En la construcción México es ágil mental y técnicamente, pero cuando es hora de poner la última pieza de ese Lego monumental que armó con maestría, la estructura colorida se desploma. Y claro, el niño llora.
Podemos desempolvar y pedir auxilio al “Álgebra” de Baldor. O como enfermos darle a la calculadora una otra y otra vez sumando puntos y diferencia de goles. O buscar inquietos en Google “criterios de desempate” para suministrarnos cual adictos dosis intravenosas de esperanza y aguantar sin zozobra hasta el miércoles.
Inútil, todo es simple: si Alemania saca una victoria más o menos cómoda a Corea del Sur (calculo le hará 8) y México pierde 1-0 ante Suecia, abordaremos el jueves en Moscú el avión de regreso. Maldición, el jueves, 18 días antes del fin de la Copa Mundial.
Sé que me dirán: “¡No seas así, imagina cosas chingonas como dice Chicharito!” o “Aguafiestas, piensa que ganaremos a Suecia”, o “Por personas como tú México no avanza”. Sí, pero esto no es un libro de Osho, Robin Sharma o Paulo Coelho como para convocar a tomarnos las manos los 90 minutos del duelo ante los suecos, sentir la energía de nuestro hermano mexicano, percibir el fluir de las buenas vibras y emitir todos juntos –del Bravo al Usumacinta- el mantra del ommmm para sacar el resultado.
Tras el partido ante Corea, el técnico Osorio no fue el imperturbable de siempre y soltó su dolor: “Le dimos ventaja a un muy buen rematador como Son (Heung-Min) y nos queda un poco de mal sabor de boca (…) no presionamos en el minuto adecuado en zona alta”.
La inatajable patada de caballo con que Corea descontó en el agregado dolió poco: la creímos anecdótica. Hoy hacemos cálculos con arritmia cardiaca y vemos nuestro error: por ese gol, en su tercer partido la Selección no puede darse el lujo de perder ni 1-0.
Absurdo pensar que con una primera fase hasta ahora irreprochable nos eliminen por ese pobre marcador. Y no es del todo justo criticar a México cuando le ganó con un futbol primoroso al campeón mundial y tras someter sin apuros a los asiáticos en un partido en que pudimos ganar 4-0. ¡Bingo! Les pudimos ganar 4-0 como también pudimos ganar 3-0 (sí, de locos) a Alemania. Esa cruz ahora cargamos.
Repaso todas las veces que vimos la misma escena: Chicharito, Chucky, Layún, tomándose la cabeza angustiados después de que México, en esos latigazos verticales, robaba un balón, cruzaba medio campo con descarada ligereza, llegaba al área y, entonces sí, cuando restaba batir a un portero solitario como beduino en el desierto, mandaban la pelota arriba, a los lados, cómoda a los guantes enemigos.
En la construcción México es ágil mental y técnicamente, pero cuando es hora de poner la última pieza de ese Lego monumental que armó con maestría, la estructura colorida se desploma. Y claro, el niño llora.
Ayer Kroos no la mandó al poste, ni afuera, ni a las manos del arquero sueco. Puso el pie con la fuerza y sobre la porción justas del balón y salvó a su equipo de una eliminación que se les quedaría dentro para toda la vida, como una bala alojada por siempre en el cuerpo. Pero no: siguen siendo los grandes candidatos para ser campeones del mundo porque ayer anotaron cuando debían. Hay que ir aprendiendo de nuestros mayores.
Ante Alemania hicimos 4 disparos entre los tres palos, 6 fuera y dos fueron bloqueados. Frente a Corea hicimos 5 disparos entre los tres palos, 6 más fuera y dos fueron bloqueados. Es decir, de un total de 25 ocasiones de gol, México convirtió 3: el 12 %. Una desproporción para el nivel de eficiencia de nuestros seleccionados en el resto del campo, donde galopan como emperadores.
Si la portería está enfrente, México le pega al balón muy arriba o muy débil o muy abajo o muy de lado. Lo siguiente, el rictus, las manos a la cabeza, la mirada implorando el cielo.
Que el miércoles no veamos más ese rictus, esas manos, esa mirada.
En el futbol ganan los asesinos por naturaleza: hay que saber matar.