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Espermatozoides, a la baja

Publicado el 15 de septiembre, 2017
Espermatozoides, a la baja

Hagai Levine no se asusta fácilmente. El investigador en salud pública de la Universidad Hebrea fue director de epidemiología de las Fuerzas de Defensa israelíes, de manera que conoce el peligro y el riesgo mucho mejor que la mayoría de sus colegas académicos. Por ello, vale la pena escucharlo cuando plantea dudas sobre el futuro de la raza humana. En colaboración con Shanna Swan, profesora de medicina ambiental y salud pública en la Escuela de Medicina Icahn, del Hospital Monte Sinaí, Levine acaba de publicar un importante estudio donde analiza los niveles de espermatozoides en las últimas décadas; y los hallazgos lo aterrorizaron. “La reproducción puede ser la función más importante de cualquier especie”, dice Levine. “Algo muy malo está ocurriendo en los hombres”.

Es posible que esto te tome por sorpresa. Sucede que hacen falta un hombre y una mujer –o al menos, un espermatozoide y un óvulo- para crear vida, y son las mujeres quienes llevan a cuestas las cargas médica y psicológica de lograr –y mantener- el embarazo. Son sus estilos de vida los que desgranamos incesantemente por su presunto impacto en la fertilidad, y son ellas quienes escuchan el ominoso tictac del reloj biológico. Las bombardeamos con dietas de fertilidad, prácticas especiales de yoga para fortalecer la fertilidad, y todas las apps de fertilidad que puedan descargar en sus celulares. Son los objetivos de una industria mundial de fertilidad que, para 2020, estará valuada en más de 21,000 millones de dólares. Y hasta los Centros para Control y Prevención de Enfermedades las tienen en la mira, pues determinan la fertilidad estadounidense con base en la tasa de mujeres supuestamente infértiles. “Pareciera que el mundo médico estuviese centrado en atender la infertilidad femenina y los cuerpos de las mujeres”, dice Liberty Barnes, socióloga y autora de ‘Conceiving Masculinity: Male Infertility, Medicine, and Identity’. “Y no ofrece nada a los hombres”.

Esa carencia sería comprensible si las mujeres fueran las únicas responsables del éxito de la gestación. Mas no lo son. Según la Sociedad Estadounidense para Medicina Reproductiva, el varón es la única causa o la causa contribuyente en 40 por ciento de los casos de infertilidad, pues infecciones previas, padecimientos médicos, desequilibrios hormonales y muchos otros factores pueden ocasionar lo que se denomina el “factor masculino en la infertilidad”. De hecho, hasta los hombres tienen su versión del reloj biológico. Hacia los 35 años, la fertilidad se degrada paulatinamente y, si bien la mayoría sigue produciendo espermatozoides hasta el día de su muerte, quienes rebasan los 40 al momento de la concepción, conllevan un mayor riesgo de transmitir alteraciones genéticas a sus hijos, incluyendo el autismo. “Los hombres son una parte enorme del problema”, afirma Barbara Collura, presidenta y CEO de Resolve: the National Infertility Association.

Evidencias nuevas y sorprendentes sugieren que la infertilidad masculina podría ser mucho peor de lo que parece. Según la investigación de Levine y Swan, los niveles de espermatozoides –el parámetro más importante de la fertilidad masculina- están declinando en gran parte del mundo, incluyendo Estados Unidos. Su informe, publicado en julio, hizo una revisión de miles de estudios y concluyó que, entre 1973 y 2011, la concentración de espermatozoides cayó 59.3 por ciento en los varones de los países occidentales. Hace cuatro décadas, el occidental promedio tenía una concentración espermática de 99 millones por mililitro, pero para 2011, la cifra se había desplomado a 47.1 millones por mililitro. Semejante mengua es alarmante, porque una concentración de espermatozoides menor de 40 millones por mililitro se considera inferior a la normal y puede interferir con la fertilidad (los investigadores no encontraron disminuciones significativas en los no occidentales debido, en parte, a la escasez de datos de calidad, aun cuando otros estudios han encontrado disminuciones importantes en países como China y Japón). Y esa decadencia se ha vuelto más pronunciada en años recientes, lo que significa que la crisis está agravándose. “Es muy inquietante”, afirma Swan, quien ha estudiado el campo de la salud reproductiva durante años. “Esta tendencia debe preocuparnos mucho”.

Ya antes hubo informes de cuentas espermáticas menguantes, pero ha sido fácil ignorarlos, porque las investigaciones fueron irregulares, utilizaron distintas metodologías y se obtuvieron de grupos diversos, lo cual dificultó determinar si las disminuciones observadas eran reales, en vez de consecuencia de un conteo erróneo. Los escépticos de las conclusiones más recientes argumentan que el nuevo informe es un “estudio de múltiples estudios”, y que su validez depende de los trabajos en que se sustenta. E incluso si las conclusiones del metaanálisis son precisas, la cuenta espermática promedio aún sitúa a la mayoría de los hombres en el rango normal de la fertilidad. Aunque apenas.

Con todo, las tasas de fertilidad –nacimientos vivos por mujer- han declinado drásticamente en los mismos países con cuentas espermáticas menguantes. Esto incluye a Estados Unidos donde, este año, la tasa de fertilidad alcanzó un nivel bajo histórico, y donde las mujeres ya no engendran suficientes hijos para reemplazar a la población existente. Las mujeres deben producir 2.1 hijos –suficientes para reemplazarse a ellas y a sus parejas, con un poco más para compensar a los niños que no vivan más allá de la edad reproductiva- a fin de que la población del país se mantenga estable solo con nacimientos. La tasa de fertilidad de Estados Unidos es de 1.8, así que depende de la inmigración para mantener el crecimiento de su población. Diversos factores sociológicos y económicos intervienen en el tamaño cambiante de la familia estadounidense. Las tasas de fertilidad superaron el nivel de reemplazo hasta la recesión de 2007, cuando se desplomaron. Y siguen disminuyendo pese a una prolongada recuperación económica. Si sumamos a esto los estudios que demuestran que casi una de seis parejas estadounidenses no logra un embarazo al cabo de un año de sexo sin protección (la definición médica de infertilidad), resulta evidente que algo más que la inseguridad económica impide que los estadounidenses tengan tantos bebés como desean. “Cuando veo caer la tasa de natalidad temo, como especialista en fertilidad, que la cuenta espermática esté disminuyendo”, dice Harry Fisch, urólogo de Weill Cornell Medicine, en Nueva York.

Parecería que ha llegado el momento para que el mundo médico se esfuerce en entender qué está ocurriendo y, sin embargo, los investigadores se ven forzados a depender de datos imperfectos, porque jamás se han hecho estudios longitudinales exhaustivos. Lo irónico es que, a lo largo de los años, se ha acusado al establishment médico (y con razón) de ignorar las necesidades de las mujeres y, no obstante, en lo tocante a la reproducción, los problemas de los hombres son los menos estudiados y muchas veces, los más incomprendidos. De hecho, algunos expertos cuestionan si el deseo inconsciente de ignorar las amenazas a la fertilidad masculina podría estar ligado al temor por el futuro de la masculinidad. “Tenemos evidencia directa de que esa función reproductora está fallando” dice Michael Eisenberg, urólogo y profesor asistente de la Universidad de Stanford, refiriéndose a la reciente investigación sobre niveles espermáticos. “Debemos averiguar a qué se debe”.

Lo que sabemos revela mucho no solo sobre reproducción, sino también sobre la salud masculina. Los hombres jóvenes tal vez se sientan invencibles, pero el sistema reproductor masculino es una maquinaria temperamental. La obesidad, la inactividad y el tabaquismo –en esencia, el pésimo estilo de vida moderno- puede reducir de forma drástica la cuenta de espermatozoides, como también lo hace la exposición a ciertas toxinas ambientales. Una cuenta espermática baja puede presagiar la muerte prematura, incluso en hombres que se encuentran en la flor de la vida y parecen saludables. “La cuenta espermática baja es el canario en la mina de carbón”, informa Levine. “Hay algo muy malo en el ambiente”. Eso significa que puede haber algo muy malo en los hombres.

“La cuenta espermática baja es el canario en la mina de carbón”. FOTO: PORTRA/GETTY

PORQUÉ JUAN NO PUEDE PROCREAR

En 1677, el comerciante en telas y científico aficionado holandés, Anton van Leeuwenhoek, recogió su semen inmediatamente después de tener relaciones sexuales con su esposa; lo examinó bajo un microscopio que él mismo había construido y vio millones de minúsculos “animálculos” contorsionándose y nadando en el líquido seminal. El holandés fue la primera persona que observó los espermatozoides humanos, aunque insistió en que el espermatozoide, por sí solo, daba origen a un embrión que se nutría del óvulo y los ovarios femeninos. Van Leeuwenhoek simplemente repetía las enseñanzas de pensadores clásicos como Aristóteles, quienes creían que las mujeres proporcionaban un terreno fértil donde la semilla que aportaba el hombre podía germinar y florecer en un hijo. Fue hasta el siglo XIX cuando se esclarecieron las funciones verdaderas del espermatozoide y el óvulo.

Podrías ver todos aquellos “nadadores” que observó van Leeuwenhoek si amplificaras una muestra de semen de un hombre fértil y sano. Un espermatozoide hace solo una cosa: moverse. La cabeza con forma de torpedo es una pepita de ADN que contiene los 23 cromosomas que el varón aporta a su futuro hijo; está unida a una cola larga que impulsa la célula masculina hacia el óvulo; y todo el conjunto se alimenta con la energía que proporciona la fructosa del plasma seminal. La mayoría de los espermatozoides ni siquiera se acercará a un óvulo: aunque un hombre fértil eyacula entre 20 y 300 millones de espermatozoides por mililitro de semen, solo unas pocas docenas llegan a su destino y de ellas, solo uno penetra la membrana del óvulo y efectúa la concepción. La composición química de la vagina es hostil a los espermatozoides, los cuales sobreviven porque el semen contiene sustancias alcalinas que compensan el ambiente ácido. Esa es la paradoja de la cuenta espermática: si bien basta un espermatozoide saludable para engendrar un bebé, hacen falta decenas de millones de espermatozoides para superar las probabilidades; y esto significa que una disminución significativa de la cuenta espermática terminará, eventualmente, por degradar la fertilidad masculina general. Como señala Swan: “Hasta un cambio relativamente pequeño en la cuenta espermática promedio tiene un gran impacto en el porcentaje de hombres que serán clasificados como infértiles o subfértiles”, es decir, un nivel de fertilidad reducido que dificulta la concepción.

El temor de la infertilidad masculina trasciende al ámbito científico. “Plantea el dilema de la virilidad y la fertilidad”, comenta Sharon Covington, terapeuta en infertilidad de Maryland. “La forma como el hombre se percibe, y la forma como el mundo lo percibe como hombre, suelen estar ligadas a su capacidad para fecundar a una mujer”. Así que quizás no deba sorprender que el argumento sobre cuánto están declinando las cuentas espermáticas (o si están declinando) haya sido menos un debate científico mesurado y más una lucha feroz que se ha venido librando desde hace más de dos décadas.

Esa guerra inició en Dinamarca, en 1990, con el endocrinólogo pediátrico Niels Skakkebaek. Durante años, este médico estuvo preocupado por el incremento del cáncer testicular, así como por el aumento de la población de niños con testículos malformados. Por ello, se le ocurrió evaluar la calidad y la cantidad de los espermatozoides para averiguar qué estaba ocurriendo con sus pacientes.

En 1992, Skakkebaek y sus colegas revisaron todos los estudios sobre conteos espermáticos publicados en todo el mundo (la cuenta de espermatozoides se hace contando la cantidad de células espermáticas en un microlitro de semen, y luego se multiplica el resultado por 10,000 para calcular el total de espermatozoides en un mililitro; algo parecido a lo que hace la policía para determinar el tamaño de una gran multitud en una muestra geográfica). Calcularon que la cuenta espermática promedio, en 1940, era de unos 112 millones de espermatozoides por mililitro de semen y que, para 1990, la cifra había caído a 60 millones. Además, determinaron que se había triplicado la cantidad de hombres con una cuenta inferior a 20 millones, cifra que apunta a que la infertilidad es un riesgo grave.

Con su artículo de 1992, Skakkebaek sembró la inquietud sobre la capacidad de la humanidad para seguir reproduciéndose, pero los escépticos cuestionaron la confiabilidad de los estudios de conteo espermático en que fundamentó su análisis, ya que dichas investigaciones recurrieron a grupos muy diversos en términos de edad y fertilidad (la cuenta espermática tiende a disminuir con la edad, y es razonable esperar que los hombres que entregan muestras en una clínica de fertilidad tendrán una cuenta espermática más baja que, por ejemplo, los hombres sanos seleccionados como donadores para un banco de semen). Además, algunos científicos creen que las técnicas de conteo de antaño, anticuadas e imprecisas, pudieron haber elevado artificialmente los niveles espermáticos de nuestros padres y abuelos, lo cual haría que la actual mengua del conteo espermático parezca más acentuada de lo que es en realidad.

En eso estriba la importancia del metaanálisis. Luego de analizar 7,500 estudios de revisión paritaria, Swan, Levine y sus colegas se centraron en 185 estudios en los que participaron 43,000 hombres de todo el mundo. En el proceso, excluyeron los estudios anteriores a 1973 para eliminar buena parte de las mediciones menos confiables; así mismo, descartaron cualquier estudio que incluyera hombres con complicaciones de fertilidad conocidas y también a los fumadores, ya que el tabaquismo reduce la cuenta espermática. No es perfecta, pero es la mejor evidencia que tenemos. Y las conclusiones son perturbadoras. “La comunidad está empezando a aceptar los hechos”, dice Eisenberg. “Han presentado buenos contraargumentos sobre la disminución del nivel espermático, pero este artículo echa por tierra muchos de ellos”.

“Pareciera que el mundo médico estuviese centrado en atender la infertilidad femenina y los cuerpos de las mujeres”. FOTO: MBBIRDY/GETTY

CASTRACIÓN AMBIENTAL

Demostrar que los niveles espermáticos están cayendo ha sido bastante difícil, y encontrar la causa, todavía más. La obesidad, que se ha incrementado de manera drástica en los países occidentales donde presuntamente ha caído la cuenta espermática, está vinculada con una mala calidad del semen, igual que la inactividad física. Un estudio de 2013, con universitarios estadounidenses, halló que los hombres que hacían más de 15 horas semanales de ejercicio tenían cuentas espermáticas 73 por ciento superiores que los que se ejercitaban menos de 5 horas semanales. Y los hombres que se sentaban 20 o más horas semanales frente al televisor tenían cuentas espermáticas mucho más bajas que quienes miraban poco o nada de televisión. Otro factor de riesgo es el estrés, igual que el consumo de alcohol, que va en incremento en Estados Unidos, y también el uso de drogas, que está incrementándose gracias a la epidemia de opioides. Algunos científicos han teorizado que los campos electromagnéticos de dispositivos como los teléfonos celulares degradan el semen, lo cual resulta en espermatozoides débiles o inmóviles. Y hasta el calor los afecta. Sabemos que las temperaturas elevadas matan los espermatozoides, por eso los testículos están fuera del cuerpo, donde se mantienen 1.3 grados centígrados más fríos. Diversos investigadores han determinado que la tasa de natalidad cae nueve meses después de una onda de calor, de allí que algunos expertos en fertilidad hayan propuesto que el cambio climático puede ser un factor que contribuye a la disminución de la cuenta espermática.

La edad también es importante. En un estudio reciente, Laura Dodge, del Centro Médico Beth Israel, analizó miles de intentos de fecundación in vitro (FIV) practicados en el área de Boston, e intentó evaluar el impacto de la edad de hombres y mujeres en el éxito de los procedimientos. Halló que la edad de las mujeres fue el factor dominante, pero también influyó la edad del hombre: las mujeres menores de 30 años cuyos compañeros contaban entre 40 y 42 años tuvieron significativamente menos probabilidades de concebir que las parejas donde los hombres tenían entre 30 y 35 años. Esto encaja con investigaciones que demuestran que, al envejecer, los espermatozoides sufren cada vez más mutaciones, las cuales aumentan discretamente la probabilidad de que los niños nazcan con trastornos como autismo y esquizofrenia. Si bien las madres añosas suelen ser responsabilizadas de la infertilidad, un nuevo estudio determinó que los nuevos padres estadounidenses son, en promedio, cuatro años mayores de lo que fueran en 1972, mientras que casi 9 por ciento de los nuevos padres cuentan más de 40 años, el doble del porcentaje registrado hace 45 años. “Solíamos decir a los hombres que su edad no era problema, pero ahora sabemos que el reloj biológico masculino es real”, afirma Fisch.

Entonces, ¿todo se resume en que la vida moderna –obesidad, inactividad, estrés, celulares, paternidad añosa- está reduciendo los niveles de espermatozoides? Esa es solo la primera parte de la respuesta. Es indiscutible que el tabaco daña la cuenta espermática, pero el tabaquismo se ha reducido de manera significativa en Estados Unidos. Por eso, un creciente cuerpo de investigadores empieza a sospechar de la influencia de las toxinas que hay en el ambiente; de manera específica, químicos que afectan el sistema endocrino y que encontramos en compuestos como el bisfenol A (BPA) y los ftalatos.

La teoría es muy simple: estas sustancias imitan el efecto del estrógeno, una hormona femenizante, y pueden interferir con la acción de hormonas masculinizantes como la testosterona. Esas sustancias, que existen en muchos plásticos dispersos en el ambiente, podrían estar modificando el sensible sistema reproductor masculino, erosionando la calidad y la cantidad de los espermatozoides, y hasta contribuyendo al tipo de trastornos testiculares que alarmaron a Skakkebaek hace años. La producción de espermatozoides está estrechamente regulada por las hormonas del organismo y por ello, cualquier interferencia con las hormonas –digamos, la exposición a disruptores endocrinos (sustancias químicas que alteran al sistema endocrino)- podría manifestarse inicialmente con un daño en la cantidad o la calidad de los espermatozoides. “Tendrías espermatozoides, pero [los niveles] serían significativamente inferiores a los de tu padre”, explica Germaine Louis, directora e investigadora del Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano Eunice Kennedy Shriver.

“Cada vez hay más evidencias de que los hombres con una calidad seminal disminuida mueren antes, y tienen más enfermedades crónicas”. FOTO: BURAZIN/GETTY

Casi toda la evidencia sobre los efectos de estas sustancias en los espermatozoides proviene de estudios con animales. Uno de ellos, realizado en 2011, halló que los ratones tratados con inyecciones diarias de BPA tenían cuentas espermáticas y niveles de testosterona más bajos que los ratones a los que recibían inyecciones de solución salina. Un estudio sorprendente de 2016, hecho con peces de refugios de vida silvestre del noreste estadounidense, reveló que 60 a 100 por ciento de los machos de lobina de boca chica de la población de estudio estaba desarrollando óvulos en los testículos (una feminización asombrosa), fenómeno que los investigadores vincularon con disruptores endocrinos en el agua. Y otros estudios han demostrado que los ftalatos parecen alterar la masculinización en las ratas de laboratorio jóvenes. Por supuesto, los modelos animales no son perfectos, pero como señala Andrea Gore, toxicóloga de la Universidad de Texas: “La biología de la reproducción es increíblemente similar en todos los mamíferos. Todos somos vertebrados, tenemos los mismos órganos reproductores, y los procesos se desarrollan de manera parecida con las mismas hormonas”.

Aunque los científicos no pueden exponer personas a disruptores endócrinos para hacer un experimento, una investigación reciente encontró asociaciones entre la exposición a BPA y ftalatos, y la disminución de la cuenta espermática y la infertilidad masculina en adultos de todo el mundo. En 2010, De-Kun Li, de Kaiser Permanente, dirigió un estudio con obreros de una fábrica china y halló que los niveles crecientes de BPA en orina tenían relación significativa con una cuenta baja y una menor calidad espermática, incluso en hombres expuestos a niveles de BPA comparables a los varones de la población estadounidense general. En 2014, otro estudio hizo un seguimiento de 500 parejas que intentaban concebir, y determinó que la exposición masculina a ftalatos estaba vinculada con una menor fertilidad. Todos estos hallazgos son asociaciones, lo cual significa que, aunque es más probable detectar una exposición a disruptores endocrinos en hombres que sufren problemas de fertilidad, eso no implica que los químicos, por sí solos, sean la causa definitiva. No obstante, empiezan a acumularse investigaciones al respecto. “En el caso de algunos disruptores endocrinos, como los ftalatos, hay fuertes evidencias de que afectan la salud reproductiva”, afirma Louis, quien llevó a cabo el estudio sobre ftalatos.

Algo más preocupante, pero difícil de demostrar, es el daño que los disruptores endocrinos podrían estar causando dentro del útero. Mientras el feto se desarrolla en el útero materno, es inundado por hormonas y otras sustancias químicas que determinan su desarrollo. Y esto incluye al sistema reproductor masculino: los testículos se forman en el útero y, si bien los niveles espermáticos pueden alterarse en la adultez, aparentemente quedan determinados, en buena medida, antes que nazca el niño. Esto significa que podríamos esperar una caída persistente en los niveles de espermatozoides durante años, conforme los niños que estuvieron expuestos a disruptores endocrinos in utero alcancen la edad reproductiva y tengan problemas cuando intenten engendrar hijos propios. “Esta tendencia no se ha revertido y no cambiará por sí sola”, previene Swan, quien ha estudiado los efectos de los disruptores endocrinos durante décadas. “No hay tiempo que perder”.

Los hombres que hacían más de 15 horas semanales de ejercicio tenían cuentas espermáticas 73 por ciento superiores a los que se ejercitaban menos de cinco horas semanales. FOTO: SCIENCE PHOTO LIBRARY/GETTY

EL COLAPSO INFANTIL

Si esto es una crisis, ¿por qué el establishment médico insiste en debatir la precisión de los métodos estadísticos que utiliza una gran variedad de estudios para calcular los niveles espermáticos? Averiguar qué sucede con los niveles de espermatozoides no es lo mismo que producir una vacuna contra el VIH. Los investigadores podrían seguir a una cohorte de hombres representativos desde su juventud hasta sus años reproductivos, tomar muestras de semen con regularidad, bajo las mismas condiciones, y rastrear sus estilos de vida y los factores ambientales, incluyendo la exposición a disruptores endocrinos. Esos estudios a largo plazo no son simples ni baratos, pero han podido emprenderlos para ciertos padecimientos, como la enfermedad cardiaca y el cáncer. ¿Acaso el futuro de la raza humana –si es que lo tiene- no debiera considerarse un tema importante para explorarlo a fondo? “¿Por qué nos embrollamos con esto?”, protesta el profesor Allan Pacey, experto en fertilidad masculina en la Universidad de Sheffield. “Vamos a responder la interrogante de una vez”.

Sin embargo, jamás se ha subsidiado un estudio exhaustivo e importante sobre la calidad del semen. Los médicos incluso vacilan al pedir muestras de semen, y muy pocos hombres parecen dispuestos a entregarlas; a pesar de que, como señala Eisenberg, con ironía, “es mucho más agradable para el paciente que la extracción de sangre”.

“La infertilidad masculina ha sido ignorada durante 30 años”, agrega Christopher Barratt, profesor de medicina reproductiva en la Universidad de Dundee, Escocia. “Lo que sabemos puede escribirse en una estampilla postal”.

Y el hombre promedio sabe menos que eso. Pocos podrían nombrar la especialidad médica que se encarga de la salud reproductiva masculina –urología- y muchos menos han visto un urólogo en su vida, dado que hay menos de 12,000 de ellos en Estados Unidos, casi un tercio de la cifra de gineco-obstetras del país. Amén de unos cuantos foros en línea, no hay verdaderos sistemas de apoyo para hombres con problemas de fertilidad. Y muchos hombres no tienen conocimientos básicos sobre los factores de riesgo de la infertilidad. Un estudio de 2016 halló que los varones canadienses podían identificar alrededor de 50 por ciento de los riesgos potenciales para la producción de espermatozoides, omitiendo amenazas conocidas como obesidad y ciclismo frecuente. “La mayoría simplemente supone que podrán tener hijos cuando quieran”, dice Phyllis Zelkowitz, directora de investigación en el Hospital General Judío de Montreal, y principal autora del estudio. “Pero no es el caso para cierta cantidad de personas”.

La ignorancia persistente sobre la infertilidad en los hombres es, de cierta forma, otra forma de privilegio masculino. Fingir que el embarazo es responsabilidad casi completa de la mujer, significa que ellas corren con la carga y la culpa cuando algo sale mal, mientras que ellos –quienes son igual de cruciales para una concepción saludable- rara vez se preocupan por el impacto de sus estilos de vida en su fertilidad o en la de sus posibles hijos. “Las mujeres muchas veces se someten a procedimientos de fertilidad, invasivos y costosos, incluso antes de hacer una prueba de espermatozoides”, acusa Collura, de Resolve.

De modo que los hombres salen bien librados, mientras que sus parejas sufren tratamientos de fertilidad dolorosos y costosos. Bueno, no exactamente. La producción constante de células espermáticas nuevas vuelve al semen altamente sensible a las toxinas y las enfermedades, de suerte que, más allá de lo que revela sobre la fertilidad, es un medio ideal para determinar la salud masculina, “como la presión arterial”, dice Louis. Los niveles bajos de espermatozoides y fertilidad son un signo claro de que la salud del hombre está deteriorada. Un estudio de 2015 halló que los varones diagnosticados con infertilidad tienen un mayor riesgo de desarrollar problemas de salud, como enfermedad cardiaca, diabetes y abuso de alcohol, mientras que otros han vinculado la infertilidad con el cáncer. “La calidad del semen no solo revela la capacidad de una pareja para lograr la gestación”, dice Louis. “En el nivel poblacional, cada vez hay más evidencias de que los hombres con una calidad seminal disminuida mueren antes, y tienen más enfermedades crónicas. Esto es tan importante para la salud como cualquier estado patológico”.

Cabría esperar que una sociedad que valora más a los hombres que a sus mujeres volcaría dinero y recursos para determinar qué sucede con las cuentas espermáticas y la salud reproductiva masculina. FOTO: DEM10/GETTY

La desatención general de la salud reproductiva masculina frente a todas esas consideraciones, es un ejemplo notable de lo que Cynthia Daniels, científica política de la Universidad de Rutgers y autora de Exposing Men: The Science and Politics of Male Reproduction, llama la “paradoja del privilegio masculino”. Cabría esperar que una sociedad que valora más a los hombres que a sus mujeres volcaría dinero y recursos para determinar qué sucede, exactamente, con las cuentas espermáticas y la salud reproductiva masculina. Pero eso confirmaría que los hombres, quienes están condicionados socialmente a considerarse indestructibles son, de hecho, vulnerables. Y vulnerables en esa parte de sí donde radica la masculinidad. En una época en que otros talismanes de la masculinidad (como la capacidad para brindar sustento financiero a la familia) se encuentran bajo ataque, reconocer el riesgo para la reproducción podría ser incluso más amenazador para los varones. “Reconocer el problema de salud reproductiva masculina desintegra el concepto de quiénes son los hombres y cómo alcanzan la masculinidad”, dice Daniels. “Al parecer, es más importante proteger nuestras normas de masculinidad y las relaciones de género tradicionales que resolver las necesidades de salud reales de los hombres”.

Una manera de alcanzar ese objetivo es capacitar a los hombres para que se hagan cargo de su salud reproductiva. Y Greg Sommer, director científico de Sandstone Diagnostics, intenta hacer justo eso con Trak, un estuche con que los hombres pueden valorar sus niveles espermáticos. Se trata de uno de varios servicios de pruebas espermáticas para hacer en casa, los cuales brindan a los hombres la oportunidad de evaluar su fertilidad sin necesidad de recurrir a un médico. Esta estrategia es más que mera conveniencia, ya que los hombres son mucho menos propensos que las mujeres a consultar con un doctor; en particular, los hombres en la flor de sus años reproductivos, cuando su salud general es buena.

Hace falta un cambio sustantivo y real por parte de las comunidades médicas y de subsidios para hacer frente a la crisis de la infertilidad masculina. Quizás los escépticos que refutaron el metaanálisis de Swan y Levine tengan razón, y sea exagerado afirmar que la menguante cuenta espermática está anunciando el fin de la raza humana, al menos como lo ha retratado el arte popular en la película, “Los niños del hombre” y en la serie televisiva, “The Handmaid’s Tale”. Millones de hombres y mujeres siguen teniendo hijos cada día, aun cuando una creciente cantidad de ellos necesite ayuda artificial, como FIV. Con todo, cada vez más países son incapaces de elevar sus tasas de fertilidad por arriba del nivel requerido para reemplazar sus poblaciones, lo que llevó a un demógrafo connotado a profetizar que el mundo ya había alcanzado su “niño pico”.

Es difícil no preguntarnos y preocuparnos por lo que vendrá a continuación. “Es un mensaje inconveniente, pero la especie se encuentra amenazada, y eso debiera ser una llamada de alerta para todos”, dice Skakkebaek. “Si esto no cambia en una generación, nuestros nietos y sus hijos tendrán una sociedad enormemente distinta”.

Por supuesto, suponiendo que podamos concebirlos.

Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek

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