Tal vez nunca sepamos, a ciencia cierta, qué pasa por la cabeza de nuestros perros. Pese a ello, hace unos años, Gregory Berns, neurocientífico de la Universidad de Emory, decidió que trataría de averiguarlo. El catalizador del esfuerzo de Berns fue su minúsculo pug, Newton, un perrito color dorado, de naturaleza amistosa y con un lunarcito negro en la mejilla que hacía pensar en un joven Robert de Niro. Cada noche, a lo largo de más de una década, Newton trepaba en la cama con el matrimonio Berns, apretujaba su cabecita redondeada en la axila del neurocientífico y, casi de inmediato, se ponía a roncar ruidosamente. ¿El de ese perro era amor?
Aquella rutina persistió incluso después de que la artritis obligó a Newton a usar un diminuto carrito adaptado a sus patas traseras, gracias al cual podía seguir desplazándose, si bien necesitaba ayuda para subir en la cama.
Cuando Newton finalmente falleció, a la venerable edad de 97 (en años caninos), el devastado Berns se puso a reflexionar en la naturaleza de la relación con su mascota. En efecto, amó profundamente al chiquitín. Pero, ¿acaso Newton sintió lo mismo por él? El neurocientífico trató de no ahondar mucho en esa interrogante, pues le resultaba muy triste contemplar la posibilidad de que, para el animalito, la relación se haya reducido, nada más, a recibir premios de comida o un juguete nuevo para roer. ¿Cómo era posible que alguien supiera, realmente, lo que pasaba por la cabeza de un animal?
PRUEBAS DE RESONANCIA MAGNÉTICA
Meses después, Berns tuvo una idea repentina mientras miraba un reportaje televisivo sobre un perro adiestrado que participó en la operación militar para capturar a Osama bin Laden. Si un perro era capaz de conservar la calma durante una redada militar, tal vez pudiera lograr que su nueva terrier se mantuviera inmóvil dentro de una máquina de resonancia magnética mientras él escaneaba su actividad cerebral para averiguar lo que estaba pensando.
A partir de entonces, Berns ha escaneado los cerebros de más de 100 canes; ha publicado sus resultados en dos libros; y se ha establecido como el pionero de un campo de investigación que crece rápidamente y que recibe el nombre de “cognición canina”, el cual ya empieza a arrojar información sobre las enigmáticas conductas de nuestros fabulosos amigos peludos de cuatro patas.
En estos momentos, laboratorios de cognición canina en las universidades de Yale, Duke, Arizona, Portsmouth, Barnard College, Florida y una extensa variedad de instituciones de todo el mundo están expandiendo el acelerado campo del comportamiento animal. De hecho, hace poco, el consorcio internacional ManyDogs Project —integrado por investigadores que trabajan en Austria, Polonia, Italia, Canadá, Estados Unidos, Argentina y otros países— concluyó un primer estudio colaborativo que habrá de publicar a fines del presente año.
La información obtenida hasta el momento no solo confirma mucho de lo que los dueños de mascotas han sospechado desde siempre, sino que está transformando la percepción científica sobre los perros. Y es que, lejos de ser animales tontos, pero con buen olfato, como solía pensarse, nuestros amigos cuadrúpedos poseen una enorme inteligencia especializada que los convierte en los colaboradores y compañeros ideales de las personas. Además, el perro tiene mucho amor.
LOS PERROS NO SON TONTOS
A lo largo de milenios, nuestros canes se han convertido en animales colaborativos, dotados de la maquinaria neurológica necesaria para entender desde dinámicas sociales complejas hasta ideas abstractas. Nuestras mascotas pueden “leer” y evaluar las emociones humanas con gran precisión; entienden nuestro lenguaje; e incluso son capaces de hacer señales rudimentarias.
Y, de paso, el nuevo campo de la ciencia canina también está buscando respuestas a la pregunta más apremiante para Berns y los propietarios de mascotas de todo el mundo: ¿mi perro me quiere de verdad?
La humanidad ha domesticado perros desde hace, por lo menos, 32,000 años (10,000 más que a los caballos). A la fecha, unos 700 millones de perros viven en todo el mundo. Aunque la gran mayoría no tiene hogar, muchos tienen dueños que los tratan como si fueran personas en miniatura, vistiéndolos con impermeables, suéteres y botitas.
