Luis I. Rodríguez y Gilberto Bosques fueron dos políticos mexicanos de la etapa inmediatamente posterior a la terminación de la Revolución mexicana, vinculados ambos a Lázaro Cárdenas. Guanajuatense el primero y poblano el segundo.
Los dos personajes dedicaron parte de su carrera al servicio exterior; y en su momento, estuvieron ligados a la apertura que mostró el General Cárdenas con los españoles que fueron exiliados a causa de la guerra civil de 1936 1939.
Conocida es la generosidad de Cárdenas con la intensa inmigración española desde que comenzó a declinar la estrella de la Segunda República y la cordial acogida que se le dio a esa corriente de trasterrados que vinieron buscando refugio en nuestro país.
La actitud receptiva y protectora de México propició una reacción de reconocimiento y gratitud de parte de los miles de hermanos hispanos que se asilaron en México, quienes siempre le tributaron a Cárdenas un afecto especial.
Recientemente esa corriente de agradecimiento se extendió a quienes dieron cumplimiento operativo a las órdenes del Presidente Cárdenas y de manera específica a quienes estuvieron vinculados a la diplomacia mexicana durante la Segunda República y la Guerra civil española.
Concretamente me refiero a la serie de reconocimientos que recientemente se realizaron a Gilberto Bosques, quien primero fuera Cónsul de México en París y luego, de la invasión nazi a esa ciudad, terminó oficiando el mismo cargo, pero en Marsella.
En efecto, el Gobierno de la ciudad de México le tributó un homenaje en el que se exaltaron las virtudes civiles de este personaje, a quien se le atribuía una intensa labor para hacer posible la inmigración de republicanos hispanos a nuestra patria.
Luego la Sexagésima segunda Legislatura de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión llevó a cabo publicación de un muy lujoso libro en edición bilingüe, español y francés, en el cual se siguió abonando la idea de una figura ejemplar que se antoja en un grado casi heroico.
En torno a esos reconocimientos se produjeron artículos, comentario y hasta uno que otro discurso en el que se ponderan los atributos del personaje, en una posición no sólo exagerada por su calidad pretendidamente eminente, sino que, para mi gusto, un tanto extraviada de la realidad.
En esos arrebatos de glorificación de don Gilberto Bosques, se le impuso el apelativo del “Schindler mexicano” tratando de equipararlo al personaje de la película ‘La Lista de Schindler’ de Steven Spielberg , cuyo argumento es el riesgoso salvamento de más de mil judíos por Oskar Schindler, un benévolo industrial germano.
El mérito de Bosques resulta incuestionable, pero habrá que aclarar que la idea de amparar, asilar y acoger a la República en el exilio fue de Lázaro Cárdenas; y que los operadores fueron varios, unos incluso, con acciones más admirables que las desempeñadas por el Cónsul de Marsella.
Sería injusto, por decir lo menos, confinar a los rincones del olvido a personajes como Narciso Bassols, embajador en Francia hasta 1939 quien, además, con Primo Villa Michel, comparte el honor de haber defendido, a nombre de México, a la República española en la Sociedad de las Naciones.
Y desde luego, no debe de pasarse por alto la enérgica y muy activa posición de Luis I. Rodríguez frente al llamado Gobierno de Vichy para que permitiera el acceso de los españoles a Francia y luego para que partieran refugiados a nuestro país.
Luis I. Rodríguez era el embajador de México ante el gobierno de la Francia ocupada y colaboracionista del Mariscal Petain, mientras que Bosques sólo oficiaba de Cónsul en la legación encabezada por el guanajuatense.
Al político y diplomático de Guanajuato le correspondió conseguir la suscripción del Acuerdo Franco Mexicano, 23 de agosto de 1940 según el cual, nuestro país se comprometió a recibir en México a todos los españoles refugiados en Francia.
Pero no sólo eso, sino que asistió y protegió directamente y hasta sus últimos momentos de vida a don Manuel Azaña, Presidente de la República española y a la familia de éste, situación que le comunicó mediante cable al Presidente Cárdenas.
Su acción personal fue determinante para sacar del territorio francés a Juan Negrín, dar protección jurídica a Luis Nicolau d’Olwer, exministro de Hacienda y exgobernador del Banco de España e inhumar con dignidad a Manuel Azaña.
Al terminar la gestión presidencial de Cárdenas, Manuel Ávila Camacho designó como embajador en Francia a Francisco Javier Aguilar González, quien continuó dando trámite a las acciones humanitarias y de traslado de los españoles de ese país a México; pero fue removido en noviembre de 1942, acusado de utilizar algunos fondos internacionales para vacacionar con frecuencia en la Costa Azul.
Gilberto Bosques, quien era Cónsul en la embajada dirigida por Aguilar González, se hizo cargo de encabezar la Legación y de continuar, durante los cuatro meses que transcurrieron entre noviembre de 1942 y el momento en que el General Ávila Camacho declaró la guerra a las potencias del Eje, cuando ordenaron al cónsul que volviera a México.
En el libro “Los diplomáticos mexicanos y la Segunda República Española (1931- 1975)” coordinado por Carlos Sola Ayape, el historiador David Jorge plantea las disfunciones entre historia y memoria y siguiendo a Daniela Gleizer, propone la demitificación de ese proceso y en especial la intervención de Gilberto Bosques, de quien dilemáticamente se cuestiona, si fue en verdad un mítico héroe o el simple burócrata que solo sellaba las visas.
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