PARÍS, Francia.- “Para escapar tuvo que pasar por encima de cadáveres y de personas que agonizaban”. El relato que le hizo uno de sus mejores amigos sobre lo que vivió durante el ataque terrorista del 13 de noviembre en el parisino Teatro del Bataclan, todavía hace temblar a Manu.
Admiradores del grupo de rock Eagles of Death Metal, su amigo y su esposa se encontraban en la parte baja del teatro, en la llamada fosa o ruedo. Hacia las 21:40 horas se escucharon los primeros tiros en el interior de ese teatro situado en el distrito 11 de la capital francesa, no lejos de la antigua sede de la revista Charlie Hebdo, en donde dos terroristas islamistas asesinaron a doce periodistas el pasado mes de enero.
“Se tiraron al suelo y dicen que no pueden olvidar a ese terrorista que tenían enfrente. Ellos estaban cerca de la escalera y el hombre les daba la espalda. Pero lo veían tirar y ellos estaban en el piso, a sus pies”, cuenta Manu a Newsweek en Español.
La pareja no lo sabía en ese instante pero, muy a su pesar, en esos momentos estaba siendo protagonista del peor atentado terrorista que ha sufrido Francia, como tampoco estaba enterada de que el episodio del Bataclan era tan sólo el tercero de una noche de sangre y horror que marcó ya a los franceses, tal y como ocurrió con los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono que en 2001 impactaron a la sociedad estadounidense.
Los atentados iniciaron con un grupo de kamikazes a las 21:20 horas en el Estadio de Francia, en el barrio de Saint-Denis, en la periferia norte de París, en donde se llevaba a cabo el encuentro entre las selecciones de fútbol de Francia y Alemania. Siguió una carrera mortal de otro grupo terrorista por los cafés y restaurantes de los distritos 10 y 11 de la capital francesa antes de que un tercer grupo de suicidas islamistas perpetrara la matanza del Bataclan.
Unos ataques que suscitaron una profunda emoción en todo el país y fueron reivindicados por el Estado Islámico, lo que desencadenó una respuesta militar de Francia que desde el pasado domingo bombardea los feudos de ese grupo terrorista en Siria.
Estas matanzas, que también inquietan fuertemente a los franceses, generaron la implementación de un extenso plan de seguridad en el interior del país, empezando por la aplicación del estado de emergencia durante los próximos tres meses con algunas restricciones, como manifestarse o atravesar libremente las fronteras y un mayor margen de acción para las fuerzas del orden y la justicia.
De esa masacre del 13 de noviembre parece que tampoco podrán evitarse las repercusiones políticas, y el primer reto para el presidente, François Hollande, será el de las elecciones regionales de los próximos 6 y 13 de diciembre. La lideresa del partido de la extrema derecha Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, podría ser la principal beneficiada y ser elegida presidenta de la región Nord-Pas-de Calais, lo que sería una primicia.
“Marine Le Pen tiene hoy ante sí un boulevard”, dice el sociólogo Jean-Pierre Le Goff.
Le Goff, especialista de las mutaciones de la sociedad francesa, estima que estos atentados muestran la dificultad que tiene Francia para enfrentar a un enemigo como el islamismo radical que se desarrolla en su propio territorio.
“Lo que sucedió entre el 11 enero pasado (ataque a Charlie Hebdo) y hoy muestra que no aprendimos la lección. Seguimos con la misma dificultad de afrontar la realidad y una incapacidad para designar al enemigo”, señala.
Ese parteaguas del 13 de noviembre, que quedará marcado en la mente y la historia de este país como hierro caliente, es aún más impactante por haber sido perpetrado por kamikazes, algo inédito en Francia. Pero también por las víctimas elegidas: el ciudadano francés común y corriente, así como por los blancos seleccionados por los terroristas, en primer lugar los cafés y restaurantes que pululan en cada esquina de esta ciudad.
AL IGUAL QUE SUCEDIÓ después de los atentados contra la revista Charlie Hebdo,en enero pasado, la Plaza de la República retomó su papel de altar de homenaje a las víctimas de los atentados terroristas y de defensa de los valores franceses.
Los parisinos fueron atacados en su modo de vida, ese savoir vivre que tan manifiesto se hace en el barrio de la République. Aunque sentarse en una terraza de café o de restaurante es algo de lo más banal y característico en París, las calles cercanas a la Plaza de la República que abarcan parte de los distritos 10 y 11, en la ribera derecha del Sena, son de las zonas preferidas de los capitalinos de clase media acomodada para esta actividad.
