En 2018,cuando en México se celebre la elección de presidente de la república, se cumplirán 65 años de haberles otorgado a las mujeres el derecho político y constitucional de votar por los cargos de elección popular. Aunque en la Constitución de 1917 no estaba explícito que las mujeres no gozaban de ese derecho, y sí se ponderaba la igualdad entre géneros, la redacción del artículo 34 en género masculino, excluyó a las féminas de participar en las elecciones durante los siguientes 36 años.
Aun cuando la iniciativa comenzó en 1937 con el presidente Lázaro Cárdenas, y durante la administración de Miguel Alemán se le concedió a la mujer mexicana participar en la elección de presidentes municipales, no sería hasta el mandato de Adolfo Ruiz Cortines, y oficializado en 1953, que se reformó el artículo 34 que determinó que “son ciudadanos de la república todos los hombres y las mujeres que, teniendo la calidad de mexicanos, reúnan además los siguientes requisitos: I. Haber cumplido 18 años siendo casados y 21 si no lo son, y II. Tener un modo honesto de vivir”, lo cual concedería finalmente el sufragio a las mujeres en todas las elecciones a cargo público.
Hoy el padrón electoral del Instituto Nacional Electoral está conformado por una mayoría de mujeres; 44 millones 68,274 féminas lo integran, contra los 40 millones 723,247 varones. De poco más de 119 millones de mexicanos que fueron contabilizados por el INEGI en 2015, 61 millones fueron mujeres y 58 millones hombres.
En el sexenio de Enrique Peña Nieto se determinó que las mujeres debían tener una representación por cuota de género en la selección de candidatos a cargos de elección popular en estados y municipios. Sin estar de acuerdo con la obligatoriedad de incluir mujeres en los procesos electorales e, incluso, en los gabinetes legales de los gobiernos, la participación de la mujer en las elecciones ha sido, de manera histórica, muy débil tratándose del papel protagónico.
En cien años de elecciones con sufragio universal y directo, en México solamente han sido electas siete gobernadoras: Griselda Álvarez Ponce de León en 1976, en Colima; Beatriz Paredes Rangel en 1987, en Tlaxcala; Dulce María Sauri Riancho en 1991, en Yucatán; Ivonne Ortega Pacheco en 2007, en Yucatán; Rosario Robles Berlanga en 1999, en sustitución de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano en el Distrito Federal; Amalia García Medina en 2004, en Zacatecas; y Claudia Artemisa Pavlovich Arellano en 2015, en Sonora.
Ni una mujer ha sido presidenta de México, pero sí ha habido candidatas a la más alta posición política. Doña Rosario Ibarra de Piedra, quien este año cumplirá noventa años de edad, abrió camino para las mujeres que aspiran a la presidencia de la república. Cuando vivíamos la hegemonía priista ella fue candidata en dos ocasiones. Contendió en 1982, abanderada por el Partido Revolucionario de los Trabajadores, en la elección que ganó Miguel de la Madrid Hurtado; obtuvo la cuarta posición política con 416,448 votos. Seis años después, en 1988, el mismo PRT la postuló para la elección a presidente de la república, elección polémica donde se reconocería como ganador a Carlos Salinas de Gortari.
En 1994, otro partido de izquierda, el Popular Socialista, registró como candidata a la presidencia de la república a Marcela Lombardo Otero, quien quedó en octavo lugar con apenas 166,594 votos obtenidos. Ese mismo año, el Partido del Trabajo tuvo como abanderada a la silla del águila a doña Cecilia Soto González, quien, con 970, 121 sufragios, se ubicó en la quinta posición de una elección que ganaría Ernesto Zedillo Ponce de León con más de 16 millones de votos.
Doce años después, en la elección presidencial de 2006, el Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina eligió como candidata a la presidencia de la república a Dora Patricia Mercado Castro, quien convenció de ser una opción viable a un millón 128,850 ciudadanos y se ubicó en el cuarto sitio del proceso electoral del cual saldría victorioso en tribunales Felipe Calderón Hinojosa.
Significativamente, el papel más importante de una mujer en una elección presidencial lo tuvo la panista Josefina Vázquez Mota en el año 2012, cuando se enfrentó a la maquinaria priista del Estado de México con Enrique Peña Nieto, y al arrastre del candidato de la izquierda unida, el entonces perredista Andrés Manuel López Obrador. Después de haber ganado dos elecciones a la presidencia de la república, el Partido Acción Nacional fue relegado a la tercera fuerza política del país, con los 12 millones 786,647 votos que logró la primera candidata a la presidencia del Partido Acción Nacional.
Ni el partido de izquierda que fue el más relevante hasta la elección de 2012, como lo es el Partido de la Revolución Democrática, ni el centralista y neoliberal Partido Revolucionario Institucional, han postulado en su historia a una mujer en busca de la banda presidencial.
Para las elecciones presidenciales de 2018, con un Partido Revolucionario Institucional muy disminuido por los desaciertos políticos, económicos y sociales del presidente Enrique Peña Nieto, que sumen a México en una crisis económica, en la ausencia de un Estado de derecho y en la incertidumbre social, dos mujeres consideran tener la capacidad para encabezar la administración pública de este país desde la Presidencia de la República.
Al menos hasta ahora y de manera abierta y directa, Ivonne Aracely Ortega Pacheco, del Revolucionario Institucional, y Margarita Esther Zavala Gómez del Campo, de Acción Nacional, levantaron la voz en busca de la candidatura en sus respectivos partidos para ocupar el edificio de Los Pinos y encabezar el Poder Ejecutivo.
Zavala, con mayor exposición, es la que tiene menos currículum político. En su haber se cuenta que fue miembro de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal y diputada federal y, por supuesto, los seis años que fungió como primera dama de México al ser la esposa de Felipe Calderón Hinojosa. Ivonne Ortega, por su parte, más relegada en el ámbito mediático y político, es una política que sola ha construido su carrera. Fue diputada local en Yucatán y alcaldesa de su ciudad, Dzemul, que contabiliza poco más de 3300 habitantes; después diputada federal, para convertirse en una de las siete mujeres que han sido gobernadoras en México, cuando fue electa titular del Poder Ejecutivo de Yucatán en 2007, y posteriormente se integró al Senado de la República; todos los cargos los ha logrado en 16 años y de la mano de su partido, el Revolucionario Institucional.
Si en las encuestas por partido Margarita Zavala encabeza las preferencias para convertirse en la candidata del PAN, por encima de hombres como Ricardo Anaya y Rafael Moreno, en los resultados cuantitativos dentro del PRI Ivonne Ortega aparece en la cuarta o quinta posición, por debajo de Miguel Ángel Osorio, Luis Videgaray, Manlio Beltrones o Eruviel Ávila.
Las diferencias entre una y otra aspirante son así de distantes, una con experiencia en la administración pública, la otra no. Una con apoyo interno en su partido, la otra no. Una con una familia presidencial, la otra no. Las dos han emprendido una gira por la república mexicana, haciendo proselitismo o algo parecido en tiempos de limitaciones de campañas, en busca de adeptos. Margarita, aunque cuenta con simpatías dentro del PAN, no la tiene fácil frente a una dirigencia partidista que aspira a lo mismo; e Ivonne es relegada dentro de su partido debido al centralismo priista que pondera a los miembros del gabinete presidencial por encima de aquellos que, como ella, se han separado del cargo público por congruencia política.
Al final del camino son dos señoras en la política en un país que, con mayoría de mujeres en el padrón, solo ha tenido siete gobernadoras en 65 años de tener el derecho al voto. Dos mujeres que, tal parece, darán la pelea en busca del poder.