ROPA, SECRETOS Y MUCHO AMOR PARA NUESTRO PERRO
Son tantos los miramientos y amor que le prodigamos a nuestro perro que, en 2021, el mercado mundial de la ropa para animales superó la marca de 5,200 millones de dólares. Compartimos nuestros secretos más íntimos con nuestras mascotas; modificamos nuestros periodos vacacionales para adaptarlos a sus necesidades; e incluso los colmamos de regalos y lujos, desde perreras especiales hasta bocaditos de cuero sin curtir.
Los científicos que estudian animales tienden a menospreciar la capacidad cognitiva de los perros; actitud que, en parte, deriva de la idea errónea de que la domesticación los volvió tontos. Un ejemplo es el infame experimento de 1985, en que investigadores de la Universidad de Michigan determinaron que los lobos lograban activar un mecanismo para abrir una puerta con solo ver a un humano haciéndolo, mientras que los perros domesticados no parecían entender lo que pasaba. Su conclusión, obviamente, fue que los perros eran estúpidos.
UN CASO DE AMOR CON UN PERRO CALLEJERO
Esa impresión cambió a fines de la década de 1990 y los primeros años del siglo XXI, todo gracias a una innovadora investigación que corrió a cargo de los etólogos húngaros Vilmos Csányi y Ádám Miklósi, junto con sus colaboradores de la Universidad Eötvös Loránd de Budapest.
Sucedió que, un invierno, cuando Csányi y su esposa salieron de excursión por las montañas cercanas, se detuvieron un momento para acariciar a un perro callejero de lo más sociable. Cuando el matrimonio decidió regresar a casa, el perro los siguió ocho kilómetros, abriéndose paso en la nieve, hasta que el etólogo optó por llevarlo en brazos el resto del camino. Flip (como dieron en llamarlo) era blanco y marrón, tenía las patas muy cortas y, encima, parecía un ewok, esos personajes bípedos y peludos de las películas La guerra de las galaxias. En muy poco tiempo, Flip se convirtió en un miembro indispensable de la familia y terminó por conquistar a todos los amigos y parientes de los Csányi. ¿A qué se debía que aquel “macho peludo, bajito y a todas luces criollo” fuera tan cautivador?
Flip era como prueba viviente de que el concepto de que los perros carecían de inteligencia resultaba completamente falso, ya que su capacidad para introducirse en la vida de los humanos no era menos que una hazaña evolutiva prodigiosa. “Los perros poseen la inteligencia suficiente para sobrevivir en una familia humana”, sentenció Miklósi. “Logro que, de por sí, es bastante complejo y que los lobos son incapaces de reproducir. De hecho, [a los lobos] les resulta muy difícil establecer relaciones sociales con otras especies”.
PODEROSOS VÍNCULOS EMOCIONALES Y DE AMOR HUMANO-PERRO
Csányi y Miklósi decidieron estudiar el proceso mediante el cual humano y perro forjan poderosos vínculos emocionales y de amor. En su calidad de etólogos, conocían de sobra la literatura científica existente sobre el “apego”, proceso por el que progenitores y crías de las distintas especies —incluida la nuestra— llegan a formar vínculos emocionales perdurables.
En opinión del dúo de científicos, humanos y perros forjaban vínculos a través de un proceso que imitaba el de los progenitores humanos y sus hijos.
La teoría de Csányi y Miklósi se fundamentaba —parcialmente— en la conducta doméstica de Flip, la cual Csányi encontraba extrañamente familiar. “Cuando contaban dos o tres años, mis hijos comenzaron a exigir toda mi atención. Querían tocarme y que los tocara”, rememora. Y la conducta de Flip era “muy similar”.
En un primer experimento con voluntarios, Miklósi y Csányi pusieron parejas de perros con sus dueños en una habitación desconocida, repleta de cosas interesantes que podían explorar, y tomaron nota de las interacciones. Los animales y sus humanos exhibieron conductas prácticamente idénticas a las que, desde hace mucho, los psicólogos del desarrollo han observado en los bebés humanos bien adaptados y sus madres. Para los etólogos, la razón era que los dueños proporcionaron el fundamento de seguridad que necesitaban los perros, y esa seguridad permitía que los animales exploraran su nuevo entorno, si bien manteniendo siempre el contacto visual y observando atentamente las señales de sus humanos. La implicación de aquella conducta se hizo evidente: de alguna manera, los perros habían “jaqueado” el sistema con que los humanos respondemos a la ternura, y que propicia la vinculación.
EL PERRO SECRETA OXITOCINA, LA LLAMADA DROGA DEL AMOR
En años recientes, otros científicos que han expandido esa investigación han hallado que, cuando un perro y un humano forman vínculos, cada caricia y cada contacto visual hace que los animales secreten oxitocina: la poderosa “hormona del amor” que propicia la formación de vínculos entre madre e hijo y que, entre otros efectos, reduce la frecuencia cardiaca y la presión arterial. Más aun, las caricias también elevan los niveles de endorfinas y dopamina (la hormona que nos hace “sentir bien”), tanto en las personas como en los perros.
Otros estudios afirman que, a diferencia de los lobos, nuestros compañeros peludos han evolucionado dos a tres veces más músculos faciales de contracción rápida. Dichos músculos les permiten agrandar los ojos como hacen los bebés humanos, y ese gesto evoca las mismas expresiones faciales y respuestas verbales que los progenitores humanos utilizan con sus hijos.
De hecho, los animales de refugios caninos que tienen más éxito para encontrar un nuevo hogar son los más diestros para hacer lo que ha dado en conocerse como “ojitos de cachorro”. Por otra parte, los perros que secretan más oxitocina tienden a fijar más la mirada en sus dueños, y esto hace que el humano responda mirándolos más a los ojos, lo cual perpetúa el ciclo de mayor liberación de oxitocina y dopamina, y refuerza el vínculo.
INTELIGENCIA SOCIAL
La capacidad de los perros para crear vínculos con otras especies no se limita a las personas, como atestiguará cualquiera que también tenga un gato en casa. En su libro de 2005, Si los perros pudieran hablar, Csányi describe a Jumpy, un perrito parecido a un dachshund [perro salchicha] al que sus propietarios solían agasajar con un estofado de conejo, manjar que la mascota disfrutó durante muchos años hasta que, una Pascua, la familia compró un conejo vivo que se convirtió en el compañero de juegos favorito de Jumpy. Sin embargo, cuando el conejo terminó convertido en estofado, el perro no solo se dio cuenta, sino que rechazó su porción del platillo y “se pasó tres días silencioso, cabizbajo y sin comer”, escribió Csányi. A partir de ese día, Jumpy nunca volvió a consumir carne de conejo.
No se trata, nada más, de que los perros sean tan lindos que no podamos resistirnos a ellos. Varias investigaciones han confirmado que nuestras mascotas están programadas para la colaboración y la sociabilidad; para percibir nuestras emociones y limitaciones con una claridad pasmosa; y, como es cada vez más evidente, para aprender y recordar información y rituales complejos.
Csányi constató, casi de inmediato, la rapidez y la facilidad con que Flip terminó por entender y asimilar las reglas de la casa. El hogar del etólogo estaba repleto de objetos pequeñitos, y si bien Flip era muy activo y “tendiente a la efervescencia”, jamás derribaba ni rompía las cosas.
ROMPER O NO LAS REGLAS
Cada vez que Csányi le daba la indicación de tomar algo de una mesa —digamos, una pelota o un juguete—, la mascota, invariablemente, tomaba el objeto con un “cuidado exquisito”. Pero si al hacerlo movía otra cosa de manera accidental, “se detenía de inmediato y pedía ayuda con un ladrido o volviendo la cabeza para mirarme”.
Aquella conducta hizo que Csányi y Miklósi cuestionaran el para entonces emblemático experimento de Michigan que comparó lobos con perros domésticos. La premisa de los etólogos: era muy posible que los perros fueran capaces de activar el mecanismo de la puerta después de observar cómo lo hacían las personas, pero tal vez se contenían porque no se atrevían a romper las reglas.
Csányi y Miklósi decidieron reclutar 28 parejas de humanos y perros para un nuevo estudio. A tal fin, construyeron un artefacto muy complicado que ofrecía recompensas de comida. El mecanismo requería que las mascotas tiraran de las asas de unos platos de plástico que contenían el premio, pero que estaban colocados detrás de una cerca de alambre.
Los etólogos observaron que los perros que vivían en exteriores (es decir, los que pasaban casi todo el día en el patio o el jardín, por lo que presuntamente estaban más acostumbrados a ser independientes) se desempeñaron mejor que sus primos caseros en la tercera parte de los casos. Por su parte, los perros de casa tendían a mirar a sus propietarios como pidiendo permiso para tomar el plato situado al otro lado de la cerca. No obstante, una vez que recibían autorización, se desempeñaban igual de bien que sus congéneres más independientes.
CAPACIDAD DE COMPRENSIÓN DE LOS PERROS
A continuación, los etólogos pusieron a prueba la capacidad de comprensión de los perros. A tal fin, ocultaron comida en uno de varios recipientes dispuestos dentro de una habitación, a la que hacían entrar a las mascotas para que adivinaran cuál contenedor tenía el alimento. Para realizar este ejercicio, los investigadores proporcionaron varias pistas: miraban fijamente el recipiente; movían la cabeza hacia el contenedor; o incluso lo señalaban directamente.
Aquí cabe señalar que cuando esta prueba se aplica a bebés humanos, los niños suelen interpretar la indicación rápidamente, mientras que simios y chimpancés casi nunca logran superar el experimento sin antes recibir el adiestramiento necesario. Pues bien, igual que los niños pequeños, los perros aprendieron rápidamente. Y así, los animales de estudio muy pronto comprendieron que, para encontrar el alimento oculto, debían obedecer las pistas de los científicos.
Diversos experimentos de “señalización” han proporcionado las primeras evidencias directas de que la capacidad mental de los perros no solo les permite entender ideas abstractas, sino también interpretar las motivaciones de los miembros de una especie completamente distinta, afirmó el Dr. Evan MacLean, biólogo evolutivo y científico cognitivo, quien también es fundador y director del Centro de Cognición Canina de la Universidad de Arizona. Y más aún: el hallazgo apunta a que el estudio de los perros podría contribuir a la comprensión del rasgo de sociabilidad que ha permitido que los humanos tengamos tanto éxito.
LA ESENCIA DE LA CONDUCTA COOPERATIVA
“Señalar es un comportamiento esencialmente cooperativo”, añadió MacLean. “Si, como humano, te señalo algo mientras tratas de averiguar qué significa, inmediatamente concluirás que mi motivación es cooperar. Pensarás que sé algo que tú desconoces, y que si señalo es porque quiero ayudarte. Tal es la esencia de la conducta cooperativa. Otros animales no pueden hacer lo mismo”.
Los perros prestan mucha atención no solo a los ademanes humanos, sino también a nuestras expresiones faciales. Las investigaciones más recientes demuestran que son capaces de diferenciar entre expresiones de alegría, ira o repulsión. Saben si una persona está triste o contenta. Sus corazones laten más rápido que cuando ven imágenes de caras expresivas. De hecho, evitan las expresiones de enfado y prestan más atención a los rostros que manifiestan temor.
Eso explicaría por qué los perros guía son tan eficaces para ayudar a los ciegos a navegar por el mundo y a evitar el tránsito; y también por qué los perros de terapia brindan consuelo a niños traumatizados, reos de crímenes violentos que purgan cadenas perpetuas, adultos mayores que empiezan a desarrollar demencia, y estudiantes universitarios estresados que están preparándose para un examen. La razón es, simplemente, que leen las emociones humanas y responden en consecuencia.
Cada vez hay más evidencias de que la inteligencia de los perros va más allá de lo social y lo emocional. Al parecer, también abarca conductas más complejas.
BUENOS JUECES DE CARÁCTER
Los perros pueden hacer juicios rápidos y simultáneos acerca de la bondad o la utilidad potencial de los humanos con los que tienen contacto (como demostró Flip cuando decidió adoptar a los Csányi en aquella montaña húngara). Más aún, parece que tienen la capacidad de acumular archivos mentales muy sofisticados sobre cada persona con la que entran en contacto, y utilizan esa información para adecuar su comportamiento.
La capacidad para evaluar el carácter es una cualidad humana fundamental que aparece desde los cinco meses de edad. Zachary Silver —investigador recién doctorado de Yale y quien, en breve, comenzará a operar un laboratorio en la universidad Occidental College de Los Ángeles, California— reclutó parejas de actores con objeto de probar la capacidad de los perros para emitir juicios de carácter. Para el experimento, uno de los participantes debía fingir que robaba un portapapeles o dañaba deliberadamente a otra persona, mientras que el segundo actor se mostraba amistoso y entregaba el portapapeles a un individuo que parecía estar buscándolo.
A continuación, los dos actores ofrecían al perro, simultáneamente, una recompensa de comida. De las 37 mascotas que participaron en el estudio, dos terceras partes prefirieron la recompensa que ofrecía el actor amistoso. Es más, otros experimentos han demostrado que, a la larga, los perros dejan de responder a las “pistas” de los humanos que los engañan a menudo.
“En términos de inteligencia social, la capacidad de los perros para evaluar el mundo social es muy semejante a la de los humanos”, afirmó Silver.
NINGÚN PERRO SE SEPARA DE SU DUEÑO
Por supuesto, las personas que tienen mascotas siempre han sabido esto. Por ejemplo, la mayoría de los dueños de perros tímidos sabe que su compañero peludo observa atentamente las interacciones con extraños, y que suele mostrarse amigable con los humanos que tienen interacciones positivas con su amo. Aun así, los perros parecen entender que esa relación es diferente porque, sin importar cuánto conozcan o acepten a la otra persona, ningún perro se separa de su dueño para seguir a un humano amistoso, a menos que viva con su cuidador.
La comunicación con los perros es bidireccional. En una adaptación del experimento de señalamiento, se pidió a los propietarios que salieran de la habitación mientras los investigadores ocultaban comida a plena vista de los animales. Una vez que el amo regresaba al cuarto y se le pedía que buscara el alimento, el perro casi siempre hacía alguna señal, como caminar entre el escondite y su humano, o indicarle la ubicación con la mirada.
Csányi comprobó la disposición de los perros de ayudar a sus humanos el día en que sufrió una fuerte caída en una escalera resbalosa. En aquella ocasión, Flip corrió a su lado, lo lamió y permaneció junto a él hasta que pudo levantarse. Y años después, cada vez que topaban con el mismo tramo de escaleras resbalosas, Flip se ponía junto a Csányi y lo observaba atentamente hasta que pasaban la zona de peligro. Ahora bien, llegado el verano, el animalito parecía saber que esa misma escalera no representaba una amenaza.
DISTINTOS ESTADOS INTERINOS
El ladrido es un medio de comunicación muy eficaz. Durante un experimento con perros de la raza húngara mudi (animal de faena parecido al pastor alemán y al border collie), Miklósi grabó a sus sujetos de estudio jugando con otros perros; anticipando la gratificación de comida; topando con un intruso; y en muchas otras situaciones. Cuando reprodujo el video a un grupo de voluntarios y les pidió que adivinaran las circunstancias, tanto los propietarios como los no propietarios de perros identificaron correctamente la situación en la tercera parte de los casos: casi el doble de la tasa de probabilidad.
“Cuando los perros vocalizan, lo que en realidad expresan son distintos estados interinos”, explicó Miklósi. “Es decir, intentan comunicar algo sobre sus emociones”.
Al parecer, los perros tienen una gran capacidad para aprender nuevos métodos de expresión. Por ejemplo, Miklósi ha demostrado que, con apenas un poco de adiestramiento, los perros pueden imitar, espontáneamente, una amplia variedad de acciones humanas, como inclinarse, saltar, levantar una extremidad, dar vuelta en círculo… e incluso operar una máquina que arroja pelotas.
Debido a su aparente dominio del lenguaje, la sheepadoodle Bunny ha captado 8 millones de seguidores en TikTok (un sheepadoodle es la cruza de un viejo pastor inglés con un poodle o caniche). Bunny manifiesta sus necesidades y deseos pisando los botones de un tapete diseñado para niños con dificultades de comunicación, en el que cada botón está vinculado con palabras específicas como “paseo”.
Y, ahora, con la intención de determinar la utilidad de esas herramientas para ayudar a los no humanos a comunicarse, investigadores de la Universidad de California en San Diego están evaluando las afirmaciones sobre Bunny.
LOS LÍMITES DE LOS PERROS “GENIO”
Es verdad que el caso de la sheepadoodle parece uno de los tantos absurdos de TikTok. Sin embargo, la interrogante de cuánto pueden entender los perros —y por qué algunos entienden más que otros— es uno de los campos de investigación más activos en estos momentos.
Todo se inició hace más o menos una década, con el descubrimiento de Chaser: un border collie de inteligencia extraordinaria. El Dr. John Pilley —psicólogo conductual de la Universidad Wofford College, en Carolina del Sur— adiestró a Chaser para identificar y recoger 1,022 juguetes por su nombre (el investigador describió toda la experiencia en 2013, en un exitoso libro titulado Chaser, Unlocking the Genius of the Dog Who Knows a Thousand Words). Por otra parte, Chaser era capaz de discriminar entre los verbos utilizados para describir una acción (por ejemplo, “jala” o “busca”). Y más aún: al pedirle que buscara un juguete específico con el que nunca había tenido contacto, el perro podía inferir de cuál se trataba a condición de que conociera los nombres de los otros juguetes presentados (presumiblemente mediante un proceso de eliminación).
Chaser hizo que los investigadores emprendieran la búsqueda de más casos de “perros genio”. En 2021, en plena pandemia, Miklósi creó un sitio web para registrar perros inteligentes (el etólogo sigue buscando candidatos) y convocó a una competencia muy publicitada de “perros genio”, la cual recibió amplia cobertura mediática en CNN y otros muchos medios de comunicación, con la finalidad de enfrentar animales capaces de reconocer vocabularios extensos (hasta el momento, Miklósi ha identificado 40 ejemplares en todo el mundo).
DISTINGUEN ENTRE CUATRO Y SEIS NOMBRES
Si bien la mascota promedio puede aprender a identificar uno o dos objetos, un perro genio tiene la capacidad de distinguir entre cuatro y seis nombres y, con un poco de adiestramiento, puede aprender hasta 80 o 100 nombres. En promedio, el tiempo requerido para que un perro aprenda el nombre de un objeto es de 10 a 15 minutos, y la palabra permanece en su memoria durante un mes, aproximadamente. El “truco cognitivo” mediante el cual los animales “aprenden” sigue siendo un campo de investigación muy activo; pero para llegar a una conclusión, Miklósi necesita reclutar más perros.
Algunos expertos aún cuestionan las afirmaciones anecdóticas sobre las habilidades de los perros. La Dra. Amritha Mallikarjun, investigadora postdoctoral de Penn Vet Working Dog Center, en la Universidad de Pensilvania (centro especializado en el adiestramiento y estudio de perros de búsqueda y rescate, detectores de explosivos y otros animales de servicio), asegura que, en términos generales, los propietarios de mascotas tienden a sobreestimar la capacidad de sus mascotas para entender el lenguaje. Al respecto, Miklósi reconoce que solo un porcentaje extremadamente pequeño es capaz de aprender 100 palabras o más.
Aun cuando es poco probable que los perros lleguen a recitar poemas, no hay duda de que parecen tener cierta afinidad por determinados idiomas. Mallikarjun ha demostrado que las mascotas que crecen con familias de habla inglesa muestran mucho más interés cuando alguien habla en español (y viceversa); y la razón, según la investigadora, es que la segunda lengua es una novedad para los animales.
UN PERRO NO HABLA NUESTRO IDIOMA, PERO SABE DAR AMOR
“No cabe duda de que aprenden a asociar una orden verbal con una acción o con un objeto”. Pero, técnicamente, “eso no significa que puedan hablar el idioma”, afirmó Mallikarjun. En la mayoría de los casos, lo que hacen los perros es interpretar el tono de la voz, y a menudo deducen el significado de la palabra según el contexto. Con todo, si la palabra no se acompaña de una pista, la mayor parte de los perros es incapaz de distinguir entre nombres y verbos.
“Por supuesto que puedo adiestrar a un perro para que presione un botón cuando quiere salir al patio”, prosigue la científica. “Incluso puedo adiestrarlo para que toque una campaña cuando quiera salir, como han hecho muchas personas. O también puedo esperar a que se acerque a mí para sacarlo al patio. No obstante, hasta ahora, Chaser es el único que ha podido demostrar que un objeto suele acompañarse de una acción, y que [nombre y verbo] son conceptos distintos”.
¿POR QUÉ TU PERRO SIENTE AMOR POR TI?
Los adelantos en tecnologías de imágenes cerebrales aportan tentadores indicios sobre lo que ocurre en el interior del cerebro de los perros. Y a decir de varias investigaciones, la manera como nuestros amigos peludos perciben el mundo es radicalmente distinta de la nuestra.
La Dra. Philippa Johnson es profesora asociada de diagnóstico por imagenología en el Colegio de Medicina Veterinaria de la Universidad de Cornell y, además, autora del primer atlas del cerebro canino, el cual divulgó hace poco. Esta investigadora ha descubierto que las regiones temporales del cerebro canino —las que intervienen en las emociones y la memoria episódica a largo plazo— son casi idénticas a las humanas, lo cual explicaría por qué tu perro puede vincularse tan bien con las personas, entender sus emociones y sentir amor.
LO QUE PASA EN EL CEREBRO DE TU MASCOTA
Sin embargo, la corteza frontal —sede del razonamiento abstracto, la resolución de problemas y el pensamiento imaginativo— es mucho más pequeña en los perros que en los humanos. En opinión de Johnson, esto apunta a que los perros viven “mucho más en el presente” que las personas, así que ni siquiera piensan en lo que pasará más allá de la siguiente comida o la próxima caricia.
Ahora bien, otras regiones encefálicas son mucho más grandes en los perros que en los humanos, y entre esas áreas se cuentan las que intervienen en el procesamiento visual, la función motora fina y el olfato. Por otra parte, Johnson ha mapeado extensamente las conexiones de “materia blanca” del cerebro de los perros, lo cual le ha permitido identificar las regiones encefálicas que suelen trabajar de manera conjunta.
Para la científica, el hallazgo más significativo es la identificación de una vía importante que solo ocurre en los perros. Dicha vía crea una conexión directa entre la corteza visual y los lóbulos olfativos (los que procesan olores), aunque también ha encontrado conexiones directas entre la nariz y la médula espinal que no están presentes en ninguna otra especie.
Gracias a esa conexión, cuando un perro olfatea un olor, este se procesa ocasionalmente en las regiones visuales del cerebro, lo cual podría explicar por qué algunas mascotas ciegas parecen conservar cierta capacidad para “ver”. En términos más generales, todo lo anterior se traduce en que la experiencia “momento a momento” de los perros podría depender de una interrelación muy compleja de percepciones visuales y olfativas.
¿UN PERRO SABE OLFATEAR EL AMOR O EL ESTRÉS?
Así pues, si los perros tuvieran un superpoder adicional al de la cognición social, ese sería el sentido del olfato. La nariz del perro es un millón de veces más sensible que la humana. Una persona promedio cuenta con unos cinco millones de receptores olfativos —minúsculas proteínas que detectan moléculas de olor individuales—, todos concentrados en una zona muy reducida en la parte posterior de la cavidad nasal. En comparación, el perro promedio tiene alrededor de 300 millones de receptores olfativos (60 veces más que cualquiera de nosotros) dispersos desde las fosas nasales hasta la parte posterior de la garganta. Más aún: según algunos cálculos, 35 por ciento del cerebro canino está dedicado al olfato, contra apenas 5 por ciento en el humano.
Tal es la razón de que, desde hace siglos, hayamos utilizado perros para olfatear forajidos o explosivos y drogas; para localizar innumerables víctimas y rescatar personas atrapadas bajo edificios colapsados. Es más, en años recientes, los hemos adiestrado para olfatear enfermedades como el cáncer y el covid-19.
La Dra. Clara Wilson, investigadora postdoctoral en el grupo Penn Vet Working Dog Center, ha descubierto que los perros son capaces de percibir el estrés de las personas. En un experimento, Wilson demostró que, al presentar a los animales un trozo de tela sobre el que un voluntario había exhalado para luego frotarlo contra su nuca, los perros casi siempre pudieron detectar si la persona acababa o no de realizar una tarea matemática difícil.
OLER EL PASO DEL TIEMPO
Wilson asegura que los perros también utilizan el olfato para seguir el paso del tiempo. Por ejemplo, pueden percibir la diferencia entre olores producidos hace cuatro o 12 horas. Es así como saben que ha llegado el momento de salir a dar un paseo, y también como anticipan la hora en que el dueño volverá a casa. También por eso, cuando salen a pasear, se detienen a olfatear la orina de sus congéneres. Y es que la orina contiene abundante información; por ejemplo, informa si una hembra se encuentra en celo o si el animal que orinó estaba estresado, contento o enfermo.
En un estudio, Wilson halló que los machos adultos de razas pequeñas tienden a expulsar la orina más alto (respecto de su talla) que los machos adultos más grandes, de lo que derivó la suposición de que esa conducta pretende exagerar el tamaño para incrementar la capacidad competitiva. La científica confirmó su teoría en un segundo experimento, en el cual hizo que los sujetos de estudio olfatearan muestras de orina para luego mostrarles imágenes de los perros que proporcionaron las muestras.
Según Wilson, cuando los sujetos de estudio vieron las imágenes de los congéneres cuya orina habían olfateado, muchos se mostraron sorprendidos al constatar que la fotografía no correspondía a la imagen mental que se habían formado. Es tanta la información que proporciona la orina, y son tantos los perros que acostumbran a orinar en el mismo sitio, que la investigadora y sus colegas han acuñado la expresión “sistema de correo de orina”.
LA CRIANZA SELECTIVA Y EL CEREBRO DE LOS PERROS
Es indudable que hay una gran variabilidad entre los encéfalos de un perro y otro. La Dra. Erin Hecht, directora del Laboratorio de Neurociencia Evolutiva y el proyecto Canine Brain de la Universidad de Harvard, estudia la manera como la crianza selectiva ha afectado el desarrollo cerebral de los perros. En una investigación publicada en 2019, Hecht trabajó con 62 animales de raza pura de 33 razas distintas, y encontró diferencias sustanciales en el tamaño de las regiones y las redes cerebrales según los rasgos de crianza seleccionados (es decir, dependiendo de que la crianza selectiva estuviera dirigida a producir perros de caza, pastoreo, vigilancia o simplemente, como compañía).
La científica halló una primera red que incluía las regiones cerebrales de recompensa que intervienen en la vinculación social con los humanos, el adiestramiento y el aprendizaje, y determinó que las regiones involucradas estaban más desarrolladas en las razas de “perros falderos”, como el maltés y el yorkshire terrier. Hecht descubrió también que las razas de cazadores que dependen del olfato y el gusto (como el beagle y el basset hound) presentan una segunda red neuronal que les permite lograr sus objetivos.
Asimismo, la científica identificó que un tercer grupo de regiones cerebrales (las que tienen que ver con el movimiento ocular, la visión, la navegación espacial y las áreas motoras que intervienen en el desplazamiento por un entorno físico) estaba más desarrollado en razas caninas que utilizan la vista para cazar, como los lebreles y los weimaraner.
VARIACIÓN CEREBRAL EN EL PERRO
Pero no es todo. Hecht describió una cuarta red que está presente en las razas de compañía (maltés y yorkshire terrier), la cual abarca las regiones cerebrales de orden superior que parecen activarse cuando los perros observan un rostro humano y escuchan vocalizaciones. Asimismo, determinó que los ejemplares de raza bóxer y bulldog (utilizados en peleas) tienen muy desarrollado un quinto grupo de regiones cerebrales que se activan en situaciones de temor, estrés o ansiedad, y regulan las respuestas conductuales y hormonales ante posibles amenazas y estresores ambientales.
Por último, la científica describió una sexta red que interviene en el procesamiento de estímulos olfativos y visuales, la cual, históricamente, se ha vinculado con animales que cumplen funciones policiales y militares, como los bóxer y los dóberman.
“La variación cerebral en los perros es mucho mayor que en cualquier otra especie”, asegura Wilson. “Y esto es consecuencia de la crianza selectiva. Los hemos hecho así, deliberadamente; y ahora, las distintas razas de perros poseen cerebros que están preprogramados para desempeñarse mejor en diferentes actividades”.
“El reto, ahora, es averiguar cómo piensan los perros y cómo perciben el mundo, porque han evolucionado para hacernos creer que son como nosotros”, prosigue la científica. “Han evolucionado para imitar la psicología humana. Mas eso no significa, necesariamente, que sus cerebros funcionen así. Lo que debemos hacer es quitarnos las ‘lentes de color humano’ para entender qué ocurre en sus cerebros. Y eso es muy difícil para nosotros”.
¿MI PERRO SIENTE AMOR POR MÍ?
Gregory Berns no se conformó con los hallazgos científicos en cuanto a la manera como los perros entienden el lenguaje, interpretan las intenciones humanas o emiten juicios de carácter acertados. Por ello, el neurocientífico siguió buscando la respuesta a la “gran interrogante” que planteara Newton: cada vez que su amado pug lo miraba con aquellos enormes ojos de cachorrito, ¿lo que manifestaba era amor de verdad?<
Debido a que Newton ya había “cruzado al otro lado del arcoíris”, Berns volcó toda su atención en la sucesora de Newton: una terrier de nombre Callie, a la que adiestró para que permaneciera tendida e inmóvil en el interior de una máquina de resonancia magnética: enorme dispositivo médico, con forma de dona, que Berns vigilaba atentamente cada vez que ofrecía alimento o elogios a su mascota, a fin de identificar el momento en que se activaban las áreas de recompensa del cerebro de Callie.
Y los hallazgos del neurocientífico fueron inequívocos: las palabras cariñosas activaban los centros de recompensa de la terrier con la misma intensidad que las galletas para perro, lo cual demostraba que Callie —y, por extensión, Newton— lo amaba tanto o más que a un delicioso bocadillo.
“Cuando alguien me pregunta ‘¿en qué está pensando mi perro?’, me parece que lo que en realidad quiere saber es ‘¿mi perro de verdad siente amor por mí?’”, reflexiona Berns. “Y la respuesta es ‘claro que sí’.
Ese afecto es sorprendentemente similar al que las personas experimentamos en una relación. [Nuestros perros] forjan vínculos sociales muy estrechos con nosotros, y eso les resulta intensamente gratificador”. En resumidas cuentas, la ciencia no ha hecho más que confirmar lo que siempre hemos sabido: el perro da y percibe amor. N
(Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek)