En Rusia, la pobreza, la corrupción y la desigualdad son endémicas. Entonces, ¿por qué tantas personas parecen amar a Vladimir Putin?
Una fría noche en Moscú, en una galería de arte del centro de la ciudad, Vladimir Putin aparece enfundado en una capa roja, lanzando balas con una gigantesca arma llamada “la destructora de Putin”. ¿Su blanco? No se sabe. Pero su mirada fría y su gran determinación son inconfundibles.
El presidente ruso no se encuentra físicamente en la galería. Es el tema de ella. Putin, el cruzado encapotado, es uno de los 30 llamativos retratos y esculturas que se encuentran en exhibición en la capital rusa, todos los cuales muestran al antiguo miembro de la KGB en poses heroicas, icónicas y, en opinión de algunos, extrañas. Tenemos a Putin ganando un campeonato de hockey sobre hielo y a Putin abrazando a un leopardo. Putin, vistiendo una armadura medieval y montando a un oso. Incluso podemos verlo sosteniendo un retrato de Putin que sostiene un retrato de Putin, el cual sostiene un retrato de Putin, etcétera, como si fuera una muñeca rusa.
¿El nombre de la exhibición? “Super-Putin”. Su curadora es Yulia Dyuzheva, de 22 años, modelo, activista y estudiante de periodismo de la Universidad Estatal de Moscú. “Super-Putin” fue inaugurada el 6 de diciembre, el día en que el presidente ruso anunció oficialmente que se postularía para la elección de marzo próximo. Es una contienda que está seguro de ganar, extendiendo así su periodo en el poder por otros seis años. Solo Josef Stalin, el dictador soviético, gobernó a Rusia por más tiempo. “Vladimir Putin es un líder fuerte que ha mostrado grandes resultados”, señala Dyuzheva. “Debemos estarle agradecidos”.
En efecto, muchos rusos están agradecidos. Para algunos, especialmente los adinerados residentes de Moscú y San Petersburgo, que son las dos ciudades más grandes del país, la vida nunca ha sido mejor. Rusia tiene el número de millonarios que crece más rápidamente en todo el mundo, y Moscú alberga a 73 multimillonarios, de acuerdo con Forbes. La esperanza de vida en Rusia es actualmente de 71 años, un máximo récord y un aumento de seis años desde el año 2000, cuando Putin fue electo por primera vez. El presidente ruso también ha restaurado la influencia mundial de su país, lo cual es un motivo de orgullo para millones de rusos.
Sin embargo, para muchos de sus compatriotas, la vida sigue siendo dura. Alrededor de 20 millones de personas, cerca de 14 por ciento de la población, apenas gana 170 dólares al mes. Los ingresos reales han caído durante cuatro años consecutivos, mientras que alrededor de 3,000 escuelas no cuentan con sanitarios en interiores, ni siquiera en Siberia. La desigualdad económica se encuentra entre las más altas del mundo, mientras que la corrupción relacionada únicamente con contratos gubernamentales le cuesta al país 35,000 millones de dólares cada año, de acuerdo con el Instituto Gaidar de Política Económica, con sede en Moscú. En 2010, Dmitry Medvedev, el actual primer ministro, señaló que esa cifra ascendía a 33,000 millones, es decir, 3 por ciento del producto interno bruto anual de Rusia.
Mientras tanto, sus críticos afirman que Putin ha reprimido implacablemente el disentimiento y ha creado un sofisticado sistema de propaganda estatal para desacreditar a sus posibles rivales. Al mismo tiempo, los miembros del círculo cercano a Putin, muchos de los cuales no son funcionarios electos, han visto cómo su riqueza y su poder han aumentado en forma notable.
Sin embargo, esto no le preocupa a Dyuzheva. “Nadie más que Putin tiene la capacidad de gobernar a Rusia en este momento”, insiste. Su admiración por el presidente ruso es compartida por la mayoría de sus compatriotas, de acuerdo con estudios publicados por encuestadoras estatales e independientes. Más de 80 por ciento de los rusos dicen que aprueban el desempeño de Putin como presidente, un índice que se ha mantenido constante desde que el Kremlin anexó Crimea, arrebatándosela a Ucrania en 2014.
