Mientras el sol se ponía en San Francisco, el 4 de julio de 1973, el reverendo Raymond Broshears echó llave a su centro comunitario y empezó a caminar rumbo a su casa a través del Tenderloin, el tristemente célebre barrio bajo de la ciudad. Predicador homosexual del Medio Oeste, Broshears vestía el atuendo clerical negro y un alzacuello sacerdotal blanco. Una pesada cruz de metal, del tamaño de una aldaba, colgaba de su delgado cuello, y su barriga sobresalía bajo la camisa. Se percató de que lo seguía de cerca un grupo de adolescentes, alrededor de una docena, recordó después, de entre 12 y 18 años. Buscaban pelea. Previamente ese día, Broshears había llamado a la policía para quejarse de que los adolescentes lanzaban petardos al tránsito. Ahora querían vengarse.
Cuando se acercó a la esquina, los adolescentes lo rodearon. Un muchacho lo golpeó en la parte posterior de la cabeza. Otro le pegó en la ingle. El reverendo se desplomó y se hizo bolita. Lo arrastraron por la acera, luego por la calle, pateándolo y pegándole, hasta que se presentó un chofer de autobús y los muchachos huyeron. La paliza le dejó a Broshears la nariz sangrante y moretones en todo el cuerpo. Luego escribió que su brazo derecho fue “tratado por parálisis parcial temporal”. Elisa Rleigh, una amiga, recuerda que Broshears “fue golpeado muy, muy, muy mal. Por poco y lo matan”.
Las palizas como la que experimentó Broshears eran comunes, dice Rleigh, sobre todo en el Tenderloin. San Francisco era una “meca homosexual” a principios de la década de 1970, pero las pandillas a menudo atacaban a la cantidad creciente de jóvenes residentes homosexuales en el vecindario. Broshears afirmó que tenía una lista de gais muertos, todos asesinatos sin resolver. El creía que los homosexuales en San Francisco estaban sitiados, tanto por las pandillas como por los policías corruptos, quienes se suponía que servían y protegían a todos los residentes de la ciudad.
Ahora, sentado en una cama de hospital, con su cara y brazos lesionados, Broshears estaba furioso. La violencia contra su grey —gais pobres, transformistas y transgéneros— tenía que terminar. Como le dijo después a un reportero, quería sembrar terror en los corazones de “todos esos jóvenes vándalos que han golpeado a mis maricones”.
Y entonces se le cristalizó una idea: contraatacaría. Con puños. Con cuchillos. Con tacos de billar y cadenas, con lo que fuera necesario para proteger a los muchachos vulnerables que acudían a su centro comunitario. Su idea era entrenar a su personal en karate y judo, y armarlos para que pudieran protegerse unos a otros. Sabía que la idea era una locura, y sabía que la policía lo odiaría por ello. Pero le importó un carajo. Quería formar su propia pandilla para la autodefensa.
Dos días después, Broshears celebró una conferencia de prensa en su centro comunitario del Tenderloin y anunció la fundación de la primera patrulla miliciana homosexual en Estados Unidos. Su nombre: The Lavender Panthers (Las Panteras Lavandas). Modeló el grupo a partir de las Panteras Negras e, incluso, copió su logo: un pantera al acecho. Mientras hablaba, Broshears tomó su escopeta calibre .410 de la pared y se la mostró al salón lleno de espectadores. Algunos se quedaron sin aliento. Luego, sosteniéndola por encima de su cabeza, anunció que los homosexuales debían empezar a armarse con armas de fuego. “Ahora nos están obligando a actuar”, rugió. “La policía mira al otro lado cuando apalean a un gay. La persona apaleada es amenazada como si fuera el criminal, no la víctima. Debemos responder. ¡Nunca más nos sentiremos solos!”
GOLPEAR A UN NAZI
Cuarenta y cuatro años después de que Broshears lanzó Las Panteras Lavandas, Richard Spencer, un joven autoproclamado nacionalista blanco, estaba parado en una acera en Washington, D. C., fanfarroneando sobre Donald Trump. Era el 20 de enero de 2017, el día en que el nuevo presidente fue juramentado en el cargo. Spencer vestía un traje gris, un chaleco azul y una insignia de “Pepe”, un meme de una rana antropomórfica que la llamada derecha alternativa se ha apropiado como un símbolo del nacionalismo blanco. Su cabello estaba peinado de una manera que se describe mejor como hípster ario chic. Mientras Spencer hablaba frente a la cámara esa mañana con la Australian Broadcasting Co., censurando a los “manifestantes izquierdistas”, una sonrisita le surcaba la cara. Pero cuando señalaba el broche en su solapa, un hombre en una sudadera negra se abalanzó y le dio un golpe artero en la mejilla derecha. Las rodillas de Spencer cedieron y se tambaleó por un momento, mientras su atacante se escabullía.
Al día siguiente, después de que el video se hizo viral —y fue aplaudido en algunos círculos—, The New York Times hizo una pregunta a sus lectores: ¿está bien golpear a un nazi?
Fue un momento sorpresivo para muchos en la izquierda. Desde la década de 1960, en Estados Unidos la mayoría de los movimientos principales por un cambio social han sido explícitamente no violentos, y sus tácticas principales han implicado protestas pacíficas. El Centro Legal para la Pobreza Sureña recientemente publicó una guía de diez pasos para “combatir el odio” que incluía “alzar la voz” y “presionar a los líderes”. Algunos investigadores incluso han mostrado que los movimientos pacíficos no violentos son más exitosos que los violentos. Investigadores del Centro Belfer de la Universidad de Harvard compilaron datos sobre campañas de resistencia de 1900 a 2006 y hallaron que las “importantes campañas no violentas habían tenido éxito 53 por ciento de las veces, en comparación con 26 por ciento de las campañas de resistencia violentas”.
