“De Dios depende perdonar a los terroristas. Pero de mí depende enviarlos ante Él”. Ese fue el característico comentario directo del presidente Vladimir Putin acerca de los ataques de París. Y su respuesta práctica no fue menos directa. La Fuerza Aérea rusa incrementó la frecuencia de ataques contra posiciones del Estado Islámico (a más de 120 salidas diarias) y está soltando misiles de crucero desde bombarderos estratégicos Tu-95 de largo alcance, aeronaves con capacidad para transportar explosivos nucleares. Según el coronel general ruso, Andrei Kartapolov, las redadas han destruido campos de entrenamiento y al menos 500 camiones que transportaban petróleo de contrabando, el sustento financiero de los islamistas. Y por primera vez, el bombardeo fue coordinado con Francia y Estados Unidos, al menos en un nivel básico.
Los ataques del Estado Islámico (EI) contra París y el avión ruso derribado en Egipto han logrado lo que dos meses de negociaciones no consiguieron: unir a dos antiguos aliados de la Segunda Guerra Mundial contra un enemigo común. El propio John Kerry, secretario de Estado estadounidense, reconoció que Rusia podría cambiar la jugada con su impresionante intervención militar y diplomática en Siria. Habló de un “mayor nivel de intercambio de información” entre Rusia y Occidente y de su esperanza en un cese de hostilidades entre las fuerzas de Bashar al-Assad y la oposición no del EI “en las próximas tres, cuatro o cinco semanas”.
“Irán y Rusia [están] listas para un alto al fuego. Estados Unidos [está] listo para un alto al fuego”, dijo Kerry, quien fue a París para rendir honores a las víctimas de los ataques de noviembre 13. “Cuanto antes puedan Rusia e Irán dar vida al proceso [político], más pronto disminuirá la violencia”.
La transformación de Putin de un paria en intermediario indispensable en Medio Oriente ha sido asombrosamente rápida, y fue impulsada por la aparente disposición de algunas potencias occidentales a pasar por alto sus pecados en Ucrania, en aras de destruir al EI.
“DE DIOS DEPENDE PERDONAR A LOS TERRORISTAS. PERO DE MÍ DEPENDE ENVIARLOS ANTE ÉL”. Ese fue el característico comentario directo del presidente Vladimir Putin acerca de los ataques de París. // Sasha Mordovets/Getty
La intervención rusa ya ha tenido tres efectos drásticos. Primero, ha frenado la retirada del sitiado ejército sirio y dado un enorme impulso moral y militar al régimen de Assad. Segundo, la presión de Moscú en el frente diplomático ha conducido a la redacción de un proyecto de paz que exige interrumpir las hostilidades de todos los grupos de oposición “moderados” mientras se extermina a los radicales islamistas del EI, para después celebrar elecciones nacionales (ciertamente, es un proyecto de paz que ninguno de los combatientes ha suscrito hasta ahora, excepto Assad; entre tanto, Washington ha incrementado el apoyo militar para los curdos sirios y otros grupos rebeldes). Y tercero, la incursión de Putin en Siria ha ocasionado una nefasta respuesta en la forma de un ataque con bomba contra un avión de pasajeros ruso, que se adjudicó el EI y en el que murieron 224 personas.
Pero, ¿cuál es el plan de Rusia para obtener algo que parezca una victoria en el caos actual? ¿Y qué aspecto tiene la victoria para Rusia?
“La primera prioridad”, dice un prominente diplomático ruso que trabaja en la política medio oriental de su país, “era salvar al régimen [de Assad] del colapso inmediato”. De hecho, dice esta fuente –que solicitó el anonimato por tratarse de un asunto de decisiones políticas de su gobierno-, el despliegue ruso fue precipitado por “una visita urgente” de un miembro importante del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria iraní, quien viajó a Moscú, en agosto, para advertir que el Ejército sirio estaba desmoronándose y que las posiciones gubernamentales pronto serían tomadas por afiliados del Ejército Libre Sirio. Los soldados de Assad estaban replegándose por el corredor clave de la carretera M5 de Siria, que conecta damasco con Homs, Hama y el norte de Siria. Si perdían ese eslabón, la capital quedaría aislada del bastión costero de la secta alauita de Assad. En septiembre, los ataques aéreos rusos contra grupos rebeldes en el norte de Siria –según Estados Unidos, 85 a 90 por ciento fueron contra grupos de oposición, en vez del EI estabilizaron la ruta. Para mediados de noviembre, las fuerzas del régimen, con fuerte respaldo de bombarderos rusos y helicópteros de combate Mi-23 Hind de factura rusa y pilotados por sirios, pusieron fin al sitio de dos años que montara el EI en la base aérea Kweiris, en la provincia de Alepo.
