Ya nadie cree realmente que la forma de nuestra cabeza es una ventana hacia nuestra personalidad. Esta idea, conocida como “frenología”, fue desarrollada por el médico alemán Franz Joseph Gall en 1796 y fue enormemente popular en el siglo XIX. Actualmente, suele ser recordada por su oscura historia al ser utilizada en sus últimos tiempos para apoyar estereotipos racistas y sexistas, y por sus lazos con la “eugenesia” nazi.
Sin embargo, a pesar de haber caído en desgracia, la frenología como ciencia nunca ha sido sometida realmente a un análisis neurocientífico riguroso. Es decir, hasta ahora.
Investigadores de la Universidad de Oxford han hackeado su propio software de escaneo cerebral para averiguar, por primera vez, si verdaderamente existe una correspondencia entre las protuberancias y los contornos de nuestra cabeza y distintos aspectos de nuestra personalidad. Los resultados fueron publicados recientemente en un artículo científico abierto, pero también fueron enviados a la revista Cortex.
¿Pero porque creían los frenólogos que las protuberancias del cráneo podrían ser tan informativas? Sus enigmáticas afirmaciones se basaban en unos cuantos principios generales. Los frenólogos creían que el cerebro estaba compuesto de “órganos” separados, responsables de distintos aspectos de la mente, como la autoestima, la precaución y la benevolencia.
También concebían al cerebro como un músculo: cuanto más se usaba un órgano en concreto, tanto más aumentaba su tamaño (hipertrofia), mientras que las facultades menos utilizadas se encogían. De esta forma, el cráneo se amoldaba para alojar esos picos y valles de la superficie cerebral, proporcionando un reflejo indirecto del cerebro y, por lo tanto, de las características dominantes del carácter de una persona.
A pesar de su popularidad inicial, la frenología comenzó a perder el apoyo de los científicos en el siglo XX debido a críticas metodológicas y a que no fue posible reproducir distintos hallazgos. Gall utilizó un número limitado de casos para definir la ubicación de correspondencias entre protuberancias y rasgos: con frecuencia, estudió solamente a algunas personas, como su familia y amigos. En otras ocasiones, se basó en estereotipos dudosos y ofensivos. Su método también era cuestionable: el médico analizaba la cabeza de sus sujetos con las puntas de los dedos hasta que comenzaba a “detectar patrones”.
Aunque el interés en esta teoría tuvo un resurgimiento en el siglo XX tras el desarrollo de disciplinas como la evolución, la criminología y la antropología, pronto fue abandonada casi por completo.
Una muestra más grande
Sin embargo, con un espíritu de diversión científica, mis colegas decidieron poner a prueba esta vieja teoría. Lo hicieron al reconfigurar distintas partes de un sofisticado software, diseñado originalmente para el análisis cerebral mediante imágenes obtenidas por resonancia magnética. Aunque normalmente estas herramientas descartan cuidadosamente todas las partes del cráneo, permitiendo analizar únicamente el cerebro, los investigadores las modificaron para hacer lo contrario: relegar todo el cerebro y mantener los huesos craneales para su análisis.
A partir de esta estructura superficial, podrían crear un mapa detallado de los contornos (protuberancias) de cráneos individuales. Haciendo uso de la mayor base de datos de imágenes cerebrales disponible públicamente en el Reino Unido, los científicos adquirieron una enorme muestra de datos de casi 6,000 personas. Junto con los datos del cerebro, esta base de datos también contiene una gran cantidad de información derivada de cuestionarios demográficos y de estilo de vida, así como pruebas de lenguaje y cognición realizadas a los participantes.
Los científicos eligieron las 23 divisiones de estos datos que mejor coincidieran con los 27 factores de personalidad de la frenología. Algunos de ellos presentaban una coincidencia muy estrecha, como la “eventualidad” de la frenología (es decir, la aptitud para recibir educación), y la versión moderna: “edad en la que terminó su educación de tiempo completo”. De manera similar, “tono”, (sentido de los sonidos, talento musical) de la frenología coincidió con “profesión musical”.
Antes de comenzar a enlazar estos rasgos de personalidad con las características del cráneo, los científicos buscaron rasgos superpuestos (por lo que si una persona presenta un rasgo, también tenderá a presentar otro) y encontraron algunas asociaciones bastante divertidas. Por ejemplo, descubrieron que existe una relación muy positiva entre el rasgo “capacidad amatoria” (es decir, la excitación de sentimientos de deseo sexual) y “palabras”. En concreto, resulta que cuantas más parejas sexuales haya tenido una persona, tanto mayor será su fluidez verbal en una tarea en la que se requiera repetir una lista de palabras.
El veredicto
Sin embargo, lo que no encontraron, fue “ningún efecto estadísticamente importante o significativo” en relación con el cráneo. Esto significa que no pudieron hallar ninguna correlación entre los contornos del cráneo y los 23 rasgos de personalidad seleccionados para reflejar aquellos propuestos por la frenología.
Además, y para minar una premisa más profundamente fundamental, demostraron que no había ninguna correspondencia entre la curvatura del cerebro y los contornos del cráneo. Es decir, no existe ninguna forma en que las partes protuberantes del cerebro hubieran empujado al cráneo para generar esas protuberancias, es decir, que el cráneo no es un reflejo de la superficie del cerebro.
Obviamente, esto no es ninguna sorpresa dadas las débiles premisas “científicas” en las que se basaba la frenología. A pesar de lo anterior, esta fue una de las primeras disciplinas en reconocer que las distintas partes del cerebro tienen funciones diferentes. Desafortunadamente, los frenólogos no lograron averiguar cuáles eran realmente esas funciones: se centraron principalmente en el cerebro como sede de la mente (actitudes predominantes, predisposiciones, etcétera) en lugar de hacerlo en las funciones más fundamentales que sabemos que controla: motricidad, lenguaje, cognición, percepción y otras. Sin embargo, para bien o para mal, la frenología es considerada ampliamente como una disciplina que cambió el juego en el terreno científico, de la cual surgieron las raíces de muchas disciplinas científicas, pero también pseudocientíficas.
En términos generales, parece ser que, como declaran los propios investigadores, la tecnología “digital” de aquella época (que consistía en “digitar” el cráneo, es decir, tocarlo con los dedos) no era ningún rival para la tecnología de imágenes por resonancia magnética de la actualidad. Una infame disciplina histórica finalmente es investigada, y surge un divertido juego de palabras científico: un exitoso día de trabajo para el equipo de Oxford.
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Harriet Dempsey-Jones es investigadora postdoctoral en Neurociencias Cognitivas en la Universidad de Oxford
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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lee el original aquí.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek