Cada desgracia se cuenta distinta, pero desde que tengo memoria y con la experiencia en el campo, al cubrir zonas de desastre me da mucha tristeza y vergüenza encontrarme con los mismos sucesos.
UNA VEZ que se alejan los furiosos temporales, salen a las calles otros furiosos, los furiosos pobladores que ven la oportunidad para hacerse de algo.
Sabemos que ante las emergencias como los huracanes, terremotos o desgracias naturales en general, lo primero que escasea son los servicios básicos, así que es de entenderse que la población afectada cuando se queda sin agua y comida, eso es lo que sale a buscar a donde sea.
El problema viene cuando una vez que logran abrir una rendija, romper un candado o tumbar una puerta de algún comercio, lo primero que sacan son aparatos electrónicos, licor. Y nada de eso es para comer.
En esta ocasión en Acapulco, Guerrero, tras el paso de la tormenta tropical Manuel, me tocó ver como una mujer de 30 años aproximadamente salía del Costco con una gran sonrisa y las manos llenas de objetos, me acerqué a ella para preguntarle que llevaba y con cinismo me contestó -Comida, insistí al preguntarle -¿Pero si esto es una tabla de surf? No, decía ella, es comida. Volví a preguntar si se iba a comer la tabla y una vez más con la misma sonrisa, me contestó- Es por si llega el tsunami. Y como ella infinidad de gente. Tras de esta mujer, decenas de pobladores venían incluso con los carritos de súper repletos de productos robados. Cargaban con plasmas, radios, ventiladores y todo a la mirada de las autoridades. Fueron los marinos que una vez que esto se volvió incontrolable comenzaron a detenerles el paso.
Pero parece que esa es nuestra naturaleza, una naturaleza primitiva que nos lleva a cometer los más inexplicables actos, como el robo. Otras escenas aún más tristes fueron cuando la gente lloraba por no tener nada que darles a sus hijos, o ancianos que nadie velaba por ellos y ni siquiera tenían la fuerza para pelear en una interminable fila por un pan.
Todos necesitaban lo mismo, agua, comida, ropa seca. Y aquí, es cuando demostramos de qué estamos hechos, de qué está hecho un pueblo, una nación, un país que presume ser hospitalario, amable, alegre.
Son los contrastes los que destacan en estos momentos. Al mismo tiempo que observé actos inauditos como los de zopilotes, aves carroñeras, también rescato la gran labor de la gente… enormes grupos de la sociedad civil que salieron a ayudar. Lancheros que desde la costa entraron a las zonas inaccesibles e inundadas para sacar de dos en dos a todos los que podían en sus lanchas, gente que esperaba en las azoteas ser rescatada, hombres en motonetas que hicieron los mismo; entrar a las zonas anegadas, sin importar si se morían en el intento. Gente que regaló lo poco que tenía para ofrecérselo al otro.
Personas que sin la posibilidad económica para aportar, lo hicieron con sus manos, cargando, organizando paquetes, doblando ropa.
Ese es el México que vale la pena, el que hace todo por ayudar, por meterse a un pantano de aguas negras si escucha que al otro lado alguien pide auxilio. Las toneladas de ayuda llegaron desde todos los rincones del país y más allá.
Ahora lo que tenemos que preguntarnos es, ¿No serán más aves carroñeras, las que otorgan permisos para construir en zonas de riesgo, las que se roban las despensas y esconden los recursos que son para la gente en desgracia?
Esas también son aves carroñeras. Y creo que son más peligrosas.
HANNIA NOVELL es periodista y conductora del noticiario Proyecto 40. Twitter: @HanniaNovell