Los terroristas ganan cuando nos atacamos entre nosotros.
A veces, los terroristas son los mejores maestros.
Los estadounidenses tienden a actuar irracionalmente con respecto al terrorismo. Una persona que vive en Estados Unidos tiene miles de veces más probabilidades de morir en un accidente automovilístico que ser asesinada en un ataque terrorista. Los ataques exitosos en territorio estadounidense no solo son increíblemente infrecuentes, sino que, incluso en 2001, el año del ataque del 11/9, en Estados Unidos, más personas murieron por caídas ocurridas en su propia casa que por algún acto terrorista.
Dicho lo anterior, existe una amarga realidad que reconocen todos los agentes de inteligencia a los que conozco: aunque la probabilidad de que un estadounidense específico muera en un ataque terrorista es infinitesimal, la posibilidad de que el país sufra un nuevo ataque terrorista es cercana al 100 por ciento. Los organismos de aplicación de la ley y de inteligencia son sumamente hábiles para desmantelar los planes terroristas, pero a veces la diferencia entre un ataque fallido y uno exitoso es poco más que un golpe de suerte.
Y de ahí proviene la lección proporcionada por los terroristas, que actualmente es casi un mantra para las personas encargadas de protegernos. El ejemplo ocurrió el 13 de octubre de 1984, el día después de que el Ejército Republicano Irlandés Provisional bombardeara el Grand Hotel en Brighton, Inglaterra, con la esperanza de matar a la entonces Primera Ministra de Gran Bretaña, Margaret Thatcher. Ella logró escapar ilesa, lo que hizo que el IRA (por sus siglas en inglés) emitiera una declaración ese día dirigida al gobierno británico.
“Hoy no tuvimos suerte”, se lee en la declaración. “Pero recuerden que solo debemos tener suerte una vez. Ustedes tendrán que tener suerte siempre”.
Así es: incluso si Estados Unidos logra frustrar 1000 planes terroristas, al final uno de ellos pasará inadvertido. Y la histeria nacional y la politización excesiva de este asunto han hecho que los terroristas logren obtener mucho con poco esfuerzo, lo que significa que lo único que requieren es un poquito de suerte. Recordemos todos los planes fallidos de la década anterior, e incluso el que funcionó, es decir, el bombardeo del maratón de Boston. Segundos después de la detección (o explosión), los conservadores corrieron hacia los estudios televisivos de Fox News para ser los primeros en declarar que el gobierno de Obama era responsable de lo que había ocurrido.
Se han desplegado enormes cantidades de mentiras y estupideces con la esperanza de convertir la tragedia en votos: ¡los terroristas de Boston debieron haber sido enviados a Guantánamo! (lo cual es ilegal, debido a que eran ciudadanos norteamericanos), ¡Obama permitió que el verdadero autor escapara! (lo cual es falso, y fue una afirmación que provocó una demanda por difamación por parte de la persona mencionada), ¡George W. Bush nunca tuvo ningún ataque terrorista durante su mandato! (falso, ¿recuerdan el 11/9?). Incluso la reciente decapitación del periodista James Foley fue material para ataques contra Obama: ¡el presidente no lucía lo suficientemente enfadado cuando emitió su declaración condenando la brutalidad, y luego se fue a jugar al golf!
Este intento básicamente antiestadounidense de politizar algo que debería unir al país -como ocurrió después del 11/9- da más poder a los terroristas y es más peligroso para los ciudadanos estadounidenses que el riesgo de cualquier ataque en particular.
Un exoficial de inteligencia me dijo que, debido a esta politización, los terroristas ahora saben que pueden dañar a un presidente estadounidense -quizás en forma muy grave- incluso con un ataque terrorista fallido. Durante el gobierno de Bush, un ataque exitoso creó a un gigante unido y furioso, arremetiendo contra el enemigo con todo su poderío y cólera; en el gobierno de Obama, un intento fallido divide al país en una lucha partidista e irracional. Este es el medio para que el terrorismo logre su victoria final.
Lo anterior nos lleva a la más reciente amenaza percibida contra la patria: el Estado Islámico de Irak y el Levante (mejor conocido como ISIS, por sus siglas en inglés). En los últimos días, los jadeos que salen de Washington D.C. han aterrorizado a algunos estadounidenses – El ISIS es el mayor peligro que nuestro país ha enfrentado desde Al-Qaeda, tienen el poder de atacar nuestros intereses, etcétera. Esta vez, la guerra política comenzó antes de que se intentara siquiera un ataque contra Estados Unidos, y los conservadores fustigaron a Obama por no haber detenido al ISIS desde su infancia (lo cual solo pudo haberse logrado al unir fuerzas con el presidente Bashar Assad, el brutal dictador sirio, en la guerra civil de su país. Y en ese momento, los republicanos amenazaron con impugnar a Obama si intervenía en Siria).
Con base en mis conversaciones con funcionarios de inteligencia y otros expertos en seguridad, afirmar que el ISIS es la mayor amenaza para la patria desde Al-Qaeda alrededor de 2001 es como decir que Charles Manson fue la mayor amenaza para el país desde la Alemania nazi. Desde luego, ambos pueden infligir daño, incluso un daño grotesco, brutal y horrendo. Pero el posible daño es comparable solo si -mediante la histeria y el tribalismo político- permitimos que lo sea.
La razón se reduce a las diferentes misiones, filosofías, objetivos y capacidad de ambos grupos. Empecemos con Al-Qaeda justo antes del 11/9. La organización tenía un liderazgo sólido y establecido con Osama bin Laden, incluyendo comités militares, de operaciones y financieros. El grupo estaba organizado esencialmente alrededor de un objetivo principal –expulsar a Estados Unidos de Arabia Saudí, en parte, atrayendo a Estados Unidos hacia una batalla terrestre con los yihadistas. Los ataques contra el World Trade Center y el Pentágono lograron ese objetivo pero, en contra de las expectativas de Bin Laden, los combatientes de Al-Qaeda no derrotaron a los estadounidenses. Ellos habían organizado ataques exitosos durante años en ultramar (así como algunos fallidos). La organización mantuvo un apoyo importante en todo el mundo árabe, algo que la CIA evaluó alguna vez mediante el hecho de que “Osama” se convirtió en uno de los nombres más populares en el Oriente Medio para nombrar a los bebés varones. Al-Qaeda mantenía cuentas bancarias en todo el mundo como parte de una red financiera sumamente sofisticada.
Comparemos todo lo anterior con el ISIS. Su liderazgo es confuso – el grupo está dirigido por Abu Bakr al-Baghdadi, pero a diferencia de Al-Qaeda, su estructura por debajo del liderazgo principal es ad hoc. Sus objetivos son tan expansivos que rayan en lo absurdo: el grupo espera provocar el descontento civil en Siria e Irak con el propósito de establecer un único estado trasnacional basado en la ley islámica. Incluso en medio de las guerras en esos dos países, al-Baghdadi ha llamado al ISIS a marchar hacia Roma y España. En lo que respecta a Estados Unidos, su interés principal es mantener a este último país fuera de un conflicto del Oriente Medio, que fue el objetivo del decapitamiento de Foley. Y fuera de las zonas de guerra, no ha realizado ningún ataque terrorista exitoso contra Occidente.
A diferencia de Al-Qaeda, el ISIS es profundamente impopular entre grandes sectores del mundo musulmán, incluyendo a los yihadistas: los chiitas, a los que ataca despiadadamente, se oponen rotundamente a él, y su brutalidad incluso con otros suníes ha socavado su apoyo entre ellos. En Siria, diversos grupos yihadistas se unieron para conformar el Ejército Mujahedeen con el objetivo de expulsar al ISIS del país. La unión declarada de Al-Baghdadi con Jabhat al-Nusra, una filial de Al-Qaeda que tiene legitimidad entre los sirios, fue anulada por Ayman al-Zawahiri, el sucesor de Bin Laden como líder de Al-Qaeda. Cuando el ISIS declaró un califato con al-Baghdadi como dirigente, Jabhat al-Nusra abordó el secreto a los asesores de Zawahiri para que le instaran a oponerse públicamente a ello.
El ISIS tiene dinero, pero, a diferencia de Al-Qaeda, su sistema financiero es tosco y vulnerable. Como hacen con la mayoría de los grupos yihadistas, los suníes adinerados -principalmente de Jordania, Siria y Arabia Saudí- proporcionan dinero. Antes de que EE UU se retirara de Irak, los chiitas de Irán cruzaron las barreras tribales para financiar al ISIS, con la esperanza de generar problemas para el ejército estadounidense, pero dicho financiamiento se acabó tan pronto como el grupo empezó a masacrar chiitas. La mayor parte de su dinero proviene de actos delictivos, como el contrabando y el chantaje. De acuerdo con el Consejo de Relaciones Exteriores, el ISIS obtiene hasta US$8 millones al mes a través de la extorsión a empresas de la ciudad iraquí de Mosul. Pero no existe ninguna gran red de grupos financieros disfrazados como sociedades benéficas, ni ninguna de las otras técnicas avanzadas utilizadas por Al-Qaeda para financiar sus operaciones. Si tenemos en cuenta todas las luchas en las que está participando, el ISIS es más bien una organización precaria.
En ocasiones, incluso los éxitos más atemorizantes del ISIS no son gran cosa. En junio, se informó que el ISIS había embargado material nuclear usado en la Universidad de Mosul, en Irak, y entrado en el sitio de al-Muthanna, ubicado a unos 96 kilómetros hacia las afueras de Bagdad, donde estaban almacenados algunos restos del programa de armas químicas del exlíder iraquí Sadam Hussein. Esto podría haber sido un motivo de preocupación si Al-Qaeda lo hubiera hecho, dadas sus otras capacidades. Sin embargo, teniendo en cuenta los recursos limitados del ISIS, el riesgo de que este material nuclear sea usado, por ejemplo, en una “bomba sucia”, es prácticamente nulo: dado que se trata de material no procesado, detonarlo sería como volar una caja llena de platos. ¿Y qué hay de esos restos químicos? Son cosas antiguas que datan de antes de 1991, y que probablemente sean inútiles.
El ISIS tiene una ventaja estratégica sobre Al-Qaeda: Twitter. Los terroristas han florecido en el sistema de las redes sociales, y el ISIS lo ha usado para emitir propaganda y reclutar a partidarios en todo el mundo. Y allí se encuentra la verdadera amenaza para Estados Unidos. La idea de que el ISIS pueda lanzar un ataque de la misma magnitud del 11/9 -o incluso algo que sea la décima parte de ambicioso-resulta inverosímil; el grupo no tiene ni la capacidad de planificación, ni el dinero, ni la motivación. Pero lo que sí tiene es a muchas más personas que viven en Occidente y que han sido seducidas por sus polémicas en línea. (De ahí la necesidad del programa de vigilancia a terroristas de la Agencia de Seguridad Nacional, pero eso es algo de lo que hablaremos en otra ocasión). Son estos grupos independientes de dos o tres partidarios que viven en Estados Unidos o en algún otro país occidental los que plantean el verdadero peligro.
Y si ese día llega, si los admiradores del ISIS en Occidente tienen suerte una vez, Estados Unidos debe reaccionar no con cobardía y maestría política, sino con valentía y unión. Durante la Segunda Guerra Mundial, los británicos soportaron estoicamente casi 37 semanas de bombardeo estratégico de la Luftwaffe en Londres. Ellos apoyaron a su líder, iban a trabajar y a la escuela, tomaban sus cenas, escuhaban la radio. No temblaban de miedo.
El ISIS no puede lastimar a Estados Unidos en ninguna forma importante, a menos que los estadounidenses lo permitan. Teniendo en cuenta las limitadas habilidades del grupo, el temor y la política estadounidense son sus únicos medios para el éxito final. En otras palabras, los estadounidenses tienen que dejar de temblar y de enfurecerse unos contra otros. Al hacerlo, le quitarán poder al ISIS -y a cualquier otro grupo terrorista- más efectivamente que cualquier arma o sistema de vigilancia.
@kurteichenwald