Pero, para algunos, la candidatura de Trump, y una oleada de aparentes crímenes de odio tras su victoria, parecía cambiar esa perspectiva. Según los datos más recientes del FBI, los crímenes reportados contra la comunidad LGBT y otras minorías aumentó en 2016. Poco después de la elección de ese año, The Daily Beast halló que las “clases de artes marciales y entrenamiento en defensa personal reportan aumentos sin precedentes en sus inscripciones por parte de mujeres, minorías y clientes LGBT”. En 2017, ya con el presidente Trump, por lo menos 28 personas transgénero fueron asesinadas, el año más mortal registrado. Muchos de ellos eran personas de color. Mientras tanto, los asesinatos cometidos por supremacistas blancos estadounidenses se duplicaron.
De repente, educar a tu atacante les parecía ingenuo a algunos, si no es que peligroso. Y una cantidad creciente de activistas jóvenes —partidarios de Antifa y otros grupos— parecen sentir que la violencia y la autodefensa son la única solución a lo que ven como un movimiento envalentonado de supremacistas blancos y otros grupos de odio de la extrema derecha.
Es claro en qué bando habría estado Broshears. Él tenía un solo enfoque. Una obsesión. “Los transformistas, los viejos, los estafadores, los exconvictos, los transexuales y los maricones me ven como su única esperanza”, declaró una vez. O como lo dijo más tarde: “Creo en la política de confrontación… Trabajaría con el chingado diablo para darles derechos a los homosexuales”.
Aun cuando cofundó el primer desfile por el orgullo gay en San Francisco y se postuló al Congreso, Broshears ha sido olvidado en gran medida. Se ha documentado poco de su vida o su banda radical de justicieros. Él y sus Panteras ni siquiera tienen una página en Wikipedia. Pero al peinar archivos de casos del FBI, copias de demandas, viejos recortes de noticias y sus archivos personales, descubrí la historia perdida de Broshears y su pandilla de justicieros. Más de tres décadas después de su muerte, aquello por lo que peleó Broshears súbitamente ha regresado a la primera fila de la política estadounidense. El legado de sus triunfos y la tragedia de sus derrotas perduran en las guerras culturales de Estados Unidos.
HOMOSEXUALES, MANOSEO Y EVANGELIO
Broshears nació el 10 de febrero de 1935, como “Earl Raymond Allen” (su madre volvió a casarse cuando él tenía tres años y le cambió el nombre). Contrajo polio de muy niño y fue criado por su abuela y tres tías en el poblado de Centreville, Illinois. Broshears luego escribió que era un adolescente extremadamente religioso y que su abuela siempre quiso que fuera predicador.
A los 14 años, Broshears enseñaba en su escuela bíblica local, y un año después se convirtió en el superintendente de la Iglesia Misionaria Bautista de Midway, la cual todavía considera la homosexualidad como un pecado. A los 16 años dejó la escuela para trabajar como camillero en el Hospital Proctor en Peoria, Illinois, por 20 dólares a la semana. Vivía con su tía Violet y le enviaba algunos dólares cada mes a su abuela en Centreville. Sin embargo, pronto se unió a la armada como personal médico, antes de ser dado de baja en 1955 por lo que él luego describiría como “razones médicas”. Durante este periodo, Broshears también afirmó que sufrió una “lesión seria en la cabeza que provocó lo que entonces se pensó como una disfunción cerebral menor”.
La armada le dio a Broshears una pensión modesta, su única fuente de ingreso confiable por el resto de su vida. Durante los siguientes años, estudió en pequeños colegios bíblicos y predicó en el sur y el Oeste Medio, enfocándose en los derechos de los pobres y los viejos.
En algún momento a finales de la década de 1950, se graduó del Colegio Bíblico Lee en Tennessee, y luego estudió con Billy James Hargis, uno de los evangelistas cristianos más famosos —y antigay— de Estados Unidos por entonces. Fue con Hargis que Broshears perfeccionó su estilo de oratoria predicadora sureña. “Solo soy un pobre predicador campirano tratando de hacerla en la gran ciudad”, bromearía después, arrastrando las palabras a la sureña (el periodista George Mendenhall, del Bay Area Reporter, luego afirmaría que Hargis “soltó” a Broshears tras enterarse de que era homosexual).
A principios de la década de 1960, Broshears continuó viajando y predicando. Por entonces, ya próximo a los 30 años, se involucró en el movimiento por los derechos civiles. Se unió al Congreso por la Equidad Racial, que luchaba por eliminar la segregación. Esa lucha lo metió en problemas. En 1965 participó en una sentada en Belleville, Illinois, para protestar por el maltrato a los afroestadounidenses. Los detalles son turbios —y la policía de Belleville no pudo localizar registros relacionados con el incidente—, pero fue arrestado por manosear a un muchacho de 17 años. “No fue abuso infantil ni nada por el estilo”, le dijo a un reportero en 1972. “Fui arrestado por ‘manosear a un menor’. Él estaba completamente vestido, no involucró algún otro contacto físico”. Sin embargo, ese muchacho —quien no fue nombrado en ningún reporte, posiblemente por su edad— al parecer era el sobrino del alcalde de Belleville. No existen más detalles, y ninguno de mis entrevistados recordó que Broshears lo discutiera en detalle.
El incidente fue un escándalo local, y Broshears fue sentenciado a seis meses en prisión. Fue una vergüenza para su familia, pero también fue un tiempo para que reflexionara sobre quién era y lo que quería hacer con su vida. Encerrado en la cárcel de un pueblo pequeño, se sintió maltratado, confundido y furioso con la policía (luego, Broshears escribiría que en esa cárcel “aprendí todo sobre la homosexualidad”.) Cuando fue liberado, en diciembre de 1965, se había corrido la noticia de que Broshears era un delincuente homosexual, por lo que compró un boleto, se dirigió al oeste y dejó todo detrás. “Vine a San Francisco, la meca gay —diría después—, para hacerme un maricón”.
LA VIDA EN LA ZONA ROJA
Broshears llegó a San Francisco poco antes de la Navidad de 1965, el año en que Martin Luther King Jr. marchó en Selma, Alabama; los militares de Estados Unidos expandieron la guerra de Vietnam, y los Rolling Stones lanzaron “(I Can’t Get No) Satisfaction”. Broshears tenía 31 años y no conocía a nadie en la ciudad, pero rápidamente halló un apartamento de baja renta en Turk Street. Diría después que un grupo de “mujeres espiritualistas” lo cobijaron y lo presentaron con miembros locales del clero. Broshears deambuló entre las iglesias por varios meses, hasta que conoció a un miembro del clero en la Iglesia Metodista Glide Memorial, quien lo motivó a comenzar su propio ministerio callejero.
En el vecindario de Broshears, el Tenderloin, encontró homosexuales que habían huido de casa, hombres y mujeres transgéneros y transformistas, muchos de los cuales recurrían a la prostitución para sobrevivir. “Es el infierno”, dijo un residente del Tenderloin a un reportero de Advocate. “Empiezas allí de jovencito. No puedes calificar para la beneficencia porque eres demasiado joven, no puedes obtener un trabajo, y no hay dónde ir. Empiezas vendiendo tu cuerpo para ganarte la vida, afuera en la calle por la noche, en la zona roja enfrente de Flagg’s Shoe Store, o donde está la acción”.
En el Tenderloin, Broshears presenció la violencia contra la comunidad homosexual y transgénero: policías que buscaban aumentar sus números de arrestos, adolescentes que pensaban que era divertido apalear transformistas u homosexuales, o asaltantes psicópatas como el Doodler, un asesino serial de quien se cree que fue responsable de 14 asesinatos de gais a mediados de la década de 1970. El peligro acechaba en todas partes, y Broshears creía que la policía era parte del problema. “Para Ray, la policía representaba el sistema, y ellos representaban todo aquello contra lo que él luchaba”, me comenta Rleigh, la amiga cercana de Broshears. “Normas. Autoridad. Opresión”.
Una noche típica en el Tenderloin transcurría más o menos así, dice Rleigh: jóvenes homosexuales y transformistas iban a los bares, llegaban muchachos a acosarlos —lanzarles botellas o bombas de humo o apalearlos— y la policía no hacía nada. “Si llamabas a la policía, era así: ‘OK, resuélvelo tú mismo’”.
Broshears quería ayudar a aquellos en su vecindario que lo necesitaban más: trabajadores sexuales transgéneros locales, transformistas, transitorios, gais empobrecidos y que huyeron de casa. En 1969, comenzó un grupo de apoyo, el Centro de Manos que Ayudan, el cual ofrecía asesoría legal gratuita, dada por abogados voluntarios. Incluso comenzó una unidad de entrega de comidas para viejos llamada la Liga de Defensa de Personas Viejas. “Cristo atendió las necesidades de su gente”, reflexionó una vez Broshears. “Cuando la gente estaba hambrienta, él la alimentaba. Cristo tampoco se quedaba callado. Era un rebelde”.
Durante la década de 1970, Broshears montó un baile anual para transformistas en la Administración de Veteranos para soldados heridos, llevaba comida y ropa a prisioneros, daba consejos a prostitutos e, incluso, oficiaba en la ocasional boda homosexual, aunque no era técnicamente legal. Incluso obtuvo una licencia como fiador para poder sacar a jóvenes gais de la cárcel después de que los policías los pusieran tras las rejas. A menudo, los hombres salían de sus celdas apaleados y ensangrentados. Tal fue el caso en una noche de 1973. Broshears recordó que recuperó a un hombre negro que fue apaleado por la policía. Broshears luego recordaría que su nariz estaba “hinchada tanto como una manzana”.
A Broshears también le escandalizaba la arremetida de redadas. En San francisco, como en Nueva York y Los Ángeles, las incursiones policiacas contra bares de homosexuales y transformistas eran comunes y a menudo terminaban en enfrentamientos violentos. Una de las redadas más tristemente célebres en San Francisco se dio el 14 de septiembre de 1961, en el Tay-Bush Inn, un local after-hours en la esquina de Taylor y Bush. Cientos de jóvenes homosexuales bailaban a las 3:15 de la mañana cuando la rocola enmudeció. Afuera, docenas de oficiales uniformados esperaban con macanas y camionetas policiales. Esa noche, la policía arrestó a 103 hombres, la mayoría por el cargo espurio de “visitantes de una casa de mala nota”.
Mientras los homosexuales y transformistas eran arrestados por la policía, también tenían que soportar las amenazas diarias de violencia por parte de las pandillas. A principios de la década de 1970, San Francisco tuvo un aumento enorme de homosexuales que se mudaban al área, y aun cuando la ciudad era vista como un bastión tolerante de la libertad de expresión y el amor, no todos recibieron bien a los nuevos residentes. Al Borvice, un abogado hispano, dijo a The Washington Post en 1979 que la década de 1970 representó una absorción hostil para las familias latinas —una “blitzkrieg”— cuando las rentas de los hogares y los negocios se dispararon. Un “odio enconado” empezó a desarrollarse, comentó, “en especial entre los jóvenes cuyos familiares eran desplazados. Por lo que buscan un blanco. Ellos ven a los homosexuales como su blanco”.
En el tiempo en que viajó por el sur, Broshears nunca defendió la violencia de frente al acoso o la brutalidad policiaca. Pero eso cambió una noche en agosto de 1966 en la cafetería Compton’s, un lugar popular a altas horas de la noche para transformistas. La gerencia y los trabajadores no estaban contentos con su clientela, y querían sacarlos. Un trabajador llamó a la policía esa noche, y llegaron con camionetas policiales, listos para retirar a la fuerza a los transformistas del merendero. Sin embargo, esta vez uno de los “travestis”, como diría después Broshears, respondió. Cuando un oficial de policía puso su mano en un transformista para sacarla del merendero, ella lanzó café a la cara del policía. “Con eso, tazas, platos y bandejas empezaron a volar por todo el lugar y todos dirigidos a la policía”, escribió después Broshears.
Se dio un disturbio. Los transformistas hicieron volar las azucareras a través de los ventanales del frente, quebrando vidrios en todo Compton’s. Más policías llegaron. Pero los parroquianos del bar no se echaron atrás, dijo Broshears, y usaron sus “bolsos extremadamente pesados” para golpear a los policías en la cara, y atacarlos “abajo del cinturón”. Había tal vez 60 transformistas, y rebasaron a la policía. Cuando llegaron más autos policiacos, algunos manifestantes incendiaron una patrulla y convirtieron en cenizas un puesto de periódicos.
“Nos cansamos de que nos acosaran”, comentó después Amanda St. Jaymes, una mujer transgénero que estuvo en el disturbio. “Queríamos nuestros derechos”.
A la noche siguiente, después de que se instalaron nuevos vidrios, los transformistas se presentaron de nuevo y rompieron las ventanas otra vez. Hay un poco de debate con respecto a si Broshears participó en el disturbio o simplemente escribió sobre eso después. Susan Stryker, profesora e historiadora LGBT, dice que “es plausible o incluso posible” que él estuviera allí esa noche. De cualquier manera, comenta,
Broshears “ciertamente era el abanderado, en cuanto a hacer la crónica del incidente”. Hoy, es considerado el primer disturbio LGBT en la historia estadounidense. Como lo dice Stryker: “Años de resentimiento acumulado hirvieron esa noche”.
“NADA ME DISGUSTA MÁS”
Para 1970, la ira de Broshears no se reservaba a la policía o las pandillas violentas. Frecuentemente atacó a los grupos homosexuales más adinerados, como la Sociedad por los Derechos Individuales (SIR, por sus siglas en inglés); creía que estaban demasiado cómodos trabajando con la dirigencia de la ciudad. No creía en un cambio paulatino. “Quiero el bien total de la gente”, dijo a un reportero. “Me importa una chingada si les caigo bien o no”.
Y lo demostró. En una manifestación, montó una crucifixión falsa en las escaleras de una compañía telefónica, después de que se acusó a la compañía de prácticas discriminatorias en la contratación. El ardid —y otros— recibió algo de atención, y a menudo usó esa atención para criticar no solo a su blanco, sino lo que veía como la flojera de otros grupos por los derechos de los homosexuales. “Nada me disgusta más que un maricón que se hace a un lado”, le comentó al Berkeley Barb durante la crucifixión.
La tensión entre Broshears y los principales grupos homosexuales aumentó en octubre de 1971 durante el anual “Baile de Bellas Artes” del Gremio de Taberneros, una fiesta elegante para la comunidad LGBT. Broshears no fue invitado, pero se presentó con miembros de su grey. Organizó un piquete en el baile, gritando en un altavoz que el evento “degrada a los gais y travestis de la calle, así como a las mujeres”. Algunos en el Gremio de Taberneros llamaron a la policía para quejarse de que un “radical lunático”, según el Berkeley Barb, y un puñado de “exconvictos, prostitutas y pacientes mentales” arruinaban su evento. Los policías obligaron a Broshears a retirarse, pero su grupo se quedó al cruzar la calle, abucheando a los invitados cuando entraban.
Los grupos LGBT principales odiaban a Broshears tanto como él los odiaba. Winston Leyland, editor de Gay Sunshine, que reportaba noticias sobre la liberación homosexual, llamó a Broshears “la persona más dañina para el movimiento”.
De cualquier manera, era difícil negar su impacto en la vida LGBT en la ciudad. Alrededor de un año antes de que creara a Las Panteras, en junio de 1972, Broshears ayudó a organizar el primer desfile por el orgullo gay de San Francisco. El evento fue un éxito: alrededor de 15,000 personas se presentaron. Pero para Broshears, fue un desastre personal que terminó casi en una pelea con un grupo de lesbianas de San José.
Según un recuento publicado, el incidente comenzó en la esquina de Pine y Montgomery en el Distrito Financiero antes de que comenzara el desfile. Un grupo de mujeres, descritas como las “Lesbianas Radicales de San José”, se acercaron a Broshears y un hombre anónimo en un traje gris. Las mujeres llevaban una pancarta que decía: “Abajo el poder de la verga”. Broshears sintió que esta pancarta era “obscena” y les dijo que no podían portarla. Luego, supuestamente se las arrebató de las manos y la hizo pedacitos. Mientras tanto, el hombre del traje gris al parecer amenazó a las mujeres con un cuchillo que afirmó tener en su portafolios.
Luego esa tarde, las mujeres enfrentaron a Broshears de nuevo. Esta vez, testigos lo vieron “lanzar su cuerpo en medio de las mujeres, tirando golpes furiosamente en todas las direcciones”. La multitud lo jaló, y después más de una organización gay condenó el comportamiento de Broshears y exigió una disculpa.
Al año siguiente, a Broshears no se le permitió participar en el desfile, pero para entonces, él ya había puesto la mira en algo más grande.
Al verano siguiente, estaba de pie frente al atril, escopeta en mano, y anunció la formación de Las Panteras Lavanda. La reacción de los grupos principales fue rápida y negativa. “El reverendo Sr. Broshears no representa a la comunidad gay de San Francisco”, dijo Frank Fitch, el entonces presidente de SIR, en una conferencia de prensa. “Sentimos que el uso de la violencia para responder a la violencia no resuelve nada”.