Paradójicamente, alrededor de 50 por ciento de los rusos afirman que el país avanza en la dirección equivocada, una cifra que se ha mantenido constante en los años recientes, de acuerdo con el Centro Levada, una empresa encuestadora independiente con sede en Moscú. ¿Cuál es la explicación de esta disonancia cognitiva? Aunque Putin es técnicamente el jefe de Estado, los analistas señalan que muchos rusos no lo relacionan con los fracasos de la nación. “Putin es responsable de todas las cosas buenas y, con frecuencia, intangibles”, afirma Maxim Trudolyubov, un periodista ruso que escribe para The Russia File, un blog del Instituto Kennan, un grupo de analistas con sede en Washington, D. C.
Se trata de un fenómeno cuyo mejor ejemplo es, quizás, el gran número de llamamientos a través de videos en línea realizados por rusos comunes que desean que el presidente resuelva sus problemas. Los demandantes corean o sostienen letreros que dicen “Putin—pomogi!” (“¡Putin—ayuda!”). De manera notable, se dirigen a él con la palabra “ty”, que equivale al “tú” del castellano que, además de ser informal, también se utiliza para dirigirse a Dios o, en los siglos anteriores, al zar. El video más reciente fue publicado por maestros de la región de Kurgan, a unos 1,600 kilómetros de Moscú, quienes le rogaban a Putin que interviniera en una disputa relacionada con salarios no pagados. “Fue un acto desesperado”, dice Vladimir Kocheulov, el maestro responsable del video de enero. “Es probable que los maestros de las repúblicas bananeras reciban un mejor salario que nosotros”. Sin embargo, Kocheulov se mostró reacio a culpar a Putin de sus desgracias. “En Rusia, las personas siempre han dependido de su amable batushka para resolver sus problemas” añadió, usando una palabra rusa que puede significar “padre” o “sacerdote”.
El programa anual de televisión de Putin, en el que el público participa por teléfono, ha reforzado su imagen como alguien capaz de resolver los problemas de los rusos. Promovido como una “conversación con el pueblo”, frecuentemente presenta a Putin reprendiendo a sus funcionarios al aire y ordenándoles que lleven a cabo reparaciones en las viviendas o que construyan gasoductos en áreas remotas. Una vez le regaló un vestido a una niña pequeña de una familia pobre y la invitó a una fiesta de Año Nuevo en el Kremlin. “[Es] la magia de Putin”, dice Trudolyubov.
A diferencia de los países occidentales, donde los políticos son vistos principalmente como personas ordinarias, para millones de rusos, Putin es la encarnación viviente del país. A eso se debe que las críticas al “líder nacional” sean interpretadas frecuentemente como críticas a la Madre Rusia. “No me gusta particularmente Putin ni su partido, Rusia Unida”, me dijo una vez una persona famosa de origen ruso, bajo la condición de mantenerse en un estricto anonimato debido a que apoya a las autoridades en público. “Pero nunca soñaría con criticarlos a ninguno de los dos porque soy patriota”.
Actitudes como estas han producido acaloradas conversaciones en los hogares de toda Rusia. “¡Eres una traidora a la patria!”, le grita Olga, una mujer de 75 años de Voronezh, una ciudad del centro de Rusia, a Svetlana, su hija de 40 años, debido a que esta criticó a Putin (las dos mujeres pidieron que sus nombres fueran cambiados en este artículo porque no deseaban recibir publicidad). “Me siento ofendida por Rusia cuando dices cosas malas sobre Putin”, explica Olga, que recibe una pensión mensual por parte del gobierno de tan solo 8,000 rublos (142 dólares) y depende de la ayuda financiera de su hija.
Esta devoción hacia Putin se refleja en la cultura popular. Durante su primer periodo de gobierno, un dueto femenino de música pop llamado Singing Together logró un éxito con una contagiosa canción. Parte del coro: “Quiero un hombre como Putin, lleno de fuerza”. Más tarde, en 2015, Timati, una de las mayores estrellas rusas del rap, publicó una canción llamada “Mi amigo es Vladimir Putin”, que contenía las siguientes líneas: “Todo el país está con él / Es buena onda, un superhéroe”. Ahora, mientras Rusia prepara sus motores para la elección presidencial de marzo, un cantante llamado Vyacheslav Antonov agita los corazones patriotas con una vehemente tonada de rock donde jura seguir a Putin a la “batalla final” contra la OTAN.
No son solo canciones. También hay murales, retratos e, incluso, estatuas de Putin, entre ellas, un busto de bronce cerca de San Petersburgo, donde el presidente ruso es presentado como un emperador romano. Todas estas son manifestaciones de lo que los críticos consideran un culto a la personalidad alrededor del líder ruso que comenzó a acelerarse durante su enfrentamiento con Occidente debido a la anexión de Crimea.
