Los significados de la comunicación política se desvanecen en interpretaciones ideológicas imperativas que más que invitar a la política ordenan que tipo de política. Se ha perdido el sentido de la izquierda política que consideran que su llegada al poder es deuda dialéctica; la derecha política sufre amnesia de la misma manera, consideran que su ingreso al poder es para sepultar la idea de las revoluciones. Ambas posiciones viven el desconcierto, prefieren convertirse en “Narcisos” enamorados de sí mismos y con aguda brújula siguen las haciendas públicas. Por su parte el “pueblo bueno” sigue pagando con su trabajo, impuestos, valores, comportamientos el financiamiento de la pseudopolítica. Una prueba de ácido, sin duda, es que la comunicación política se ha transformado en espectáculo, cada día más degradante de la real política.
Desde luego que los mercados que tanto odian las izquierdas están en sus propias carpetas mediáticas. La comunicación política se coloca desde una “vidriera” muy estética para consumos ficticios, son preferibles los placeres de espectadores pasivos, que la confrontación respetuosa, conceptuosa, argumentada, motivada, fundada, con la realidad, con el mundo de la pluralidad. Con esa inercia los auditorios prefieren la fogosidad teatral de los debates de tipo boxeo, en los que las palabras deberán noquear al adversario para griterío del buen pueblo, un cuadrilátero simbólico en que sobresalen los malabares del lenguaje, los mascarones emocionales, gestualidad y corporalidad pomposa, que muestre el pugilato del debatiente que basurea, subsume, humilla…, al Otro. Un espectáculo en que se exhiben: destrezas, aprensiones, astucias, una suerte de “caras y gestos” de juego televisivo. Los problemas sociales, urgentes, inaplazables… se quedan en olvidos.
La disrupción de nuevos fermentos de comunicación política que acorten el discurso y lo lleven a niveles pedagógicos se quedan en la castaña de las cosas olvidadas. No se trabaja comunicación política en segundos, ni hacer del instante la expresión más vigorosa de la nueva realidad de la información y la comunicación. Las actuales condiciones virtuales crean un reto para los políticos y una oportunidad de reivindicarse con el cuerpo electoral. Las imágenes y su transmisión creativa, disruptiva, compartida, junto a las posibilidades de audio permiten instantes con mensajes que estimulen y beneficien al colectivo. Pero, lamentablemente, lo que vemos y oímos es la espectacularidad de argumentos y gestos, signos y coreografías, con la se crean su personalidad mediática mediante la manipulación de las imágenes y las intenciones, con la falsedad de soluciones… Este distintivo crea los rostros teatrales de la política, los medios son crisol para la transformación de la comunicación política; falta un elemento en el circuito, el pueblo que valore y juzgue los hechos, las opiniones y premie o castigue en las urnas.
La política es una asignatura pendiente que debemos rescatar del “baratillo”, de la mercadotecnia, de los entresijos de la lucha del poder por el poder. La política sigue siendo la plataforma de las ideas, la idea del pueblo es una metáfora que vende en mercados clandestinos, estraperlos de campañas, el pueblo no tiene derechos, ni obligaciones, quien las tiene es la ciudadanía, los sujetos jurídicos que dan equilibrio al poder. Los fariseos de la política se solazan de hablar del pueblo y se constituyen personajes y personajas de un elenco de marquesina, la política, no la entienden. Su resultante es la creación de actores principales de la comedia del espectáculo político y, del lanzamiento de una de las aberraciones más agudas, hacer la transformación del Estado en espectáculo. La “personalización”, desgraciadamente, ha sido agraciada por los medios de comunicación, logra su efecto, que esos desempeños de comediantes sean aceptados y aplaudidos. Sin embrago, hay una enorme diferencia entre promesas y propuestas. El electorado toma decisiones de conformidad con la imagen que tiene de las candidaturas.
El cuerpo electoral aguarda siempre, es la esperanza que lo redima de las postraciones que padece. Para ello es preciso que la casulla política sea dignificada con pensamiento, obra y proyecto. Se requiere que al menos los mensajes cumplan con criterios mínimos: que lleguen a grupo etario que lo espera; que la comunicación sean tan creativa que sea posible su llegada sin voces ni gestos de los liderazgos; que su diseño sea diverso, variado en sexos, edades, culturas, educación…; que se despliegue una experiencia comunicacional, pública, rápida, instantánea, en la que las tipografías, colorimetrías, escenarios…, sean adecuados y deseables. En fin, una comunicación organizada bajo un principio de orden. Se deberá dejar atrás los paradigmas insostenibles de que las masas se muestran compactas y pendientes del discurso ideológico, las masas se comportan de maneras excepcionales.
La comunicación política demanda supervisión de la delicada tarea de gobernar o de la postulación por el poder público, concordancia e interpretación, transmisión de información, valores, virtudes, principios del Estado de Derecho. Que la ciudadanía tenga majestad.