La historia de la humanidad ha estado marcada por luchas constantes entre los principales poderes en cada época, los cuales han pretendido posicionarse como hegemónicos y así establecer los principios, reglas y valores del orden mundial. Hoy no es la excepción, ya que nos encontramos frente a un reacomodo geoestratégico, cuyo principal protagonista es Estados Unidos.
El siglo XX fue el escenario del declive hegemónico de los últimos imperios y su lugar fue rápidamente ocupado por dos superpotencias que condujeron los asuntos mundiales desde el término de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de los 90.
La bipolaridad característica de la Guerra Fría que enfrentó por una parte a Estados Unidos de América con su brazo militar, la OTAN, y por otro a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, con su Pacto de Varsovia como brazo armado, vino a ser la relevada por el unipolarismo en el que la hegemonía recayó fundamentalmente en Estados Unidos y las democracias occidentales integrantes de la Unión Europea con su alianza noratlántica.
La lógica del poder en la geopolítica actual cada vez se complejiza aún más. Ya no solo hablamos de poder duro (hard power), sino de lo que autores han denominado poder blando (soft power), propiciándose con ello su descentralización y, por ende, las disputas hegemónicas se hacen en diversos frentes: el militar, económico, comercial, financiero y hasta cultural. Hoy la lucha por la hegemonía es multidimensional.
OJO, ESTADOS UNIDOS
Ninguna potencia ha sido permanente, distintos pensadores nos han hablado de su auge y declive. Paul Kennedy con su obra Auge y caída de las grandes potencias; Jean-Baptiste Duroselle con Todo imperio perecerá, o la clásica obra de Oswald Spengler, La decadencia de Occidente, dan cuenta de esto. Lo que explica por una parte la posición actual de Estados Unidos, que se resiste a su declive, en tanto que China y Rusia disputan progresivamente un rol hegemónico global.
El mundo ha dejado de ser unipolar, concediendo que realmente así lo haya sido las últimas tres décadas. Hoy nos encontramos con tres ejes de poder claramente visibles en los que Estados Unidos, China y Rusia evidencian una estructura policéntrica de actores múltiples.
Este policentrismo sería efectivo si y solo si la nueva geopolítica permitiera una coexistencia hegemónica en las que cada una de estas potencias respetase las zonas de influencia de sus adversarios. No obstante, la interdependencia compleja de las relaciones internacionales hace esto poco viable.
Estados Unidos pretende seguir teniendo liderazgo mundial, expandiendo su presencia militar a través de la OTAN a regiones muy próximas a Rusia.
En tanto, Rusia busca garantizar su cordón de seguridad protegiéndose de la avanzada occidental en sus áreas de influencia tradicional y expandiendo su posicionamiento en Asia central.
Mientras, China, no tanto por mecanismos militares, sino por su gran poderío económico, comercial, con inversiones en América Latina, África y muchos países de Asia, hace tambalear el predominio estadounidense.
Frente a este escenario, las continuas declaraciones del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, son preocupantes cuando insiste en que su gobierno apoyará a Taiwán ante cualquier avance chino. La política de ambigüedad estratégica que Washington mantuvo, prácticamente sin cambios desde 1979, cuando estableció oficialmente relaciones con Pekín, distanciándose formalmente de Taiwán, parece desvanecerse.
AMBIGÜEDAD ESTRATÉGICA
La “ambigüedad estratégica” mantuvo por décadas un equilibrio regional y cierta estabilidad. Hasta que el proyecto hegemónico chino bajo la autoridad de Xi Jinping parece poner en riesgo la autonomía relativa de Taiwán, lo que, a decir del gobierno estadounidense, representa una amenaza a sus propios intereses. Hoy Biden parece estar pasando de esa histórica posición de ambigüedad estratégica hacia una claridad estratégica pro-Taiwán.
En una reciente entrevista, Biden volvió a señalar que si China agrede a Taiwán su gobierno mandaría soldados para defender el país. Esto refrenda un cambio en la posición diplomática de Washington, haciéndola aún más incierta, ya que, por una parte, no ha reconocido la independencia de Taiwán de manera oficial, pero continúa respaldando la tesis de una sola China, a la que se suman prácticamente todos los miembros de las Naciones Unidas.
Sin embargo, las declaraciones de apoyo a Taipéi van en escalada tanto por las declaraciones del propio Biden, así como la visita de Nancy Pelosi el pasado mes de agosto a la isla, lo cual ha sido considerado por el gobierno chino como amenazas directas.
La disputa hegemónica es evidente. Mientras Rusia libra una guerra en Ucrania y China fortalece y amplía sus capacidades y posicionamiento, Estados Unidos parece generar condiciones de tensión que pueden llevar a una inestabilidad en todo el orbe.
Recordemos que todas las transiciones hegemónicas han estado enmarcadas por confrontaciones multinivel en las que la fuerza militar ha sido elemento clave en la redefinición de un nuevo equilibrio geoestratégico. N
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Luz Araceli González Uresti es profesora investigadora de Relaciones Internacionales de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tec de Monterrey. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.