Liberemos la espiritualidad de las garras de la política. Ahí está la única esperanza.
Nunca se podrá negar que Juan Pablo II es uno de los cinco líderes más influyentes del siglo XX, pero ser un líder no lo hace santo, es incuestionable su papel político en la Guerra Fría, pero los políticos no son santos. Los políticos se dedican al poder, el control y el dominio, al conflicto. Los líderes religiosos además juzgan; y juzgar es condenar, es separar, es odiar y dividir; juzgar es señalar y nunca ha hecho mejor persona ni al juez ni al pecador. Un juez moral nunca será un santo.
Juan Pablo II fue durante casi 27 años el máximo juez, magistrado y legislador de la Iglesia católica y del Estado Vaticano, simplemente por eso es imposible su santidad, pues no puede pretenderse que dicho monarca absoluto pasara tres décadas ignorando los pecados de su Iglesia y de su Estado, que son finalmente quienes lo canonizan.
Canonizar es inscribir dentro del canon de la Iglesia católica, es decir, que aquella humana institución oficializa burocráticamente la santidad del ser humano que la guió, aumentó su poder, y ocultó sus pecados durante casi tres décadas. No hay más en la canonización de San Juan Pablo que una institución reconociendo a su fallecido líder por sus buenos y malos manejos; es una fiesta privada de los católicos, algo parecido al Nobel de la Paz, absolutamente politizado desde hace décadas, igual que la canonización lo ha estado desde hace siglos.
Muy carismático fue Juan Pablo II; se lo aplauden como si fuera un mérito, como si fuera propio, y como si no lo hubiera usado para envolver a toda la humanidad no católica (85 por ciento) en el proyecto político y social ultraconservador de la Iglesia. Carismático fue también el Che Guevara, Adolfo Hitler, Fidel Castro, Iosif Stalin y muchos otros maleantes de la raza humana, personajes que comparten con el Papa polaco justo esa característica: tener un proyecto que para ellos es la única opción, y por lo tanto le debe ser impuesto a toda la especie humana. Los métodos pueden variar, el pensamiento impositivo es el mismo: todos deben ser, pensar y actuar de la única manera que yo considero correcta. Se llama fascismo.
Con carisma, Juan Pablo II pudo esconder los escándalos de abuso sexual, o el lavado de dinero del Banco Ambrosiano, y con esa misma cualidad que lo hacía incuestionable, defendió al pederasta Marcial Maciel, otro hombre de gran carisma. La gente se embriaga de símbolos y carisma, y deja de mirar los hechos reales.
La pedofilia parecía más la norma que la excepción entre la Iglesia de Wojtyla, pero la protección y encubrimiento de violadores también fue lo normal. La corrupción es la moneda de curso legal en el Vaticano, pero sus instituciones políticas y económicas son tan opacas como en la Edad Media, y durante todo su pontificado, Juan Pablo II, máximo juez y legislador del Vaticano, jamás decidió tipificar el lavado de dinero como delito, cosa que tuvo que hacer Ratzinger en el 2010.
Hablamos del hombre que no supo, no pudo, o no quiso, acabar con la corrupción del opaco Estado Vaticano, del ser humano que siempre supo voltear a otro lado cuando cientos de sacerdotes mancillaban a los más inocentes, a los que el nuevo santo no pudo o no quiso proteger. Santificamos al líder político que, para luchar contra las dictaduras que a él le molestaban, se alió a otras iguales o mucho peores con las que él congeniaba, porque eran católicas y conservadoras.
Nos referimos al santo que, por sus pecados de omisión, es culpable de asesinatos políticos, malversación de fondos, apoyo a dictaduras, muerte de madres embarazadas en abortos clandestinos, millones de víctimas del sida, y violación de miles de niños que seguramente se opondrían a su beatificación, lo cual es casi imposible desde que él mismo eliminó la figura del Abogado del Diablo, el fiscal que tendría como obligación presentar pruebas contra la santidad de Su Santidad.
No juzguéis…
Para Juan Pablo II toda la humanidad debía seguir las reglas morales que él y su Iglesia heredaron a lo largo de dos milenios de historia; todos deben compartir los mismos prejuicios sexuales, morales y sociales de aquellos beduinos del desierto, que hace unos 3000 años se inventaron al dios justiciero representado por el romano pontífice, todos debían ser iguales, creer lo mismo, pensar igual, por más que en sus emotivos discursos hablara de pluralismo y multiculturalidad.
Juan Pablo II borró los pocos avances de modernización del Concilio Vaticano II y prefirió regresar a la versión medieval donde no solo no se permite la libertad de conciencia en temas como eutanasia, divorcio, aborto, control natal o matrimonio homosexual, sino que incluso se prohíbe la discusión del tema, y se usa el autoritarismo y la culpa para que los legisladores católicos impidan esa misma discusión en sus países… so pena de excomunión.
La familia, desde luego, debe estar formada por papá, mamá y la pléyade de hijos que Dios decida seguir mandando a este mundo sobrepoblado. Cualquier otra forma de entender la vida está prohibida, y cualquier otra forma de vivir el amor está penada. El sexo, evidentemente, poco y sin disfrutarlo, y una sola manera ortodoxa de ejercer la sexualidad, que debe ser acatada por todas las sociedades del mundo. La mujer, por más que la enalteciera en sus discursos, un ser de segunda, apéndice abnegado del hombre, y estorbo en la estructura de la Iglesia, un útero viviente que solo tiene como función reproducirse, y sin placer, para no pecar de lujuria.
El Papa en cuestión convirtió al Opus Dei en una prelatura personal, lo que en resumen significa que es una orden religiosa que no estará bajo el ojo vigilante de los obispos, que igual es bastante ciego, y que solo reporta sus actividades al papa, único capaz de sancionarla. Así se llenó el hueco financiero de 2000 millones de dólares del Banco Ambrosiano, y a cambio fue canonizado el fundador de la orden, José María Escrivá.
El Opus Dei comenzó a coquetear con Wojtyla desde tiempo atrás, cuando era arzobispo de Cracovia, patrocinando desde entonces sus viajes y su carrera política… porque en el siglo XXI ya deberíamos saber que la elección papal es un tema político, y que los obispos, arzobispos y cardenales son los políticos de la Iglesia. También deberíamos saber la imposibilidad de que un político sea santo, y que los políticos cuidan los intereses de sus patrocinadores, en este caso el Opus y la Legión de Cristo.
Sin el apoyo del Opus hubiese sido imposible que un sacerdote del bloque comunista tuviera los medios de ascender que tuvo Juan Pablo II. Además la “Obra” y el sacerdote coincidían precisamente en su ultraconservadurismo, y en la estrechez de miras de que todos en el planeta deben pensar y comportarse igual a ellos. Fue así como el Opus Dei tomó de la mano al cardenal Wojtyla y lo condujo por las cloacas medievales de la política eclesiástica hasta sentarlo en el trono de San Pedro, y gracias a ello, imponer su proyecto y, claro, lograr la canonización de su fundador.
Inspirado en el Opus Dei, el sacerdote mexicano Marcial Maciel decidió hacer su propia orden religiosa, con los mismos objetivos: educar, evangelizar y adoctrinar a los elementos más ricos e influyentes de la sociedad para que sean los líderes del futuro e impongan el proyecto ultraconservador medieval. Fue por eso que la Legión de Cristo se acercó al Papa, lo sedujo con lo mismo que el Opus, un flujo interminable de dinero, y pretendía obtener a cambio lo mismo: la canonización del fundador, que se vino abajo cuando finalmente no quedó más remedio que aceptar lo turbio de su vida.
Mi reino no es de este mundo
La Iglesia tiene un Estado, el Vaticano, y ese Estado tiene un banco, el Instituto para las Obras de la Religión, que hipotéticamente tiene como función dar préstamos con bajo interés a los necesitados, patrocinar a los templos más pobres y, en general, financiar las actividades pastorales de la Iglesia.
Para mantener su capitalización, el IOR hace inversiones, y para 1981 se había convertido en el principal accionista del Banco Ambrosiano, del banquero Italiano Roberto Calvi, socio de la mafia, a quien lavaba dinero en su banco, ahora mayoritariamente propiedad de la Santa Sede, con lo cual la Iglesia comenzó a lavar dinero mafioso, aunque la Iglesia siempre ha sostenido que el dinero sucio se purifica al entrar a la santa institución… eso es precisamente el lavado de dinero, que como señalamos, no estaba tipificado como delito en el Vaticano.
Para 1981 se descubrió un boquete fiscal de casi 2000 millones de dólares en el Banco Ambrosiano, y la justicia italiana trató de juzgar a los dos máximos responsables del fraude: Roberto Calvi, presidente del banco, y el cardenal estadounidense Paul Marcinkus, director del IOR. Calvi fue juzgado y sentenciado, pero Marcinkus fue refugiado en el Estado Vaticano, donde no lo podía arrestar la justicia italiana, se negó su participación en el fraude, se evitó toda investigación, y el sacerdote fue enviado a Arizona, a pesar de que también se le acusaba del secuestro de una joven de 15 años, hija de un empleado del Vaticano.
Juan Pablo I no solo había detectado el fraude multimillonario con los negocios bancarios de la Iglesia, sino que descubrió a varios de sus artífices, como el propio Marcinkus. Estaba listo para destituirlos a todos y limpiar la Iglesia cuando amaneció, misteriosa y sospechosamente, muerto. Wojtyla fue elevado a papa, el Opus llenó el boquete financiero, el caso recibió carpetazo, José María Escrivá fue hecho santo, y Roberto Calvi fue encontrado muerto. Todo a causa de una actividad que el Estado de la Iglesia no consideraba delito: el lavado de dinero.
Durante el papado de San Juan Pablo, el Banco del Vaticano se dedicó a desviar fondos para apoyar las causas del pontífice, como apoyar a Lech Walesa contra el régimen polaco… pero no contra ninguna otra dictadura comunista europea. También de ahí salió el patrocinio y apoyo de dictaduras militares de derecha que compartían con el Papa al mismo enemigo: el comunismo.
Muy sonado fue el caso de monseñor Romero, arzobispo de El Salvador, quien acudió en busca de ayuda con el romano pontífice, pues la opresión militar asfixiaba a su país. Cuando Juan Pablo no tuvo más remedio que otorgar la entrevista, y el arzobispo presentó un informe detallado de la situación de su país y la ayuda que requería, el Papa solo dijo que no tenía tiempo de leer tantos papeles. Una cosa es apoyar contra dictaduras de izquierda, pero las dictaduras de derecha son amigas y aliadas. Monseñor Romero fue asesinado en su templo por un general del Ejército. Cosas malas que pasan a causa de la inacción, de esas faltas que la Iglesia llama pecado de omisión.
Muy conocido es el apoyo papal a la dictadura represiva de Pinochet en Chile, menos conocido es el apoyo al presidente austriaco Kurt Waldhein, oficial nazi durante la guerra, y muy sonado, pero poco entendido, fue el combate a muerte que sostuvo con la Teología de la Liberación, movimiento católico marxista en América que sostenía que la Iglesia no debería ser otro explotador de los explotados… pero finalmente de eso vive la Iglesia. El sometimiento ideológico también es sometimiento.
La ceguera ideológica hizo impasible a Wojtyla, quien también apoyó la dictadura de Raoul Cedrás en Haití, y canalizaba dinero del Banco del Vaticano, vía Estados Unidos, para apoyar actividades antiizquierdistas ahí donde surgieran, como los Contras en Nicaragua. Vaya, malversación de fondos para apoyar actividades políticas. Fue así como la Iglesia y el Papa que aseguraban que el fin no justifica los medios, justificaron medios muy poco santos, con fines muy cuestionables como pretexto.
Dejad que los niños se acerquen a mí
Los abusos sexuales dentro de la Santa Iglesia son el tema más conocido, quizá por eso mismo es del que ya menos vale la pena hablar, y también es, desde luego, el principal argumento, y único necesario, contra la santidad de Su Santidad.
En 1995, Hans Groen era cardenal de Viena, puesto al que tuvo que renunciar por los escándalos de abuso sexual sobre sus alumnos. En Irlanda las víctimas y los abusadores se contaron por cientos, quizá miles de niños violados por las autoridades católicas del país. Mismo caso fue el de Bernard Law, arzobispo de Boston, quien debió renunciar por encubrir a curas violadores que victimaron a más de 1000 menores. San Juan Pablo volteó para el otro lado, no vio los pecados de Law, y lo ascendió a arcipreste de la Basílica de Santa María Mayor, con lo que se lo llevó a vivir al Estado Vaticano, donde sus delitos no eran delitos y no serían perseguidos.
Pero la cúspide de los escándalos de abuso sexual con complicidad del Papa se dio en México, uno de los países y pueblos que más clama por su canonización. Aquí Marcial Maciel venía violando seminaristas desde la década de 1950, y de hecho ya había sido obligado a separarse temporalmente de su orden, en aquellos días, precisamente por eso. Es imposible por tanto alegar que Juan Pablo II no sabía nada.
“Pese a todas nuestras pruebas, el Vaticano no quiso abrir un proceso canónico contra Marcial Maciel. No nos escuchó. Por eso nos vimos obligados a acudir a la ONU. Y hoy los casos de abuso sexual de Maciel no son toda la cuestión: está también el encubrimiento del Vaticano a un delincuente. Esto en sí mismo es un hecho delictivo. Hasta el Papa lo protege, además de que viola los acuerdos firmados con la ONU en materia de protección de los derechos de la niñez”. Así lo dijo José Barba-Martí, representante de un grupo de víctimas de Maciel que tuvieron que ir a la ONU porque en el Vaticano simplemente no les hicieron caso. Están los que dicen que en verdad el Papa no sabía lo de Maciel; suponiendo que eso fuera cierto, ante pruebas presentadas por las víctimas decidió ni siquiera abrir un proceso. Volteó para otro lado, otra de las especialidades del pontífice polaco. Quizá nunca supo porque prefirió no saber, una ignorancia e inocencia muy culposa.
Al césar lo que es del césar
Extraña es la burocracia de la Santa Sede, que alarga por medio siglo los casos de pederastia dentro de la Iglesia, pero lleva a cabo un proceso de canonización en muy pocos años y sin traba alguna. Esconde a los victimarios para ocultar sus pecados, e inventa curaciones milagrosas para elevar a sus santos.
En 26 años, 10 meses y 17 días de pontificado, Juan Pablo II canonizó poco menos de 500 santos, más que lo que sus predecesores hicieron en cinco siglos, y aun así, la santidad, e incluso la existencia de esos santos estaba tan cuestionada, que en el Concilio Vaticano II fueron descontinuados 200 de ellos. El Papa polaco cambió las reglas para concederle santos a cualquier cantidad de pueblos, países, etnias y culturas; un poco de opio del pueblo, así como en la Edad Media se le daba el mismo opio a los monarcas, que competían entre ellos en número de santos por reino.
La canonización siempre ha sido un acto político, por eso el mejor comentario editorial al proceso de Juan Pablo II sería simplemente no decir nada; pero el mundo de hoy establece, con sus santos, sus héroes y sus Nobel, modelos de comportamiento a seguir para todos los demás, y no haremos un mundo mejor emulando a Barack Obama o Juan Pablo II.
Compasión, unidad, comprensión, respeto… solo eso puede salvar al mundo, y ningún político promueve esos valores. El pensamiento religioso surgió de la contemplación y la meditación, de la ética y la bondad, del íntimo encuentro con nosotros mismos; las religiones tomaron todo eso para mover y moldear masas, para dividirlas y enfrentarlas, como se ha mostrado en la historia de la civilización humana.
Lo masivo nunca será espiritual, pues esa búsqueda es individual y personal. La política es un cáncer incrustado en el corazón de las religiones. Mientras un guía espiritual sea un líder político, no solo nunca será un santo, sino que nunca guiará a nadie a la verdadera espiritualidad. La política busca control y la espiritualidad muestra libertad; la política requiere de masas y la espiritualidad solo existe entre individuos. Encumbremos a los políticos y seguiremos presenciando la debacle del mundo. Liberemos la espiritualidad de las garras de la política, ahí está la única esperanza.
Juan Miguel Zunzunegui es licenciado en comunicación y maestro en humanidades por la Universidad Anáhuac, especialista en filosofía por la Iberoamericana, master en Materialismo Histórico y teoría crítica por la Complutense de Madrid, especialista en religiones por la Hebrea de Jerusalén y doctor en Humanidades por la Universidad Latinoamericana. Ha publicado cuatro novelas y varios libros de historia; lo pueden seguir en @JMZunzu y en su página www.lacavernadezunzu.com