Acabar con la pobreza en Estados Unidos –como en casi todos los países ricos- no es cuestión de recursos. Muchos economistas, incluido Timothy Smeeding de la Universidad de Wisconsin (y exdirector del instituto para Investigación sobre la Pobreza) han dicho que cada nación desarrollada tiene los recursos para erradicar la pobreza. En gran parte, esto se debe a que la productividad postindustrial ha llegado al punto en que sugerir un déficit de recursos es absurdamente ingenuo; y pese a la ocasional pantomima política contra el bienestar social, no existe política, ideología o partido que se pronuncie a favor del hambre, el desamparo, la muerte o la indignidad.
Sin embargo, persiste la pobreza. Por ejemplo, en Estados Unidos casi 15 por ciento de la población (y 20 por ciento de los niños) vive en la pobreza, y de ellos, poco menos de 2 por ciento vive con menos de dos dólares por cabeza al día.
El problema principal es logístico. El actual sistema estadounidense de bienestar social recibe billones de dólares y redunda en muy pocas utilidades por dólar. Hay gran inconformidad en ambos lados del espectro político –los conservadores gruñen sobre las “reinas del bienestar social” y los liberales se quejan de las costosas pruebas farmacológicas requeridas para cobrar cheques de pensión, por ejemplo. El sistema de bienestar de la actualidad se encuentra fragmentado, al extremo de que vuelve imposible una supervisión eficaz atrapado como está en trámites burocráticos e inconsistencias entre ciudades, estados y el propio gobierno federal. Y por todo eso, la gente muere de hambre en el país más rico del mundo.
Con todo, tal vez haya solución. Radical para algunos, es verdad; pero sus defensores –tanto libertarios como liberales- sugieren que sea en efectivo: un subsidio universal garantizado. “Hemos alcanzado un nivel tecnológico donde nadie necesita trabajar la tradicional semana de 40 horas”, señala Barbara Jacobson, presidenta de Ingreso Básico Incondicional-Europa, alianza de ciudadanos y organizaciones europeas que aboga por dichos subsidios. Ahora que, si bien la productividad por hora de las naciones en desarrollo ha aumentado notablemente desde la década de 1970, “eso no se ha traducido en incrementos salariales o en una reducción de horario sin recorte salarial”, agrega Jacobson; y encima, dice, hay una cantidad significativa de “trabajo crítico, mayormente de atención, que nadie paga, pero sin el cual colapsaría la sociedad”. Y la gente que lo realiza (atención infantil y de ancianos, por ejemplo) suele terminar en bancarrota, pues una madre soltera difícilmente puede conservar un empleo convencional asalariado y al mismo tiempo, atender a tres hijos y a la madre con Alzhéimer.
Un subsidio en efectivo –digamos, 15 000 dólares anuales por familia (más o menos lo que Seguridad Social paga, anualmente, al jubilado promedio)- daría a los pobres y la clase media una base financiera para vivir, cuidar a sus seres queridos y tal vez, dice Jacobson, “pensar en lo que necesitan hacer, lo que quieren hacer y lo que han aprendido a hacer, en vez de, simplemente, lo que alguien les paga por hacer”.
Tiene lógica financiera para el gobierno estadounidense, económicamente apremiado. En 2012, el gobierno federal desembolsó 786 000 millones de dólares en Seguridad Social y 94 000 millones en desempleo; además, los gobiernos federal y estatales gastaron, conjuntamente, un billón de dólares en estampillas de alimentos. Sumados esos costos, la cifra asciende a 1.88 billones de dólares y no da trazas de disminuir; de hecho, la cantidad de ciudadanos que solicitan, anualmente, servicios sociales va en aumento; igual que la tasa de personas sin hogar. Y al envejecer la generación de baby boomers, más y más personas necesitarán la ayuda de Seguridad Social.
Cambiar al ingreso básico universal la contabilidad no solo permanecería balanceada, sino que quedaría en números negros. Según la Oficina del Censo, en Estados Unidos hay 115 227 000 familias. Si dividiéramos 1.88 billones de dólares entre todas ellas, cada una recibiría 16 315.62 dólares: en otras palabras, si el sistema de bienestar social se transformara en un ingreso básico universal de 15 000 dólares, el gobierno terminaría ahorrándose más de 150 000 millones de dólares (o 1315.62 dólares por familia estadounidense).
Por supuesto, es posible ajustar la propuesta original para que el sistema tenga más sentido. Las familias que perciban más de 100 000 dólares anuales pueden apañárselas sin ayuda, así que quedan fuera de la ecuación y terminamos cono un cheque de ingreso básico por 20 000 dólares para las familias restantes, sin que por ello el gobierno deje de disfrutar de buenos ahorros.
Pese a las atractivas cuentas a ojo de buen cubero, sustituir las estampillas de alimentos y otros artefactos del sistema de bienestar social estadounidense por efectivo, sin condiciones, no es tarea fácil. Por ejemplo, tenemos el pequeño asunto de la colección de proveedores de programas sociales –de los gobiernos federales, estatales y locales- y lograr que se pongan de acuerdo en una misma cosa; algo, sin duda, bastante difícil. Por su parte, Pascal-Emmanuel Gobry, columnista deThe Week, teme que si todos recibiéramos un ingreso básico para cubrir nuestras necesidades, el gobierno propiciaría un éxodo masivo de la fuerza de trabajo porque la gente ya no “necesitaría” trabajar para sobrevivir. Mas ese temor de que un tipo de ingreso básico pudiera arruinar la economía llenándola de “gorrones”, no es novedad: el Plan de Asistencia Familiar de Richard Nixon, que proponía un modesto ingreso básico anual de 1600 dólares por familia (y 800 dólares adicionales en estampillas de alimento) fue combatido por los conservadores en 1970, debido a que carecía de requisitos laborales. Pero una vez añadidos, la izquierda, temerosa de que los requisitos eran excesivos, se opuso a la legislación y así, el Plan de Asistencia Familiar de Nixon nunca fue aprobado.
Pese a todo, el análisis de programas piloto que proporcionaron ingreso básico a comunidades en Estados Unidos y Canadá evidencia que los resultados son distintos de lo que sugieren los opositores. En dichos programas, la reducción global de las horas de trabajo entre los beneficiarios del ingreso básico fue en extremo baja y los únicos participantes que dejaron de trabajar encajaron perfectamente en dos grupos demográficos bien definidos: nuevas madres y adolescentes que trabajaban mientras estudiaban el bachillerato, ninguno de los cuales es representativo de la población general.
Matt Zwolinski, fundador de Bleeding Heart Libertarians, opina que el ingreso básico no sería peor que el actual sistema de bienestar social que, muchas veces, deja de proporcionar ayuda cuando los beneficiarios consiguen empleo. “Es por eso”, explica, “que las familias pobres descubren que no conviene trabajar más o tener un segundo adulto empleado”. Zwolinski considera que libertarios y conservadores del pequeño gobierno debieran luchar por sustituir el bienestar social con una garantía de ingreso básico, la cual reduciría las dimensiones del gobierno y promovería la independencia personal: dos principios fundamentales de su ideología política.
Otros opositores del ingreso básico argumentan que deberíamos expandir el actual sistema de bienestar, que proporciona servicios a los más necesitados. “Por ejemplo, proporcionamos educación universal básica y secundaria porque consideramos que todos deben tenerla”, dice Barbara Bergmann, economista y consejera de Economistas por la Paz y la Seguridad, ONG neoyorquina. En su opinión, el gobierno también debe proporcionar alimento, techo, educación universitaria y cuidados infantiles. “Si el gobierno tuviera que gastar grandes sumas, hay mejores cosas que el dinero universal.”
Pero Michael Howard, coordinador de la Red Estadounidense para Garantizar el Ingreso Básico, cree que en esta era de automatización, el ingreso básico o algo parecido debe ser una necesidad. “Podríamos llegar a un futuro con menos empleo para todos”, presagia. “Así que, como sociedad, es necesario que pensemos en escindir parcialmente el ingreso del empleo.”
A pesar del tentativo apoyo bipartidista para el ingreso básico en Estados Unidos, el concepto ha recibido más impulso en el extranjero. Suiza es el primer país que ha celebrado un referendo nacional sobre el ingreso básico y en 2015, su Parlamento decidirá si extiende el ingreso básico de 2500 francos suizos (unos 2600 dólares) mensuales a todos los residentes del país. Por su parte, luego del exitoso programa piloto en 20 aldeas de Madhya Pradesh, estado del centro de India, el gobierno federal anunció, en 2013, que tomaría medidas para sustituir 29 programas de asistencia con transferencias de capital directo.
No obstante, el ingreso básico tiene un precedente incluso en Estados Unidos. En Alaska, los ingresos petroleros se dividen equitativamente entre todos los residentes. Al finalizar el año se emite un cheque de unos 1000 dólares por persona, cantidad apenas suficiente para la supervivencia de una familia. Sin embargo, el subsidio parece tener un efecto positivo en los alaskeños y según el economista Scott Goldsmith, equivale a añadir una nueva industria o 10 000 nuevos empleos a la economía del estado. El modelo goza de 90 por ciento de aprobación e infinidad de defensores políticos, incluidos quienes lo consideran el anteproyecto de una política económica nueva y superior, como el exgobernador republicano Wally Hickel: “A partir de la propiedad común de nuestras tierras y recursos ha surgido un nuevo modelo para la sociedad moderna”, declaró en 2012. “Nos hemos autoproclamado el Estado Propietario y lo que hemos reclamado son nuestros bienes comunales. Creemos que nuestro modelo sobrepasa tanto el capitalismo como el socialismo.”