KYAW WANNA SOE, un distribuidor de periódicos de cuarentaitantos años del Centro de Yangón, Birmania, temblaba con preocupación. Mientras hablaba, se limpiaba la frente y no dejaba de moverse en su silla. Era verano en Yangón, y esa unión impura de calor y humedad alcanzaba un clímax sofocante.
No estaba claro si su malestar se debía a las altas temperaturas o era provocado por la contemplación del futuro de su país. Cuando se le preguntó qué ambiciones tenía para las próximas elecciones generales de Birmania, respondió mansamente, “Sólo espero que ocurran sin que haya ningún problema.
“Hay muchas tensiones ahora mismo”, continuó, señalando las imágenes de primera plana que mostraban a estudiantes protestando. “Así que si algo sale mal…” Su voz fue apagándose mientras miraba el laberinto de periódicos acumulados en su tienda. “Me preocupa mi negocio.”
Aunque muchas personas se muestran optimistas respecto a las elecciones a realizarse el próximo 8 de noviembre, a otras les preocupa que si hay problemas con el voto, ello podía perjudicar los avances realizados hasta ahora por Birmania. Personas como Kyaw Wanna Soe no han olvidado el pasado caprichoso de la élite gobernante, particularmente las elecciones generales de 1990. Éstas fueron consideradas como las últimas realmente libres y justas del país, cuando la recién constituida Liga Nacional para la Democracia (NLD), dirigida por Aung San Suu Kyi, ganó 80 por ciento de los escaños en el parlamento. El régimen militar anuló los resultados, y Suu Kyi fue puesta bajo arresto domiciliario.
Durante medio siglo después del golpe militar de 1962, Birmania, antes conocida como Birmania, se empantanó en una política dictatorial denominada “El camino birmano hacia el socialismo.” Han pasado sólo cinco años desde que el país empezó a hacer cambios serios, relajando el cierre que lo mantenía aislado.
El presidente Barack Obama aclamó la apertura gradual como un golpe de estado diplomático, resultado de una política estadounidense de “palo y zanahoria” consistente en eliminar o imponer sanciones conforme evolucionaba la situación interna de Birmania. En noviembre de 2012, Obama se convirtió en el primer presidente estadounidense en visitar el país.
Ahora, el gobierno promete una elección libre y justa. Será una prueba de si el país se acerca más a la democracia o sigue siendo una cleptocracia militar caracterizada por el amiguismo.
Existen varios partidos que pretenden obtener escaños de las cámaras alta y baja del parlamento, pero la mayor parte de la atención se centra en los dos principales: la NLD, dirigida por la ganadora del Premio Nobel Suu Kyi, y el gobernante Partido para la Unión, la Solidaridad y el Desarrollo (USDP, por sus siglas en inglés), dirigido por el presidente Thein Sein.
“Es sin duda importante, y se está perfilando para ser [la elección general] más justa e inclusiva desde 1990”, señala David Mathieson, investigador de alto rango de Human Rights Watch en Yangón. “Sin embargo”, añade, “aún hay salvedades muy importantes que deben ser tomadas en cuenta.” La ausencia de una reforma en la constitución de 2008 es una de tales salvedades. Su borrador fue redactado por la vieja junta militar y aprobado después del paso del mortífero ciclón Nargis. Uno de los puntos más polémicos es el artículo 436, que exige una supermayoría de más de 75 por ciento para enmendar la constitución. “Yo diría que esta es una elección de 75 %, porque 25 por ciento de los escaños están garantizados para el ejército”, señala Mathieson. “Han dicho que son los guardianes de la constitución… Han dejado muy claro que no tolerarán ningún cambio.”
Una señal de eso se produjo en agosto, cuando el USDP destituyó al presidente del partido y aspirante presidencial Shwe Mann en un movimiento inesperado. Había mostrado su desacuerdo con miembros del partido sobre el cambio constitucional, entre otras cosas.
Otro artículo polémico de la constitución prohíbe que cualquier persona con un cónyuge o hijo extranjero ocupe el máximo cargo del país. El difunto marido de Suu Kyi era un ciudadano británico, al igual que sus hijos, y los críticos interpretaron ese artículo como diseñado expresamente para excluirla. Sin embargo, Suu Kyi parece confiada. En un mitin de campaña justo al norte de Yangón, dijo a la multitud, “no se equivoquen: quienquiera que sea el presidente, yo seré la líder del gobierno de la NLD.”
Existe otro importante factor en contra de una elección libre y justa: los muchos ciudadanos que no pueden votar. Hay problemas burocráticos, y la Comisión de Elecciones de la Unión, que supervisa el registro, la participación en una elección política y el sondeo, está bajo una gran presión, señala Myat Thu, director de la Facultad de Ciencias Políticas de Yangón. “Las personas me han dicho que hay nombres repetidos [en las listas de votación], mientras que otros faltan. A veces, un solo nombre aparece cinco veces”, dice.
Varias áreas a lo largo de las regiones fronterizas de Birmania todavía están sujetas a la violencia, como parte de un conflicto en el que participan múltiples grupos étnicos armados, y que actualmente se encuentren su año número 67. Un intento de dos años de alcanzar un cese al fuego a escala nacional acaba de fracasar, pues sólo ocho de los 15 grupos invitados estaban dispuestos a firmar. Casi 600 distritos a escala nacional cancelarán su votación.
Mientras tanto, en el oeste de Birmania, la persecución de los Rohingya, un grupo minoritario musulmán, ha planteado dudas sobre la sinceridad de la transición del gobierno. Birmania no considera a los Rohingya como ciudadanos, refiriéndose a ellos como bangladeshíes y revocando muchos de sus derechos. Esto ha generado aproximadamente 140,000 personas desplazadas y totalmente privadas del derecho al voto. Aunque elogió el “valiente proceso” de la reforma política del país, Obama advirtió que “Birmania no tendrá éxito si la población musulmana es oprimida.”
Las elites políticas de Birmania, entre las que se encuentra Suu Kyi, se mantuvieron perceptiblemente silenciosas durante una crisis de refugiados Rohingya a principios de este año. Ahora, los Rohingya enfrentan más discriminación que nunca, estimulada por el surgimiento de grupos nacionalistas budistas, como la Asociación para la Protección de la Raza y la Religión, conocida localmente por el acrónimo birmano Ma Ba Tha.
La Ma Ba Tha, dirigida por monjes intransigentes, ha alimentado las tensiones sectarias en este país predominantemente budista. El año pasado, propuso cuatro supuestas leyes de “protección de la raza y la religión” que condenan a los musulmanes, las cuales fueron impulsadas rápidamente el parlamento. “Mi punto de vista es que [el gobierno] simplemente se ha echado atrás, permitiendo [el crecimiento de Ma Ba Tha] y que ahora está utilizando ese sentimiento a su favor”, señala Mathieson.
En meses recientes, los medios públicos de comunicación han presentado numerosos informes de funcionarios públicos de alto rango haciendo ofertas a monjes ancianos, y las figuras de Ma Ba Tha han instado a los partidarios del movimiento a no votar por la NLD.
Suu Kyi, que pasó 15 años bajo arresto domiciliario, dijo a sus partidarios que su objetivo es la reconciliación. “El pasado debe ser algo del cual debemos aprender”, dijo, “no algo que nos provoque cólera y rencores.”
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Publicado en cooperación conNewsweek/ Published in cooperation withNewsweek