“Es un barrio que se mueve bien en las noches, pero no hay muchos turistas, es sobre todo un barrio que frecuenta la gente que vive en París, un barrio de clase medio alta”, comenta Rodrigo Joshi Teru, dueño del restaurante mexicano Café Chilango, situado en la zona de tiroteos.
Los otros dos lugares elegidos, el Estadio de Francia y el Teatro del Bataclan, templo de la música, también apuntan a destruir otros sectores de ese París siempre festivo, como decía Hemingway.
“Atacaron mi universo, el de la música”, dice a Newsweek en Español Emmanuel.
El músico de 46 años que toca el bajo, conversa mucho con sus colegas en los foros profesionales y, al igual que la mayoría, desde el pasado 13 de noviembre siente mucha rabia.
“Sí, es como un ataque personal a mi mundo. Para mí la música es algo pacífico, universal, y me sentí personalmente atacado. Al día siguiente del ataque llegué incluso a pensar que podría cambiar mi bajo por un arma. Pero un amigo me dijo que mi bajo era mi mejor arma, la que esos terroristas quieren destruir”, exclama.
En el Bataclan, los terroristas podían alcanzar simbólicamente otro blanco, el de los judíos. Desde hace años, este teatro recibía mensajes de insultos y amenazas por abrir sus puertas al concierto de apoyo anual para el Magav, la policía fronteriza israelí.
Sin embargo, esa ola de atrocidades que hoy atormenta el imaginario de los franceses parecía tan lejos antes de ese horario fatídico de las 21:20, aquel 13 de noviembre. Las condiciones parecían ideales para disfrutar de un viernes muy animado, empezando por ser día de fútbol con un partido de la selección nacional francesa que siempre atrae a una multitud al Estadio de Francia. Un pretexto también para reunirse con amigos en bares y cafés a seguir el encuentro ante la Mannschaft. La temperatura clemente, totalmente inusual para un mes de noviembre en Francia, era un motivo de más para que los parisinos salieran esa noche a cines y conciertos, a cenar fuera y disfrutar todavía de las mesas instaladas al aire libre.
“Había un ambiente festivo y hacia buen tiempo, por eso había tanta gente en la calle”, cuenta Jean-Marc Agostinucci, uno de los médicos socorristas que atendió a las víctimas en los alrededores del Estadio de Francia.
En el recinto deportivo había 80 000 espectadores, incluido el presidente francés, François Hollande. Apenas veinte minutos después del silbatazo inicial, frente a la puerta D del estadio, un hombre hizo estallar los explosivos que llevaba ceñidos a la cintura y que mataron a un hombre que pasaba por ahí.
Nadie lo sabía en ese momento, pero los investigadores estiman que era el indicador para el inicio del operativo terrorista que ensangrentó a París esa noche.
“Los atentados debutaron en Saint-Denis porque el objetivo era muy probablemente movilizar a las fuerzas de policía y a los socorristas hacia el estadio y no en el Bataclan”, dice Agostinucci, quien coordinó el operativo médico en Saint-Denis.
En Saint-Denis, en menos de cuarenta minutos otros dos kamikazes se suicidarían de la misma forma, uno frente a la puerta H y otro a 400 metros del estadio, frente a un restaurante de McDonald’s cuando la zona ya estaba llena de policías y ambulancias.
“El terrorista estaba esperando entrar al McDonald’s, pero cuando vio que llegaba la policía hizo estallar su cinturón de explosivos”, prosigue Agostinucci, que llegó con su equipo médico al sitio de la tercera explosión minutos después.
Lo que el médico descubrió fue, por un lado, el horror de los cuerpos desmembrados de los kamikazes y, por otro, una multitud de gente herida y en crisis. Había muchas familias, los niños lloraban, los padres no sabían cómo calmarlos y muchos otros sangraban y se dolían.
“Afortunadamente ningún niño tuvo lesiones físicas, pero sí vieron todo. Obviamente ahora están con ayuda psicológica”, dijo.
“NUNCA HABÍAMOS VISTO ALGO ASÍ. Con tantas víctimas al mismo tiempo, heridas de bala muy impresionantes que tampoco estamos acostumbrados a tratar”
Entretanto, el barrio de la République estaba viviendo un infierno. Apenas cinco minutos después de la explosión del primer kamikaze en el Estadio de Francia, otro equipo terrorista atacaba dos restaurantes situados en el cruce de la calle Bichat y la calle Alibert, Le Petit Cambodge y Le Carillon. Dos hombres bajaron del coche y dispararon hacia los restaurantes antes de subirse de nuevo e irse rápidamente. En el primer sitio, en el que murieron quince personas, falleció la mexicana Nohemí González Villanueva.
Ese día, Rodrigo Joshi Teru y su socio Luis Rendón habían previsto cenar ahí.
Su restaurante, Café Chilango, se encuentra en la calle de La Folie Méricourt, paralela al Boulevard Richard Lenoir, en donde se encuentra el Teatro del Bataclan. La Folie Méricourt está situado en el cruce de la Calle La Fontaine du Roi y la calle du Faubourg du Temple, en donde los terroristas mataron a cinco personas. Finalmente optarían por comer en casa de la gerente del restaurante, sobre la misma calle pero algo más lejos, a unos doscientos metros del Bataclan.
“El encargado del restaurante nos llamó para decirnos que había un tiroteo y un muerto en la esquina. De inmediato decidimos cerrar. La policía pasaba con pistola en mano pidiendo que no saliéramos”, cuenta Rendón.
El restaurantero mexicano se asomó cuando dejaron de escucharse los tiros y vio un automóvil Polo negro a toda velocidad en reversa que también había pasado por el restaurante.
“Después supe que era el coche de los terroristas”, dice.
Rendón no sabía que para entonces había iniciado el atentado en el Bataclan, y los asistentes al concierto de rock hacían frente a un ataque terrorista sin precedente en Francia. Los cuatro terroristas que portaban cinturones de explosivos llegaron gritando que estaban ahí para vengar la intervención francesa en Siria. Armados de fusiles Kaláshnikov, los investigadores calculan que cada uno disparó alrededor de cien balas y lograron matar a 89 personas y herir a cientos más.
“Nunca habíamos visto algo así. Con tantas víctimas al mismo tiempo, heridas de bala muy impresionantes que tampoco estamos acostumbrados a tratar”, dice a Newsweek en Español Raphaëlle Oudart, socorrista benévola de la Orden de Malta que trabajó esa noche para ayudar a las víctimas del Bataclan.
Dentro del teatro, la gente se encontraba bajo el nutrido tiroteo de los kamikazes, pero también de muchos tiros de gracia destinados a todos aquellos que aún se movían.
Manu cuenta que su pareja de amigos se salvó gracias a la reacción de un hombre que estaba tirado cerca de ellos, y quien al cesar los disparos y escuchar que el terrorista recargaba su arma, gritó: “¡Ahora es el momento, corran!”. Y todos los que pudieron echaron a correr.
“Ahí fue cuando tuvo que pasar por encima de los cadáveres, de gente agonizando, de charcos de sangre. Es algo que les afectó bastante”.
La pareja corrió hasta una de las salidas de emergencia —afortunadamente estaba abierta— que daba al pasaje Saint Pierre Amelot. Su huida al exterior fue filmada por un vecino y fue una de las primeras imágenes difundidas en las televisoras de todo el mundo en torno a este atentado.
“Salieron por esa puerta, arriba de la cual, en algunas imágenes de televisión, se veía a una mujer colgada de la ventana”.
“Ellos no se percataron de esa mujer, seguían escuchando los disparos y lo que querían era huir. Pero sí recuerdan que ayudaron a otra mujer que tenía un balazo en la pierna y ya no quería avanzar. La sacaron de ese infierno”.
Después de dejar a la mujer con los socorristas, la pareja no esperó más y abordó rápidamente un taxi para regresar a su casa.
Pero no todos tuvieron esa suerte, muchos se quedaron encerrados temiendo que los terroristas los descubrieran y mataran. Otros permanecieron como rehenes, de pie mirando hacia las ventanas, con orden de informar lo que veían en el exterior so pena de recibir una ráfaga de Kaláshnikov.
“La mayoría de los sobrevivientes, incluso los que tenían heridas difíciles cuando podían hablar y estaban conscientes, lo primero que decían es que estaban felices de estar vivos”, cuenta Raphaëlle Oudart de la Orden de Malta.
“Todos me dijeron que pensaron que había llegado su último día. Les parecía casi inimaginable estar vivos. Todavía estaban incrédulos”, dijo.
Mientras el asalto al Bataclan proseguía y las televisiones del mundo entero retransmitían en directo, Manu se moría de angustia. Aficionado al rock, había previsto asistir a ese concierto, pero por razones económicas no pudo comprar un boleto. Se quedó en casa a ver un programa de televisión y cuando aparecieron unos cintillos de información en la parte baja de la pantalla, de inmediato pensó en sus amigos y su primera reacción fue llamarlos o enviarles un mensaje por teléfono.
“Sabía que estaban ahí. Y empecé a redactar un mensaje, pero viendo la información me di cuenta de que podría ser peligroso que su teléfono sonara. Así que me mordí los dedos y esperé a llamarles hasta que vi en la televisión que el problema había terminado”.
Una sabia decisión pues, según otros testimonios, los terroristas disparaban de inmediato en dirección de todo teléfono que sonara o vieran encendido. Muchos testigos vieron así morir a varias personas.
Las escenas de la televisión, las fotografías en la prensa, los relatos de los sobrevivientes, plantean el escenario de un infierno que cientos de hombres y mujeres vivieron durante más de tres horas, y aún hoy producen un trauma masivo. Contrariamente a lo que preconiza el estado de urgencia, los franceses han invadido los lugares de los hechos para rendir homenaje a las víctimas y mostrar su resistencia.
Fluctuat nec mergitur (la golpean las olas pero no se hunde), la divisa de París, resurgió esta semana como un símbolo de resistencia ante la ola terrorista. Otra consecuencia inesperada es el éxito de ventas que registra desde el pasado fin de semana la obra de Hemingway, París es una fiesta, en la que describe la vida festiva de la Ciudad Luz entre 1920 y 1930.
Sin embargo, la tensión todavía es muy viva. Dos días después de los atentados, en el barrio de La République, cuando miles de personas rendían homenaje a las víctimas, el estallido de un foco en un restaurante provocó pánico y una estampida por las calles.
EL 18 DE NOVIEMBRE, LOS HABITANTES DE SAINT-DENIS, localidad situada a unos pasos del Estadio de Francia, fueron despertados hacia las 4:30 de la mañana por un intenso tiroteo. La policía asaltaba un departamento en donde se encontraba oculto un grupo de terroristas. Durante varias horas, los habitantes vivieron una intensa tensión, la ciudad se encontraba sitiada por la policía y el ejército. Las fuerzas del orden entraban regularmente a distintos edificios en búsqueda de sospechosos.
Sin más, el pasado miércoles el asalto policiaco a un departamento de la ciudad de Saint-Denis en donde se encontraban siete terroristas, entre los cuales se cuenta una mujer que hizo estallar su cinturón de explosivos así como el posible cerebro de los atentados, provocó nuevamente una fuerte tensión en esa localidad como en todo París.
“Tuvimos muchas personas en el vecindario con crisis porque ya habían visto lo que había sucedido el viernes en el Bataclan”, explica el doctor Jean-Marc Agostinucci.
El impacto ha sido aún más consecuente por suceder en una sociedad que, según el sociólogo Jean-Pierre Le Goff, ha borrado toda confrontación con la muerte y con lo trágico.
“Es una situación que la hace aun más vulnerable. Se ha desarrollado una mentalidad pacífica y angelical que la desarma. Una mentalidad que ha sido socavada por el 11 de enero y más aún por los atentados del 13 de noviembre”, asegura.
“A nivel de pensamientos hay siempre una voluntad de olvidar que todavía ocurren guerras porque tenemos una mentalidad que vive fuera de los desórdenes del mundo. Europa, y en particular Francia, vive en un burbuja, pero esa burbuja se está derrumbando al enfrentarse a la realidad”.
“Golpearon ahí en donde más duele, en el corazón de la sociedad del esparcimiento, del espectáculo, en la idea de que París es siempre una fiesta”.
En ese ideal de una sociedad pacífica y de buenos sentimientos, Le Goff también denuncia el lenguaje políticamente correcto de una sociedad que no logra identificar claramente a su enemigo.
Le Goff considera que por temor a molestar a la comunidad musulmana se evita pronunciar palabras como islamismo o yihadistas, imaginando que se está así acusando a todos los musulmanes. Pero esa obsesión por lo políticamente correcto va en desfavor de los propios musulmanes.
“En su primera declaración después del Bataclan, el presidente Hollande se refirió a un terrorismo y una barbarie sin nombre, pero no pronunció las palabras islamismo o yihadistas. Una vez más hay dificultad para nombrar al enemigo”, sentencia.
“Para mí el enemigo no es el islam, sino las corrientes del islamismo radical. Durante años se ha permitido que los imanes hagan predicas extremistas, antisemitas, llamados a luchar contra los cruzados como llaman a los cristianos en mezquitas financiadas por países fundamentalistas como Arabia Saudita”.
Le Goff considera que si el gobierno quiere realmente combatir al enemigo que lo ataca en su propio suelo, tiene que empezar por cerrar todas esas mezquitas fundamentalistas.
“Si no, lo que nos espera es el caos entre el islamismo y la fuerza creciente del FN”, concluye.
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