Te reto a que encuentres un roquero más mítico que Kurt Cobain, el andrajoso líder de Nirvana que sacudió la escena a fines de la década de 1980 y principios de la de 1990, inspirando a legiones de jóvenes con ropa a cuadritos, apestando a desodorante y apatía, a empuñar guitarras como si fueran armas. Cobain, renuente símbolo de una generación de la que se sentía aislado, se transformó del típico solitario de un pueblo maderero en estrella del rock más rápidamente de lo que puedes decir “litio”.
Por supuesto, lo más infame de su legado vino después de su redentor ascenso. Transcurridos veintiún años del suicidio con escopeta, en 1994, la vida de Cobain todavía es conmemorada en vigilias a la luz de las velas y disecada por quienes odian a Courtney Love. El Mito Cobain ha quedado inmortalizado en canciones de diversos géneros y documentales cinematográficos, como el memorable Kurt & Courtney (1998), del británico Nick Broomfield, que discurre por un Seattle pos-Cobain surrealista y bastante mal editado mientras propone interminables y absurdas teorías de conspiración en torno de la muerte del músico y que, además, tiene el singular honor de ser una de las contadas cintas que han sido expulsadas del Festival de Cine Sundance (en 1998, por violar derechos de autoría musical).
En contraste, este año Sundance celebró con una ovación, lágrimas y aclamaciones el estreno de una cinta muy distinta sobre el icono caído, Kurt Cobain: Montage of Heck. Dirigida por Brett Morgen y con la producción ejecutiva de la hija del difunto, Frances Bean Cobain (ya de veintidós años), el documental es un análisis duro y brutal de una vida que aún proyecta una sombra titánica.
La película “puede ser el último capítulo” en el prolongado duelo por Cobain, declaró Morgen en entrevista con Newsweek. Una carencia crítica de los documentales anteriores era el acceso a la música de Nirvana y sus esclarecedoras imágenes de archivo; de suerte que, a falta de materiales exclusivos, lo que hacían era perseguir una sombra. En cambio, Montage of Heck (a estrenarse el 4 de mayo, por HBO) es lo más parecido que jamás habrá a una resurrección física de Cobain, gracias a los “seis años de disputas legales y dos años de rodaje” que invirtió Morgen. Libre de especulaciones fabulistas, la película sumerge al espectador en un vertiginoso viaje por la mente del convulso músico, quien al fin se expresa en sus propias palabras.
Antes de realizar su visión de la película, Morgen tuvo que vérselas con los mismos obstáculos de otros documentales sobre Cobain, como la cantidad de gente reacia a hablar sobre él pese a guardar secretos clave de su historia e, incluso, la llave del armario donde se pudrían las pertenencias del notorio grupo. Aunque Frances Bean (de solo veinte meses cuando murió su padre) heredó los derechos de su imagen y nombre desde 2010, fue su madre, la viuda Courtney Love, quien actuó como catalizador de Montage of Heck. Conoció a Morgen en 2007, después de ver su documental The Kid Stays in the Picture —adaptación de un libro que retrataba la escabrosa vida del productor cinematográfico Robert Evans— y, a raíz de eso, se convirtió en su admiradora. Preguntó entonces si le interesaría filmar un documental sobre su finado esposo, porque “era hora de analizar al hombre, humanizarlo y echar por tierra los valores que supuestamente representaba, su falta de ambición y los ridículos mitos construidos a su alrededor”, dijo hace poco a The New York Times.
Morgen accedió, así que Love lo llevó a la bodega de California donde almacenaba los despojos de la vida de Cobain. El cineasta encontró cajas con forma de corazón, estuches de guitarra llenos de materiales artísticos y entrecortadas grabaciones de “audio collages” que creara Cobain, incluido un casete titulado Montage of Heck. Mientras revisaba los archivos, Morgen se dio cuenta de que la historia del músico era más fácil de contar de lo que sugerían los documentales anteriores. No fue un miserable yonqui ni un blandengue que se quitó la vida porque no pudo con la fama. Por el contrario, lo que vio surgir fue la imagen de un hombre que, de manera muy humana, se sintió aislado de sus semejantes y anhelando relaciones significativas. También fue pintor, ilustrador y estupendo caricaturista, amén de incipiente ingeniero de sonido; tuvo la necesidad constante de crear; y llevó una especie de autobiografía visual desde la precoz edad de tres años. “Nunca estuvo ocioso”, nos dice en la película Krist Novoselic, bajista de Nirvana.
En aquella bodega, Morgen descubrió algo que le ayudaría a presentar ese argumento: grabaciones de Cobain narrando su vida, incluyendo momentos formativos como su primer intento de suicidio a los catorce años. “Oír a otros hablar de él es nada comparado con escucharlo describir su vida”, asegura Morgen. Para la película definitiva, el animador Stefan Nadelman agregó interpretaciones hiperrealistas de los relatos hablados de Cobain, los cuales fueron entretejidos en la narrativa junto con cortos de conciertos, entrevistas y bocetos de sus numerosos cuadernos. “Dejó un montón de trabajos artísticos que son un bello reflejo de lo que sentía”, dice Morgen. “Kurt se ha ido, pero su arte persiste y es intenso, conmovedor. Había que sacarlo para contar la historia.”
Los testimonios de algunos de sus más allegados apuntalan las palabras del músico, entre otros su madre, su hermana y su primera novia, Tracy Marander. “Era un grupo difícil de unificar, pero Frances fue el pegamento”, explica Morgen, agregando que Marander, sobre todo, se mostró muy reservada al principio. En un golpe de genialidad visual, Morgen se aseguró de que las preguntas más comprometedoras fueran formuladas hacia el ocaso, cuando las sombras comenzaban a cubrir los rostros de los entrevistados. Escenas de intestinos sangrantes para enfatizar los famosos dolores abdominales de Cobain —que él remediaba con heroína— imparten un efecto grotescamente visceral a la descripción de sus dificultades.
Sin duda, los fanáticos de Cobain notarán que Novoselic es el único amigo íntimo que figura en Montage of Heck, mientras que Dave Grohl, el exbaterista de Nirvana —con quien Morgen afirma que charló— brilla por su ausencia (al parecer, compromisos profesionales impidieron que el líder de Foo Fighters participara en la cinta). Otros ausentes incluyen a Kathleen Hanna, de Bikini Kill (la amiga que supuestamente garrapateó en una pared “Kurt huele a Teen Spirit”) y su compañera de banda, Tobi Vail (con quien Cobain salió un corto tiempo). La película no abunda sobre el periodo riot grrrls y grunge de Cobain, de modo que sugiero consultar el libro de Mark Yarm, Everybody Loves Our Town: An Oral History of Grunge.
Las amistades y el sitio de Cobain en la escena grunge del Pacífico Noroeste no son tanto el tema de la película como su perpetua incapacidad para sentir que, realmente, tenía un lugar en alguna parte. Montage of Heck conduce al espectador a través de su continua lucha para alcanzar la estabilidad: primero, pasando de un hogar a otro en su infancia; luego, tratando de construir un hogar con Marander en Olympia, Washington; después, con su banda en Nirvana; y por último, con Love y Frances Bean.
El documental también intenta desbancar la idea del martirio de Cobain; de que, en cierta forma, murió por nuestros pecados. Hay muchas razones por las que terminó con su vida y muchas interrogantes que seguramente no hallarán respuesta. No obstante, la película esclarece los temas recurrentes de descontento, humillación y traición al discurrir de su infancia inestable a su adultez retraída.
Cuatro días después del suicidio, Hole —la banda de Love— lanzó el álbum Live Through This, donde la viuda hizo la célebre declaración de que quería ser la chica “con todo el pastel”. En cambio, Cobain “quería ser el más amado”, como explica en pantalla Jenny Cobain, su madrastra.
Frances Bean decidió participar en el documental, en parte, porque “no recuerda a Kurt”, como dijo recientemente a David Fricke, reportero de la revista Rolling Stone. “Soy la única persona en el planeta que tiene una gran inversión emocional en la cinta, pero puede mirarla como miembro del público”. Por ello, fue capaz de tomar decisiones críticas con Morgen, quien asegura que los días de dieciocho horas de trabajo y el tiempo lejos de sus hijos valieron la pena, tan solo para que la hija de Cobain tuviera dos horas para saber más del hombre que jamás conoció. “Cuando la vio, dijo: ‘Hiciste la película que tenía en mente y me diste tiempo para estar con mi padre’”, recuerda Morgen. “Y eso fue… muy poderoso. Lo más profundo que jamás haya hecho como cineasta.”