Sin embargo, existen diferencias con los cultos a la personalidad más tradicionales que alguna vez existieron en la Unión Soviética y China, así como en la Corea del Norte de la actualidad. Putin no está reconstruyendo al país a su propia imagen, señala Sam Greene, director del Instituto de Rusia en el King’s College de Londres. En lugar de ello, su culto a la personalidad es un síntoma de la falta de instituciones que pudieran rivalizar con él en cuanto a su autoridad. “El parlamento, los tribunales, la constitución, incluso la Iglesia —dice— han perdido poder al servicio de un solo árbitro, un solo garante y un solo símbolo”.
El culto a la personalidad de Putin tampoco está impulsado por una represión política masiva. En lugar de gulags y ejecuciones sumarias, el Kremlin se apoya principalmente en oscuros asesores que han dado forma a su imagen. “Durante sus dos primeros periodos, trabajamos constantemente en el mito de que Putin lo decide todo, de que no hay ninguna alternativa a él”, señala Gleb Pavlovsky, antiguo asesor clave del Kremlin. “Así como todo el mundo sabía que la Unión Soviética era el estado de Lenin, para la mayoría de los rusos de la actualidad, Rusia es el estado de Putin”.
La popularidad del presidente, afirma Pavlovsky, se basa en gran medida en recuerdos de la década de 1990, cuando, durante el régimen de Boris Yeltsin, los salarios y las pensiones dejaron de pagarse durante meses. Esos tiempos difíciles surgieron después de la caída de la Unión Soviética, un periodo de privaciones colosales para millones de rusos.
Sin embargo, los primeros días en el cargo del exagente de la KGB coincidieron con un aumento en el precio del petróleo, el principal producto de exportación de Rusia, y los estándares de vida aumentaron notablemente. “Se trata de una nación de sobrevivientes”, afirma Pavlovsky. “Las personas recuerdan cuando apenas podían alimentar… a sus familias. Aunque existe una desigualdad económica monstruosa, la gente considera lo que tiene ahora como buena fortuna”.
Pavlovsky, antiguo disidente soviético de 66 años, trabajó para el Kremlin durante los gobiernos de Yeltsin y Putin. Tras haber sido uno de los arquitectos de la “democracia administrada” de Rusia, fue despedido en 2011 por oponerse a un tercer periodo presidencial de Putin. “Representamos toda una historia sobre un espía que había encontrado su lugar entre las autoridades y que luego, de repente, había surgido y se había puesto del lado del pueblo”, recuerda. “Como si las puertas del Kremlin se hubieran abierto, y de ellas hubiera salido un presidente del pueblo que, a diferencia de Yeltsin y de los líderes soviéticos anteriores, hablaba el idioma del pueblo. Era como una producción teatral, y Putin aprendió rápidamente su papel”.
Aunque critica a Putin, Pavlovsky vio inicialmente el gobierno del líder ruso como una oportunidad de llevar estabilidad a un país que estaba en peligro de desintegrarse durante el caos de la crisis postsoviética. Sin embargo, ese logro tuvo un costo. “En la década de 2000, durante el primer periodo de Putin en el gobierno, rechazamos conscientemente el proceso político”, admite Pavlovsky. “Si alguien tenía un conflicto importante, tenía que acudir a nosotros, al Kremlin, a Putin, y nosotros le ayudaríamos a resolverlo. No podía recurrir a nadie más. Se supone que esta sería una medida temporal, un tratamiento temporal, para que las personas tuvieran la oportunidad de recuperarse de los horrores de la década anterior. Pero, entonces, resultó que esto era muy conveniente, además de muy rentable, para las autoridades. Esta es una de las cosas de las que, por desgracia, me siento responsable”.
Otra estrategia consistía en evitar que Putin se viera relacionado personalmente con cualquier fracaso. “Por esa razón no permitimos que fuera a la escena del desastre de Kursk”, dice Pavlovsky, refiriéndose a la muerte de 118 marinos a bordo del submarino nuclear ruso que se hundió en el año 2000.
Sin embargo, a pesar de todas estas confabulaciones del Kremlin, Pavlovsky insiste en que la idea de que los rusos se encuentran en un estado constante de adoración a Putin es un mito. “Es propaganda, una propaganda muy poderosa”, dice. “El Estado ruso es muy débil. No se trata de alguna clase de poderosa maquinaria gubernamental. Esto lo compensa con los métodos que diseñamos en las décadas de 1990 y 2000: propaganda mediática en conjunción con manipulación política”.
A pesar de los golpes de pecho de algunos de los partidarios más entusiastas de Putin, no está claro qué tan profundamente corre esta devoción. El presidente ruso nunca ha tomado parte en un debate con un candidato presidencial rival. A pesar de sus enormes índices de aprobación, el Kremlin no está dispuesto, dicen varias figuras de oposición, a poner a prueba la popularidad de Putin al permitirle postularse contra candidatos independientes como Alexei Navalny, el activista anticorrupción a quien se le ha prohibido participar en la próxima elección presidencial. Aunque tiene un índice de aprobación de tan solo 2 por ciento a escala nacional, Navalny es el único político capaz de hacer que los rusos salgan a las calles, y sus investigaciones en línea sobre la corrupción de alto nivel tienen millones de visitas en YouTube. En 2013, la única ocasión en la que se le permitió postularse para un puesto público, Navalny recibió casi 30 por ciento de los votos en la elección para la alcaldía de Moscú, a pesar de que se le prohibió aparecer en la televisión estatal. Navalny compara los índices de aprobación de Putin con los de Robert Mugabe, el dictador de Zimbabue que fue derrocado por un golpe militar el año pasado. “A pesar de sus índices de aprobación de 90 por ciento, ¿dónde estaban los partidarios de Mugabe cuando fue derrocado?”, dijo Navalny recientemente. “No se les vio por ningún lado. Esta es la historia usual con los dictadores. Los índices de aprobación son un cuento de hadas”.
Numerosas investigaciones realizadas por periodistas de oposición han revelado que el Kremlin tiene dificultades para lograr que los rusos asistan, al menos voluntariamente, a los mítines de apoyo al presidente, y se ve obligado a forzar a los empleados gubernamentales o a los estudiantes a que asistan. ¿Cómo sería la asistencia si las autoridades no obligaran a las personas a asistir a mítines a favor de Putin? Eso es lo que los activistas de oposición de Tyumen, una ciudad petrolera con una población de poco más de medio millón de personas al oeste de Siberia, decidieron averiguar. El 31 de diciembre, haciéndose pasar por partidarios del Kremlin, organizaron un mitin que, en teoría, era para apoyar un cuarto periodo presidencial de Putin. El evento fue anunciado en los medios de comunicación locales y en línea, y se realizó por la tarde, en un día feriado, en el centro de la ciudad. ¿La asistencia? Solo siete personas, informó Novaya Gazeta, un diario favorable con la oposición.
De regreso en la exhibición de “Super-Putin”, la pasión por el líder ruso tampoco es tan simple como parece. Las cosas en Rusia pocas veces lo son. “Para mí, esta exhibición significa aceptar el hecho de que Putin será presidente para siempre”, señala Alexander Donskoi, antiguo político de oposición que concibió y financió la exhibición. Donskoi, exalcalde de Arkhangelsk, ciudad del norte de Rusia, pasó nueve meses tras las rejas por lo que, en su opinión, fueron falsas acusaciones de fraude tras anunciar sus planes para postularse a la presidencia en 2008. “La mayoría de las personas en Rusia no… creen que haya algo malo en que una persona esté en el poder de por vida, como el zar. Tienen una creencia infantil en las autoridades”, dice Donskoi. “La exhibición de ‘Super-Putin’ es un reflejo de ello. Pregunté por ahí y encontré a una persona que realmente ama a Putin, y le pedí que actuara como organizadora y censora de la exhibición”.
Aunque inusual, esta es una forma de hacer frente al prolongado periodo de Putin en el poder. Otras personas asumen un enfoque más pragmático. En enero, cuando se abrió la oficina de campaña para la elección de Putin en el centro de Moscú, decenas de personas hicieron fila junto a un letrero que decía: “Un presidente fuerte. Una Rusia fuerte”. Muchas de ellas esperaban para pedir ayuda con problemas de alojamiento y de otro tipo. “Espero que Putin pueda ayudarme”, dijo un hombre mayor que dijo llamarse simplemente Oleg. “Pero aun si no lo hace, de todos modos votaré por él, soy un patriota”.
Natalia Shevtsova también estaba en la fila. Ella es una mujer madura, una de las miles de personas que invirtieron los ahorros de toda su vida en los apartamentos de un proyecto de construcción en el sur de Moscú en 2006. Los apartamentos aún no se construyen. Shevtsova señala que los funcionarios gubernamentales no han podido (o no han querido) ayudarla a recuperar su dinero. Ahora, dice, su única esperanza es el líder ruso.
“No apoyo a Putin”, dice Shevtsova. “¿Pero a quien más puedo recurrir? Esta es una dictadura. No tengo otra opción”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek