El 4 de noviembre de 2020, Brianne Dressen acudió a una clínica de West Jordan, Utah, en Estados Unidos, para participar en un ensayo clínico de la vacuna covid-19 de AstraZeneca. Pocos minutos después de la inyección comenzó a percibir un hormigueo en el brazo y una sensación “rara” en los ojos.
En breve, los síntomas empeoraron. Desarrolló fiebre, escalofríos y el brazo se le entumeció. Llegó un momento en que la luz y el ruido la lastimaban tanto que debió ponerse orejeras y buscar refugio en una habitación oscura.
Para cuando ingresó en el servicio de emergencias del hospital de la Universidad de Utah, en Salt Lake City, el entumecimiento se había extendido a las extremidades inferiores.
No podía caminar y, además, había perdido el control de la vejiga y del intestino. “Fue aterrador”, recuerda Dressen.
Fue así como se inició la pesadilla de buscar tratamiento con médicos que desdeñaban sus síntomas y dudaban de que la vacuna fuera la causa. Y es que, aun cuando los efectos adversos de la vacuna contra el covid-19 son muy raros, quienes los padecen aseguran que el sistema de salud tiende a ignorarlos.
Esto puede deberse a la peculiaridad del problema, así como a lo novedoso de las vacunas anticovid-19. Aunque también es posible que la politización extrema de la pandemia haya agravado la situación. Y, así, algunos individuos que presentan complicaciones aseguran que muchos médicos se niegan a tomar en serio sus quejas, temerosos de diseminar desinformación y propiciar el rechazo de la vacuna.
Es más, las plataformas de redes sociales —Facebook, en particular— etiquetan como desinformación cualquier conversación sobre los efectos graves de la vacuna, lo que dificulta que los afectados formen grupos para compartir información.
“NUESTRAS VIDAS NO SON DESINFORMACIÓN”
“Quieren silenciarnos en todas partes”, escribió Dressen en un correo electrónico. “Nuestras vidas no son desinformación”, protestó en otra ocasión.
Se desconoce la cantidad de personas que desarrollan síntomas neurológicos a resultas de las vacunas. Según la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA), solo se ha observado un pequeño incremento del síndrome de Guillain-Barré (SGB; trastorno neurológico raro en el que el sistema inmunológico ataca los nervios periféricos).
Y eso, exclusivamente con la administración de la vacuna de Jansen, farmacéutica propiedad de Johnson & Johnson. Pese a ello, algunos entrevistados de Newsweek afirman que presentaron síntomas neurológicos graves tras la inyección de los inóculos de Moderna y Pfizer.
Para principios de marzo de 2022, el Sistema de Notificación de Reacciones Adversas a las Vacunas (VAERS) —base de datos nacional que coadministran la FDA y los Centros para el control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos [CDC]— había recibido más de 40,000 informes de síntomas neurológicos como hormigueo, acúfenos (zumbido en los oídos) y parálisis posteriores a la inoculación.
El Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos explica que el VAERS es un sistema de alerta temprana que permite detectar incidentes raros. No obstante, tiene limitaciones. Una de ellas es que se trata de una base de datos para “notificación pasiva” (es decir, depende de la información que proporcionan médicos, pacientes, familiares y demás).
Otra es que no verifica todos los informes, lo que se traduce en que los datos no sirven para determinar, de manera confiable, si el efecto secundario es consecuencia de la vacuna.
MÁS Y NUEVAS INVESTIGACIONES
Con objeto de aportar datos más precisos, científicos del Reino Unido hicieron el seguimiento de más de 32 millones de personas que habían recibido la primera dosis.
Según el artículo, publicado en octubre de 2021, los investigadores hallaron que la vacunación pudo ser responsable de 38 casos adicionales de SGB por cada 10 millones de adultos inoculados con AstraZeneca (vacuna no autorizada en Estados Unidos).
En cuanto al producto de Pfizer, los autores detectaron hasta 60 casos adicionales de hemorragia cerebral por cada 10 millones de personas.
Nadie discute que el virus supone un riesgo neurológico mucho mayor. Los científicos británicos descubrieron que la enfermedad bien pudo ocasionar 145 casos de SGB, 123 casos de trastornos inflamatorios (incluidas afecciones del cerebro y la médula espinal), así como 163 casos de debilidad muscular. Todos ellos, por cada 10 millones de personas infectadas.
Pongamos estas cifras en perspectiva: hasta el presente año, Estados Unidos ha administrado más de 570 millones de dosis de vacunas contra el covid-19, y dado que más de 250 millones de personas han recibido la inmunización, es muy probable que aumenten las complicaciones, incluso los casos más raros.
Por supuesto, un estudio aislado dista mucho de ser concluyente. Hace falta más información sobre los incidentes adversos para “hacer una evaluación continua de la relación riesgo-beneficio de las vacunas”, escriben los autores británicos. “Así pues, en este momento la prioridad científica global es identificar los incidentes adversos raros”.
Confirmar que sus complicaciones son raras no es consuelo para Dressen y otros pacientes, quienes tienen muchas dificultades para que los médicos tomen en serio sus padecimientos.
¿ANSIEDAD POR UNA VACUNA?
De 41 años y por lo demás sana, Dressen afirma que la mayoría de los médicos descarta la posibilidad de que la vacuna sea causa de los síntomas. De hecho, una reumatóloga describe su problema como una enfermedad “relacionada con el covid”.
La mujer recuerda que, cuando ingresó en el servicio de emergencias, los médicos pensaron en el diagnóstico de SGB, pero después lo descartaron. Más aun, un especialista opinó que los síntomas eran consecuencia de cuadros migrañosos. Al final, los doctores hicieron el diagnóstico de “ansiedad debida a la vacuna del covid-19”.
Muy angustiada por el deterioro de su salud, Dressen se puso en contacto con la Dra. Danice Hertz, gastroenteróloga jubilada de 65 años, quien también presentó complicaciones tras su primera —y única— dosis de la vacuna de Pfizer. La médica reveló que, entre otros síntomas, desarrolló acúfenos, opresión en el pecho, una sensación urente (ardor), así como entumecimiento de cara, lengua, cuero cabelludo y extremidades.
A resultas de ello, la especialista decidió formar un grupo de apoyo al que se han suscrito alrededor de 200 personas.
Debido a la escasez de atención sanitaria, el grupo brinda a sus miembros un espacio para compartir información y consuelo. Sin embargo, no es la única organización privada dedicada a las complicaciones neurológicas de la vacuna. Shaun Barcavage —enfermero investigador neoyorquino de 52 años— revela que, tras la administración de dos dosis de la vacuna Pfizer, experimentó hormigueos, acúfenos, cefalea (dolor de cabeza) y otros síntomas persistentes.
Inconforme con la respuesta de sus médicos, creó un grupo en Facebook dirigido a quienes también desarrollaron acúfenos después de la inoculación. Dicho grupo cuenta hoy con más de 3,300 miembros.
CLAUSURAS EN FACEBOOK
Dressen dice que, en un esfuerzo por reprimir la desinformación sobre las vacunas contra el covid-19, Facebook ha clausurado algunos grupos de apoyo que, aunque han reaparecido como páginas nuevas, perdieron numerosos miembros a causa de las medidas de la plataforma.
El propio Barcavage asegura que Facebook bloqueó temporalmente su grupo para revisar la publicación de un enlace vinculado con un trabajo de investigación, si bien después permitió que siguiera activo.
Algunos integrantes de esas agrupaciones han pedido que las autoridades de salud hagan un reconocimiento público de sus síntomas y creen conciencia en los médicos comunitarios.
De hecho, Dressen y un miembro del grupo de la Dra. Hertz se reunieron con un funcionario de la FDA e instaron a la agencia a reconocer la neuropatía de fibras pequeñas: trastorno del sistema nervioso periférico que puede ocasionar sensaciones de entumecimiento, hormigueo y calambres, considerado una complicación rara de la vacuna.
Por otra parte, Dressen dirigió a los CDC y a la FDA una carta que suscribieron 86 miembros de su grupo de apoyo. En ella escribió: “Somos daño colateral en el esfuerzo para detener la pandemia. Todos somos estadounidenses honestos y trabajadores. Creímos, sinceramente, estar haciendo nuestra parte al recibir la vacuna. Pero estamos sufriendo. Les rogamos que informen de estas reacciones a la comunidad médica, a fin de que recibamos la atención que nos hace falta y, con suerte, recuperemos las vidas saludables que tuvimos antes”.
Dos funcionarios de la FDA —la Dra. Janet Woodcock, por entonces comisionada interina de la FDA y actual comisionada adjunta; así como el Dr. Peter Marks, director del Centro de Evaluación e Investigación Biológica de la misma dependencia— respondieron vía correo electrónico prometiendo que investigarían el asunto (ninguno de estos funcionarios estuvo disponible para entrevistas con Newsweek).
SIN ALERTAS DE SEGURIDAD
Si bien la FDA se abstuvo de comentar sobre casos específicos, un portavoz envió a Newsweek un correo electrónico informando que los datos de la dependencia no sugerían que los síntomas neurológicos de los individuos inmunizados fueran más comunes de lo esperable en la población general, con dos excepciones: un leve incremento del SGB asociado con la vacuna de Janssen; y pérdida momentánea de la conciencia tras la administración de las tres vacunas aprobadas en Estados Unidos.
“Hasta ahora, los sistemas implementados para monitorear la seguridad de las vacunas no arrojan alertas de seguridad para efectos neurológicos graves posteriores a la inoculación, incluida la neuropatía de fibras pequeñas”, escribió.
A pesar de eso, algunos médicos señalan que los datos sobre efectos colaterales de las vacunas están incompletos.
“Muchos creemos que lo mejor sería hacer un monitoreo más sistemático de ese tipo de efectos secundarios”, comenta el Dr. John Patrick Whelan, profesor clínico asociado de pediatría en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). “En la gran mayoría de los casos no se hace un monitoreo activo de los individuos vacunados”.
En un correo electrónico, un portavoz de Janssen —filial que produce la vacuna de J&J— aseguró que la empresa se mantiene en comunicación con la FDA y demás autoridades sanitarias para compartir cualquier informe sobre las complicaciones de su vacuna.
También por esa vía, una vocera de Pfizer precisó: “Pfizer, BioNTech y las autoridades sanitarias realizan de revisiones de seguridad continuas, y los datos demuestran que nuestra vacuna mantiene un perfil de riesgo-beneficio positivo”.
En cuanto a las vacunas de Moderna y AstraZeneca, los fabricantes no respondieron a múltiples preguntas de Newsweek.
TAMBIÉN SE PROMUEVE LA DESINFORMACIÓN
Es posible que los esfuerzos de quienes buscan el reconocimiento de sus síntomas se vean embrollados en la política de la vacunación. Un ejemplo de esto es el abogado Robert Kenney Jr., generador de afirmaciones falsas sobre los riesgos de la vacuna, quien utilizó el caso de Dressen para promover la desinformación.
Y cuando Sheryl Ruettgers, integrante del grupo de Facebook de la Dra. Hertz, desarrolló “síntomas similares a un accidente cerebrovascular” tras la administración de la vacuna de Moderna, su marido, Ken —ex jugador de los Green Bay Packers— apeló en varias ocasiones al senador Ron Johnson (republicano por Wisconsin) para diseminar desinformación sobre los tratamientos y las vacunas anticovid.
De hecho, Johnson invitó a Dressen y otros a una conferencia de prensa celebrada en junio del año pasado, donde los afectados describieron las complicaciones que desarrollaron después de la vacunación. Conferencia que fue fuertemente criticada por los expertos en salud.
Dressen confiesa que dudó mucho en aceptar la convocatoria del senador. “Pero no había salida. Estábamos arrinconados”, escribió en un mensaje de texto. “Teníamos que aprovechar la oportunidad”.
En enero de 2021, el marido de Dressen se puso en contacto con el Dr. Avindra Nath, director clínico del Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares (parte de los Institutos Nacionales de Salud; NIH), quien se ofreció a colaborar con el equipo médico de Utah.
Dressen cuenta que el Dr. Nath habló por teléfono con sus tratantes y sugirió que probaran con la terapia de inmunoglobulina intravenosa (IGIV), la cual consiste en administrar anticuerpos obtenidos de la sangre de donantes sanos para complementar el sistema inmunitario del enfermo.
PEQUEÑOS LOGROS
Si bien ese tratamiento ofrece la posibilidad de mitigar algunos trastornos neurológicos —incluido el SGB—, Dressen afirma que sus médicos rechazaron la sugerencia de los especialistas de los NIH. Más aun, uno la previno de que su condición era “demasiado frágil” para someterse a esa terapia.
Por fin, los especialistas de los NIH ofrecieron hacer investigaciones adicionales y establecer un tratamiento, para lo cual Dressen tendría que trasladarse a Bethesda, Maryland. La mujer aceptó de inmediato.
Según consta en el expediente médico de la dependencia gubernamental, en junio de 2021 los especialistas hicieron los diagnósticos de neuropatía posterior a la vacuna (daño en los nervios periféricos), síndrome de taquicardia ortostática postural grave (incremento de la frecuencia cardiaca de, al menos, 30 latidos por minuto cuando el paciente se encuentra de pie), pérdida sensorial (en manos), así como de la memoria a corto plazo.
Por todo lo anterior, prescribieron infusiones de IGIV (el Dr. Nath se abstuvo de hacer comentarios sobre el caso específico de Dressen, arguyendo un posible conflicto de confidencialidad).
La paciente sigue recibiendo infusiones de IGIV cada dos semanas y afirma haber mejorado. Ha desaparecido la sensación de que el corazón se le sale del pecho, en tanto que el hormigueo y los calambres han disminuido un poco.
Dressen está tratando de acostumbrarse a vivir con una enfermedad crónica. Comenta que, aun cuando antaño disfrutaba de sus excursiones en las montañas, ahora tiene que conformarse con dar una vuelta a la manzana. A pie, si su estado físico lo permite, o en silla de ruedas cuando tiene un mal día. Su vida de antes —como maestra o practicando snowboarding— ya no es más que un sueño. N
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Joanna Broder es periodista científica. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.