

“La Fórmula 1 es política, es dinero, y cuando estás llegando tienes que pasar por eso”, dijo Ayrton Senna al concluir el Grand Prix de Mónaco de 1984, cuando se ordenó detener la carrera argumentando los riesgos de la lluvia, cuando en realidad lo que se pretendía era evitar que ese joven y desconocido piloto brasileño rebasara a Alain Prost.
Política y dinero. Pongámoslo en perspectiva.
Si eres el chico más afortunado del barrio es posible que tú padre pueda comprarte una autopista Scalextric. Pero si eres el hombre más rico del mundo, entonces te alcanza para comprarte un Gran Premio.
Aunque la comparación parezca grotesca o desproporcionada, eso fue lo que hicieron Carlos Slim Helú y su hijo Carlos Slim Domit, junto con el empresario Alejandro Soberón, para traer de regreso a México el Grand Prix de Fórmula 1, luego de 23 años de haberse celebrado la última carrera del serial en este país.
Eso ocurrió en 1992, el año en que Francisco Barrio Terrazas, político del Partido Acción Nacional, resultó electo gobernador del estado de Chihuahua y en el que tuvieron lugar las explosiones en el sector Reforma, en la ciudad de Guadalajara, que ocasionaron la muerte de al menos 500 personas, y daños económicos estimados entre siete y diez millones de dólares.
Fue también el año en que Carlos Salinas de Gortari firmó el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, y el marchista Carlos Mercenario el único atleta mexicano que conquistó una medalla en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.
Si como cantaba Gardel, “20 años no es nada”, 23 no son mucho más.
De Nigel Mansell, “el león británico”, al alemán-finés Nico Rosberg. De Carlos Salinas de Gortari a Enrique Peña Nieto, pasando por Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón. De la rebelión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, a la noche negra de Iguala y sus 43 desaparecidos.
Sin dejar de mencionar, por supuesto, el error de diciembre, la crisis económica de 1995 y el consecuente rescate de la economía nacional orquestado por Bill Clinton. Y también el secuestrador Daniel Arizmendi, los Cárteles del Golfo, de Juárez, de los Arellano Félix, de Sinaloa, los Zetas, la guerra contra el narcotráfico, la crisis económica mundial de 2008, el surgimiento de grupos paramilitares y las dos fugas de Joaquín Guzmán Loera.
Todo eso, empero, hoy se ve muy atrás. Y se ve muy atrás porque, al menos por hoy, el regreso al país del Gran Premio de México lo ha rebasado. Bernie Ecclestone, director comercial del serial de la F1, lo dijo sin reservas: “Cuando alguna de nuestra gente en Europa, que se queja de ciertas cosas, se dé cuenta de lo que la gente (de México) hace para promover la carrera y hacer que se lleve adelante, debe compararlo con lo que ellos hacen”.
No hay ironía en esto: el recién renovado Autódromo de los Hermanos Rodríguez compite en tanto escenario de clase deportiva mundial con cualesquier otro recinto que albergue una competición deportiva: el Yankee Stadium en Nueva York, el estadio Wembley en Londres o el AT&T de Arlington, Texas. Instalaciones modernas, de primer mundo, dotadas de comodidad, clase y lujo.
Un ejército fue lo que desplazaron los organizadores para conseguir que el Grand Prix de México impresionara a Ecclestone y a los propios competidores. Vendedores, policías, patrocinadores, edecanes… No en vano estuvieron presentes el jefe de gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, el secretario de Turismo Enrique de la Madrid y la secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, en franca sustitución de Enrique Peña Nieto, quien acaso de esa manera se protegió de un muy posible y merecido abucheo.
Política y dinero.
En México no parecería haber mucho de ambos y, sin embargo, el regreso del serial de F1 al país sugiere lo contrario.
Si más ni menos, los boletos para presenciar la carrera dentro del Autódromo alcanzaron un precio de reventa de 120 mil pesos.
¿Quién dijo que no se puede? ¿Quién dijo que México no está a la altura de cualquier otro país del mundo? La celebración de la carrera que ganó el piloto alemán Nico Rosberg, es justamente prueba fehaciente de que, con voluntad, y también con política y dinero, cualquier cosa puede conseguirse. Cualquiera. Incluso hacern pasar como nación desarrollada a un país que tiene a 50 millones de personas viviendo en la pobreza.
Pero ya se ve que no es tan difícil, y sea que se rebase por la izquierda o por la derecha, en una peraltada, en una chicana, por dentro o por fuera, se puede continuar en la carrera e incluso ganarla. Lástima por Sergio “Checo” Pérez, que ofreciendo una muestra de las agallas y el pundonor nacional, se arriesgó a no concluir la carrera haciendo una sola parada en pits.
Bien, muy bien por los 130 000 espectadores que acudieron al Autódromo de los Hermanos Rodríguez a presenciar el regreso de la Fórmula 1 a México.
Y también, muy bien, por los organizadores, todos ellos, que con política y dinero llevaron a cabo un evento de primer mundo en una ciudad cuya policía aún no ofrece una explicación plausible acerca del móvil de un multihomicidio en el barrio de Narvarte, y en un país cuyas autoridades tampoco terminan por ofrecer una explicación concluyente sobre lo acontecido la noche del 26 de septiembre de 2014 en la ciudad de Iguala, Guerrero.
En el Gran Premio de Mónaco de 1988, Ayrton Senna sacó una ventaja de 55 segundos sobre su más cercano perseguidor, su coequipero y rival, Alain Prost. En una competición automovilística ese tiempo es la eternidad. Por la radio, los ingenieros ordenaron a Senna: “Llevas mucha ventaja, ¡frena!, ¡frena! ¡frena”. Pero Senna no frenó. Extasiado por lo que él solía llamar “el túnel negro” (esa es la impresión que provoca conducir a una velocidad superior a los 300 kilómetros por hora), terminó estrellando su auto y perdiendo la carrera.
Tenemos mucho que aprender de este Gran Premio que hoy volvió a México. Y también de Ayrton Senna. Y es que cuando se conduce a 350 kilómetros por hora, es posible que se dejen de lado algunas cosas importantes. Como también es posible perder la cabeza y terminar estrellando el auto.