Los cambios se dan siempre que sabes qué es lo que quieres cambiar, y el diagnóstico del problema lo reconocemos hoy, en gran medida, gracias al trabajo periodístico.
TODOS LOS DÍAS damos por sentado el trabajo periodístico. Asumimos que al levantarnos podremos prender el televisor, revisar nuestras redes sociales, comprar el periódico; que así podremos saber lo que ocurre y reconocer el mundo en el que vivimos.
La indignación por la corrupción nos empapa, como también la felicidad del futbol, pero pocas veces nos preguntamos: ¿qué es lo que hay detrás?, ¿cómo sería un día sin periodismo?, ¿lograríamos escuchar la narración de los partidos de Rusia 2018 en tiempo real?, ¿nos enteraríamos en algún momento de que policías de Ciudad de México detuvieron un auto con 20 millones de efectivo, de camino al CEN del PRI, antes de las elecciones? o ¿sabríamos que el gobierno federal utilizó Pegasus para vigilar a periodistas y defensores de derechos humanos? Yo creo que no.
Las y los periodistas nos exponen a diversos contextos, hasta cierto grado son nuestro punto de contacto con otras realidades, con las que se viven más allá del Bravo y Usumacinta, incluso, fuera de nuestras colonias. Por eso su libertad es tan importante. En la medida en la que un periodista sea libre para mostrarnos lo que ve su lente o para escribir, es en la medida en la que nuestro contacto con esos contextos es real.
Sin embargo, la deuda con la libertad de expresión en nuestro país es muy grande. Primero, el gobierno paga recursos millonarios para comprar los medios de comunicación y mantiene una fábrica de narrativas oficiales vendidas como información objetiva. Durante los primeros cinco años de gobierno de Enrique Peña Nieto se gastaron 40,000 millones de pesos supuestamente para la “comunicación social”, pero se utilizaron para promover a un gobierno falto de legitimidad, para posicionar a posibles candidatos, para acallar periodistas y para desinformarnos.
Cierto, esta no es la realidad de todos los periodistas, el dinero fluye principalmente a aquellos medios cuyos dueños aseguran apegarse a la narrativa y administrar la información. Pero los que logran sortear el yugo del dinero, igual tienen que sobrevivir haciendo su trabajo y luchar por vencer el miedo que supone trabajar en el país más peligroso de América Latina para ejercer el periodismo. Además, en el interior de los medios hay otras barreras a vencer. En el ámbito deportivo, las mujeres periodistas deben combatir el estigma que dice que solo los hombres pueden narrar un partido de futbol o hacer comentarios de este, porque las mujeres “somos incapaces” de reconocer una buena jugada.
Así es, quienes han pagado el costo de difundir información —en un país con una democracia simulada— son los periodistas asesinados, desaparecidos, amenazados. ¿Por qué no hemos reparado en esto? Los cambios se dan siempre que sabes qué es lo que quieres cambiar y el diagnóstico del problema lo reconocemos hoy, en gran medida, gracias al trabajo periodístico. Pero imaginemos qué ocurriría si el próximo sexenio no hubiera periodistas, si aceptáramos que la libertad de expresión solo es de unos cuantos, de los que ensalzan y enaltecen, y decidimos censurar el discurso chocante, ofensivo y perturbador, ¿qué pasaría?, ¿seríamos libres?
Desgraciadamente el control de información también es el de la población y durante las campañas electorales no vimos compromisos serios para garantizar la libertad de expresión y la seguridad de los periodistas —lo que sí vimos fue la estigmatización, el odio en el discurso y el rechazo a la libertades democráticas.
El terreno ganado por aquellos periodistas valientes en el país no puede perderse. Ahí es donde entramos nosotros, los ciudadanos, los que nos levantamos a consumir noticias y que buscamos información. Nosotros tenemos que exigir corresponsabilidad e independencia a los medios de comunicación; apoyar el periodismo de investigación; reconocer la participación de las mujeres en el mundo periodístico; exigir justicia y verdad para los asesinatos y desapariciones de periodistas; rechazar la criminalización de la libertad de expresión y reconocer la pluralidad de un México que no es uno, sino muchos.
—
La autora es directora regional de Artículo 19.