La estrategia militar rusa –y del régimen- depende de extender el alcance de esa acometida. “Todo se trata de Alepo”, dice Joshua Landis, experto en Siria y ex asesor del gobierno estadounidense. “Rusia ayuda a que Assad gane todo el territorio posible para crear un estado que tenga sentido y eso tiene que incluir Alepo, un puerto importante, y también Idlib… El liderazgo sirio pretende tomar Alepo en tres meses y consolidar el noroeste de Siria en un año”.
Sin embargo, la mayoría de los observadores duda de que el exhausto Ejército sirio, aun con el respaldo aéreo ruso y de los efectivos y oficiales de la Guardia Revolucionaria iraní, pueda capturar todo ese territorio en tan corto lapso. Sobre todo, luego que tantos años de impasse militar han derivado en medidas desesperadas por parte del Ejército, como sobrevolar en helicópteros zonas densamente pobladas de Alepo para soltar bombas barril –primitivas aunque letales- y utilizar gas sarín contra civiles, en 2012.
Además, existe la posibilidad de que los patrocinadores de la oposición regional, eminentemente sunita, incrementen su apoyo para responder al de Rusia. Según Pavel Felgenhauer, el escenario más probable es un “escalamiento lento, en paralelo… Si las fuerzas de Assad tienen más logros, la oposición obtendrá ayuda, quizás con intervención indirecta de las fuerzas aéreas turcas o qataríes, o también con armas antiaéreas más sofisticadas como los misiles Stinger o Avenger que los sauditas compraron a Estados Unidos”. Para que su estrategia de fortalecer a Assad tenga éxito militar, “el Kremlin tiene que convencer a los qataríes, sauditas y turcos de no armar a la oposición, y también necesita convencer a Occidente de que Assad es el único que puede restablecer la seguridad y detener el flujo de refugiados”, dice Landis. Y eso no será fácil.
¿ASSAD O QUIÉN?
El elemento central del debate diplomático sobre el nuevo plan ruso, es la insistencia de Moscú en cuanto a que Assad permanezca, al menos, otros 18 meses en el poder mientras se hacen los preparativos para celebrar elecciones nacionales. La visita de Assad a Moscú, en octubre pasado, es su primer viaje conocido fuera de Siria en cuatro años. Voló a Rusia en un avión militar para lo que, en apariencia, fue una entrevista durante la cual recibió el fuerte respaldo personal de Putin.
Mas lo que realmente importa a Rusia es que el Estado sirio permanezca intacto; y eso significa preservar el régimen de 45 años que fundara el padre de Assad, Hafez, el cual se sustenta en la supremacía de la secta islámica alauita, una minoría religiosa en Siria. “No decimos que Assad debe irse o quedarse”, comenta un diplomático ruso, repitiendo declaraciones públicas de la portavoz del ministerio del Exterior, Maria Zakharova. “El pueblo sirio decide quién debe gobernarlos… No obstante, lo que nos parece inaceptable es eliminar a Assad y reemplazarlo con anarquía. Por el bien del pueblo sirio, Rusia no aceptará otra Irak o Libia”.
Pero Assad se ha convertido en un personaje tóxico no solo para la oposición siria. “Un montón de países, incluidos Estados Unidos, Arabia Saudita, los Emiratos, Turquía, Qatar, Jordania, Egipto, Gran Bretaña, Alemania, Italia y casi toda Europa: docenas, tal vez cientos de países, opinan que Assad hace imposible la dinámica para la paz”, declaró Kerry en una reunión de Estados implicados en la crisis siria, celebrada en Viena en octubre 29.
Pero en la práctica, aun los políticos estadounidenses más prominentes temen que Moscú pueda tener razón: deponer a Assad, de inmediato, podría precipitar el colapso de Siria y un baño de sangre. “Eliminar a Assad es la palabra clave para erradicar el ascendiente alauita”, dice Landis. “El concepto que Occidente ha tenido en las últimas décadas, de que puede haber un cambio de régimen sin destruir el Estado, no es consistente con la realidad. Lo vimos en Irak; si destruyes un régimen, destruyes también al Estado. Siria es un régimen sectario. Sus grandes instituciones –Ejército, policía- están plagadas, de arriba a abajo, por simpatizantes [alauitas] de Assad. Si pones un sunita al mando, tendría que despedir a todos los subalternos; no solo por venganza, sino por desconfianza”.
Apenas en 2013, cuando los grupos islamistas extremistas –como el Frente Nusra, filial de Al-Qaeda- comenzaron a surgir con fuerza en el campo de batalla, algunos funcionarios estadounidenses cuestionaron en privado la inteligencia de la postura de Washington sobre retirar a Assad. Un importante funcionario del Congreso, quien se manifestó anónimamente por tratarse de información sensible, confirmó que los cables diplomáticos clasificados que leyó eran “mucho menos entusiastas acerca de la posibilidad de retirar a Assad y expresaban mucha inquietud en cuanto a quién iba a reemplazarlo”. En febrero de 2014, Robert Ford, embajador del presidente Barack Obama en Siria, renunció en protesta por la política de Estados Unidos en ese país.
Al mismo tiempo, Rusia reconoce que, a largo plazo, una figura menos divisiva que Assad podría tener más posibilidades de lograr un compromiso. “Hay una diferencia entre los iraníes y los rusos”, dijo a sus simpatizantes Khaled Khoja, presidente del opositor Consejo Nacional Sirio, antes de la conferencia de Viena. “Los rusos necesitan mejorar su influencia, sin importar que Bashar al-Assad tenga el poder o no. Los iraníes respaldan a Bashar, porque no conocen a otro dispuesto a darles los mismos beneficios”.
El problema de Moscú es encontrar un reemplazo plausible. Rusia y Estados Unidos han buscado un “Assad Lite” durante años y según Ford, el candidato favorito del momento es el coronel Suheil Hassan, considerado el mejor comandante de campo del Ejército sirio. Apodado Al Nimr (“El tigre”), dirigió la exitosa ofensiva de noviembre contra la base aérea Kweiris.
“Hay varias personas en nuestro campo visual, en el lado político y el lado militar”, comenta el diplomático ruso, sin revelar nombres. “Nuestro contacto con Siria se remonta a varias décadas. Hafez al-Assad aprendió a volar cazas MiG en la Unión Soviética. Todos sus oficiales más importantes se entrenaron con nosotros. Los conocemos a todos”.
Pese a ello, veteranos estadounidenses en Siria se muestran escépticos de semejante fanfarronada. “Quien diga que Rusia conoce a los sirios mejor que Estados Unidos, se engaña”, asegura Landis. “No se trata de bajar un par de posiciones y encontrar un general que pueda saltar. Fueron purgados. Ya no existen”. Landis recuerda una conversación con un brigadier general antes que estallara la guerra civil, cuando hablaron sobre la posibilidad de que alguien tomara el poder en Siria, como hizo Hafez al-Assad con una serie de golpes de Estado y purgas en 1963, 1966 y 1971. “La respuesta del general fue: ‘Los 12 militares más importantes de Siria creen que pueden gobernar Siria mejor que Assad. Pero, ¿deben permanecer en el poder? No’. La realidad es que eliminar a Assad sería percibido como una muestra de debilidad. Y los halcones de la región desgarrarían toda la infraestructura alauita”.
No hay indicios de que cuatro años de guerra en Siria hayan ablandado lo que Landis denomina “la muy depredadora cultura política” de la secta gobernante alauita. Tras la caída de cuatro bases militares del régimen, en septiembre de 2014, y la muerte de 250 soldados en la base aérea de Tabqa, los alauitas salieron a las calles de Homs para exigir la renuncia del gobernador. Ante el desafío de su autoridad, Assad despidió a su primo, Hafez Makhlouf, como director de la rama interna de la Dirección General de Seguridad. Makhlouf y su hermano Ihab recibieron autorización para huir a Bielorrusia con sus familias. Luego, en abril 2015, Assad ordenó el arresto de otro primo, Munther al-Assad, por conspirar contra el régimen. Poco después, Ali Mamlouk, jefe de inteligencia, fue puesto bajo arresto domiciliario acusado de conspirar con Rifaat al-Assad, tío exiliado de Bashar, para que lo reemplazara en la presidencia. Desde mayo, se ha sabido del arresto y ejecución de varios oficiales militares importantes, incluidos los comandantes de las Divisiones Blindadas 1ª y 4ª, el jefe de una importante base aérea y el director de las fuerzas especiales. Se desconoce si los oficiales fueron destituidos por fracasos en el campo o crímenes políticos; pero en todo caso, dice Landis, el proyecto ruso de un cambio de liderazgo sirio mediante elecciones pacíficas es irrealizable. “Es imposible que los alauitas implementen cualquier tipo de procedimiento democrático. Es una idea falsa sobre el funcionamiento de esa tribu. Sin Assad, los principales alauitas se matarán entre sí”.
JUEGOS DE GUERRA: Los medios del Estado ruso han llenado las ondas de radio con escenas dramáticas de ataques aéreos en Siria, pero las agencias de inteligencia occidentales aseguran que casi todos los ataques fueron dirigidos contra rebeldes anti-Assad, no contra el Estado Islámico. // Russian Defense Ministry Press Service/AP
SOCIÓPATA O PSICÓPATA
¿Qué significa que Assad sea la única opción? Diplomáticos y reporteros que lo han visto recientemente informan que parece estar en un estado profunda negación. “El presidente Assad y quienes lo rodean jamás dudaban que ganaría”, recuerda un ex enviado ONU a Siria, Lakhdar Brahimi. “Para ellos, la guerra era una agresión desde el exterior”. En una entrevista de febrero con la BBC, Assad insistió en que “el gobierno y las instituciones del estado están cumpliendo su deber con el pueblo sirio” y dijo que la guerra se debía a una “invasión de terroristas que vienen del extranjero”. También negó el muy documentado uso de barriles bomba. El embajador Ford afirmó que Assad se conducía con gentileza, buenos modales y notable sencillez, mostrando sentido del humor e incluso haciendo juegos de palabras en inglés. Con todo, también respondía con ira a preguntas sobre violaciones de derechos humanos en el país. En enero, Jonathan Tepperman, director editorial de la revista Foreign Affairs, entrevistó a Assad y concluyó que “el presidente sirio es un fabulista consumado –en cuyo caso es meramente un sociópata- o bien, realmente cree sus mentiras y en ese caso, es algo mucho más peligroso (como un psicópata delirante)”.
Pero en octubre, varios funcionarios moscovitas aseguraron que Assad se mostró “sereno, lúcido, muy controlado”, según la fuente diplomática rusa. Durante la visita, el sirio hizo concesiones importantes. La más crítica, cuando fue informado que debía compartir el poder –y el apoyo aéreo ruso- con grupos opositores moderados, a los que Rusia atraería para formar una “coalición antiterrorista” y combatir al EI.
Desde la visita de Assad, agentes rusos han tratado de contactar a sus oponentes en el frente, pese a bombardearlos desde el aire. A fines de octubre, Mustafa Seijari, un comandante del Ejército Libre Sirio, confirmó que Rusia había invitado a negociar a varios líderes del grupo. La finalidad es encontrar líderes rebeldes dispuestos a llegar a un acuerdo para deponer las armas y participar en elecciones; por supuesto, dejando claro que los grupos que rechacen la oferta serán aporreados inmisericordemente con bombas rusas. Es una estrategia que Moscú utilizó con éxito en Chechenia, a principios de este siglo.
Según fuentes diplomáticas moscovitas, Rusia tiene una lista de 38 aliados de oposición potenciales, la cual incluye a tres ex directores del Consejo Nacional Sirio: Hadi Bahra, Ahmad Moaz Khatib y Ahmad Yarba, así como su presidente actual, Khoja. Sergei Lavrov, ministro del Exterior ruso, también ha respaldado un “proyecto nacional” de 11 puntos propuesto por el general Manaf Tlass, desertor del régimen, donde se establece un mapa de acción para lograr el cese de hostilidades y un eventual ataque conjunto contra el EI.
Aun más importante, Moscú ha mantenido contacto regular con los archienemigos de Assad en la región. Tan pronto como el sirio partió, Putin habló con importantes líderes sunitas en Jordania y los estados del Golfo. Hace poco, también recibió a los ministros del Exterior y Defensa sauditas en Moscú. En otras palabras, Putin parece decidido a presentarse como un intermediario sincero ante los estados sunitas poderosos que no puede darse el lujo de enemistar. Putin ha tenido especial cuidado en asegurar a los sauditas que la amistad de Rusia con Irán, su principal enemigo, no es una alianza regional nueva. Y aunque el mandatario ruso viajó a Teherán el 23 de noviembre, el recelo entre Moscú e irán está muy arraigado: a principios de este mes, el general de división Mohammad Ali Jafari, jefe del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria iraní, se quejó de que a Rusia “tal vez no le importe que Assad permanezca en el poder tanto como a nosotros”.
MENTALIDAD DE BÚNKER: Después de entrevistar a Assad en enero, el reportero Jonathan Tepperman concluyó que el sirio era “un fabulista consumado… o en realidad cree sus mentiras”. // Sasha Mordovets/Getty
Y Jafari tiene razón. Rusia está enfrascada en un juego diplomático que va más allá de Siria. A diferencia de la revolucionaria Irán –o incluso Estados Unidos, con su malhadado entusiasmo por un cambio de régimen en Medio Oriente-, Rusia es una potencia de statu quo. Antes que nada, Moscú quiere preservar sus intereses económicos y de seguridad en Siria, y evitar el colapso de su último aliado en la región. Y aunque Turquía, Arabia Saudita, Jordania y Qatar preferirían que Assad se marchara y los iraníes salieran de Siria, Putin confía en que será posible llegar a un compromiso. Por ejemplo, visualiza un escenario donde Rusia, en vez de Irán, sea el poder exterior emergente en Siria, conservando a Assad en una capacidad ceremonial. Ese es el tipo de arreglo que los rusos creen que sería aceptable para Arabia Saudita y sus aliados sunitas, aunque hasta ahora los sauditas persisten en su postura contra la permanencia de Assad.
Mark Galeotti, profesor de asuntos globales en la Universidad de Nueva York, previene que el problema es que “las guerras modernas tienden a empezar bien, con engañosa facilidad tecno-thriller. Los ataques aéreos pre-planificados, mapeados en la cámara de vídeo de la cabina… suelen degenerar rápidamente y de una manera terrible que favorece a los desesperados, los imprevisibles, los insurgentes y los ocultos. Es posible que la nueva aventura del Kremlin en Siria pronto pierda su impulso y encare una serie de opciones peligrosas y desagradables”. En específico, la cantidad de facciones en el campo de batalla sirio, envenenadas por la brutalidad de la guerra civil, y muy distantes ya del entendimiento mutuo y el deseo de perdón que sustenta cualquier proceso de paz. Según cálculos de Landis, hay unas “1,500 milicias en Siria, y todas quieren gobernar”.
Rusia “cree que la mayoría siria apoya a Assad y que una minoría está oprimida por un pequeño grupo de militantes respaldados por extranjeros. Les han dicho que si bombardean a esos militantes pueden reclamar la victoria”, comenta Felgenhauer. “Pero han leído e interpretado mal la situación de Medio Oriente. No entienden lo que están haciendo”.
¿MEJORES AMIGOS PARA SIEMPRE? En octubre, Bashar al-Assad voló a Moscú en su primer viaje conocido al extranjero desde 2011, cuando estalló la guerra. Sin embargo, fuentes rusas dicen que Putin no está casado con la idea de mantener a Assad indefinidamente en el poder. // Alexei Druzhinin/RIA- Novosti/Kremlin Pool/AP
“ÉRAMOS TEMIDOS”
Sin embargo, hay un viejo antecedente para la arrogante creencia de Putin de que la ultra violencia puede meter orden en Medio Oriente. El 30 de septiembre de 1984, un equipo de enmascarados armados secuestró a cuatro diplomáticos cuando salían de la embajada soviética en Beirut, y URSS ni siquiera se molestó en negociar. Los secuestradores estaban afiliados con el Hezbolá iraní, así que el coronel Yuri Perfilyev, el rezident o jefe de estación de la KGB en Beirut, buscó de inmediato al Gran Ayatolá Muhammad Fadlallah, líder espiritual de los chiitas de Líbano. Perfilyev le dijo que sería una desgracia terrible que un misil nuclear soviético cayera accidentalmente en la residencia del ayatolá Khomeini en Teherán o tal vez en la ciudad santa iraní de Qom. “La paciencia de una gran potencia tiene límites”, agregó Perfilyev, según relató a la televisión rusa en 2001. “De esperar y observar, [URSS] puede pasar a emprender acciones serias con consecuencias imprevisibles”.
“Fadlallah se quedó preguntándose, ‘¿Acaso estos rusos locos están realmente tan locos para soltar una bomba en Qom?’”, recuerda la fuente diplomática rusa. “Y luego pensó, ‘Vaya, tal vez lo estén’”. Poco después, un equipo comando de la Fuerza Alfa de la KGB llegó a Beirut. Localizaron a un pariente cercano del líder de los secuestradores, Imad “la Hiena” Mughniyeh; lo secuestraron a su vez, lo castraron y le pegaron un tiro en la cabeza. Luego, los soviéticos enviaron el cuerpo en pedazos al cuartel de Hezbolá, con el mensaje de que seguirían otros familiares.
“Los secuestradores cometieron un error”, prosigue el diplomático. “No estaban tratando con estadounidenses amables que querían enseñar al mundo a cantar… Trataban con la Unión Soviética. Trataban con la KGB, y la KGB era un grupo de hijos de perra mucho más violento que Hezbolá”.
En esos días, después de cinco meses de negociaciones desesperadas por su liberación, Hezbolá había matado al jefe de la estación CIA en Beirut, William Francis Buckley. Parecía que la Unión Soviética había caído en la misma pesadilla. Pero no fue así. A solo días de la operación Alfa, los tres rehenes soviéticos supervivientes fueron liberados y desde entonces, ningún ruso ha vuelto a ser secuestrado en Medio Oriente.
Para los políticos rusos, sobre todo veteranos KGB como Putin, quienes crecieron con relatos como el heroico enfrentamiento de Perfilyev con Hezbolá, una cosa no ha cambiado: la convicción de que los rusos lidian mejor con terroristas que los estadounidenses. Y que Moscú tiene un don especial para la política de Medio Oriente. Beirut demostró “la manera de operar de los soviéticos”, escribió el historiador Benny Morris, corresponsal diplomático de The Jerusalem Post en aquella época. “Hacen cosas; no hablan. Y ese es el lenguaje que entiende Hezbolá”. O en palabras del diplomático ruso: “Si dices ‘Beirut’ en compañía de veteranos [del servicio exterior], todos sonreirán y harán un brindis: ‘Eran buenos tiempos’, dirán. ‘Éramos fuertes. Éramos respetados. Éramos temidos’”.
DE VUELTA EN URSS: Veterano de la KGB, Putin creció escuchando relatos de la supremacía rusa en Medio Oriente, en una época en que un líder de Hezbolá quedó preguntándose, según un diplomático, “¿Acaso estos rusos locos están realmente tan locos para soltar una bomba en Qom?” // Sana/AP
Es fácil entender porqué el cóctel estilo Bond de ultra violencia y frío profesionalismo, con un toque de osadía nuclear, como el que Perfilyev sirvió a Hezbolá en 1985, seduce a generaciones posteriores de rusos que trabajan en Medio Oriente. Pero en justicia, el plan de Putin para Siria es más que mera pose. El razonamiento, como dijo el mandatario ruso ante Naciones Unidas, en septiembre, es bastante claro. La fallida estrategia estadounidense de cambio de régimen en Medio Oriente solo resultó en la “destrucción de instituciones nacionales” y creó un vacío de poder “que se llenó, de inmediato, con extremistas y terroristas”. La intervención de Rusia pretendía evitar el tipo de anarquía que siguió a la caída de Saddam Hussein y Muammar el-Qaddafi, “preservando un Estado sirio funcional”.
Es cierto que el plan de Putin para cesar hostilidades requiere que todos los actores, desde Irán hasta Estados Unidos y Arabia Saudita, ajusten sus expectativas. Y también exige que Occidente se trague la lógica de Assad de que es preferible mantener un dictador sanguinario en el poder –al menos un tiempo- a tolerar la existencia del EI. Sin embargo, ahora que la realidad de las ambiciones del EI ha golpeado Moscú y París, parece que Putin tiene el único plan viable.
——
*Con Jonathan Broder en Washington.
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek