Pizza Hut, un bar tiki y terroristas: ¿qué más podría desear en un sitio vacacional?
Por favor, perdóneme por ser frívolo. Soy extremadamente consciente de que la situación requiere seriedad. La bahía de Guantánamo evoca pensamientos morbosos en todo el mundo, pero el sitio es, seamos honestos, básicamente ridículo, tan extraño que tenemos que reírnos de su existencia. Podría ser equivalente a reír en un funeral, pero es una risa a pesar de todo.
La bahía de Guantánamo es en parte Villa Margarita y en parte M*A*S*H, con un ominoso toque de Survivor. La bahía de Guantánamo es un sitio en el que usted puede ordenar una rebanada de Pizza Hut dentro de un bar irlandés en el que casi todos beben Bud Light. La bahía de Guantánamo tiene lo que podría ser el último Blockbuster del mundo. La bahía de Guantánamo es un reducto colonial, una base militar, un centro de detención, un centro vacacional de playa y un tranquilo pueblo de pesca, todo ello apretujado en 45 millas cuadradas de la rocosa costa caribeña. No es ni Cuba ni Estados Unidos, aunque definitivamente es ambas cosas.
La bahía de Guantánamo es un retorcido sueño estadounidense, una aterradora astilla de nuestro legado imperial, atemperada por el apacible ritmo del Mar Caribe. Un dicho que puede oírse a menudo entre los estadounidenses que viven en la base es que la bahía de Guantánamo es increíblemente segura, especialmente para los niños, que pueden vagar aquí como probablemente ya no pueden hacerlo en Estados Unidos, que rebosa de la rapiña de los depredadores sexuales y los drogadictos, y de chicos con pose de Justin Bieber. Aparentemente, los plácidos ritmos de la vida no se ven amenazados por los 154 hombres encarcelados en el campo de detención justo sobre la colina de la Escuela Primaria W.T. Sampson, algunos de los cuales están legítimamente acusados de tratar de asesinar a estadounidenses mediante distintos actos terroristas. Así que es válido expresar una risa oscura.
Supuestamente, Guantánamo es “la perla de las Antillas”, el sobrenombre de esta punta remota de Cuba, donde los matorrales caen hacia el mar y las perezosas iguanas se calientan bajo el sol de mediodía. La Habana, a 800 kilómetros distancia, es un sueño lejano. La empobrecida nación de Haití está mucho más cerca. También se le conoce como “la perla de las Antillas”. La historia puede ser así de cruel.
Las playas son mejores al atardecer, cuando las rocas de coral presentan un intenso brillo de color castaño rojizo. Mientras las olas golpean contra la orilla, uno puede olvidarse de Abd Al-Rahim Al-Nashiri, quien presuntamente ayudó a perpetrar el bombardeo del USS Cole en 2000, en el que murieron 17 marinos estadounidenses. Está en espera de juicio en el Campamento 7, una prisión secreta para cerca de una docena de los que se consideran los peores habitantes de Guantánamo. Tampoco tiene que pensar, a menos que usted realmente lo desee, en Hamdan vs. Rumsfeld, la condición supuestamente apátrida de “combatientes enemigos”, las Convenciones de Ginebra o el hábeas corpus. Ni sobre los miles de refugiados haitianos que vinieron aquí en la década de 1990 buscando asilo infructuosamente, ni sobre cómo Fidel Castro calificó a la base naval como “una daga clavada en el corazón del territorio cubano”, ni sobre la forma en que las fuerzas estadounidenses establecieron un punto de apoyo en la región en 1898, derrotando a España y ayudando a Cuba a lograr la independencia, favor por el cual a Estados Unidos se le concedió en 1903 la “completa jurisdicción y control” sobre esta región en forma de media luna.
Usted no tendrá que pensar sobre el alquiler de US$4085 por año que paga Estados Unidos, el cual ha sido rechazado desde 1960 por los hermanos Castro (primero Fidel y ahora Raúl), ni sobre los tres detenidos que supuestamente se encontraron colgados en sus celdas el 10 de junio de 2006, en lo que según los funcionarios fue un suicidio, aunque algunas personas piensan lo contrario. Pero cuando el sol en ascenso blanquea los despeñaderos de coral petrificado, uno puede recordar los promontorios blancos de Dover, Inglaterra, aquellos donde el poeta Matthew Arnold vio “ejércitos ignorantes chocando por la noche”.
El filósofo Thomas Paine señaló en The Age of Reason (El Siglo de la Razón) que “lo sublime y lo ridículo suelen estar tan estrechamente ligados que es difícil clasificarlos por separado”. Los despeñaderos en barlovento de la bahía que caen en línea recta hacia ese azul perfectamente cerúleo, son sublimes. Las justificaciones utilizadas para detener a la mayoría de los sospechosos de terrorismo en campamentos que se encuentran en los bordes de estos acantilados son, como estaría de acuerdo cualquier persona con el más mínimo conocimiento de derecho constitucional, ridículos.
Los panoramas submarinos son sublimes en su claridad. Los de la superficie son colinas ridículamente insulsas y secas, punteadas por edificios bajos de color mostaza y granate, construidas con tal prisa y falta de imaginación que harían que cualquier supermercado suburbano pareciera el Taj Mahal. Dos enormes “bolas de golf” pueden verse encima de una alta colina, y son visibles desde casi cualquier lugar de la base, tan imposibles de pasar por alto como la Torre Eiffel en París. Pero está prohibido tomar fotografías de las bolas de golf porque son radomos (recubrimientos de antenas) que supuestamente se utilizan para recopilar información. Por esta razón, no tomé fotografías de los radomos, porque aunque el miedo es irracional, parecería que incluso una infracción menor en Guantánamo podría enviar al perpetrador detrás del alambre de púas del Campamento Delta vistiendo un traje de color naranja.
¿Para qué estás aquí?
Bueno, hace unos 13 años, estaba pasando el rato en Afganistán y… ¿Y tú?
Muy gracioso. ¿Conoces esas bolas de golf?
Todo el mundo se refiere a la bahía de Guantánamo como “La isla”, como si se hubiera desprendido de algún modo de la masa continental de Cuba. Los campos de detención se encuentran “dentro del cable” o “del lado de JTF”, en referencia a la Joint Task Force (Fuerza Especial Conjunta) que Guantánamo creó en 2002 para manejar a los sospechosos de terrorismo traídos aquí. Hay 4000 estadounidenses en la base. Tras pasar una semana aquí, podría parecerle que ya ha conocido a todos y cada uno de ellos.
Todas las personas que se encuentran en la base confunden estratégicamente a los viejos enemigos con los nuevos. El eslogan de Radio GTMO es “Rockeando en el jardín trasero de Fidel” mientras que O’Kelly’s se anuncia como “El único bar irlandés en terreno comunista”, lo que podría ser cierto. El enemigo barbudo habitual es Fidel, no Osama. Como un miembro de la prensa presumiblemente respetable, también fui llamado “el enemigo” un par de veces, lo cual fue extraño e irónico, y más bien triste. Se cree que cualquier periodista que se encuentre en la base busca pruebas del waterboarding (ahogamiento simulado).
“¿Qué diablos estaba haciendo aquí Vanity Fair?”, me preguntó un oficial en el bar Tiki, donde me dijeron que vienen a beber quienes trabajan con los detenidos.
La respuesta, señor, es que no tengo ni la menor idea.
La mayoría de los 2000 peones son jamaiquinos y filipinos. No estoy seguro de cuál de estos grupos es responsable de la “Noche Mongol” del Club Bayview. Tal vez también haya aquí un contingente mongol; después de todo, Guantánamo no es un lugar que revela sus secretos fácilmente. Por las tardes, los trabajadores extranjeros se aglomeran en frente de la biblioteca, donde hay servicio de internet inalámbrico, tratando de comunicarse con sus familias mediante Skype. En general, se trata de una empresa sin esperanzas, ya que el servicio de internet de la base recuerda todas las frustraciones de la era de Internet mediante módems alámbricos, pero sin el sonido chillón de una conexión finalmente establecida.
Uno puede comer comida jamaicana en la Jerk House, pero nadie lo hace. Uno puede comer comida cubana en el Cuban Club, pero nadie hace eso tampoco. Es decir, con excepción de los 22 cubanos que viven en la base. Decidieron alinearse con el Tío Sam cuando Fidel Castro llegó al poder en 1959 y vivir en una comunidad que parece una subdivisión en miniatura de Miami. El mayor de ellos, Ramon Baudin, tiene 91 años. Solía trabajar en la lavandería automática y enseñar karate. Ahora pasa el todo el día fuera, escuchando su radio Panasonic, que parece casi tan viejo como él.
Algunos cubanos son enterrados en el cementerio de la base. Algunas de las lápidas están marcadas como “Exiliado cubano”, como si fuera una designación ontológica. Hay muchos bebés estadounidenses enterrados ahí. Ignoro por qué.
En la base, abundan las señales que exhortan a no convertirse en “Ese tipo”. Se trata de una notificación de servicio público que pide consumir alcohol con moderación, aunque cuando volví a Nueva York y le mostré a un colega algunos de estos avisos sobre “Ese tipo”, él creyó que se trataba de un mandato judicial en contra de hablar demasiado acerca de los detenidos. También hay muchos letreros que prohiben alimentar a las iguanas o a las jutias (roedor endémico, llamado “rata de plátano” en Guantánamo, debido a que sus heces tienen la forma de esa fruta).
La cocina principal de Guantánamo se llama Iggy Café, en honor a las iguanas, que son abundantes. La cena cuesta allí alrededor de US$4. No está mal, aunque el sitio cierra a las 6:30. A veces, los detenidos hacen huelga de hambre y tienen que ser alimentados a la fuerza. Los bloques de celdas tienen flechas que señalan a la Meca. Todos están muy orgullosos de este hecho. La religión se respira en el aire de Guantánamo como la humedad de media tarde, tan penetrante que no es necesario hablar de ella.
Franklin Delano Roosevelt visitó la bahía de Guantánamo, al igual que Harry Truman. George W. Bush no lo hizo, aunque su gobierno es completamente responsable de la construcción del centro de detención y del complejo razonamiento judicial que se desplegó para mantenerlo. Tampoco lo ha hecho el presidente Barack Obama, quien prometió cerrar los campos de detención abiertos por su predecesor. Quería transferir a los detenidos a una prisión en Illinois. El congreso se opuso. Tal vez el próximo presidente sabrá qué hacer con los hombres detenidos en Guantánamo. O quizá el que venga después de él.
No es que a Guantánamo le falten visitantes voluntarios. Cuando estuve ahí en enero, había carteles que anunciaban la llegada inminente de “El hombre más interesante del mundo” de esos graciosos comerciales de la cerveza Dos Equis. Su verdadero nombre es Jonathan Goldsmith. Fue invitado por la oficina de Moral, Bienestar Social y Esparcimiento, responsable de mantener a los militares entretenidos, o al menos, sin rogar por ser desplegados en la agitada Guam o en la cosmopolita Alaska.
Stephen Crane, autor de The Red Badge of Courage (La insignia roja del valor), vino aquí en 1898 como corresponsal de guerra con la Infantería de Marina, que ayudaba a Cuba a liberarse de sus amos coloniales españoles. En “Marinos lanzando señales bajo fuego en Guantánamo”, escribe acerca de cómo “uno se sentía como una hoja en este floreciente caos, en esta larga tragedia de la noche”.
Mike Wallace de 60 Minutes llegó a Guantánamo para unas falsas vacaciones en 1972, alabando el “extrañamente tranquilo” esparcimiento en la base mientras explicaba, con la dosis correcta de regocijo, que sus playas eran inaccesibles para el estadounidense promedio. Actualmente, los viernes por la noche, una de estas playas es usada por la población filipina para lo que, a mi entender, es una fiesta de karaoke muy animada.
Existen tantos patios de recreo que perdí cuenta después de 10. Hay tan pocas armas de fuego que no vi ninguna arma semiautomática hasta mi penúltimo día en la base: una ametralladora de calibre .50 montada en un bote de la Guardia Costera, como una solitaria cigüeña negra que dirige su pico mortal hacia el agua.
Todas las personas de la base practican el buceo. Todos saben que deben ponerse de pie con el cuerpo erguido cuando el himno nacional estadounidense suena a través de un altavoz todas las mañanas a las 8. Todos saben que deben quitarse el sombrero al entrar a algún lugar.
Una noche, fui a uno de los cines al aire libre de la base para mirar Lone Survivor, acerca de una desastrosa misión realizada en 2005 en las montañas de Afganistán, la cual dejó a 19 estadounidenses muertos. Lo único que podría haber sido más surrealista que ver esa sangrienta tragedia con los soldados de la bahía de Guantánamo sería haberla visto con los detenidos de la bahía de Guantánamo.
Algunos dicen que los cubanos que viven del otro lado de la cerca de 27 kilómetros que rodea a Guantánamo comen iguanas. Ratas de plátano, afirman otros. Compré una rata de plátano de trapo para mi hija en Navy Exchange, una pálida imitación de Walmart. El juguete tiene un medallón que dice “Bahía de Guantánamo, Cuba” en un costado y una cola asquerosamente parecida a la del animal vivo. También podría haberle comprado a mi hija ropa de faena de la marina de talla pequeña, pero eso parecería un desperdicio para alguien que no tiene aún la edad suficiente para apreciar plenamente la ironía.
Una mujer trató de invitarme un Lemon Drops en O’Kelly’s. Yo seguí bebiendo Dogfish. Pero la Dogfish se acabó, porque todas las mercancías llegan a Guantánamo en una barcaza que viene solo dos veces al mes. Así que cambié a Bass. El bar es exactamente igual a Cheers, pero con peores cortes de pelo y acentos más planos. Está junto a el Windjammer Café, calle abajo del salón de boliche, el campo de golf y el parque de patinaje, por no mencionar las escuelas, el puerto deportivo, una tienda de artículos de segunda mano, un McDonald’s, un Taco Bell y, en la sala de espera del campo de aviación, un Subway. En esa misma sala de espera hay una muy buena colección de aviones militares a escala. Y eso es todo.
El vuelo entre la bahía de Guantánamo y la Estación Aérea Naval de Jacksonville, en un jet alquilado, le cuesta casi tanto a un civil como un pasaje de ida y vuelta entre Londres y Nueva York. Aunque algunos estadounidenses cuyas familias se encuentran en la base disfrutan de su fantasía de Pleasantville en el Caribe, a la mayoría de los habitantes de la bahía de Guantánamo les encantaría estar en ese vuelo de vuelta a Estados Unidos. Esto vale para los detenidos y para los hombres y mujeres que los vigilan, porque todos ellos están cautivos.
Solían llamar Git Mo a Guantánamo, en referencia a los burdeles de la cercana ciudad de Caimanera, donde un buscador de placer encontró a prostitutas cubanas “alojando a ‘nuestros muchachos’ en formas en que mamá nunca planeó”. La inaccesibilidad actual de tales disfrutes carnales es solo uno de los muchos resultados de las añejas hostilidades entre Cuba y Estados Unidos, las cuales actualmente carecen totalmente de sentido. Sin embargo, los marinos que protegen la cerca dicen que, desde sus atalayas, pueden ver a soldados cubanos formando fila para entrar en estas legendarias guaridas de prostitución.
Al igual que casi todo lo demás en la bahía de Guantánamo, esto parece demasiado ridículo para ser falso.