“¡LOS HOMOSEXUALES CONTRAATACAN!”
En agosto de 1973, después de que Broshears creó su grupo de justicieros, Bill Sievert, un reportero independiente de Rolling Stone, recuerda vívidamente la noche en que los acompañó en una ronda. Rememora que se sentó en un autobús Volkswagen blanco, con un par de tipos a su izquierda y derecha sosteniendo tacos de billar y cadenas de metal. Broshears estaba al frente con la escopeta. “Estaba aterrorizado”, comenta Sievert. “No quería tener una pelea con nadie”.
Broshears ocasionalmente les decía a los reporteros que su escopeta no estaba cargada, pero según Rleigh, llenó los cartuchos de sal de roca para que, si le disparaba a alguien, no solo le rasgara la piel, también le quemaría. Broshears estaba apegado a su arma y una vez presumió que una descarga de ella “dejaría un agujero en un hombre lo bastante grande para manejar un tanque a través de Georgia”.
Sievert no recuerda si la escopeta estaba cargada esa noche, pero sí recuerda cómo adolescentes manejaban sus carros a través de la Misión, el Castro y el Tenderloin a altas horas de la noche, gritando insultos antigáis y amenazando con violencia. “Si caminabas hacia tu coche a altas horas en la noche, o salías de un bar en el Castro, y tenías que caminar varias cuadras hacia la Misión, estabas nervioso”, dice. “Sabíamos que había pandillas de muchachos que apalearían a los homosexuales”.
Las Panteras Lavanda, dice, ofrecían protección. Incluso tenían una línea telefónica a la que la gente podía llamar por ayuda. “Los policías no estaban especialmente interesados en nosotros”, recuerda Sievert, “[y] la gente se enteró de que había este grupo miliciano de maricas allí afuera que te atacarían con cadenas y bates de beisbol”.
A principios de 1974, Broshears empezó a dirigir a Las Panteras para patrullar Folsom Street, en parte debido a una serie de asesinatos en el área. Estos luego serían conocidos como los asesinatos “Cebra”, en los que un grupo de hombres que se hacían llamar “Los Ángeles de la Muerte” les dispararon y mataron a por lo menos 15 personas y tal vez muchas más. Durante este lapso de homicidios —de 1973 a 1974—, Broshears hizo la aseveración extraña de que el “jefecito popó” de la policía de San Francisco, Donald Scott, estaba demasiado ocupado en jugar a ser “estrella de cine” como para hacer su trabajo de detective. Según afirmó Broshears, al contrario de la policía que metía la pata, “la Patrulla Pantera ha golpeado dos veces a una pandilla… pero por supuesto que Las Panteras no tienen el poder de arrestar, solo ‘poder de apalear’”.
Elliott Blackstone, sargento de policía asignado al distrito donde Las Panteras operaban, dijo que hubo casos ocasionales de palizas a los transformistas y acoso policial, pero no al grado que afirmaba Broshears. “No hay duda de que este tipo de problemas existe”, dijo a un reportero en 1974. “Pero simplemente no pienso que sea ni remotamente tan malo como Ray quiere hacértelo creer”.
De hecho, Broshears tenía una reputación de exagerar y mentir. “Era un poco como Donald Trump”, dice Sievert. “No aceptaba críticas. Estallaba por las cosas más raras. Y nunca estabas seguro de qué creer. Ray te decía algo, y no lo tomabas como el evangelio porque Ray lo dijo”.
Jim Boyd-Thompson, otrora un Pantera Lavanda, está de acuerdo. Se ríe ante la sugerencia de que Broshears y Las Panteras repartían palizas todas las noches. “Solo caminábamos por el vecindario y nos veíamos malotes”, dice.
Añade que Broshears a menudo inflaba el tamaño de las patrullas (Broshears dijo que tenía 21 Panteras, pero posiblemente más bien eran nueve, según un reporte por entonces). La mayoría de ellos solo portaba gas pimienta, altavoces, cadenas y tacos de billar. A veces, Broshears le mentía a un reportero diciendo que todos portaban escopetas.
Pero Las Panteras sí patrullaban partes de la ciudad, caminando junto al rompeolas en el Golden Gate Park, alumbrando con linternas los baños de hombres, buscando a cualquiera que pudiera necesitar ayuda. En las noches entre semana, viajaban por allí en un auto y saltaban tan pronto como veían problemas. Los fines de semana, dijo Broshears, duplicaban el turno con dos autos y una patrulla de pie.
Incluso si no todos portaban escopetas, la presencia de Broshears y Las Panteras alarmó a muchos residentes, y la comunidad se dividió entre apoyarlos o no. Poco después de que se creó el grupo, un columnista de periódico llevó a cabo entrevistas en la calle en el Tenderloin, preguntándole a la gente cómo se sentía con respecto a la patrulla gay justiciera. “Pienso que es fantástica”, dijo Ernie Hase, un arquitecto, al periódico.
Jim Tarplee, un recepcionista telefónico y voluntario del Centro Manos que Ayudan, también era solidario. “No defiendo la violencia”, comentó. “Sin embargo, ya que la gente apaleaba a los homosexuales y la policía no los protegía, tal vez Las Panteras Lavandas son la respuesta”.
No todos estaban tan complacidos de que justicieros armados patrullaran las calles. A principios de 1974, Jim Ward, dueño de un bar, fue a la oficina de Broshears a encararlo por Las Panteras. Broshears le dijo que su grupo era necesario para proteger a las personas transgénero y homosexuales. Ward se rio. “Oh, Ray, eres el más grande marica de por aquí, y lo sabes”. Un reportero que observó esta escena aceptó que Broshears no dijo nada, solo sonrió tímidamente. “A pesar de las bravatas y blandir una escopeta —escribió el reportero—, el fundador de Las Panteras Lavandas es un maricón de corazón”.
Si eso era cierto, Broshears trató de ocultarlo. El 12 de septiembre de 1973, Broshears afirmó que Las Panteras contraatacaron valientemente cuando llegó una pandilla a San Francisco de la vecina Sunnyvale para robar a los homosexuales. Broshears luego escribió en su revista autopublicada, la Gay Crusader, que durante la escaramuza, uno de los miembros de la pandilla gritó: “Necesitamos algo de dinero fácil, ¡así que vinimos aquí a quitarles algo, maricones!”. Broshears afirmó que Las Panteras Lavanda aparecieron blandiendo armas, “Pantera Terrence” dio un “par de bofetadas en la cara”, y los jóvenes corrieron. “Pantera Terrence tal vez haya alterado las ideas futuras de este vándalo con respecto a ‘patear maricas’, como lo llaman los vándalos”, escribió Broshears.
Otras veces eran los Panteras quienes resultaban lastimados. En 1974, Broshears le comentó a un reportero que una lesbiana de la pandilla de Los Panteras requirió más de 12 puntadas para cerrar una cuchillada en su garganta que recibió en una “batalla con algunos de los más serios asaltamaricas”.
Es claro que Broshears disfrutaba de la atención que la tropa vigilante le atrajo. A principios de 1974, la revista Coast (ahora extinta) puso su imagen en la portada. En esa foto —tomada por una joven Annie Leibovitz, según los créditos— él sostiene una escopeta por encima de su cabeza mientras un joven se esconde detrás del cuerpo enorme de Broshears. Este posa bajo un titular que dice: “¡Los gais contraatacan!” John Parker, el reportero de Coast, escribió que a Broshears “le gusta crear un aire amenazador de sí mismo, gritándole hijo de puta a cualquiera a la menor provocación”.
Conforme se corrió la noticia de Las Panteras Lavandas por todo el país, algunos hombres incluso se envalentonaron. Mientras revisaba los archivos personales de Broshears, hallé varias cartas dirigidas a él. Una de Michigan dice: “Queridos señores; he decidido salir del clóset. Me gustaría que pudieran enviarme cualquier información sobre su organización”. Otro hombre escribió desde Tennessee, contándole a Broshears que empezaba a tener “fantasías homosexuales” y le solicitaba su asistencia. “La suya es la única organización que yo sepa que puede ayudar”, le escribió. “No hay nadie localmente con el cual [sic] puedo hablar de estos sentimientos”.
Luego añadió un P. S.: “Esto no ayuda a mi matrimonio”.
CORREO DE ODIO Y AMENAZAS DE MUERTE
Para la primavera de 1974, mientras continuaba recibiendo más atención por Las Panteras, Broshears urdió un plan ambicioso; una postulación de último minuto al Congreso en el Distrito 5 de San Francisco. Broshears calculó que tenía 3,000 seguidores, pero una postulación a un cargo era una apuesta potencialmente peligrosa.
Por más que Las Panteras le hubieran dado fama, la asociación también le dio mala reputación. Broshears recibía correos de odio y amenazas de muerte con regularidad. Una carta anónima que le enviaron decía: “Maten a todos los transformistas” y “Maten a todos los homosexuales” una y otra vez.
Algunos sentían que Broshears y su grupo exacerbaban la violencia en el Tenderloin. “Ya es tiempo de que alguien te dé un puñetazo… asqueroso cubo gordo de mierda”, le escribió un anónimo. “La gente como tú no merece que lo llamen humano”. Postularse al Congreso —como un clérigo gay justiciero que llama abiertamente a la violencia contra la policía— lo convirtió en un blanco aún más grande. “Si Broshears fuera asesinado —dijo Blackstone, el sargento de policía de San Francisco, según la historiadora LGBT Christina Hanhardt—, necesitarán el Auditorio Cívico para contener a los sospechosos”.
Pero Broshears no permitió que las amenazas de muerte lo detuvieran. Presentó el papeleo y registró la planilla Partido Paz y Libertad. En una de sus primeras entrevistas como candidato, atacó el complejo militar-industrial, dijo que quería que California se separara y favoreció la nacionalización de la atención médica, y afirmó que uno de sus primeros actos como congresista sería liberar a todos los prisioneros sentenciados por crímenes sexuales o marihuana. Y declaró: “Estados Unidos se ha convertido en una democracia corporativa, que es una palabra linda para decir fascismo”.
No obstante, conforme aumentó la fama de Broshears, su estabilidad mental empezó a sufrir. El propósito de Las Panteras era ir tras quienes apaleaban homosexuales e investigar crímenes no resueltos. Pero en septiembre de 1973, Broshears se involucró en un altercado violento con miembros de su grupo de voluntarios, incluido Tarplee.
Fui incapaz de localizar a Tarplee para este artículo. Pero al unir las piezas de lo sucedido a partir de artículos noticiosos y las remembranzas de Broshears, parece que este lanzó a Tarplee y otro hombre a través de una plancha de vidrio en el Centro Manos que Ayudan. La policía llegó y arrestó a Broshears el 15 de septiembre de 1973. Le comentó a la gente que planeaba presentar cargos por falso arresto, pero nunca lo hizo. Finalmente, los cargos fueron retirados. Tarplee y el otro hombre, Domic Berte, dijeron a The Advocate que se habían convertido en “enemigos” de Broshears y la policía necesitó intervenir. “La ley debe tomar una postura ahora para detener a este hombre y su campaña de odio”, dijo Tarplee. Cuando un reportero de Advocate le pidió su comentario, Broshears lo amenazó y dijo que lo demandaría y “haría otras cosas” si escribía un artículo.
A pesar de esto, sus seguidores sentían una devoción casi de culto por él. Pero su paranoia —y el fervor creciente de sus detractores— aumentó. Rleigh, su amiga cercana, me cuenta que Broshears creía que la CIA y el FBI estaban envenenándolo. En cierto momento, purgó a dos miembros de Las Panteras, afirmando que eran “infiltrados”.
