebración podría terminar pronto. De acuerdo con los expertos, una paz duradera depende de varias situaciones impredecibles. La principal de ellas la constituyen las próximas negociaciones de desnuclearización, en las que equipos de Estados Unidos y Corea del Norte tratarán de reforzar la declaración de Singapur con agendas para desmantelar el arsenal nuclear de Kim, compuesto por aproximadamente 65 bombas, así como el alivio económico que Estados Unidos proporcionará a cambio. Un oficial de defensa de alto rango de Estados Unidos afirma que ese país pronto presentará “tareas específicas” con una “cronología específica” a Pionyang, cuya respuesta definirá el nivel de compromiso de Corea del Norte. “Muy pronto sabremos si van a actuar de buena fe o no”, declaró a la prensa el funcionario, y pidió que se omitiera su nombre para poder hablar de un tema delicado.
Si las negociaciones anteriores con Corea del Norte sirven de guía, un malentendido de cualquier tipo podría provocar un rompimiento. En 2005, Pionyang abandonó un acuerdo de desnuclearización, acusando al gobierno de George W. Bush de mala fe cuando este impuso nuevas sanciones económicas a ese país pocos días después de que se firmó el acuerdo. Un convenio, pero de 2012 en el que se restringían las pruebas nucleares y con misiles de Corea del Norte también se vino abajo cuando ese país insistió en que los misiles de largo alcance para el lanzamiento de satélites estaban exentos.
Es casi seguro que surjan desafíos para Moon con respecto al futuro de la presencia militar estadounidense en Corea del Sur. En abril pasado, se desató un feroz combate sobre el tema entre los partidarios de Moon y los conservadores de Corea del Sur, tras la reunión de Moon con Kim. En ese momento, ambos líderes acordaron buscar un tratado de paz que terminaría formalmente con la Guerra de Corea. En respuesta, Moon Chung-in, asesor de alto nivel del presidente surcoreano sin ninguna relación familiar con él, sugirió que los soldados estadounidenses podrían tener que retirarse de Corea del Sur si se firmaba un tratado. “Será difícil justificar la presencia continua en Corea del Sur tras su adopción”, escribió el asesor en la revista Foreign Affairs.
Los conservadores protestaron diciendo que dicha conversación jugó a favor de Pionyang, reduciendo la influencia de Corea del Sur en las negociaciones de paz con su vecino del norte. Esos críticos también pusieron en duda lo que Trump tuiteó con bombo y platillo después de la cumbre de Singapur, diciendo que la amenaza nuclear de Pionyang había terminado. “Por el contrario”, declaró al Wall Street Journal Cho Young-key, miembro de alto nivel de la Fundación Hansun, un grupo de analistas conservadores de Seúl. “Varias veces en este año han dicho que su programa de armas nucleares está completo”.
Lo que dijo Trump en Singapur acerca del dinero que Estados Unidos ahorraría al mandar a sus soldados a casa ha resonado en Washington. Algunos analistas ahora advierten que China sería el mayor ganador en el retiro de tropas, y los aliados de Estados Unidos en Asia Oriental (Corea del Sur y Japón) sufrirían al perder la garantía de la protección estadounidense, que es el elemento central de sus respectivas alianzas con Washington. “A China le agradaría ver una reducción de las fuerzas militares [estadounidenses] en el noreste de Asia, así como un distanciamiento entre Estados Unidos y sus aliados y socios”, afirma Ryan Hass, especialista en Asia Oriental de la Institución Brookings. “Ahora, Pekín está en camino de lograr esos objetivos con un costo muy bajo”.
Para Moon y su país, los riesgos son graves: un acuerdo nuclear en el que se escatime la seguridad de Corea del Sur en una región dominada por China, la ausencia de cualquier acuerdo, otra guerra de palabras y posiblemente una en la que se usen misiles con cabezas nucleares. Sin embargo, el líder surcoreano considera que es muy prematuro hablar de eso. Con la desnuclearización de Corea del Norte aún en pañales, podrían pasar años antes de que el proceso de paz que él puso en marcha llegue al punto en el que se considere seguro retirar a los soldados estadounidenses de Corea del Sur. Así que, por ahora, Moon se concentra en los pequeños pasos que harán que el proceso siga avanzando.
El 22 de junio, el Pentágono anunció que, en coordinación con funcionarios de alto nivel de Corea del Sur, el ejército estadounidense había “suspendido indefinidamente” los ejercicios militares de gran magnitud en la Península de Corea. Unos días después, Corea del Norte canceló su “mitin contra el imperialismo estadounidense”, uno de los eventos más importantes y con mayor carga política del calendario de Pionyang. Asimismo, Corea del Norte informó recientemente a la Casa Blanca que pronto devolvería los restos de más de 200 soldados estadounidenses perdidos desde el fin de la Guerra de Corea, que se desarrolló de 1950 a 1953.
Mientras tanto, las dos Coreas trabajan para reducir sus propias tensiones. Entre los primeros elementos a considerar: el retiro de armas de un área de la Zona Desmilitarizada donde, hace más de cuatro décadas, Moon fue testigo de cómo una disputa sobre un árbol pudo llevar a dos naciones al borde de la guerra.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek