Hay una escena desconcertante a la mitad de American Pravda: My Fight for Truth in the Era of Fake News, el nuevo libro del activista conservador y reportero orate James O’Keefe, la cual me orilla a cuestionar seriamente lo que hace, y lo que hacemos como orgullosos miembros del establishment mediático de la élite costera.
La escena no tiene relación con la vez que O’Keefe se hizo pasar por traficante sexual para desprestigiar al grupo comunitario ACORN, y tampoco con la vez que engatusó a un ejecutivo de NPR para que dijera, en una grabación oculta, que la Fiesta de Té (Tea Party) fue “seriamente racista”. Mucho menos es parte de su reciente intento para engañar a The Washington Post enviándoles una víctima de agresión sexual ficticia.
Esta escena se desarrolla en un seminario de periodismo organizado por la Universidad de Nueva York (NYU). El video de 2011 fue hecho a escondidas por Project Veritas —la operación de O’Keefe—, y la sesión estuvo dirigida por el crítico de prensa y profesor de periodismo Jay Rosen, quien proporciona la cita que O’Keefe tanto codicia: “Somos el uno por ciento”, informa Rosen a sus alumnos, halagándolos; y a él mismo, por supuesto.
Rosen imparte la clase con Clay Shirky, quien escribe sobre el periodismo en la era digital. “Las élites se sienten perfectamente cómodas con la información sobre cómo toman sus decisiones y cuáles son esas decisiones, a condición de que esta información solo circule entre otras élites”, dice a los jóvenes aspirantes a reporteros, con la clara implicación de que están preparándose para ser parte de esas élites. A continuación, los dos instructores proceden a analizar la cobertura política de The New York Times con lo que pretende ser información privilegiada.
El video me perturbó por lo que encontró O’Keefe, aunque también por la manera como lo encontró; por no hablar de la forma como lo presentó. El repentino corte del video hace imposible saber a qué se refieren Rosen y Shirky. Hablan con una arrogancia pasmosa, vendiendo acceso al Times a los alumnos de periodismo. Tal vez eso son, o quizá solo son eso porque O’Keefe los ha presentado así. No hay verdad alguna en un video de James O’Keefe, excepto la verdad que James O’Keefe quiere que veas.
En otras palabras, O’Keefe es extraordinario en lo que hace; si bien lo que hace no puede llamarse periodismo, según los parámetros razonables. “Confirmamos nuestras sospechas”, escribe en American Pravda, otra manera de expresar que solo dice a su público lo que quiere que escuchen. Investigar es formular preguntas sin conocer las respuestas. En cambio, O’Keefe conoce las respuestas: los demócratas practican el fraude electoral, Planned Parenthood mata bebés, y el periodismo de corriente principal es dominio de élites esnobs.
El video de NYU difícilmente confirma esto último, mas es un argumento que los conservadores han esgrimido desde hace años. Para ellos, el asombro ante la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016 demostró que las salas de redacción de Estados Unidos están en manos de egresados de periodismo cortados con la tijera de Rosen y Shirky: fatuos y despistados (esta crítica no es del todo incorrecta).
O’Keefe se ofrece como la osada alternativa al moribundo establishment periodístico, dispuesto a librar batallas para las que otros no tienen agallas. Sin embargo, el periodismo que solo busca destruir oponentes políticos no es periodismo. Los malintencionados videos de O’Keefe no revelan la verdad y solo confirman opiniones partidistas. “Nunca rechazamos la ética periodística”, escribe en defensa propia. “Solo tuvimos que crear, nuevamente, esa ética”.
Pese a esto (o quizá debido a esto), vale la pena leer American Pravda, aunque sea para entender cómo perciben los conservadores a los medios. De manera muy similar al presidente que tanto apoya, O’Keefe se regodea en su estatus de “fuereño”, aun cuando disfruta de los beneficios de los miembros de la industria (su salario anual: 240,000 dólares). Producto de los suburbios de Nueva Jersey, O’Keefe ingresó en Reuters en 2002, y para su primera investigación de video, fingió indignación cuando un comedor sirvió Lucky Charms, porque el duende que hace de “mascota” del cereal perpetúa “los estereotipos negativos de los irlandeses-estadounidenses”. En una versión de su grabación, una decana escucha respetuosamente y hace anotaciones. Al concluir, O’Keefe declara que “Rutgers prohibió los Lucky Charms”. Fue una noticia falsa e irrelevante, ya que su objetivo era burlarse de la beatería liberal, la sensibilidad cultural y la corrección política. La decana no tuvo que decir algo incriminador para desatar su sarcasmo. Solo debió desempeñar su papel en el teatro que había montado O’Keefe.
American Pravda toma su nombre de la reciente fijación de O’Keefe con los medios, un esfuerzo que hace eco de los agravios de Trump. El otoño pasado, O’Keefe prometió sacar a la luz el sesgo desenfrenado de The New York Times, y todo lo que encontró fue a un par de bobalicones irrelevantes dándose aires de importancia. O’Keefe ni siquiera se molestó en explicar que un contratista de cómputo o un editor de videos de bajo nivel no tenían la menor influencia en la estrategia editorial del Times.
Su intento posterior para sorprender a The Washington Post resultó desastroso. Después de que el periódico dio la noticia de que Roy Moore —el candidato senatorial de Alabama— presuntamente acosó a unas menores hace varias décadas, O’Keefe envió a una de sus “reporteras” fingiendo que era una acusadora de Moore con motivaciones políticas. Los periodistas del Post la escucharon con todo respeto, verificaron su historia, descubrieron que mentía y publicaron sus hallazgos. Confrontado por los periodistas del Post, O’Keefe se mostró engañoso y pendenciero, todo lo contrario del veraz y recto reportero que dice ser.
Escribe: “En Project Veritas despertamos cada mañana con la certidumbre, profunda y humilde, de que todo el sistema —mediático, legal, político— se ha alineado en contra nuestra”. Esto afirma el hombre que ha recibido fondos de Robert Mercer —uno de los principales donantes conservadores del país— y también de la Fundación Donald J. Trump. En 2016, O’Keefe recaudó alrededor de 1.7 millones de dólares de una caridad asociada con los hermanos Koch. Los reconocimientos de su libro incluyen casi a todo el establishment conservador, desde el exestratega de la Casa Blanca, Steve Bannon, hasta el presentador de Fox News, Tucker Carlson. Y, lo mejor de todo, es que O’Keefe se compara con el disidente soviético Aleksandr Solzhenitsyn, “cuyos escritos me ayudaron a entender la naturaleza humana bajo un régimen corrupto”.
Solzhenitsyn pasó ocho años en un gulag, seguidos de tres años en el exilio. Escribir semejante declaración como producto de una vida en los suburbios de Nueva Jersey requiere de una buena cantidad de desparpajo. Y, al final, eso podría ser todo lo que tiene O’Keefe.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek