UN DANDY de pies a cabeza: traje a la medida, cabello engominado y zapatos relucientes como espejo. A sus casi 88 años, y con más de 70 de trabajo activo en la radio, Vicente Morales es el último sobreviviente de la llamada época de oro de la radio mexicana: cuando las producciones se hacían en vivo, con efectos especiales elaborados de forma manual y público en el foro. Esa radio de grandes orquestas y mariachis rasgando el arpa, la vihuela, las guitarras, timbrando el guitarrón, soplando las trompetas y blandiendo los violines, con histriones estelares en radionovelas y radioseries maratónicas que enganchaban a las audiencias a las ondas hertzianas.
Su lúcida memoria nos da acceso a un México que ya no existe: el de las vecindades con quinto patio, como aquella del barrio de Santa Julia (hoy colonia Anáhuac), donde vivió su primera infancia. O las de mediana categoría, como la del número 45 de la avenida Niños Héroes, en la colonia Doctores, donde creció al lado de los jaliscienses Vargas, que con intérpretes como Jorge Negrete, Pedro Infante, Francisco Avitia, Amalia Mendoza y José Alfredo Jiménez, se convertirían en el mariachi más famoso del mundo.
Vicente Morales Pérez nació el 30 de agosto de 1930. Fue el quinto de los nueve hijos del matrimonio entre Mariano Morales y Juanita Pérez. Todas las tardes, al volver del Centro Escolar Revolución (la antigua cárcel de Belén), él y sus hermanos se entretenían escuchando la voz del cómico Manuel Medel. Escuchaban el programa infantil Fifirafas en el único aparato de radio de la vecindad: un transistor marca Catedral propiedad del vecino más acaudalado, un cubano que trabajaba como chofer del entonces director de Pemex.
Embelesados, examinaban el aparato tratando de entender de dónde salían las voces. “Nos parábamos frente al radio, lo mirábamos por todos lados, sin perder detalle, por si acaso alcanzábamos a ver adentro del aparato a los actores bailando, chiquitos, como encantados”, recuerda.
Así fue como dio inicio el hechizo.
—¿Quién es Vicente Morales? —pregunto al hombre al que en los pasillos de Radio Educación se le ve andar con aires de gran señor, sonrisa afable, mirada pícara y ocurrentes comentarios.
—Soy un pionero de la radio a quien le gustó esto desde chamaco, desde que en el transistor del negrito cubano en la vecindad oíamos a Manuel Medel y pensábamos que eso era magia.
ILUSIONISTA EN EL CUADRANTE
Después de desempeñarse como ayudante de mecánico, a los 14 años de edad, Vicente incursionó en la radio asistiendo a su cuñado Guillermo Barrera, quien trabajaba como ingeniero de sonido en las producciones de la XEW, una de las dos estaciones que unos años antes había fundado Emilio Azcárraga Vidaurreta, el exgerente de la compañía México Music, distribuidora de la RCA —la otra era la XEQ, y en ambas trabajaría Morales.
Su primera faena fue en Para la mujer, programa de miscelánea con temas femeninos transmitido los sábados, conducido por la periodista Consuelo Colón. Vicente controlaba los discos de pasta de diez pulgadas en el tornamesa según el bloque del que se hablara. No era tan simple como poner o quitar un disco; suponía estar atento para levantar la aguja de acero en la vibración precisa —ya luego desarrollaría trucos como señalar el disco con un lápiz de grafito en el punto exacto o difuminaría el sonido con otro disco—. Una especie de DJ artesanal.
Al mismo tiempo trabajaba en la planchaduría Londres, montada por su hermano mayor. Los mariachis Vargas se contaban entre su clientela principal. El modesto salario que ganaba se lo daba a su madre, quien le devolvía unas monedas que, emocionado, Vicente gastaba en las tandas del cine dominical. Años después, su gusto por el cine lo volcaría sonoramente —con música y efectos especiales elaborados de forma manual— en producciones radiofónicas de gran ingenio con las que lograba transportar a los radioescuchas a lugares insospechados.
En esos años 40 del siglo XX, donde la televisión aún reinaba y la internet era aún algo inimaginable, surgió el formato de los radioteatros, las radioseries y radionovelas que, patrocinados por marcas de jabón, café o cerveceras, tuvieron un boom en México y el continente americano. Fue cuando Vicente Morales incursionó en el mundo de los efectos especiales.
Como mago con chistera idearía toda clase de trucos: con cáscaras de coco imitaba el galope de caballos; con sus labios emitía relinchos; un peine deslizándose sobre un cristal servía para crujir; puertas de auto y cláxones empotrados para simular tránsito; el papel celofán manipulado sonaba como fuego, con golpes en hojas de lata recreaba tormentas; al tallar fragmentos de cristal se simulaban sonidos de roedores…
Muchos de los efectos que luego se harían comunes en las producciones los inventó Vicente Morales, el mago de la radio mexicana, creador de la imagen sonora de series radiales que catapultaron a la fama a muchas figuras del espectáculo mexicano.
EXPERTO EN EFECTOS
Al programa Los aficionados llegaba cualquier persona a cantar con orquesta o mariachi en vivo. Si gustaba, la dejaban terminar la interpretación. Si la descalificaban, timbraba una campana —la cual conserva Morales como una de sus grandes reliquias.
Fue en uno de estos programas donde cantó Pedro Infante, poco antes de volverse el ídolo de México. A principios de los años 50, la cervecería Modelo patrocinó la radionovela Ahí viene Martín Corona. La trama versaba sobre un justiciero (Infante) que narraba sus aventuras al tiempo que interpretaba canciones. En esta radionovela debutaron actores y actrices que alcanzarían fama como el norteño Eulalio González, a quien la producción bautizó como Piporro, o Irma Dorantes, quien se convertiría en pareja de Infante.
Transmitida a través de la XEQ, la producción se hacía en vivo y el responsable de la imagen sonora y los efectos especiales fue Vicente Morales. El programa era tan popular que, cada jueves que se transmitía, debían cerrar las calles aledañas a Ayuntamiento, en el corazón de la Ciudad de México. En el perímetro donde se ubicaban las instalaciones de la estación, la policía de tránsito se volcaba para poner orden y calmar los ánimos de los cientos de espectadores que impacientes aguardaban ser uno de los 300 seleccionados para ingresar en el foro.
Era común que el curioso e inventivo Infante se quedara con Morales “haciendo los efectos, me decía: yo hago esto o yo hago lo otro”. De entre las escenas más complicadas de musicalizar y revestir con efectos a lo largo de más de 70 años, Morales recuerda esta:
“El programa empezaba con una voz que gritaba: ‘¡Ahí viene Martín Corona!’, y él llegaba en su caballo, el caballo debía relinchar y Pedro gritaba: ‘¡Ya llegó Martín Corona!’, y descargaba su pistola, eran seis balazos los que debían escucharse. En una de las escenas, Martín entraba en una cantina con puertas abatibles, el caballo se iba sobre las mesas tumbando todo, y se rompían botellas, vasos, se trozaban sillas, mesas. Martín lanzaba golpes y luego descargaba la pistola, todos esos sonidos y efectos debíamos hacerlos al mismo tiempo, como si ocurriesen en realidad: el caballo llegando, relinchando, abriendo las puertas, tumbando todo, y Martín disparando, y para esos balazos usábamos polvos de clorato mezclados con el raspado de la cinta donde se friccionan los cerillos timbrados con martillo sobre una moneda y sonaba exactamente como balazos de verdad”.
KALIMÁN Y UN LP SINGULAR
Antes de Martín Corona, que se volvió un éxito arrollador, Vicente Morales había realizado la radionovela Cárcel de mujeres, que recreaba historias de reclusas, en su mayoría homicidas, obtenidas de expedientes de los archivos de la penitenciaría. La musicalización aún dependía de los discos de pasta de diez pulgadas, en su mayoría estadounidenses, y Morales añadía efectos en vivo frente a un auditorio embelesado por el realismo que combinaba música, efectos y actuaciones estupendas.
En el contexto de la Guerra Fría, la contracultura, los escritores beats, llegó Kalimán, el hombre increíble. México resurgió a través de las ondas hertzianas con un superhéroe que se decía “caballero con los hombres, galante con las mujeres, tierno con los niños e implacable con los malvados”. El 16 de septiembre de 1963 Radio Cadena Nacional arrancó esta serie que, con guiones de Héctor González Dueñas (que usaba el seudónimo de Víctor Fox), contaba las aventuras de Kalimán, quien junto a su joven compañero Solín, descendiente de faraones egipcios, iba por exóticos lugares del planeta impartiendo justicia.
Con más de 8,000 capítulos transmitidos durante 15 años, esta serie fue la más larga en la historia mexicana —y de las más exitosas: generó interés en países de centro y Sudamérica—. Su popularidad fue tal, que solo dos años después de que arrancara su transmisión, surgió la historieta (por 26 años se vendió semanalmente) y luego vinieron las películas. Hoy Kalimán es un icono de la cultura mexicana, y generar su imagen sonora, asegura Vicente Morales, fue uno de los mayores retos en su carrera.
Por ejemplo, recrear el Tíbet, la tierra donde un Kalimán adolescente llegó a educarse en las artes marciales fue todo un reto: había que transportar auditivamente a los radioescuchas a las cadenas montañosas en lo más alto del Asia Central, a 4,900 metros, con sus templos, cornos y monasterios. En aquellos años obtener música de otros países, como Inglaterra, India, China, África, o cualquier zona del planeta por donde Kalimán viajara, y ambientar esas épocas era una labor titánica.
“Conseguir esos sonidos del Tíbet fue de lo más complicado —rememora—. La musicalización de Kalimán era un reto, porque generalmente las otras series las musicalizaba con clásicos como Beethoven, Liszt, Schubert, pero para esta no eran apropiados, había que buscar algo distinto, exótico. Afortunadamente en las calles de Amberes encontré una librería propiedad de una señora extranjera que traía otro tipo de música, y un día allí vi un LP que se llamaba Hatari y era como de ritmos africanos; ¡carísimo!, porque los discos costaban 10 pesos, y ya eran caros, y ese costó 60 pesos. Pero lo compré y se convirtió en uno de los más usados para Kalimán, precisamente el tema de apertura, que precedía a la frase de: ‘¡Kaaaliiimán, el hombre increíble’!”.
Hoy ese disco es parte de los 10,000 ejemplares que conforman la fonoteca personal acumulada por este creador en sus más de 70 años de trabajo.
“Por cierto que, cuando acababa la frase de ‘el hombre increíble’, en broma yo le susurraba al actor: ‘increíble que seas hombre’”… Y suelta una franca carcajada.
SONORIZAR VIDA COTIDIANA
Tradicionalmente entre los años 40 y 60 del siglo XX, a las diez de la noche la audiencia mexicana sintonizaba el cuadrante para escuchar la radioserie estelar en turno. Una de ellas era El Monje Loco, quien desde la penumbra de su capilla contaba relatos en la voz de Salvador Carrasco. Para dar credibilidad al misterio había dos organistas —los mismos que tocaban los órganos de la Catedral metropolitana— y Vicente Morales haciendo efectos y musicalizando cada narración que arrancaba con la frase “Nadie sabe, nadie supo, la verdad era horrible…” en eco con el arrastrar de cadenas.
Otro de sus éxitos fue Apague la luz y escuche, serie de corte más detectivesco protagonizada por Arturo de Córdova, a quien había acompañado también en la igualmente popular serie policiaca Carlos Lacroix, en la que el audaz detective resolvía casos y combatía criminales de la mano de su secretaria Margot, y en la que surgió la frase: “¡Dispare, Margot, dispare!”.
Vicente Morales también fue hacedor de la imagen sonora de programas cómicos como el del Panzón Panseco, humorista cuyos sketch eran ambientados con efectos; de melodramas como Corona de lágrimas y Una flor en el pantano —y donde trabajó con afamadas actrices como María Félix, María Elena Marqués, Sara García, Prudencia Griffel, Velia Vegar, Silvia Derbez, Silvia Pinal, Rita Rey, entre otras.
—¿Cómo fue trabajar con María Félix, cómo era ella?
—Ya era una diva, pero con nosotros no era tan apretada, pero sí era ampulosa. Guapísima, puntual, exacta, perfeccionista.
En aquellos años, precisa Vicente Morales, “la gente estaba conectada con la radio, había una gran influencia de este medio de comunicación, y los programas eran parte de su vida cotidiana; las radionovelas eran tan influyentes que las familias que las escuchaban las sentían parte de su vida y sufrían con las víctimas, odiaban a los villanos, por eso en las calles agredían a las actrices y actores que aparecían como los malos; por ejemplo, era común que agredieran a Rita Rey cuando hacía sufrir a la viejecita Prudencia Griffel”.
Después del boom de las radionovelas, radioseries y radioteatros, por 15 años Vicente Morales sonorizó y musicalizó La hora nacional.
Incursionó también en el cine al musicalizar y hacer efectos para varias películas protagonizadas por Silvia Pinal, en los tiempos en que estaba casada con el productor Gustavo Alatriste. Y algunas estadounidenses como La isla de los muertos, dirigida por Mark Robson. Hizo anuncios comerciales con jingles y eslóganes famosos como aquel de la XEW: “La voz de la América Latina desde México, 900 kilohertz”.
Desde el año 1969, Vicente Morales trabaja para Radio Educación, la emisora que se fundó por iniciativa de José Vasconcelos cuando fue secretario de Educación. Ahí ha hecho quizá miles de programas, ya “perdí la cuenta de cuántos programas he hecho en toda mi vida, pero mucha de la gente con quien trabajé ya murió”, dice.
En su carrera ha realizado biografías, radionovelas, radioseries, radioteatros; ha desarrollado la imagen sonora en adaptaciones literarias de obras clásicas de la literatura universal y de la mexicana; de autores renombrados como Octavio Paz, Elena Garro, Juan Rulfo, Jorge Ibargüengoitia, Mariano Azuela; de obras como Los de abajo, La sombra del caudillo, El llano en llamas, Las muertas… y centenares de programas para todo tipo de público.
Del siglo XX al XXI, la radio ha experimentado cambios radicales. Vicente Morales es testigo de dos épocas, sobreviviente de una edad de oro que muchos radioescuchas ya no reconocen.
—¿Qué se ha ganado y qué se ha perdido en la radio con el uso de las nuevas tecnologías? —se le pregunta durante la conversación en su casa, en la Ciudad de México.
—Se ha perdido la creatividad, la inventiva, el desarrollo de ideas, porque ya lo tienes todo allí: en internet. Aparentemente, pero no es lo mismo. Por ejemplo, los pasos que tú das en vivo tienen una intención que la tecnología no te da: lentos, de prisa, corriendo, de niña, de señora, de abuelita… eso es la creatividad. Se ha perdido también la posibilidad de la gente, del acercamiento con la radio. Siempre el encuentro en vivo tiene mayor sentido, es real. En cambio, ahora todo es más frío: incluso se puede grabar una parte y luego otra en un programa, y las voces por separado, y después compaginar. Quizá para lo técnico es más fácil, pero no es la misma creatividad.
El hombre de tez blanca, ojos claros, que camina con garbo y tiene un gran sentido del humor, hoy en día es una leyenda viviente de la radio. Se lamenta de que ya “se perdió el nivel histriónico de los primeros actores. Antes, en las radioseries se tenía que ser actor realmente y el propio método te obligaba a desarrollar esas aptitudes
—allí está el caso de Roberto Cañedo, a quien en esos programas de radio le enseñamos a actuar—. Los actores difícilmente se equivocaban porque ellos mismos tenían un nivel de exigencia muy alto, por eso su trabajo era fabuloso, y se notaba en la respuesta de la audiencia. Por eso teníamos en las calles una Rita Rey a la que la gente insultaba por hacer sufrir a la viejecita en la radionovela, eso provocaba la radio, ese era el poder de la radio”.
—¿Que le hace falta a la radio para conectar con sus audiencias?
—Lo importante de la radio son los contenidos, si no tienes un buen contenido, pues ¿para qué hacer radio? ¿Para qué poner tonterías si no te van a escuchar? Los contenidos son lo importante y todo eso ya se perdió. Ahora la radio es tres minutos de música y seis de comerciales. Es solo el negocio.
—¿Qué se debe hacer?
—Rescatar la creatividad, darle vida a la radio nuevamente como ese gran medio de comunicación que conecta con la gente. Si se combinara esa parte del ingenio con la tecnología, podrían obtenerse resultados maravillosos. Porque ahora los productores son cualquier persona, y antes eran gente muy preparada. Todos los productores sabían muy bien su trabajo y cómo guiar el de los demás. Si se iba a iniciar una serie, llegaba el escritor, el productor, el musicalizador, el efectista, las actrices, los actores, y la exigencia de los productores era muy alta. Había un desarrollo del verdadero arte histriónico, todos eran actores de primera, cada uno hacía su personaje a la perfección, y nosotros le creábamos la imagen sonora: a la mala con su tema, a la sufrida, las escenas de drama, romance, alegría, los besos.
—¿Por qué es necesario rescatar esa parte creativa?
—Para llegarle al auditorio, porque para eso hacemos la radio, para que la gente se divierta, se oriente. Uno aporta lo que sabe para llenar ese hueco que a veces tenemos nosotros los humanos y con nuestro trabajo es posible: que conozcan el mundo, escuchen pasos, música, sollozos, con esas atmósferas creas una sensibilidad a la gente y esa sensibilidad te lleva a la imaginación. Esa es la esencia de la radio, el poder despertar la imaginación de la gente, que el oyente se proyecte y con nuestra música y sonidos lo podamos enviar a Francia, Inglaterra, al Tíbet, a otros tiempos, a otros mundos, a un tiempo o a un personaje. Con eso le damos imagen sonora a una historia y para el escucha es como si estuviera allí presente.
—¿Cuál es su legado a la historia de la radio mexicana?
—Creo que mi trabajo. Mi trabajo profesional que no cualquiera lo hace: escoger la música adecuada para cada serie, para cada escena, recrear los ambientes, los efectos, y además aportarle algo tuyo un suspiro, un beso… creatividad se llama. Por ejemplo, según la intención del texto, les daba indicaciones a los actores o actrices: ‘acércate’, ‘ve para allá’, ‘dilo a este nivel’, porque los planos también cuentan, y los silencios son básicos: un silencio romántico, un silencio dubitativo, en fin, cada silencio es importante. Y las actrices quedaban muy contentas, los actores muy complacidos: ‘¡Ay bueno, qué bien lo hiciste!’, me decía María Elena Marqués y me llevaba a comer a su casa.
Y agrega: “Teníamos un guion, pero en cada programa a veces le ponía de mi cosecha, esa es también la inventiva, la creatividad, y lo haces todo el tiempo para aportar con tu trabajo, por ejemplo a lo dramático o lo misterioso como en El Monje Loco
—donde el toque de las puertas a un ritmo y con un poco de eco y la chapa rechinando ambientaban todo—. Para esa serie inventé un aparato que llamé el rechinador, que era como un cajón de bolero con una tira de piel y una manija con un hoyo en medio para que se escuchara como eco: le pones brea y le das vuelta para que se oiga el rechinado según la intensidad de la escena, y eso daba intención al misterio, y se usaba para esa serie tan famosa que fue El Monje Loco, y ¡olvídate!, era muy famosa esa serie, todos hablaban de ella”.
—¿Qué abonó a la cultura mexicana esa manera de hacer radio?
—Contribuimos a la diversión, pero también a la educación y a la cultura. Porque imagínate también hacíamos adaptaciones de libros de la literatura universal y mexicana, en un país donde mucha gente no sabía leer ni escribir. Así, por la radio, que era el principal medio de comunicación, mucha gente supo de la obra de grandes escritores por esos programas, o de la vida de personajes como Porfirio Díaz, de Leona Vicario, de Beethoven, esos personajes de la historia cuyas vidas eran literalmente sacadas de los libros en adaptaciones perfectas y bien interpretadas. Imagínate lo que aportamos.
Vicente Morales es la memoria viviente de un México que ya no existe, de una radio que alguna vez fue referencia internacional con programas y figuras que hoy son parte de la historia de un siglo que ya quedó atrás. “Aquello era un desfilar de gente que se convertían en grandes actrices, grandes actores que hacían radio y de allí saltaban al cine y el público los adoraba”.
Evoca las escalas en la entonación del tenor Pedro Vargas, lo mismo para cantar la lúgubre “Jinetes en el cielo” que para entonar anuncios en vivo; los falsetes de las cancioneras Lola Beltrán, Lucha Reyes y Toña la Negra; los maratones musicales al ritmo de los acordes de la orquesta de Luis Alcaraz. O el mayor sigilo que le exigía Agustín Lara, a quien recuerda como un hombre muy enérgico que bebía coñac y dejaba consumir el cigarro sobre la primera tecla mientras ensayaba en el piano para La hora azul. Vicente, a sabiendas del carácter del veracruzano, le acomodaba el instrumental discretamente, casi a tientas, como maniobraban todos en la producción, con el oído embelesado y suspendido hasta que sonaba el último acorde que en el piano timbraban los dedos del Flaco de Oro. La luz se apagaba. Y en la penumbra, Vicente Morales, aquel que nunca estaba a la vista de nadie, seleccionaba la música y escogía la utilería para hacer su siguiente truco de magia sonora.