Al crecer en Choloma, Honduras, una de las ciudades más mortales donde vivir, Sandra Jennifer Salinas Martínez, de 14 años, entiende por qué muchísimas familias quieren irse.
“Vivimos en una ciudad muy peligrosa”, dice Martínez con franqueza, sentada en una banca de día de campo con sus amigos en el patio de la Escuela Presentación Centenos de Choloma. “No podemos salir de nuestras casas… Es peligroso caminar sola… Aquí suceden muchas muertes”, explica ella.
La ciudad es controlada por algunas de las pandillas más tristemente célebres del mundo, incluidas “Mara Salvatrucha” (MS-13) y “Barrio 18”, o 18th Street Gang, y Martínez dice que, en su corta vida, ha visto mucho, y no es la única. “Sí, hemos visto asesinatos… robos… asaltos… drogas”, dice Edin Javier Álvarez Vázquez, de 15 años, metiéndose en la conversación. “Se te queda en la mente”.
Vázquez añade que en algunos barrios de la ciudad los niños enfrentan la presión de unirse a las pandillas. Algunos niños son obligados a enrolarse, mientras que otros sienten que no tienen opción.
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“Las familias, y especialmente los jóvenes, se unirán a las pandillas porque no hay mucho trabajo de otro tipo”, dice el adolescente. “Cuando entran a una pandilla, por lo menos saben que ganaran dinero”.
Incluso en la escuela, dice Vázquez, él y sus amigos nunca se sienten del todo seguros. La ida y el regreso de la escuela puede ser espeluznante y, por mucho tiempo, los estudiantes tenían miedo de simplemente pasar tiempo afuera durante el recreo. Por lo menos hasta que la escuela decidió construir un gran muro que separa el patio del mundo exterior.
“Lo construimos este año”, comenta Vázquez. Antes de ello, “me sentía asustado porque nunca sabías quién iba a entrar”, dice él.
“Nací aquí. Es nuestro país”
Los miedos que comparten Vázquez y Martínez podrían dar una perspectiva de por qué más de 171,200 familias hondureñas fueron aprehendidas en la frontera estadounidense en los nueves meses que pasaron entre octubre de 2018 y julio de este año.
“La mayoría de la gente que se va, lo hace porque siente miedo”, opina Martínez.
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Pero a pesar de tener sus propios miedos, al preguntarle si le gustaría irse de Honduras de tener la oportunidad, la joven de 14 años responde rápido: “No”.
Aun cuando Martínez entiende que para “mucha gente” la vida en Honduras simplemente es “demasiado difícil”, para ella, la solución es “no huir, sino quedarse aquí y trabajar duro por lo que queremos”.
Vázquez dice que comparte ese sentimiento, contándole a Newsweek: “Nací aquí. Es nuestro país. Me quedaré”.
La gente se va de Honduras, dice él, por muchas razones válidas: miles huyen de la violencia cada año, mientras que otros tratan de alejarse de la pobreza. Muchos tratan de escapar de ambas.
Pero cuando crezca, comenta Vázquez, quiere ser capaz de decirle a sus hijos que él fue uno de los jóvenes que se quedaron y buscaron crear un cambio en el país.
De lo contrario, “cuando crezcamos, ¿qué les diría a mis hijos si huyera?”
“Este año, 12 estudiantes se han ido”
María Beatriz Urbina, directora de la Escuela Presentación Centeno, dice creer que mucho del pensamiento positivo que muestran sus estudiantes ha sido fomentado por un cambio de enfoque en la escuela, donde los administradores llevan a cabo un programa, apoyado por UNICEF, destinado a construir una “cultura de paz, coexistencia pacífica y civismo”.
“La atmósfera en la escuela ha cambiado positivamente”, dice ella.
En vez de enseñar a través de la disciplina, Urbina dice que los profesores son formados para ayudar a los niños a sentir “respeto y amor por la escuela” así como unos por los otros.
Ellos saben que “Honduras es un país agradable y bonito”, expresa ella. “Hay mucha gente buena y recursos naturales aquí… Sin embargo, desgraciadamente aquí se abusa de los recursos y los jóvenes de aquí ven sus oportunidades limitadas”.
Mientras tanto, ella comenta que “hay mucha inseguridad económica, mucha violencia, mucha pobreza, y simplemente no tenemos un sistema de justicia que favorezca a la gente”.
El malestar social está ampliamente difundido en Honduras, en especial después de la controvertida reelección del presidente Juan Orlando Hernández en 2017.
Hernández fue capaz de mantenerse en el cargo después de que la Suprema Corte abolió una prohibición constitucional a la reelección en una acción que produjo indignación por toda la nación.
Su victoria reñida provocó acusaciones de fraude electoral por parte de sus opositores, mientras que miles salieron a las calles en protestas masivas para pedir su renuncia. Las protestas pronto se volvieron mortales: según la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas, por lo menos 22 civiles han sido asesinados hasta ahora, y por lo menos 16 de ellos fueron acribillados por fuerzas de seguridad. Más de 1,300 personas dijeron que habían sido detenidas, y muchos de ellos estuvieron cautivos en centros de detención militares.
“La gente en realidad no confía en las autoridades”, confiesa Urbina.
Ya que muchas personas de su comunidad viven en la pobreza, así como con miedo a la violencia y con poca fe en el interés o la capacidad del gobierno en protegerlas, Urbina dice que ha visto a muchos alumnos dejar la escuela para tratar de llegar a la frontera estadounidense, ya sea con sus familias o por su cuenta.
En una escuela de 518 estudiantes, comenta Urbina, 12 se han ido desde febrero. “Y todos los niños que se han ido no han regresado”.
Joel Escarlet Bardales Gavarret, una estudiante de 13 años de la escuela, dice que a ella no le sorprende mucho. Después de todo, “este es un país donde se gasta más dinero en los militares y los presupuestos de seguridad que en educación”. Aun así, la joven de 13 años opina que, a pesar de las dificultades de vivir en Honduras, ella comparte la creencia de sus compañeros de que “podemos lograrlo”. “Sabemos cuán bello es este país, y sabemos que si nos ponemos objetivos, podemos alcanzarlos”.
“La gente se va por la crisis que sucede en nuestro país”
Mientras tanto, a menos de 32 kilómetros de Choloma, en Chamelecón, un suburbio de San Pedro Sula, los estudiantes del Centro de Educación Básica Chamelecón dicen que aun cuando no se han beneficiado del programa piloto que se lleva a cabo en la Escuela Presentación Centeno, también comparten el deseo de crear un cambio positivo en su comunidad.
Arrancando afanosamente la mala hierba de un jardín con sus compañeros para las horas de servicio comunitario de su escuela, Emily Meca, de 14 años, y Nelson Castro, de 15 años, ya trabajan en ello precisamente.
Por su arte, Meca dice que quiere ayudar a fortalecer su comunidad en el futuro mediante convertirse en pediatra y ayudar a los niños más vulnerables del país.
“Estoy más interesada en la medicina y en trabajar con niños”, dice ella.
Castro dice que le gustaría convertirse en abogado, ayudando a impartir justicia en un país plagado de corrupción. “Me gusta la idea de ser justo… y defender a otros”, comenta él.
Sin embargo, como sus compañeros de Choloma, ambos estudiantes creen que países como Estados Unidos deberían hacer más para ayudar a quienes sienten que no tienen más opción que dejar Honduras.
“La gente se va por la crisis que sucede aquí”, opina Castro. “Necesitan una manera de mantenerse y, por ello, algunas personas necesitan migrar a Estados Unidos”.
En su escuela, Meca dice que a los estudiantes se les enseña que “todos tienen el derecho al asilo en otro país”. El gobierno de Estados Unidos, dice ella, debería respetar eso y debería “considerar a la gente que pasa por situaciones muy difíciles aquí y que no tiene cómo mantener a sus familias”.
“Ellos debería ser bien recibidos allá, para que puedan ayudar a sus familias y sus hijos”, dice ella. “No es su culpa, es de los problemas que suceden aquí en este país”.
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek