El presente texto quiere ser una pequeña contribución al debate sobre lo femenino, tan distorsionado por la cultura patriarcal dominante. De salida ya afirmamos: lo femenino fue primero. Veamos cómo surgió en el proceso de la sexogénesis. Varias son las etapas.
La vida ya existe en la tierra hace 3.800 millones de años. El antepasado común de todos los vivientes fue probablemente una bacteria unicelular sin núcleo que se multiplicaba espantosamente por división interna. Esto duró cerca de mil millones de años.
Hace dos mil millones de años, surgió una célula con membrana y dos núcleos, dentro de los cuales se encontraban los cromosomas. En ella se identifica el origen del sexo. Cuando ocurría el intercambio de núcleos entre dos células binucleadas, se generaba un solo núcleo con los cromosomas en pares. Antes, las células se subdividían; ahora se da el intercambio entre dos diferentes con sus núcleos. La célula se reproduce sexualmente a partir del encuentro con otra célula. Se revela así la simbiosis –composición de diferentes elementos– que, junto con la selección natural, representa la fuerza más importante de la evolución. Este hecho tiene consecuencias filosóficas: la vida está hecha más de intercambios, de cooperación y simbiosis, que de la lucha competitiva por la supervivencia.
En los dos primeros mil millones de años, en los océanos de donde irrumpió la vida, no había órganos sexuales específicos. Existía una existencia femenina generalizada que, en el gran útero de los océanos, lagos y ríos, generaba vidas. En ese sentido podemos decir que el principio femenino es el primero y el originario.
Sólo cuando los seres vivos dejaron el mar, lentamente surgió el pene, algo masculino, que tocando la célula pasaba a ella parte de su ADN, donde están los genes.
Con la aparición de los vertebrados hace 370 millones de años con los reptiles, éstos crearon el huevo amniótico lleno de nutrientes y consolidaron la vida en tierra firme. Con la aparición de los mamíferos hace unos 125 millones de años ya surgió una sexualidad definida de macho y hembra. Entonces emerge el cuidado, el amor y la protección de la cría. Hace 70 millones de años apareció nuestro ancestral mamífero que vivía en la copa de los árboles, alimentándose de brotes y de flores. Con la desaparición de los dinosaurios hace 67 millones de años, pudieron ganar el suelo y desarrollarse llegando a los días de hoy.
Está también el sexo genético-celular humano que presenta el siguiente cuadro: la mujer se caracteriza por 22 pares de cromosomas somáticos más dos cromosomas X (XX). El hombre posee también 22 pares, pero con sólo un cromosoma X y otro Y (XY). De ahí se desprende que el sexo-base es femenino (XX) siendo que el masculino (XY) representa una derivación de él por un solo cromosoma (Y). Por lo tanto, no hay un sexo absoluto, sólo un dominante. En cada uno de nosotros, hombres y mujeres, existe “un segundo sexo”.
Todavía en referencia al sexo genital-gonadal, es importante darse cuenta de que, en las primeras semanas, el embrión se presenta andrógino, o sea, posee ambas posibilidades sexuales, femenina y masculina. En términos de sexo genital-gonadal podemos decir: el camino feminino es primordial. A partir de la octava semana, si un cromosoma masculino Y penetra en el óvulo femenino, la definición sexual será masculina, mediante la hormona andrógina. Si no ocurre nada, prevalecerá la base común, femenina. A partir de lo femenino se da la diferenciación, lo que desautoriza el fantasioso “principio de Adán”. La ruta de lo masculino es una modificación de la matriz femenina, por medio de la secreción de andrógeno por los testículos.
Por último, está el sexo hormonal. Todas las glándulas sexuales en el hombre y en la mujer son comandadas por la hipófisis, sexualmente neutra y por el hipotálamo que es sexuado. Estas glándulas secretan en el hombre y en la mujer las dos hormonas: el andrógino (masculino) y el estrógeno (femenino). Son responsables de las características secundarias de la sexualidad. La predominancia de una u otra hormona, producirá una configuración y un comportamiento con características femeninas o masculinas. Si en el hombre hay una impregnación mayor del estrógeno, tendrá algunos rasgos femeninos; el mismo se da con la mujer con referencia al andrógeno.
Es importante señalar que la sexualidad tiene una dimensión ontológica. El ser humano no «tiene» sexo. «Es» sexuado en todas sus dimensiones, corporales, mentales y espirituales. Hasta la emergencia de la sexualidad el mundo es de los mismos y de los idénticos. Con la sexualidad emerge la diferenciación por el intercambio entre diferentes. Son diferentes para poder interrelacionarse y establecer lazos de convivencia. Es lo que ocurre con la sexualidad humana: cada uno, además de la fuerza instintiva que siente en sí, siente también la necesidad de canalizar y sublimar tal fuerza. Quiere amar y ser amado, no por imposición sino por libertad. La sexualidad desemboca en el amor, la fuerza más poderosa “que mueve el cielo y las estrellas” (Dante) y también nuestros corazones. Es la suprema realización que el ser humano puede anhelar. Pero quedémonos con esto: lo femenino fue primero y es básico.
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