Casi en ningún otro tiempo han sucedido tantas crisis y conflictos con tal rapidez. Las crisis a menudo son muy complejas; su origen varía y tienen efectos distintos. Tampoco se presentan tan aisladas en una sola región como ocurría en el pasado. Esto desde luego nos ocupa en la diplomacia y nos mantiene en un modo de crisis permanente, sin permitirnos ningún respiro.
Ninguna nación en el mundo puede resolver sola los problemas internacionales a los que nos estamos enfrentando actualmente. El cambio climático, los desastres humanitarios, el terrorismo: todo esto no se puede resolver en el aislamiento; para ello es necesario tener socios fuertes. Nos alegra poder contar con México como socio. En la reunión de los ministros de Relaciones Exteriores del G20 en Bonn, así como durante mi visita a México en el pasado mes de mayo, pude convencerme de la cercanía y amistad en nuestras relaciones y de lo que podemos lograr juntos. Esta calidad de socios es la que todo ministro de Relaciones Exteriores quisiera tener.
En este sentido, los foros como el G20 son el modelo opuesto a la política del aislamiento nacional, el cual lamentablemente se puede observar en muchas áreas en estos días.
Pero no debemos olvidar ver más allá de la gestión de crisis diaria. Si siempre corremos de un incendio a otro con un extinguidor en la mano, combatimos los síntomas; sin embargo, también es importante ocuparnos de las causas de las crisis.
Puedo entender que mucha gente esté descontenta ante la creciente desigualdad en el mundo. Pero la globalización no es la responsable de ello. La interconexión y el intercambio nos hacen bien. También son una oportunidad para generar mayor bienestar para todas las personas. Por esta razón, no se trata de evitar la globalización, sino de estructurarla mejor y con mayor equidad. Estoy convencido de que no solo es importante el crecimiento en sí, sino también su naturaleza y su calidad. Esto no se mide únicamente con base en el PIB; para lograr un orden mundial realmente estable, la equidad social, económica y ecológica tiene cuando menos la misma importancia que los factores políticos, la participación democrática y la separación de poderes.
En este contexto, la integración con las Naciones Unidas es extremadamente importante. Es el lugar en el cual se puede obtener el mayor efecto en el desarrollo del orden global. Ahí se reúne toda la comunidad mundial. Por ello, la presidencia del G20 incluyó en su programa el objetivo de hacer todo lo posible por apoyar a las Naciones Unidas.
La Agenda 2030 y el Acuerdo de París sobre el clima son un avance muy significativo para la comunidad internacional en cuestión de la sostenibilidad. En 2015 establecimos objetivos ambiciosos y mensurables para un futuro sostenible en el marco de las Naciones Unidas. La Agenda 2030 tiene todas las cualidades para convertirse en el proyecto de equidad de nuestra generación.
Por esta razón es bueno reunirnos en formatos como el G20 y hablar abiertamente sobre la manera en que deseamos estructurar este mundo. Se trata de una tarea fundamental de la política internacional: la búsqueda de un orden global estable y equitativo.
Sigmar Gabriel, Ministro Federal
de Relaciones Exteriores de Alemania