Broshears también empezó a usar epítetos raciales, algo extraño en un líder por los derechos civiles. En el artículo de Coast sobre Las Panteras, describió cómo una patrulla de este grupo vigilaba a un grupo de padrotes que manejaban un Cadillac blanco y supuestamente eran responsables de cinco palizas y robos. “Odiaría ser uno de esos negros hijos de puta cuando los encontremos —dijo—. ¿Porque sabes lo que van a ser cuando les echemos el guante? ¡Negritos!”
¿Qué llevó a Broshears a usar este lenguaje? El reportero de Coast no enfrentó a Broshears por ello, pero Greg Pennington me confirmó que Broshears a menudo tenía exabruptos en los que decía cosas racistas (e incluso sin sentido). Pennington dice que por varios años, a mediados de la década de 1970, tuvo una amistad tumultuosa con Broshears hasta que se cansó de lidiar con él. “Era racista; usaba la palabra con N. eso me molestaba mucho”.
Durante su postulación al Congreso, Broshears evitó cualquier escándalo relacionado con la raza. Pero su búsqueda de un puesto político era quijotesca. Casi no tenía dinero para una campaña y fracasó en hacer avances entre los votantes más progresistas y liberales. Ningún periódico lo apoyó. Usó su revista, la Gay Crusader, para imprimir anuncios gratuitos de sí mismo, pero los anuncios no estaban bien hechos. “El reverendo Ray Broshears tal vez sea un trago amargo que pasar —escribió—, pero cuando lo haces, te verás en muy buena forma”.
La contienda no fue cerrada. Broshears consiguió 3,999 votos, alrededor de 2.4 por ciento del total. La derrota, aunque era inevitable, fue un golpe a su ego, un golpe que pronto precipitaría una caída más grande.
“NO TENÍA VERDADEROS AMIGOS”
Rleigh, la vieja amiga de Broshears, sabía que la mala reputación de Las Panteras era una sangría, tanto para él como para el grupo. La primera vez que se conocieron, ella estaba recién salida de la preparatoria, trabajaba para una estación receptora de llamadas en San Francisco y grababa mensajes para el Centro Manos que Ayudan. Recuerda que un día él llamó a su oficina, gritando sobre algo. No recuerda qué, pero dice que le gritó de vuelta, y él se echó atrás. “A partir de entonces, simplemente llegué a conocerlo de una manera que otras personas no llegaron a hacerlo. Tal vez porque era mujer, y era alguien que de verdad lo encaraba, y él no estaba acostumbrado a eso”.
Luego, ella empezó a ser voluntaria en el Centro Manos que Ayudan y pasó tiempo llevándose bien con Broshears y ganándose su confianza. A pesar de que se presentaba como un hombre gay duro y miliciano que blandía una escopeta por todo San Francisco, sabía que era un tipo lastimado y aterrorizado. Comenta que, a altas horas de la noche, Broshears la llamaba entre lágrimas, sollozando. “La mayor parte del tiempo, pienso que Ray era extremadamente paranoico —dice Rleigh—. Pienso que tenía miedo. Pienso que se sentía solo y temeroso”.
Ella continúa: “Pienso que no tenía verdaderos amigos. La gente que conocía se le pegaba porque tenía una reputación en la ciudad, o la gente se le pegaba porque también tenían miedo. Pero pienso que en cuanto a amigos verdaderos, eran muy, muy pocos. Y pienso que fui realmente uno de ellos. Tal vez la única”.
También hubo rumores persistentes con respecto a Broshears y los jóvenes a quienes atendía. “Sé que Ray podía ser un verdadero sátiro”, me cuenta Rleigh. “Podía en verdad aprovecharse” de la gente. Ella dice que Broshears en ocasiones les ofrecía, a quienes huían de casa y los trabajadores sexuales, un quid pro quo al darles comida, servicios legales y albergue a cambio de sexo, aunque ella nunca supo de un caso en el que forzara físicamente a alguien.
Rleigh cree que mucho del comportamiento aberrante de Broshears derivaba de un trauma a principios de su vida. En una entrevista de 1972 con The Advocate, Broshears dijo que no fue simplemente dado de baja de la armada en la década de 1950 por “razones médicas”, fue atacado sexualmente.
“Supe que fue violado”, comenta Rleigh. “Sé que esa experiencia lo dañó de muchas maneras. Pienso que eso es parte de la razón por la cual existía su lado oscuro… Cambió su vida. Cambió quien era él”.
Stryker, la historiadora LGBT, no sabía del incidente, pero a través de su investigación de los escritos de Broshears, concluye que este “parece haber experimentado violencia física en su contra y parece estar traumatizado, por decir lo menos”.
318 CARTAS DE APOYO
Las Panteras Lavandas tuvieron un final abrupto en la primavera de 1974. Una noche de sábado, a finales de abril, unos cuantos adolescentes lanzaban globos con agua hacia el bar Pendulum en la 18th Street cerca de El Castro, un popular sitio de reunión gay. El cantinero salió a detenerlos, y los chicos supuestamente lo empujaron. Alguien debió llamar a la línea directa de Las Panteras, porque el grupo llegó poco después de que empezó la refriega. Cuatro Panteras —dos hombres y dos mujeres— empezaron a gritarles a los jovencitos, según Broshears. Los padres de los adolescentes se quejaron con la policía, y el 8 de mayo Las Panteras sostuvieron una reunión con el Departamento de Policía de San Francisco.
Los policías luego le dijeron a Broshears que él y las Panteras serían arrestados a menos de que se desbandaran. Broshears quería seguir luchando por aquello en lo que creía, pero como le dijo a un reportero por entonces, un teniente de la policía le explicó su opción en términos escuetos. “Aplastaremos a Las Panteras Lavandas como bichos”, supuestamente dijo el policía, y Broshears sería enviado “río arriba” si no dejaban de “hacer desmanes”.
En una conferencia de prensa el 22 de mayo, Broshears declaró que disolvía el grupo. Pero también afirmó que había sido un éxito. Añadió que había recibido 318 cartas de apoyo de gente de todo el país y que Las Panteras “contribuyeron mucho en el sentido de concienciar sobre la seguridad personal” a las personas que vivían en el Tenderloin.
Años después, Mendenhall, el periodista del Bay Area Reporter, concluyó que, a pesar de las exageraciones de Broshears, el grupo trajo a casa un mensaje importante. “Las personas homosexuales no son maricas. Y [ellos] usarán la autodefensa” cuando sea necesario.
EL FANTASMA DE OSWALD
En los años siguientes, Broshears continuó sus protestas, pero para finales de la década de 1970, ganaba peso y se recluía más y más. “Tenía muchos más problemas de salud”, comenta Rleigh. “En realidad, no era una persona muy feliz. Sufría de mucha depresión. Era muy triste… No sentía que tuviera una buena vida”.
Todavía montó un baile anual transformista en Fort Miley, pero su activismo menguó. Sus diatribas en la Gay Crusader se hicieron más furiosas, y empezó a enviar cartas extrañas. En una, contactó a una televisora local y exigió que transmitieran más episodios de Benny Hill.
Según supe, Broshears también estuvo bajo escrutinio del FBI. En un reporte, de mediados de la década de 1970, un agente escribe que Broshears llamó a las oficinas de la agencia en múltiples ocasiones. “Se volvió paranoico al insinuar que el gobierno federal pretendía arrestar y dispararles a todos los homosexuales”, escribió el agente, cuyo nombre estaba editado. “Divagaba sobre Lee Harvey Oswald, Sirhan Sirhan, y toda una gama de otras personas que habían sido descritas como homosexuales”.
¿Broshears estaba volviéndose loco? Él mismo escribió que sufrió una lesión cerebral en la armada que le provocó una especie de disfunción. Le planteé esta teoría a Pennington, el amigo de Broshears, pero no está de acuerdo. “Lo que vi fueron señales de total esquizofrenia”. De hecho, el archivo documentado del FBI sobre Broshears incluye un reporte de 1969, el cual decía que había sido diagnosticado en un hospital de Palo Alto como alguien con “reacción esquizofrénica” y era “paranoico [e] incompetente”, entre otras cosas.
De cualquier manera, algunas de sus aseveraciones les parecieron extrañas a muchos de sus contemporáneos. Afirmaba que una vez vivió con David Ferrie, el piloto estadounidense de quien algunos suponen que tuvo una participación en el asesinato del presidente John Kennedy. Pero como lo dice el escritor Adam Gorightly en su In Caught in the Crossfire: Kerry Thornley, Oswald and the Garrison Investigation, Broshears posiblemente “inventó toda su asociación con Ferrie”.
Para 1981, conforme su cuerpo y su mente continuaron deteriorándose, Broshears anunció que dejaría de publicar la Gay Crusader. “De nuevo, gracias a todos los que nos han ayudado, nunca podrán saber cuánto significó”, escribió. “Las comunidades de pobres, viejos y gais de San Francisco… fueron ayudadas porque fuimos simplemente lo que fuimos: honestos y sin afán de hacer billetes”.
SOLEDAD EN EL TENDERLOIN
El 10 de enero de 1982, mucho después de que Las Panteras Lavandas se habían desbandado, Rleigh recibió una llamada telefónica de Elmer Wilhelm, un amigo de Broshears: Ray estaba muerto. Sucedió a un mes de su cumpleaños número 47. Rleigh me cuenta que Broshears fue hallado solo en su apartamento en el 990 de Geary Street, tres días después de que murió, todavía vestido con su pijama. Una autopsia luego revelaría que una hemorragia cerebral lo mató.
Broshears ya había estado fuera de la mirada del público por varios años, y líderes LGBT mejor considerados habían cobrado fama, en especial Harvey Milk, el activista por los derechos de los homosexuales que fue asesinado en 1978. Para el momento en que Broshears murió, muchos en San Francisco lo habían olvidado. Quienes sí lo recordaban discutían sobre su legado. Mendenhall, el periodista del Bay Area Reporter, les pidió su reacción a varios activistas homosexuales y políticos. Jim Foster, expresidente de SIR, le dijo: “Pienso que su muerte afectará a la comunidad aquí por el grado en que tuvo la capacidad notable de unir muchos intereses diversos opuestos a sus posturas. El creó tantísima controversia que terminó uniendo al resto de nosotros”. Blackstone, el oficial de policía de San Francisco, dijo: “Ray amaba a la gente, pero no sabía cómo decir eso. Nunca pude entender su amargura”.
En sus últimos días, Broshears escribió su propio obituario, y lo firmó con el nombre de Rleigh. “No sé por qué hizo eso”, comenta ella. “Tal vez fue una manera de decirme adiós, y agradecerme de alguna manera… En verdad no lo sé”. El obituario contenía una historia breve de su crianza, junto con varias fotografías de él en manifestaciones de las que estaba orgulloso. Incluso hizo la puesta en papel. Era clásico de Broshears: allí estaba él en una foto, manifestándose afuera del hospital Langley Porter en 1972, protestando por la terapia de electrochoque. En otra, posa con un altavoz en City Hall, protestando por la brutalidad policiaca. Y, en una más, afuera del Centro Manos que Ayudan, con su amada escopeta. Después de una larga lista de logros, Broshears escribió la coda de su propia vida: “¡Ray anduvo en todas partes!”.
Como lo dijo Randy Johnson, un activista amigo suyo, a Mendenhall: “Hizo todas las cosas correctas de la manera incorrecta”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek