ERA UNA CÁLIDA mañana de noviembre cuando Jolman Pérez López, de 14 años, salió a hurtadillas del hogar familiar en Corquín, Honduras, y desapareció sin dejar rastro. Decirle adiós a su familia habría sido demasiado doloroso; aparte, sabía que en cuanto se despertara su padre y no lo viera allí, sabría exactamente adónde había ido.
“Por aquí mucha gente se ha ido”, dice a Newsweek su padre, Julio Pérez, mientras se sienta en el porche de la casa que construyó para su familia. A través de los campos de las plantaciones de café que rodean su hogar, docenas de casas como la suya están deshabitadas. “Por lo menos 80 familias se han ido”, comenta Pérez. “Perdieron todo y tuvieron que irse… y justo ahora, estamos en las mismas”.
Como la mayoría de las familias en Corquín, en la región hondureña de Copán, la familia Pérez, por generaciones, ha dependido de la producción de café como un medio de ganarse la vida, y como una forma de vida.
Pero una tormenta perfecta de caída en los precios mundiales del café, emparejada con la propagación de una enfermedad que puede dejar una plantación fuera del negocio por años, ha obligado a las familias de toda la municipalidad a asumir una deuda insalvable, mientras que otras son obligadas a de plano huir de la región.
Esto último fue lo que López, quien no vio un futuro en seguir los pasos de su padre, trató de hacer al aventurarse en la travesía peligrosa del año pasado a Estados Unidos, donde esperaba encontrar trabajo y enviar dinero de vuelta a su familia.
Sin embargo, esos planes fueron parados en seco cuando él y su amigo de 17 años fueron detenidos por autoridades migratorias poco después de cruzar en balsas de Guatemala a México, y fueron puestos en un autobús de vuelta a Honduras.
“Quería una mejor vida”, dice López. “Fue una decisión difícil marcharme, pero estaba tan decepcionado y sentí que no había trabajo”.
Hay poco trabajo que hacer en muchas de las plantaciones de café de Corquín, pues han sido diezmadas por la propagación de una enfermedad conocida en Honduras como la temida roya, la cual provoca que las hojas se marchiten y evita el crecimiento de los granos.
En 2012, partes de Centroamérica, incluida Honduras, el quinto mayor productor mundial de café, fueron golpeadas por un brote importante de roya. Se calcula que algunas granjas latinoamericanas perdieron hasta 80 por ciento de su producción y 1.7 millones de personas perdieron su trabajo. Aun cuando partes de Honduras han sido capaces, en gran medida, de recuperarse, Corquín no es una de ellas, con pocos recursos regionales y los precios bajos del café obstaculizando la capacidad de los dueños de combatir la enfermedad.
En cuanto una sola planta da señales de roya, toda la plantación está en riesgo, y el impacto es duradero. Puede demorar hasta cuatro años para que las nuevas matas empiecen a dar frutos.
“Perdieron todo y tuvieron que marcharse… y justo ahora nosotros estamos igual”.
Con la temporada de cosecha a pocas semanas de distancia cuando hablamos a mediados de agosto, la mayoría de las plantas de Pérez están infectadas. “Como puedes ver, a las plantas no les quedan hojas… Es una mala señal”, dice, mirando su plantación. “Pero no puedo hacer nada al respecto. Así son las cosas. Este año se puede salvar muy poco”.
Si las plantas no se hubieran infectado, Pérez dice que habría tenido hasta 90 kilos (alrededor de 35 unidades) de producto que vender. Con la roya, solo puede vender cuatro unidades. La escasez, comenta Pérez, literalmente podría ser la diferencia entre vivir o morir.
“Simplemente no es suficiente”, continúa. No es suficiente para alimentar a su familia; no es suficiente para saldar los más de 10,000 lempiras hondureños (400 dólares) que ha acumulado en deudas, una cantidad abrumadora para un padre soltero de dos hijos en Corquín. Su esposa se fue hace 11 años, dice, para vivir en San Pedro Sula, a más de 160 kilómetros de distancia.
Aun cuando su hija se ha mudado y está esperando un hijo, Pérez, quien ha tratado de hallar trabajo en otras plantaciones, siente el peso por el futuro de sus hijos. “Me preocupa mi deuda y me preocupa el hecho de que mi hijo quiera construir su casa propia, pero no veo cómo… todavía no”, comenta.
Sentada en el palacio municipal de Corquín, la subalcaldesa María Lastenia Ayala lamenta la situación en que se encuentran Pérez y muchas familias. Ayala explica que hay dos tipos de plantaciones locales de café: las compañías a gran escala, alrededor de cinco o seis, que contratan y les pagan a los trabajadores una cuota diaria, y “muchísimas” plantaciones más pequeñas.
“Hay 18,000 personas en Corquín”, comenta Ayala. “La mayoría de estas personas tiene terrenos pequeños. De hecho, hay pocos que no tienen terrenos pequeños”.
Aun cuando muchas plantaciones “se han perdido” por la roya, dice Ayala, “el precio bajo del café también nos afecta”. No hay escasez de bebedores de café en el mundo, pero el precio de los granos ha caído a su punto más bajo en más de una década. Un excedente mundial, debido a una moneda débil y una mejor producción en Brasil, el mayor productor mundial de café, ha provocado la caída de los precios. En combinación con la roya, la perspectiva no es buena.
“Si hubiera sido solo uno de estos dos problemas, tal vez habría estado bien, pero ambos a la vez… Ha sido un problema para la salud y el bienestar de toda la gente aquí, porque el café es uno de los productos principales”, explica Ayala.
Algunos productores de café han tratado de sembrar otros cultivos, incluidos aguacates hass, pero el ingreso rara vez es suficiente para sostenerse a sí mismos o sus familias. Ayala dice que la municipalidad está tratando de cultivar plantas resistentes a la roya y distribuir paquetes de alimentos de beneficencia (incluido el café) a 500 personas cada tres meses. También hay talleres para que los jóvenes aprendan carpintería o artesanía.
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A pesar de estas acciones, parece que simplemente no hay suficiente para mantener en marcha a toda una comunidad. “A menudo, la gente viene aquí pidiendo asistencia para satisfacer sus necesidades más básicas”, explica. “Me entristece ver a una madre con cuatro o cinco hijos venir a la oficina y pedir ayuda porque no tiene qué comer”.
“Mucha gente ha migrado a causa de esto”, admite Ayala. “Muchas familias y niños se van”.
Entre quienes han tratado de dejar Copán está Marta Sánchez, de 29 años, madre de tres hijos y quien trató de llegar a Estados Unidos con dos de sus hijos, uno de los cuales tiene una afección cardiaca. Para Sánchez y su marido, Alexánder López, de 31 años, la producción de café había sido un modo de vida por muchos años. “Nos conocimos trabajando en una plantación de café”, sonríe Sánchez. “Eso fue hace 11 años”.
Más de una década después, la familia ha sido obligada, en la mayor parte, a renunciar al café. Pidieron un préstamo para, mejor, abrir una tienda de abarrotes, justo afuera de su casa. Con tres hijos que criar —Keilyn, de diez; Samuel, de siete, y Gerson, de dos—, Sánchez y López han batallado para llegar a fin de mes, en especial porque Gerson sufre de una afección cardiaca.
“Por eso tratamos de irnos —comenta Sánchez—, por la situación con Gerson. Porque él necesita medicinas y exámenes médicos”.
Durante el verano del año pasado, Sánchez y su marido oyeron hablar de una “caravana” de buscadores de asilo que planeaba hacer la travesía a Estados Unidos desde Honduras. La pareja vio la caravana, la cual abarcaría los encabezados de todo el mundo y encendería la ira del presidente estadounidense, Donald Trump, como su oportunidad de buscar tratamiento para Gerson.
“Lo vimos en las noticias y decidí empacar e irme”, dice Sánchez. La mujer de 29 años salió de Corquín con su hijo menor y su hija, dejando a su marido y al hijo Samuel para que se encargaran del hogar. Ella se sentía ansiosa de hacer la travesía, pero, como expresa Sánchez, “la necesidad te hace sobreponerte al miedo”.
Con el tiempo, ella y su hijo fueron capaces de ubicar y unirse a la caravana. Sin embargo, poco después de que llegaron a Guatemala, Gerson se enfermó con fiebre y tos. Temiendo lo peor, Sánchez dice que se acercó a la policía local y les pidió ayuda para llevarlo a la sala de urgencias de un hospital. Las autoridades, dice, incluso le ofrecieron asistencia para que su familia se reuniera con la caravana en cuanto fuera dado de alta. Sin embargo, ella tenía demasiado miedo de arriesgarse el resto de la travesía.
“Muchas personas han migrado por esto… Muchas familias y niños se van”.
Ahora, comenta Sánchez, ella y López sienten que su única opción es tratar de ahorrar dinero para conseguir más ayuda para su hijo. Pero a la tienda de la familia no le va bien. Muchas otras familias han abierto tiendas similares cerca, en las que venden los mismos productos, y también batallan para pagar sus préstamos. Sánchez quiere abrir una tienda de ropa o una zapatería, algo con más ganancias.
“Básicamente, trabajar en las plantaciones de café es lo único que se puede hacer aquí”, añade López. “En los últimos cinco años, ha sido más difícil. Como el café es la fuente principal de ingreso aquí y el precio ha bajado, en verdad nos ha afectado”.
A últimas fechas, Gerson ha batallado con episodios repetidos de enfermedad. “Hay un centro de salud aquí en Corquín con enfermeras, pero no hay médicos y hay muy poca medicina”, comenta Sánchez, y añade que los medicamentos son caros y no están fácilmente disponibles. “Esa fue siempre la esperanza, conseguir medicinas en Estados Unidos”.
Aun cuando incontables familias hondureñas han sido regresadas en la frontera estadounidense, el café de Copán siempre es recibido de buen agrado. De hecho, lector, podrías estar bebiendo una taza de café de Copán justo ahora. Si es así, ese café tal vez te lo haya vendido una compañía como la exportadora Café Aruco. Dada su relación fuerte con San Francisco Bay Coffee, Ana Cecilia Estévez, “catadora” de Aruco, dice que la exportadora ha sido capaz de darles a los cultivadores locales cheques más grandes. “Nos han dado un precio fijo los últimos cuatro años”, dice. “Entonces, para nosotros, las cosas han estado más estables en comparación con 2012”.
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El precio internacional por libra de café cayó a cerca de 10 a 15 lempiras (41 a 61 centavos de dólar) hoy, en comparación con los aproximadamente 30 lempiras (1.22 dólares) a que se vendía en 2015. Pero Estévez dice que Aruco es capaz de vender la libra a más de 20 lempiras a San Francisco Bay Coffee. La compañía californiana, que tiene a más de 22,000 familias hondureñas en su cadena de abastecimiento, confirmó que compró café hondureño entre 26 y 30 lempiras por libra durante la última temporada de cosecha, una decisión consciente para tratar de abordar la desigualdad y las dificultades que enfrentan los productores de café.
En 2017, San Francisco Bay Coffee financió un “regalo” de un millón de plantas de café, incluidas variedades resistentes a la roya, a agricultores hondureños afectados por los brotes de roya, y desde entonces ha proveído becas y fondos para la construcción de un salón de clases en Corquín.
Para los cultivadores en Copán, las sociedades como esta dan solo una pequeña esperanza, pero solo a los cultivadores selectos quienes pueden participar en el programa. Aun cuando 283 “socios” locales producen café para Aruco bajo requisitos severos, esto es solo una fracción pequeña de las familias locales con plantaciones.
San Francisco Bay Coffee no es la única compañía que compra sus granos en Corquín, pues gigantes de la industria, como Nestlé, también compran café arábigo cultivado en la región. Sin embargo, para familias como los Pérez, eso da poco consuelo, ya que el padre de dos es incapaz incluso de producir café suficiente para vender y traer una cantidad considerable de dinero para su familia.
Aquí todos viven del café”, dice Estévez. “Tal vez no todas las temporadas de cosecha serán buenas, pero como esta es nuestra industria, estamos obligados a seguir trabajando, para seguir batallando”.
Es un futuro que Pérez parece ver como un sino para sí mismo, sus hijos y su nieto por nacer.
“Le he dicho a mi hijo que hay veces en que sientes ganas de marcharte. Hay veces en las que solo pienso: no hay modo de que yo pueda vivir así, que necesito irme. Lo he pensado, pero luego pienso que no puedo dejar a mis hijos y esta casa”, suspira Pérez.
“A veces, todo lo que puedes hacer es pedirle a Dios y dejar que él te guíe”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek