La súbita popularidad de Snapchat demuestra que el público quiere recuperar su privacidad.
A fines del siglo XXI, los historiadores seguramente calificarán la disoluta divulgación de nuestra vida privada como una moda absurda, un singular lapso en la actividad humana normal, como las pelucas empolvadas o las orgías romanas.Y marcarán la desaparición de esa tendencia con el surgimiento de Snapchat.
Si tiene más de 24 años, seguramente no ha usado esa aplicación móvil, aunque quizá se haya enterado de que Facebook ofreció tres mil millones de dólares para comprarla y sus creadores, quienes apenas alcanzan la mayoría de edad, rechazaron la oferta diciendo que Snapchat tiene un gran futuro por delante.
Tal vez con razón. Estamos ante un cambio primordial en la forma como los líderes de la adopción tecnológica –los adolescentes- perciben la privacidad. Tras renunciar por completo a la intimidad, la sociedad post-Snowden empieza a reclamarla como un derecho fundamental.
En principio, Snapchat se antoja una aplicación muy poco privada, porque sus usuarios la utilizan para enviar selfies al desnudo con la confianza de que no terminarán en Rate My Ex. Basta con tomar la foto, añadir una leyenda y enviarla a un amigo o grupo de amigos; una vez abierto el archivo, la imagen desaparece para siempre en 10 segundos o menos. Y esa es la innovación clave.
Pero en un sentido más profundo, Snapchat es distinta de casi cualquier compañía de internet surgida en los últimos 20 años, porque almacena nada sobre nadie. Es decir, no recoge datos ni trata de vender información a los anunciantes; y en la era de los grandes datos, eso es tan ilógico como tener un equipo NFL y negarse a transmitir sus partidos por televisión.
Mas en ello estriba el atractivo de Snapchat. Hemant Taneja, director administrativo de la compañía de capitales de inversión General Catalyst, fue uno de los primeros inversores de Snapchat porque tiene confianza en los cambios de actitud hacia la privacidad. “Casi todas las comunicaciones humanas han sido efímeras”, me dijo mientras bebíamos cappuccino en la ciudad de Nueva York. En épocas pasadas, las conversaciones con amigos no eran grabadas y preservadas para la eternidad; los lugares no quedaban registrados y guardados, como en Foursquare; y si íbamos al cine, nadie generaba una bitácora de nuestra compra de boletos ni un perfil personal, como hace Netflix.
Por supuesto, siempre hemos conservado extensas cartas y fotografías impresas, pero como objetos físicos, el propietario puede controlarlos fácilmente.
Si damos un vistazo a la historia humana, argumenta Taneja, comprobamos que la gente nunca tuvo el deseo ni los medios para exhibirse de manera tan completa, pero en la última década, con la invención de esos medios, la experimentación nos llevó a enloquecer como adolescentes que prueban la cerveza y el sexo por primera vez.
Ahora llega la resaca y las violaciones de la Agencia Nacional de Seguridad, reveladas por Edward Snowden, han sido la ducha fría que necesitábamos. La generación que se volvió adicta a MySpace y Facebook hace 10 años, cuando cursaba el bachillerato, empieza a percatarse de los riesgos de una búsqueda Google con su nombre.
Los primeros signos del cambio ya son notorios. En agosto, una encuesta de Pew Research Center reveló que 26 por ciento de los adolescentes desinstaló una aplicación móvil porque recogía información personal; en noviembre, un informe de Family Online Safety Institute afirmó que 43 por ciento de los adolescentes están “muy preocupados” por la privacidad en línea, contra 35 por ciento el año anterior.
Y esa tendencia ha repercutido en Facebook. En la última declaración trimestral de la empresa, el director financiero David Ebersman señaló una “disminución en los usuarios diarios, sobre todo adolescentes jóvenes”, lo cual precipitó una andanada de blogs y relatos que respaldaron la declaración con anécdotas. Y aquí agrego la mía: Mi hijo de 19 años, antes adicto a Facebook (tenía 1270 “amigos”), solo ha hecho una publicación desde el 10 de junio.
Mientras tanto, Snapchat (con apenas dos años) tiene alrededor de 26 millones de usuarios que envían 350 millones de fotos diarias –contra 10 millones de fotos al día, hace sólo un año- y jóvenes consumidores del mundo entero corren en estampida hacia otras aplicaciones similares que respetan su privacidad y conservan poca o ninguna información del usuario, característica por demás útil en lugares como China o Irán, por ejemplo. WeChat, lanzada en 2011 por la compañía de internet china Tencent, tiene alrededor de 300 millones de usuarios en ese país y millones más en todo el planeta; la japonesa Line cuenta ahora con 280 millones de usuarios, contra 50 millones hace solo dos meses.
En el sector comercial, bitcoin permite realizar compras en línea sin proporcionar información personal o números de tarjeta de crédito, y la moneda digital ha recibido tanta atención que el gobierno estadounidense está pensando en reconocerla.
Si Snapchat es una tendencia, “podríamos suponer que no tendrá fin”, señala Taneja, “pues surgirán más compañías que traten de explotar el concepto”.
Eso no significa que el coloso de Mark Zuckerberg esté acabado. Facebook tiene 1.2 mil millones de usuarios en todo el mundo y está profundamente entreverado en la trama de la vida digital. Es el bullicioso centro de la ciudad donde todos se dan cita, mientras que Snapchat aún es un pequeño club de adolescentes en un suburbio.
Pero las preferencias están cambiando y como marca, Facebook representa todo lo contrario a la privacidad. A puertas cerradas, eso seguramente le causa grandes inquietudes, ya que hizo el ridículo intento de comprar Snapchat. Pero en este momento, semejante transacción habría sido como si Walmart comprara Louis Vuiton, fusionando dos marcas ubicadas en extremos opuestos del mismo negocio.