El arranque de un nuevo año tradicionalmente es el momento en el que, en lo personal y lo colectivo, se visualiza el inicio de un nuevo ciclo y se plantean metas, aspiraciones y buenos propósitos. Pareciera ser que las 12 campanadas que cierran el llamado año viejo anticipan una nueva y mejor era, y se habla de un año próspero de paz, armonía y felicidad. Apenas hace unos días, en las principales ciudades del mundo se vivió con algarabía, música, fiestas y fuegos artificiales el inicio del año 2024. Nada más efímero que suponer que un cambio en el calendario occidental nos encamina a un mundo mejor.
El consumismo galopante del capitalismo que se exacerba en las fiestas decembrinas, sin distingos religiosos o culturales, no hace sino desviar la atención de los graves problemas que aquejan a la humanidad y que ponen en riesgo la propia estabilidad del planeta. Ese mismo consumismo exacerbado propio del modelo capitalista es, sin lugar a dudas, uno de los grandes responsables del deterioro medioambiental.
La llamada fast fashion, la obsolescencia programada, el relevo continuo de gadgets, laptops, teléfonos inteligentes y demás bienes de consumo generan año con año millones de toneladas de basura cuyo impacto medioambiental es denunciado por centenares de organizaciones no gubernamentales y grupos medioambientalistas. No obstante, las empresas y los Estados prestan poca atención a estas demandas.
VIVIMOS UN PERIODO DE PROFUNDA VIOLENCIA
La tan anunciada transición energética también parece ser un discurso necesario para legitimar presupuestos millonarios de organismos internacionales, como el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente o la Conferencia de las Partes (COP), órgano supremo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, cuya reunión anual tuvo verificativo en Dubái (COP28) hace apenas poco más de un mes con escasos resultados.
En paralelo a esta crisis ecológica, vivimos un periodo de profunda violencia. La guerra ruso-ucraniana, que se anticipaba sería breve, está por cumplir ya dos años y sin claros visos de que llegue a su fin.
Por otra parte, el conflicto Hamás-Israel ha derivado en el peor genocidio de lo que va del siglo XXI. La limpieza étnica del pueblo palestino en la Franja de Garza es vista con indiferencia por los principales gobiernos occidentales encabezados por Estados Unidos y la Unión Europea. Y aunque diversas voces de la sociedad civil se alzan para señalar esta masacre, los aliados de Israel no dejan espacio para una acción efectiva.
En tanto, la Organización de las Naciones Unidas, inmovilizada por el veto de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad, no hace sino proclamar resoluciones denunciando los hechos, pero sin tomar acciones concretas que aminore el sufrimiento de millones de niños, mujeres, ancianos y población en general.
Hoy se cuentan más de 50 conflictos armados en el mundo: Yemen, Somalia, Eritrea, la crisis en la República Democrática del Congo, los continuos golpes de Estado en la región del Sahel, los conflictos entre Guyana y Venezuela, la crisis humanitaria en Haití.
LA SOCIEDAD CIVIL SE ENCUENTRA ALETARGADA
Además, tenemos la violencia estructural que se vive en países como México, en donde el crimen organizado pareciera tener el control de ciertas regiones frente a la permisiva política de “abrazos y no balazos” del gobierno en turno. Y ello nos hacen recordar que la paz y la seguridad están muy lejos de la vida cotidiana de millones de personas en el planeta.
Lo que en un momento es noticia rápidamente deja de figurar en los titulares de la información y las redes sociales, lo cual no significa que estas crisis lleguen a su fin. Lo único que llega a su fin es su cobertura mediática.
La sociedad civil se encuentra aletargada, inmóvil ante la tragedia humana que viven millones de habitantes en el planeta, e incluso inactiva ante los efectos que provoca la crisis ecológica que amenaza con hacerse más grave. Hoy la normalización de la violencia y la deshumanización son la peor pandemia que se padece.
El año 2024, por más brindis y buenos augurios, no muestra señales claras que permitan pensar que estos lastres encontrarán una solución. Muy por el contrario, las crisis, las guerras, la violencia en todas sus manifestaciones y las violaciones sistemáticas a los derechos humanos y demás crímenes de lesa humanidad seguirán siendo las dinámicas que caracterizarán este nuevo año. N
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Luz Araceli González Uresti es profesora investigadora de Relaciones Internacionales de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tec de Monterrey. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.