Al reabrir una base de espías en Cuba, Rusia hace fiesta como si fuera 1962.
Parecía como en los viejos tiempos: en La Habana, a principios de julio, Castro, el líder revolucionario de Cuba, abrazó al ocupante actual del Kremlin —otrora el papito que le pagaba todo a la aislada isla comunista—, ambos picándole alegremente los ojos a su rival de la Guerra Fría en Washington.
En este caso, el Castro era Raúl —el hermano menor del enfermo (¿o todavía vivo?) Fidel—, quien ahora gobierna Cuba, y Vladimir Putin, el presidente ruso, quien parece motivado para no sólo reconstruir (en la medida de sus posibilidades) a la Unión Soviética sino también volver a reunir a la vieja banda de países antiestadounidenses en el mundo en desarrollo. Ésta fue la segunda visita del líder ruso desde el colapso de la Unión Soviética y —para la furia de La Habana— Moscú la desechó de hecho como un estado cliente carísimo.
Pero ya que Putin, desde su anexión de Crimea en marzo y su apoyo a los separatistas ucranianos, se ha vuelto cada vez más hostil con Occidente, su visita a Cuba suscitó una pregunta importante: en 2014, ¿una alianza entre Moscú y La Habana es tan potencialmente significativa para Estados Unidos y sus aliados en la región como otrora los fue? Después de todo, estos fueron los actores que en 1962 puso al mundo lo más cerca de un Armagedón nuclear que se haya visto.
Los motivos de Putin para establecer lazos cercanos no sólo con La Habana sino también con otros países de mentalidad similar en Latinoamérica —Venezuela y Nicaragua, específicamente— parecen llanos. Después de su presión sobre Ucrania, las relaciones de Rusia con Occidente se deterioran rápidamente. Así, en Oriente firmó un enorme acuerdo gasero con China (las dos potencias desde hace mucho se han visto mutuamente con tiento a lo más), luego miró al sur para buscar recuperar un futuro con Cuba.
Durante la visita, Putin accedió cancelar US$32,000 millones que Cuba le debe a Rusia, restando sólo un poco más de US$3,000 millones a pegar en los próximos 10 años. Esto fue un significativo peso económico que se le quitó a La Habana, cuyo producto interno bruto se redujo en un tercio con la pérdida de ayuda directa y subsidios provenientes de Moscú tras la caída de la Unión Soviética. Putin y Raúl Castro también firmaron nuevos acuerdos en energía, salud y prevención de desastres y ayuda para construir un nuevo y enorme puerto marítimo. Moscú también está ahora explorando en busca de petróleo y gas en aguas cubanas, justo en el patio trasero de EE UU.
Los acuerdos fueron la señal más notable de que la pareja antes separada está reconciliándose, un proceso que ha estado en marcha por más de un año. A principios de 2013, Dmitry Medvedev, el primer ministro ruso, visitó Cuba y accedió prestarle ocho jets. En junio, como parte de un acuerdo de “cooperación espacial”, Cuba dijo que le permitiría a Moscú montar estaciones de navegación para su propio sistema de posicionamiento global, llamado Glonass, en la isla.
“Lo que Putin está haciendo es restablecer las relaciones que, cuando Rusia miraba al occidente con sus planes de ser parte de una Europa más amplia y renunciar al legado de la Unión Soviética, se abandonaron de hecho”, dice Nina Khrushcheva, profesora adjunta de asuntos internacionales en la Nueva Escuela y nieta del otrora jefe del gobierno ruso Nikita Khrushchev. “Pienso que eso es el centro de su nueva interacción”.
Pero Putin no se presentó en La Habana simplemente a firmar acuerdos comerciales. El ex hombre de la KGB tenía más en mente que una sesión fotográfica antes de volar de regreso a Moscú. Se tomaron importantes acciones estratégicas. A cambio de cancelar la deuda cubana, según reportó el canal noticioso ruso Kommersant, Rusia planea reabrir el puesto de espionaje llamado Lourdes. Abierto al sur de La Habana en 1967, Lourdes era la instalación soviética de señales de inteligencia más grande y más amplia fuera de la Unión Soviética durante gran parte de la Guerra Fría, dice Austin Long, profesor adjunto de asuntos internacionales y públicos en la Universidad de Columbia.
Moscú cerró Lourdes, la cual operaba a sólo 150 millas de la costa de Florida, en 2001. En su mejor momento de operaciones, más de 75 por ciento de la inteligencia estratégica de Rusia sobre EE UU pasaba por Lourdes, incluido el monitoreo al programa espacial de la NASA en cabo Cañaveral.
Aun cuando hay dudas con respecto a la rapidez con que Rusia podría reabrir el recinto de 28 millas cuadradas —y, considerando que Putin en realidad ha negado los reportes, si acaso lo abrirá— la noticia no deja de ser significativa. “Ello indica un esfuerzo real de Putin para revitalizar las capacidades mundiales y no sólo las regionales de Rusia para recopilar inteligencia, y tal vez eventualmente para la protección del poderío militar”, dice Long.
Más allá de ello está el que Rusia se haya percatado de que tal vez se esté rezagando en el terreno nebuloso de la ciberseguridad, en especial después de las filtraciones de la Agencia de Seguridad Nacional por Edward Snowden, dijo Long. Pero hay otra manera de ver las ambiciones de espionaje de Rusia tras la Guerra Fría. Si, como se ha especulado ampliamente, Snowden, a quien Putin le ha concedido una visa por tres años para permanecer en Rusia, era un espía de Moscú desde el principio, en vez de estar rezagada en la carrera del ciberespionaje, Moscú podría llevarle una poca de ventaja a EE UU.
“Pienso que esto es en parte un intento suyo de reabrir una instalación que les da algo de acceso, por lo menos en teoría, a Occidente”, dijo Long. “Los rusos están bien en cosas cibernéticas de bajo nivel, pero no pienso que estén al día en términos de señales de inteligencia, ciertamente no por encima de lo que EE UU y el Reino Unido han hecho durante la última década”.
Y aun cuando la tecnología para recabar información tal vez haya cambiado más allá de lo reconocible desde finales de la década de 1960 —con tecnología satelital haciendo prácticamente inútiles las operaciones en tierra—, si Lourdes llega a reabrirse, Rusia podría darle información a aliados como Venezuela y Bolivia, dice Robert Jervis, profesor de política internacional en la Universidad de Columbia.
“Pienso que hay un beneficio real [en reabrir Lourdes]. Después de todo, EE UU trata de aspirar todo lo imaginable, así que no debería sorprendernos que Rusia quiera hacer lo mismo”, dijo él.
Las acciones de Moscú ponen a Cuba en juego como una ventaja para molestar a EE UU en un momento en que las relaciones son peores con Washington que en cualquier otro punto desde el final de la Guerra Fría. Y se dan en medio de evidencias de que Washington, durante la gestión de Obama, no ha estado ignorando precisamente a Cuba desde un punto de vista de inteligencia. Associated Press reveló recientemente que en 2009 EE UU llevó a cabo una operación, bajo la apariencia de la Agencia para el Desarrollo Internacional de EE UU, en la que envió a jóvenes latinoamericanos a Cuba con la “esperanza de generar rebelión”.
La reconciliación rusa va más allá de la reapertura potencial de Lourdes. El año pasado, el general Valery Gerasimov, jefe del estado mayor, visitó sitios claves de inteligencia en Cuba. Un año después de la visita de Medvedev a Cuba en 2008, Sergei Shoigu, ministro de defensa ruso, anunció que Rusia sostenía conversaciones para establecer bases militares tanto en Cuba como en Venezuela y Nicaragua.
“Cualquier cosa que moleste a EE UU probablemente haga sentir mejor a Putin”, dijo Jervis. “Es una demostración de fuerza simbólica”.
¿Con cuánta seriedad debería tomar Washington la reconciliación de Rusia con Cuba? Expertos regionales tanto dentro como fuera del gobierno, dicen, al menos por el momento, que no mucho. La reapertura de Lourdes no va a amenazar la seguridad nacional de EE UU cuando el crimen organizado, el tráfico de drogas y la inmigración descontrolada son las principales prioridades de EE UU en Latinoamérica, dice Joaquín Roy, profesor de integración europea en la Universidad de Miami.
“Rusia no tiene la capacidad militar o naval de convertir esto en una cabeza de playa de operaciones en Latinoamérica”, dijo Roy. “Si alguien cree eso, esto es completamente tonto”.
Aun así, Putin es un astuto constructor de imagen y tratará de localizar y explotar a esos países decepcionados con Estados Unidos, dice Khrushcheva. “Es la construcción de imagen para aquellos que se han decepcionado increíblemente por los veintitantos años que EE UU ha liderado en solitario al mundo”, dijo ella.
Y en el juego del espionaje —como en los bienes raíces— la ubicación es lo primordial. A fin de cuentas, la proximidad de Cuba con EE UU le da un valor para un presidente ruso quien ha decidido que quiere hacerle la vida tan difícil como le sea posible a Estados Unidos. Y los comentarios de Obama en marzo de este año, después de que Putin invadió Crimea, de que EE UU está trabajando para “aislar” a Rusia de la comunidad internacional, sólo le dan a Moscú más incentivos para reconciliarse con La Habana.
El viaje de Putin a Cuba, dice Stephen Cohen, profesor emérito de estudios rusos en la Universidad Princeton, “fue una respuesta a la idea de Obama de que Rusia podría ser aislada, al decir: ‘Miren, ya estamos aquí de regreso a 90 millas de su costa con un gran saludo, y vamos a retomar los asuntos económicos aquí’.”
Aun cuando la reanudación de la aventura amorosa entre Rusia y Cuba pueda serle irritante a unos Estados Unidos quienes han esperado desde hace mucho que el fallecimiento de Fidel Castro finalmente le ponga fin al aislamiento de Cuba —y posiblemente una reorientación hacia Washington—, EE UU tiene problemas mucho mayores con Moscú por estos días. Y Rusia simplemente no tiene los recursos —a pesar de su riqueza petrolera y gasera— para reanudar una guerra fría en todas las viejas locaciones.
“Si uno compara [la amenaza rusa de hoy día] con la Unión Soviética de hace 30 años, ésta era un desafío a gran escala y mundial”, dice Austin Long, de Columbia. “Pienso que Putin ciertamente tiene ambiciones de restaurar la estatura mundial del poderío ruso, pero todavía no estamos en esa situación, y no veo ninguna posibilidad de que lo estemos”.
Putin tal vez pegue por encima de su peso, pero en algún punto, la realidad se hace sentir. “La brecha entre las capacidades de EE UU y Rusia ahora”, dice Long, “y la Unión Soviética y los Estados Unidos hace 30 o 40 años simplemente es mucho, mucho mayor”.
@lvzwestcott